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"LA MAGIA DE LA REALIDAD" de Richard Dawkins (2011)

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Un libro ideal para regalar en estas fechas de tanto consumismo inútil. Aborda con un estilo e ilustraciones muy didácticas una "pequeña historia de la ciencia" para despertar (o satisfacer según el caso) la curiosidad científica de los más jóvenes.

El libro requiere cierto nivel de conocimientos básicos, así que la edad más indicada quizás esté entre los 12 y los 16 años. Algunas curiosidades de los más pequeños los atraerán a sus páginas llenas de coloridos dibujos. Y algunas respuestas atraerán a los más grandes, pues servirán de complemento a lo que ya han oído en el colegio. El lenguaje que se usa está claramente orientado a la juventud, pero no está hecho papilla para que sea digerido sin esfuerzo alguno. Algunas referencias o nombres son sembrados en el texto a modo de semillas que germinarán cuando se relea de nuevo. Porque aunque se pueda leer de principio a fin, el libro también puede ser una especie de diccionario ilustrado de consulta (por tipografía, colores, ilustraciones y papel satinado), al que recurrir una y otra vez, siempre que nos asalten esas preguntas que siempre nos hicimos de pequeños y que ningún mayor supo responder, o no se molestó en explicárnoslo a nuestro nivel.


Y no solo son preguntas de ciencia. Un rápido vistazo al índice nos dará pistas de por qué puede ser un libro determinante no solo para que los adolescentes entiendan y se interesen por la ciencia, sino también para que encuentren respuestas sobre otras preguntas que se les pasan por la cabeza, y sobre las que pocos se han detenido a explicarles.

La siguiente fotografía del índice muestra lo que trato de explicar.


Sin embargo, creo que la mayor virtud de Richard Dawkins, quien ha pasado ya varias veces por mi blog, es su capacidad para inocular el escepticismo científico entre sus lectores. Fomentar determinada incredulidadante mitos y creencias varias, con la herramienta de la razón, pienso que puede ayudar a hacer a los jóvenes más críticos y menos manipulables. En definitiva, enseñarles a pensar críticamente.

¿Cómo lo consigue? En cada capítulo, la primera respuesta que da es la del mito o la creencia. Lo que pensaba la humanidad cuando no teníamos el conocimiento necesario para responder con conocimiento de causa. A continuación nos da la explicación más racional o científica posible, de tal modo que, el niño o la niña puede establecer una diferencia en la manera de responder. De esa manera no solo aprende el valor de cuestionarse ciertas explicaciones, y buscar la verdad más allá de la apariencia, sino también curiosidades históricas que le entran como si fuera un cuento.

En esta reseña que, a diferencia de las otras, pretende ser breve para no aburrir al potencial lector de "La magia de la realidad", comentaré dos relatos que su autor incluye y que desarrolla con la especial maestría que le caracteriza.

LA PRIMERA PERSONA

La primera es un experimento mental que le pide al joven lector para responder a la pregunta de "¿Quién fue realmente la primera persona?".

Busca una foto tuya. Ahora coge una foto de tu padre y colócala encima. Después busca una foto de su padre, es decir, tu abuelo. Después colócala encima una foto de su padre, tu bisabuelo. [...] En el extremo más cercano de esa fila está tu foto. En el extremo contrario está tu foto de antepasado de hace 185 millones de generaciones. ¿Qué aspecto tendrá? [...] ¿Un cavernícola vestido con piel de leopardo? [...] Tu antepasado  de hace 185 millones de generaciones tenía un aspecto similar a este --->

La ilustración entonces muestra a un pez, y Dawkins nos explica que la evolución muestra un continuo muy lento, de la misma manera que no sabemos exactamente cuando dejamos de ser niños para ser adolescentes, o cuando dejamos de ser adultos para ser ancianos. No existe un primer día de edad adulta, salvo que por ley lo establezcamos en el decimo octavo cumpleaños, pero eso solo es una norma para establecer límites legales, no es un hecho natural. De la misma manera se puede decir que no hay una primera persona.

El autor le pide al lector que mire esa torre de fotos de casi 5 km, y en vez de irse al extremo, busque antepasados más recientes que aunque diferentes, todavía guarden cierta relación de aspecto con los humanos actuales.

¿Y si retrocedemos 100000 años, donde encontraríamos a tu antepasado de 4000 generaciones atrás? Bueno, quizá ahora podríamos detectar un cambio visible. Tal vez un cráneo ligeramente más grueso, sobre todo bajo las cejas. Pero seguiría siendo algo muy leve. Retrocedamos aún más en el tiempo. Si caminas hasta hace un millón de años en esa fila, la fotografía de tu ancestro de hace 50000 generaciones será suficientemente distinta como para considerarlo una especie distinta, la que denominamos Homo erectus. Actualmente, como bien sabes, somos Homo sapiens. El Homo erectus y el Homo sapiens probablemente no habrían sido capaces de reproducirse entre sí; e incluso si lo hubieran hecho, el bebé resultante no habría podido tener hijos; del mismo modo que una mula, que es una mezcla de padre burro y madre yegua, es también incapaz de tener descendencia. (En el próximo capítulo veremos el porqué).

De nuevo, todo es gradual. Tú eres Homo sapiens y tu antepasado de 50000 generaciones atrás era Homo erectus. Pero nunca hubo un Homo erectus que de pronto diera a luz a un bebé Homo sapiens.

Por tanto, la pregunta de quién fue la primera persona y cuando vivió no tiene una respuesta precisa. Es algo confuso, como la respuesta a la pregunta de cuándo dejaste de ser un bebé y te convertiste en un niño. En algún momento, probablemente hace menos de un millón de años pero más de 100000, nuestros ancestros fueron suficientemente distintos de nosotros como para que una persona actual no pudiera engendrar descendencia con ellos.
UN UNIVERSO DENTRO DE NOSOTROS

En el capítulo cuarto, "¿De qué están hechas las cosas?", Dawkins usa una comparación muy ilustrativa que nos da una idea de todo lo que esconde lo diminuto, lo invisible. Abre una ventana tan curiosa, que incluso cualquier adulto se asomaría a mirar por ella.

"¿Recuerdas que dije que un cristal de diamante es una molécula gigante compuesta por átomos de carbono, como soldados en un desfile tridimensional? Bueno, ahora podemos mejorar nuestro «modelo» del cristal de diamante aplicándole una escala -es decir, una idea de la proporcionalidad que mantienen en él las distancias y los tamaños-. Supón que representamos los núcleos de cada átomo de carbono del cristal no con un soldado, sino con un balón de fútbol, con electrones orbitando a su alrededor. En dicha escala, los balones más cercanos dentro del diamante estarían a más de 15 kilómetros de distancia.

Los 15 kilómetros entre los balones podrían contener a los electrones en órbita alrededor de los núcleos. Pero cada electrón, en nuestra escala futbolística, es mucho más pequeño que un mosquito, y esos mosquitos en miniatura están a varios kilómetros de distancia del balón alrededor del que vuelan. Resulta increíble que incluso el legendariamente duro diamante esté prácticamente compuesto por ¡e s p a c i o   v a c í o!

Lo mismo ocurre con todas las rocas, sin importar su dureza o solidez. También con el hierro y el plomo. Incluso con la madera más dura. Y es cierto en ti y en mí. Ya he dicho que la materia sólida está hecha de átomos pegados, pero en este caso «pegados» significa algo distinto, porque los propios átomos son, básicamente, espacio vacío. Los núcleos de los átomos están tan alejados que si los pusiéramos en la escala futbolística, cualquier par de ellos estaría a 15 kilómetros de distancia, con algunos mosquitos por medio."
LA MORALEJA DEFINITIVA

Pero quizás la enseñanza más importante que aprendemos de este pequeño libro no reside en los descrito anteriormente, que ya de por sí justificaría su lectura, sino en uno que a menudo se olvida: la ciencia no es aburrida, es fascinante y... sí, es mágica

No debemos desechar la palabra magia como si fuera algo tramposo o sobrenatural, sino aceptarla como parte de nuestra naturaleza en cuanto que somos seres sensibles, que nos emocionamos, nos sobrecogemos y nos empequeñecemos cuando nos enseñan la vasta y salvaje naturaleza que nos rodea. 

Es necesario recuperar el mensaje de la intensidad vital que nos aporta vivir la ciencia, tanto o más enriquecedor que la lectura de una gran poesía o novela, o ir al cine a ver una película de aventuras épicas. Ser conscientes de lo que ha costado llegar a nuestro nivel de conocimientos, las vidas que se han salvado, las expediciones que se han realizado, los años de investigación dedicados, los fracasos y la reconstrucciones que se han llevado a cabo hasta construir algo más sólido, los riesgos de pervertirlo todo por intereses espurios o en nombre de las guerras etc... todo eso es tan entretenido, emocionante, inspirador, aventurero y mágico como las aventuras de "Los piratas del Caribe", "La guerra de las galaxias", "Las crónicas de Narnia", "Spiderman" o las novelas de Julio Verne. Y si no lo es, es porque fracasamos en la labor de la divulgación científica.

Dawkins lo explica mejor:

"El tercer significado de magia es al que quería referirme en el título: la magia poética. Podemos llegar a llorar con una pieza maravillosa de música y describimos el concierto como «mágico». Cuando observamos las estrellas en una noche oscura sin luna ni luces artificiales, nos quedamos casi sin respiración y decimos que la visión es «pura magia». Podemos utilizar la misma palabra para describir una puesta de sol maravillosa, un paisaje alpino o un arco iris delante de un cielo oscuro. En este sentido, «mágico» significa algo profundo, excitante: algo que nos pone la piel de gallina, que nos hace sentir más vivos. Lo que me gustaría mostraros en este libro es que la realidad -los hechos del mundo real tal como los entendemos a través de los métodos de la ciencia- es mágica en este tercer sentido, el sentido poético, el sentido de qué-bueno-es-estar-vivos."






"¿INNOVAR O MORIR? ESA ES LA CUESTIÓN" de Ramón González Sánchez" (2016)

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Escrito por un modesto almeriense, publicado por una pequeña editorial almeriense y reseñado en un humilde blog de Almería. Y sin embargo, la potencialidad y la motivación de este libro no tiene, literalmente, ninguna frontera. Empieza en Almería, va a EEUU, pasa por Marte, y planifica como sacar ventaja del proceso de vuelta para mejorar la Tierra.

Ramón González Sánchez es un científico nacido y formado en Almería, pero que lleva ya unos años desarrollando sus investigaciones sobre robótica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (el famoso MIT de EEUU), y también para la OTAN. Doctor en robótica e ingeniero en informática, su especialidad es la construcción de vehículos para moverse por la superficie de Marte. Amante de su tierra como el que más, no dudó un segundo cuando tuvo la oportunidad de cruzar el charco para crecer como investigador. Emuló a tantos otros científicos del pasado que perseveraron ante la adversidad, y apostó con todos sus riesgos por irse a vivir a otro país que le ofrecía mejores oportunidades.


Hasta aquí podríamos pensar que no hay nada sustancialmente diferente de tantos otros españoles que han tenido que emigrar. Lo que hace diferente a Ramón González es su motivación interna y su visión global, pues eso le empuja a superar su condición individual para mostrarnos un proyecto más ambicioso. Porque él conoce la historia de la ciencia lo suficiente como para saber que el mundo se juega mucho, apoyando o rechazando el espíritu innovador, y la vanguardia tecnológica de cada tiempo.

Al fin y al cabo, si algo debemos aprender de las hazañas académicas y científicas de este almeriense, es que las fronteras, las nacionalidades o los orígenes no son determinantes. Pueden, efectivamente, marcar ciertos apegos, pero lo importante es tratar al investigador (y al ciudadano en general) según sus méritos, sin menospreciar sus opiniones e ilusiones, sin excluirlos por su jerarquía académica, y abriendo las puertas a lo que nos pueden aportar a generaciones venideras. La cita que da entrada al libro, de otro famoso almeriense (José Artés de Arcos), lo explica mejor: "De los hombres y de los pueblos más interesante que averiguar de dónde vienen, es saber a dónde se dirigen".

En su primer libro de divulgación científica, Ramón González hace un sucinto repaso a la historia de los principales descubrimientos, y las circunstancias que los acompañaron. No es un libro extenso, presuntuoso ni enciclopédico. Al igual que su autor, se explica de manera sencilla, humilde y asequible para cualquier lector interesado en conocer las proezas científicas de las que hemos sido capaces, del esfuerzo que han costado y de las sinergias que han necesitado. 

En cada una de sus páginas nos da ejemplos de inventores e innovadores, hombres y mujeres que han tenido que romper muchas fronteras, no solo geopolíticas, sino de prejuicios, cerrazón, desconfianza, o directamente ignorancia sobre el valor de la ciencia. Aún así, el científico almeriense no puede evitar hacer menciones aquí y allá, a modo de reivindicación patria, de todos los científicos españoles que han colaborado a engrandecer la historia de la ciencia,... aunque a menudo enterrados en un silencioso olvido.

El libro arranca en la Prehistoria, con el fuego. Sigue con la agricultura neolítica y pasa rápidamente a contarnos los principales personajes que configuraron las revoluciones industriales, tecnológicas, digitales e interplanetarias. Y aunque está repleto de anécdotas y curiosidades que amenizan el texto, me limitaré a destacar dos de ellas.


La primera es que la estaciones espaciales que orbitan alrededor de la Tierra tienen unas dimensiones gigantescas. No es ningún descubrimiento de última hora, lo hemos visto todos en los telediarios, pero yo nunca me percaté, por ejemplo, de que la Estación Espacial Internacional es tan grande como un campo de fútbol, y da una vuelta a la Tierra cada 90 minutos..., es decir, viaja a una velocidad de 7.7 km por segundo. Hay que detenerse un momento para asimilar dicha información. Es como decir que un bicho tan grande como un campo de fútbol es capaz de ir desde Almería a Aguadulce en dos segundos.

La segunda es que cuando EEUU visitó la Luna, había una estación madrileña que se encargaba de monitorear las constantes vitales de los astronautas, y aunque su papel era fundamentalmente pasivo, tuvieron que intervenir para calmarlos cuando la comunicación con Houston y la tripulación se vio interrumpida, provocando la alarma a bordo. Desde Madrid se les dijo: "El silencio en Houston se debe a un problema menor, se solucionará en breve". La respuesta de los astronautas fue: "Oh Madrid! Beautiful Madrid! Wondeful Madrid! Outstanding Madrid!

Pero, a mi juicio, los párrafos más interesantes de la labor divulgativa de Ramón González Sánchez son los dedicados a justificar la odisea espacial de nuestros tiempos: "Fuera de la Tierra, para la Tierra" (Off the Earth, for the Earth). Desde las intervenciones quirúrgicas con laser hasta la detección de productos químicos, pasando por los trajes ignífugos de los bomberos, la exploración espacial nos aporta beneficios inesperados a todos los que permanecemos sobre la superficie terrestre.


La investigación médica constituye una de las mayores beneficiarias de la presencia de un laboratorio permanente en el espacio. 
[...]
El gran éxito de la misión Apolo no fueron las rocas traídas de la Luna sino la tecnología que nos hizo posible coger esas rocas. 
[...]
Un proyecto que se ha beneficiado de la inversión realizada en la misión Mars Science Laboratory es el [...] sistema  para la detección de fugas de gas.
[...]
por cada dólar que el gobierno americano invierte en la NASA, el retorno producido en forma de transferencia de tecnología y empleo para los ciudadanos estadounidenses es de 7-8 dólares.

Pero si la exploración espacial nos reporta estos gratos legados, y esto supone de por sí una  justificación para continuar por el mismo camino, ¿qué se puede decir de todas esas guerras que han generado innovación tecnológica de aplicación civil? El experto en robótica del MIT se conmueve al rememorar la muerte y destrucción de la que también hemos hecho gala con demasiada frecuencia. Y aunque reconoce que las guerras no se pueden justificar, muchas innovaciones han prosperado "en un marco militar o de defensa". No obstante, y a pesar de las objeciones morales, hay que reconocer que la ciencia le debe mucho a la guerra. Esto no puede llevarnos a perseguir la guerra, pero a juicio del doctor en robótica tampoco deberíamos dar la espalda a las tecnologías resultantes de los esfuerzos bélicos. ¿Qué científico, o incluso qué sociedad, estaría dispuesta a rechazar los frutos del futuro por haber sido regados con sangre del pasado?

"Claro está que muchas de las grandes innovaciones e invenciones en la historia de la humanidad han venido "gracias" a las guerras. Por supuesto que las guerras son totalmente deplorables, injustificables e imperdonables pero una cosa está clara "a río revuelto, ganancia de pescadores".

El libro termina con un optimismo contundente cuando asevera que todos los grandes problemas de la humanidad se solucionarán con total seguridad. A primera vista parece un planteamiento demasiado ingenuo, habida cuenta de la dimensión y seriedad de lo que queda por solucionar y la desidia que, a menudo, percibimos en quienes tienen el poder para tamaña empresa. Pero Ramón González se inserta en la línea de pensadores como Matt Ridley ("El optimista racional") o Steven Pinker ("Los ángeles que llevamos dentro"), herederos contemporáneos de la Ilustración, cuya fe en el progreso se apoya en muchos datos y experiencias del pasado.

En el caso del almeriense, además, también le asiste la fe religiosa, que hace compatible con su pasión por la ciencia, a pesar de pertenecer a esa minoría de científicos que son creyentes. Ello seguramente le ayuda a vislumbrar una tierra prometida, no exenta de esfuerzos y riesgos, que le lleva a una dicotomía pragmática en el próximo devenir:


"¿Quieres ser tú el protagonista de las portadas de los periódicos anunciando esos logros o quieres ser el lector tumbado en el sofá que las leerá?"

La pregunta es un arma de doble filo, porque por muy retórica que pretenda ser, existe el riesgo más que probable de encontrarse con una gran masa de personas que elegirían  la segunda opción... pero algo me dice que el libro, afortunadamente, está dirigido a otro tipo de lectores.


ENTREVISTA EN INTERALMERÍA:


PÁGINA WEB:  WWW.RAMONGROBOT.COM

"Sherlock Holmes contra Houdini" (2014) de Arthur Conan Doyle (1918 y 1919) y Harry Houdini (1924)

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A principios del s.XX, existió una rivalidad entre dos estrellas de la época: por una parte Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, celebérrimo detective de ficción, y por otra el escapista Harry Houdini.

Ambos representaban una antítesis en varios sentidos. Doyle era el creador del personaje de ficción cuya capacidad lógico-deductiva, lo convertía en representante de la racionalidad y las ciencias con las que se construían los modernos departamentos de policía. Esta mentalidad analítica era el contrapunto al oscurantismo y pillería que se aprovechaban de la buena fe del pueblo.


Por el contrario Houdini, venía del mundo del espectáculo, y su misión era precisamente engañar, no con fines criminales, sino de mero entretenimiento, pero jugando de alguna manera con la capacidad de asombro del público ante lo que parecía, en ocasiones, como algo sobrenatural.

Sin embargo, sus biografías admiten una vuelta de tuerca más. El escritor y médico británico tenía otra faceta más enigmática y menos cuadriculada que su personaje de ficción. Sir Arthur Conan Doyle creía en los espíritus y era un activista del espiritismo, aunque nunca dejó que su afición se trasluciera en la casa de Baker Street. Por su parte, Houdini también desarrolló otra faceta que, al menos en apariencia, iba en contra de otros profesionales del espéctaculo que, como él, vivían de los secretos, del misterio y de la capacidad de asombro de la gente. HarryHoudini se dedicó a luchar vehementemente contra los espiritistas. Houdini nunca se arrogó poderes sobrenaturales de ningún tipo, y no soportaba ver cómo timadores y desalmados de toda laya abusaban del público haciéndoles creer que podían hablar con sus seres queridos ya fallecidos.

Truco espectral de Houdini hablando con Lincoln, usado en sus shows para ridiculizar a los espiritistas

A todo esto se sumó la terrible desgracia de que Sir Arthur Conan Doyle perdió a su hijo en la Primera Guerra Mundial. Y por si no fuera poco, estaba casado con una medium, así que la confrontación estaba servida. Fue una guerra a muerte entre dos amigos, con dos convicciones antitéticas por las que estaban decididos a destruirse mutuamente.

Doyle dio todo tipo de pábulo y promoción a cuantos charlatanes pasaban por su camino, traicionando así el método lógico-deductivo de su odiada creación holmesiana. Y Houdini se dedicó a desbaratar todos los planes de quienes pretendía usar los trucos de sus espectáculos aprovechándose de la inocencia de las personas.

En aquel tiempo, mantenía una gran amistad con Doyle, a quien ya le había confesado su profunda desconfianza ante las experiencias con el mundo de los espíritus. Su postura, hasta entonces, era escéptica, aunque no mostraba gran virulencia hacia el mundo de los médiums. Un astuto Doyle, que siempre creyó que Houdini realizaba sus habituales proezas con ayuda del mundo sobrenatural (creía que era capaz de desmaterializarse a su antojo, a pesar de que este, una y otra vez, le aseguró que se trataba de un truco), decidió ofrecerle la prueba definitiva para intentar atraerlo a sus filas. Durante una sesión espiritista celebrada en una habitación de un hotel en Atlantic City y con la intervención de sus esposa y médium Jean Leckie, esta aseguró haber establecido contacto con su difunta madre. Houdini, sobresaltado, observaba la escena sin poder decir nada. Leckie, por medio de escritura automática, comenzó a escribir de forma compulsiva. El resultado fue un largo mensaje destinado a su hijo. Al leer el mensaje y preguntarle a Leckie en que idioma le había hablado su madre, esta le dijo que en inglés, lo cual era imposible: su madre, a pesar de vivir en Estados Unidos, jamás había aprendido este idioma y con su hijo se expresaba en alemán, algo muy habitual entre los judíos de Budapest. De pronto, el mundo de Houdini cambió. La respuesta de un dolido Houdini fue librar una encarnizada batalla contra Doyle y los espiritistas a la que dedicaría toda su vida, iniciándose así uno de los capítulos más singulares e inquietantes del siglo veinte, cuyos protagonistas eran dos héroes de la cultura popular, unos antiguos e irreconciliables amigos enfrentados entre sí y dispuestos ambos a salir victoriosos.


Sir Arthur Conan Doyle posando junto a un espectro.
Salvo por un muy oportuno prólogo de Charles Taylor, del que está sacado el párrafo anterior, el libro se divide en dos partes. 

La primera se compone de textos de dos libros que Doyle escribió defendiendo la posibilidad de comunicarse con los muertos ("El mensaje vital" y "La nueva revelación"). La segunda es el capítulo que Houdini dedicó a Doyle en su libro "Un mago entre los espíritus". Aunque espléndidamente ilustrado y anotado, a veces divaga demasiado en detalles o asuntos relacionados que con el paso del tiempo han perdido el interés para el lector contemporáneo.





LAS PUERTAS QUE SHERLOCK HOLMES NOS ABRE: LA LITERATURA Y EL ESPÍRITU INVESTIGADOR

¿Quién no conoce a Sherlock Holmes? El personaje por antonomasia de la ficción policiaca, inmortal hasta tal punto que condicionó a su autor en varios sentidos. Porque Sir Arthur Conan Doyle tenía más fe en otros libros que consideraba más serios; lo de Sherlock Holmes era un mero entretenimiento caprichoso para contentar a cierto público y ganar algún dinero. Así, cuando la figura de Sherlock Holmes se hizo tan inesperadamente popular entre las masas de lectores, Doyle terminó harto de su creación, e intentó acabar con él en varias ocasiones. Pero, tal y como sucede hoy en día con las series de la TV y las secuelas cinematográficas, el público manda. Así que su creador se rindió y tuvo que resucitarlo en nuevas entregas. La gente escribía cartas a la dirección que figuraba en las novelas, el famoso 21 de Baker Street, cuando ni siquiera existía tal número en esa calle de Londres. Todavía hoy se reciben cartas, algunas como homenaje o broma, pero otras solicitando la ayuda de un infalible pero inexistente detective.

¿Y qué tenía Sherlock Holmes que lo hizo tan querido? Se ha escrito tanto sobre el universo holmesiano que es difícil sintetizar una contestación. En mi opinión, una respuesta honesta por mi parte tiene que tener en cuenta el momento vital en el que se lee a Sherlock Holmes. Acceder a ese universo en la adolescencia, como yo lo hice, aparte de abrir una puerta a la literatura, determina que algunos héroes pueden usar más la cabeza que los puños. Los superpoderes, por muy atractivos que me resultaran, parecían bastante simplones comparados con la fuerza del razonamiento deductivo (o abductivo según otros). Porque incluso de niños, sabemos que es algo difícil que lleguemos a ser Superman o Spiderman. En cambio, si ejercitamos la mente y nos alimentamos bien, quizás podamos emular las proezas del archiconocido detective, y... sin necesidad de tirarse por la terraza para volar o trepar por la fachada.

En definitiva, supone entender el mundo como mucho más complejo de lo que parece. Que los que parecen malos no siempre lo son, y que muchos inocentes solo lo son en apariencia. El olfato del buen detective y cierta psicología siempre son virtudes bienvenidas, pero su más valioso tesoro deben ser sus facultades analíticas. Las habladurías, las supersticiones, los miedos irracionales, los bulos y los mitos, todos deben quedar fuera de sus pesquisas. Y este libro enfrenta ese espíritu investigador, frío, metódico y calculador, con otra clase de espíritus y una inquebrantable fe en otros mundos sobrenaturales.

Al final Sir Arthur Conan Doyle tenía razón en temer que la fama de su personaje terminaría acabando con él. Y no solo porque la avidez del público por las historietas del detective lo colapsaron como escritor, sino porque la ideosincrasia de su personaje, su forma de abordar los misterios, se volvieron en su contra. Fue precisamente el método científico y el uso de la razón, lo que Houdini (como buen Sherlock Holmes de la realidad) usó contra el creador del paradigmático personaje de novela que esgrimía las explicaciones racionales y se erigió en azote de embaucadores. Paradójicamente, el padre de Sherlock Holmes, cayó preso de las más burdas charlatanerías, hasta el punto de convertirse en firme defensor de las mismas, y sería repetidamente desenmascarado por un ilusionista imbuido del mismo espíritu que alimentaba a su creación.

Otro de esos ejemplos en los que la realidad supera a la ficción.






"DIOS NO EXISTE" selección de textos escogidos y comentados por Christopher Hitchens (2007)

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Christopher Hitchens fue, quizás, el ateo más provocador de nuestro tiempo. En este libro rescata una selección de textos clásicos y modernosque se caracterizan por su condena de la religión y su defensa de la descreencia. El título original es "El ateo portátil: lecturas esenciales para el no creyente", aunque se puede decir sin temor a equivocarse que por su grosor, sus múltiples autores, sus diferentes aproximaciones y su multiculturalidad, es la biblia del ateo.

Algunos podrán objetar que esta expresión es contradictoria, o irreverente. Pero no es contradictoria, porque la herencia que la religión nos ha aportado a los ateos está llena de algunos de "nuestros primeros escarceos literarios" como especie cultural, y ese aporte supone una "cultura y educación" a la que no debemos renunciar. Entender que ciertas expresiones, libros, canciones, monumentos o incluso costumbres no deben ser usados en ausencia de fe, solo por estar mancillados por su origen ritual, equivale a caer en el mismo sesgo religioso que sanciona ciertos actos como impuros, sin mayor análisis que el respeto a la autoridad o la costumbre. La Real Academia Española reconoce ese legado cultural de la religión, y reconoce en su segunda acepción de la palabra "biblia" la siguiente definición: "Obra que reúne los conocimientos o ideas relativos a una materia y que es considerada por sus seguidores modelo ideal".


En cuanto a lo de la irreverencia, y a la luz de las enseñanzas antiteístas que Hitchens nos legó, he de decir que si no fuera irreverente, no sería antiteísta... Si el lector no entiende esto y nunca ha reflexionado mucho más allá, puede que una breve aclaración terminológica sea oportuna.

Los creyentes se dividen en dos tipos: primero están los que creen en un Dios concreto y/o se adscriben a una religión concreta, que son los teístas (cristianos, musulmanes, budistas, judíos etc...). Y en segundo lugar están los creyentes en un tipo de dios creador que originó el mundo, pero que después se desentendió de los asuntos humanos (si no te crees ninguna religión en especial, pero tampoco crees que nunca haya existido ningún dios, entonces perteneces al grupo de los deístas). La ecuación se podría complicar si se añaden religiones sin dioses, pero podemos dejarlo ahí.

Entre los no creyentes también existen algunos subgrupos, pero básicamente se pueden resumir en dos: los ateos y los agnósticos. Los primeros niegan la posibilidad de que dios exista o simplemente no creen en ninguno. Los segundos no creen que se pueda demostrar la existencia o inexistencia de dios, y prefieren no pensar en el tema hasta tener más pruebas (algunos piensan que esto no es ateísmo, porque está a medio camino entre la creencia y la descreencia, pero a efectos prácticos, implica comportarse como si se fuese ateo).

¿Y dónde queda entonces el antiteísmo? La posición antiteísta es un subgrupo dentro del ateísmo, que se distingue por añadir un plus de activismo y llamar al proselitismo de una manera parecida a como hacen muchos creyentes (teístas). Si los testigos de los cristianos predican la palabra de Dios para salvar a cuantas más almas mejor, el antiteísta va predicando la necesidad de acabar con las religiones y desmontarlas por bien de toda la humanidad. Así, la figura contraria a los creyentes de toda la vida, como los católicos o los musulmanes, no son los ateos que viven su descreencia en privacidad, sino los antiteístas que se movilizan para contrarrestar a la religión organizada. Todo antiteísta es ateo, pero no todo ateo es antiteísta.

El antiteísta no teme llevar su discurso hasta el punto en el que pueda herir sensibilidades, porque considera que la madurez para afrontar críticas es un requisito para entrar en el debate público. Y si la única manera que encuentra el antiteísta de perforar un argumento sectario, es resultar sacrílego, entonces debe serlo. De hecho, desde el punto de vista de un creyente, cualquier antiteísta caerá irremediablemente en un sacrilegio o blasfemia nada más abrir la boca. Y en mi opinión, tan necesario es combatir y condenar la creencia como respetar la libertad del creyente. Son las personas las que tienen derechos, no las creencias. Algo parecido al imperativo cristiano de "ama al pecador pero aborrece el pecado". Si lo hacen los creyentes lo llaman predicar la palabra del señor, si lo hacen los ateos lo llaman sacrilegio, pero tienen significados muy similares.

Aunque me duele ignorar la brillante introducción de Hitchens que no tiene desperdicio ninguno, prefiero pasar a comentar los textos originales, ya que al fin y al cabo, la intención del libro es que conozcamos lo mejor de lo mejor del pensamiento ateo: una difícil síntesis (a la que se sumará la mía, dejando fuera a muchos autores) que, en el peor de los casos, nos ahorrará leernos muchos libros, algunos difíciles de conseguir o directamente sin traducir al castellano, y en el mejor de los casos nos incitará a descubrir otras lecturas. 

Lo resaltado en negrita en toda esta entrada es obra mía, para facilitar la lectura y subrayar lo que me parece más carácterístico o llamativo de cada párrafo.

BARUCH SPINOZA (1632-1677)
"TRATADO TEOLÓGICO-POLÍTICO"
Directamente olvidado por la ortodoxia filosófica de su tiempo, tuvo que esperar muchos años para que fuera rescatado y convertirse en un pilar imprescindible de la filosofía moderna. Como todos los filósofos de su época, sus disquisiciones metafísicas y su sistema político pretendía estar en armonía con las ciencias de su tiempo. En un mundo donde filosofía y ciencia todavía se presentaban entrelazadas, la cuestión de la religión se guardaba un lugar privilegiado para refugiarse de las críticas, y por eso razón Spinoza tuvo que publicar su "Tratado teológico político" bajo pseudónimo. 

Prácticamente la totalidad del resto de sus obras fueron publicadas tras su muerte, con la consabida influencia que ejercieron en los pensadores de la Ilustración. Pero la obra en la que establecería lo que muchos denominan el inicio del ateísmo moderno. Sin duda una exageración, no solo porque existieron precedentes, sino porque su marca fue el panteísmo y no el ateísmo.
Si los hombres fueran capaces de regirse constantemente por una regla preconcebida; si constante les favoreciera la fortuna, tendrían el alma libre de supersticiones. [...] La verdadera causa de superstición, lo que la conserva y entretiene es, pues, el temor.
[...]
Sorprendióme muchas veces ver los hombres que profesan la religión cristiana, religión de amor, de bondad, de paz, de continencia, de buena fe, combatirse mutuamente con tal violencia, y perseguirse con saña tan fiera, que más hacen distinguida su religión por estos que por los otros caracteres antes enumerados. Que a tal extremo han llegado las cosas, que nadie puede distinguir un cristiano y un turco, un judío y un pagano si no es por la forma exterior y el vestido, por saber qué iglesia frecuenta, por conocer su adhesión a tal o cual sentimiento, o por seguir la opinión de tal o cual maestro. Mas en cuanto a la práctica de la vida, no veo entre ellos ninguna diferencia.

DAVID HUME (1711-1776)
"HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN" (1757)

Los dioses paganos de Homero o Hesíodo cometían injusticias caprichosas, incestos, adulterios y provocaban guerras por enfados pueriles. Es sorprendente, comenta Hume, que los humanos castiguemos esas mismas acciones cuando las realizan miembros de nuestra especie, y las celebramos cuando lo hacen los dioses. Y en sentido inverso, deberíamos juzgar mal a los dioses cuyas acciones caen fuera de las fronteras de lo que consideramos moral en nuestro mundo. Parece que "los dioses tienen sus propias leyes".

Además, la moral no parece ser suficiente para ganarse el favor de los dioses, pues pueden existir personas bondadosas que no crean, y para diferenciarse, el creyente necesita hacer sacrificios de carácter exclusivamente religioso. Sn embargo, a menudo los que ponen más fervor en esas diferencias terminan alejándose de la moral que en teoría justificaba su creencia. A menudo la moneda de cambio con la que se paga tributo al ser supremo, no es el amor o la erudición que podría acercarnos más a la comprensión de la divinidad, sino algún tipo de sufrimiento o ritual que se nos exige ciegamente.

Porque no hay nadie tan estúpido que, haciendo uso de la razón natural, no considere la virtud y la honradez como las cualidades más valiosas que una persona puede poseer. ¿Por qué no atribuir el mismo criterio a la divinidad? [...]

Al devolver un préstamo o pagar una deuda, su divinidad no se siente en absoluto agradecida porque esos actos de justicia son algo que estaba obligado a realizar y que muchos habrían realizado aunque no existiese ningún  dios en el universo. Pero si hace un día de ayuno o se flagela a base de bien, eso está, en su opinión, en relación directa con el servicio de Dios. [...]

Todo esto explica que los mayores crímenes se hayan considerado en muchos casos compatibles con una piedad y devoción supersticiosas. Y eso justifica también lo poco seguro que es considerar como una prueba de la moral de un hombre el fervor o rigor que pone en las prácticas religiosas, aunque quien las realiza crea que son sinceras. [...]

Debe admitirse, por tanto, que las estratagemas que los hombres agravan nuestras debilidades naturales y las locuras de esta clase, pero nunca las engendran originariamente. La raíz de ellas se encuentra en lo más profundo de la mente y brota de las propiedades esenciales y universales de la naturaleza humana.

DE LOS MILAGROS (1748)

Sin embargo, es el análisis de los milagros (junto con su aportación al empirismo), por lo que más se le conoce a David Hume. Para el filósofo escocés hay un requisito para poder creer en los testimonios que nos aseguran que los milagros existen realmente: el hecho de que sea tan improbable que mientan, que de hacerlo, sería un milagro mayor que el milagro del que nos dan testimonio. Nótese que no se trata de probar el milagro, sino de dar credibilidad a una excepción de las leyes de la naturaleza, que es la definición que el filósofo da de milagro.

Hume sopesa dos eventos harto improbables, dos violaciones de dos naturalezas distintas: la de los humanos y la de las leyes físicas de la naturaleza. Los dos tipos de violaciones son casi increíbles, pero puestos a suponer que pueda existir alguna de ellas las pone a competir, y asume que deberemos aceptar la menos increíble, la menos improbable). La propia naturaleza del milagro hace imposible su comprensión de acuerdo a las leyes de la naturaleza. Pero si sucediera, podríamos creerlo siempre y cuando la mentira (o la confusión) de quienes así lo defienden viole ciertas leyes de la naturaleza humana por las que nos guiamos habitualmente (verdad, memoria, conciencia moral, vergüenza a ser descubierto en una mentira, inteligencia, resistencia a la sorpresa y la maravilla...) de manera tan increíble, que constituya un milagro mayor que la ruptura de las leyes invariables de la naturaleza física.

[...] que ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a no ser que el testimonio sea tal que su falsedad resulte más milagrosa que el hecho que intenta establecer. Pero incluso en este caso hay una mutua destrucción de argumentos, y el superior solo nos da una seguridad proporcional a la solidez que le queda después de deducirle el inferior. Cuando alguien me dice que vio resucitar a un muerto, inmediatamente reflexiono conmigo mismo si es más probable que esta persona engañe o que haya sido engañada, o que el hecho que narra haya ocurrido realmente. Sopeso un milagro junto al otro y, según la superioridad que encuentre, tomo mi decisión, y siempre rechazo el milagro mayor. Solo en el caso de que la falsedad del testimonio fuese más milagrosa que el hecho que relata podría pretender lograr mi confianza y opinión.

David Hume peca de ingenuo en sus planteamientos iniciales, pues da demasiada fiabilidad a los testimonios frente a las leyes físicas de la naturaleza. Pareciera que ignorase la cantidad de intereses políticos, luchas de poder, miedos o mera ignorancia, que pueden sostener una creencia durante mucho tiempo. Quizás consciente de ello, matiza su posición.

14. En el razonamiento anterior hemos supuesto que el testimonio sobre el que se basa un milagro puede equivaler a una prueba completa, y que la falsedad de este testimonio sería un verdadero prodigio. Pero es fácil demostrar que hemos sido demasiado generosos en nuestra concesión, y que nunca hubo un hecho milagroso establecido sobre una evidencia tan rotunda. [...]

[...] nunca en la historia se ha producido un milagro atestiguado por un número suficiente de hombres que tuvieran un sentido común, una educación y conocimiento tan incuestionables que garantizasen que no hubo ninguna equivocación por su parte; con una integridad tan indudable como para estar fuera de cualquier sospecha de intentar engañar a los demás, con tal crédito y reputación a los ojos de los hombres, que tuvieran mucho que perder en caso de ser acusados de falsedad. Y que estuviesen afirmando hechos ocurridos tan públicamente y en una parte tan conocido del mundo como para hacer inevitable el descubrimiento de su falsedad.[...]

[...] constituye una fuerte presunción contra los relatos sobrenaturales y milagrosos el hecho de que abunden principalmente entre naciones ignorantes y bárbaras, o el hecho de que si un pueblo civilizado los ha admitido alguna vez, se descubre que esa gente los recibió de antecesores ignorantes o bárbaros [...]

33. En la infancia de las nuevas religiones, los sabios y los ilustrados a menudo consideran el asunto poco importante como para merecer su atención o estudio. Y cuando luego se muestran dispuestos a denunciar el engaño para sacar de la impostura a la multitud engañada, el tiempo ha pasado, y los documentos y testigos que podrían aclarar el asunto han desaparecido irremediablemente. [...]

JOHN STUART MILL (1806-1873)
INFLUENCIAS MORALES EN LA PRIMERA JUVENTUD: EL CARÁCTER Y LAS OPINIONES DE MI PADRE, de "AUTOBIOGRAFÍA" (1873)

Con estos detalles autobiográficos de John Stuart Mill, quería dejar claro que a diferencia de su padre, él no fue criado en ninguna creencia religiosa, y que por tanto nunca tuvo que abandonarla. Los valores morales que su progenitor le transmitió tenían mucho que ver con el utilitarismo y la búsqueda del placer, pero también con la intención de las personas (al menos para valorarlas en cuanto a personas). Otros valores añadidos eran la justicia, le templanza, la sinceridad, la perseverancia, el trabajo y la capacidad para afrontar el dolor. Rechazaba la vida de dejación y abandono.

Si leemos sus conclusiones sobre la religión podríamos pensar que era un ateo activista, sin embargo, el hecho de que no autorizase la publicación de sus tres ensayos sobre la religión hasta después de su muerte, no dice mucho sobre su coherencia. Existe un estudio que recopila todas las menciones de Mill, y los debates en los que tocó el tema, y que concluye que la religión (aunque sea un concepto sui generis de religión) estaba mucho más presente en su obra de lo que solemos pensar.

En cualquier caso, las palabras de Mill creo que hablan por sí mismas:
[...] el hecho de que mi padre rechazase toda creencia religiosa no fue principalmente, contra lo que muchos pudieran suponer, una cuestión de lógica y de evidencia; sus fundamentos fueron más de un orden moral que intelectual. Le resultó imposible de creer que un mundo tan lleno de maldad  fuera la obra de un Autor que combinase un poder infinito con una perfecta bondad y justicia. [...] Para él, la religión era el mayor enemigo de la moralidad; en primer lugar, porque eregía excelencias artificiales -la fe en los credos, los sentimientos de devoción, las ceremonias- que no tenían la menor relación con el bien de la humanidad y que eran aceptadas como sustitutos de las auténticas virtudes; y, sobre todo, por viciar radicalmente la norma de la moral haciendo que esta consistiese en hacer la voluntad de un ser para quien no se escatimaban frases extremadamente aduladoras, pero que, en puridad, nos era representado al mismo tiempo como algo eminentemente odioso. [...] los cristianos no padecen las consecuencias desmoralizadoras que parecen acompañar a un credo así [...] les permite aceptar una teoría contradictoria en sus términos [...] se cuentan por multitudes los que han creído fírmemente en un Omnipotente Autor del Infierno, sin tener reparo en identificar a ese ser con la idea más sublime de "perfecta bondad" que fueron capaces de formarse. Su adoración no iba dirigida al demonio -pues eso sería realmente el Ser de tal manera imaginado-, sino a su propio ideal de lo excelente.
[...]
Por lo que específicamente se refiere a la religión, pienso que ha llegado el momento en el que todo aquel que, estando intelectualmente preparado, y tras madura reflexión, se haya convencido de que las opiniones al uso no solo son falsas, sino también perniciosas, tiene el deber de disentir públicamente. Por lo menos, esa es la obligación de todos aquellos que por su categoría o reputación tienen oportunidad de que se presta oídos a lo dicen. Estas manifestaciones pondrían fin, de una vez por todas, al vulgar prejuicio de que eso que impropiamente se llama incredulidad va asociado a malas cualidades de tipo intelectual o moral. El mundo se asombraría si supiese que la gran mayoría de sus hombres más insignes, incluso aquellos que disfrutan de la estimación popular por su sabiduría y sus virtudes, son completamente escépticos en materia de religión. Muchos de ellos no lo confiesan, menos por consideraciones de tipo personal, que por temor, en mi opinión, a que, diciéndolo claramente, debilitarían la fe de los demás y, como consecuencia, harían más daño que beneficio (según ellos suponen) al romper las ataduras actuales.


KARL MARX (1818-1883)
"CONTRIBUCIÓN A LA CRÍTICA DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DE HEGEL" (1844)

"La religión es el opio del pueblo". Casi todo el mundo conoce la cita, y casi todos la interpretan como lo que parece. Sin embargo un análisis de la misma dentro de su contexto le confiere una interpretación menos marxista. Y no es ninguna contradicción si recordamos lo que dijo Marx de sí mismo: "lo único que sé es que no soy marxista". 

Pero ya comenté extensamente este texto con motivo de la reseña para el libro "Razón, fe y revolución", de Terry Eagleton, así que me limitaré a subrayar aquí que la archiconocida cita antirreligiosa adquiere en el texto original una profundidad mucho más comprensiva con el hecho religioso que la que normalmente se le atribuye.

La cita pertenece a la introducción de un libro que nunca llegó a publicarse como tal, aunque sí que fue publicada en una revista: 

El fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Y la religión es, bien entendido la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha adquirido a sí mismo o ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el Estado, la sociedad. Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia invertida del mundo, porque ellos son un mundo invertido. La religión es la teoría general de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica bajo forma popular, su point d`honneur espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su solemne complemento, su razón general de consolación y justificación. Es la fantástica realización de la esencia humana, porque la esencia humana carece de verdadera realidad. La lucha contra la religión es, por tanto, indirectamente, la lucha contra aquel mundo que tiene en la religión su aroma espiritual.

La miseria religiosa es, de una parte la expresión de la miseria real y, de otra parte, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo.

La superación de la religión como la dicha "ilusoria" del pueblo es la exigencia de su dicha real. Exigir sobreponerse a las ilusiones acerca de un estado de cosas vale tanto como exigir que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones. La crítica de la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de santidad.

La crítica no arranca de las cadenas las flores imaginarias para que el hombre soporte las sombrías y escuetas cadenas, sino para que se las sacuda y puedan brotar las flores vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para que piense, para que actúe y organice su realidad como un hombre desengañado y que ha entrado en razón, para que gire en torno a si mismo y a su sol real. La religión es solamente el sol ilusorio que gira en torno al hombre mientras éste no gira en torno a sí mismo.
CHARLES DARWIN (1809-1882)
AUTOBIOGRAFÍA (1887)

Quizás la cita atea más estruendosa es "Dios ha muerto", de Friedrich Nietzsche. Y aunque Nietzsche se menciona en algunos de los textos seleccionados de otros autores, Hitchens no encontró oportuno incluir ninguno del filosofo del martillo que tan incisivo fue con la religión, como se puede deducir de títulos tan explícitos como "El anticristo".

En cambio, sí incluye lo que Darwin tenía que decir al respecto en su autobiografía, algo menos contundente pero más razonado. Tras ciertas observaciones sobre la debilidad del argumento del diseño, y el obstáculo del sufrimiento que hay en el mundo para aceptar la existencia de un ser supremo bondadoso, Darwin nos avisa de que el sobrecogimiento que él, y tantas otras personas sienten, por las maravillas de la naturaleza no son una prueba a favor de ningún dios.

En la actualidad, el argumento más habitual a favor de la existencia de un Dios inteligente surge a partir de una profunda convicción interior y unos sentimientos que experimentan la mayoría de las personas.

Antiguamente, unos sentimientos como los que acabo de referir me guiaban (aunque no creo que tuviera nunca un sentimiento religioso muy desarrollado) hacia la firma convicción de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. En la grandeza de la selva brasileña, escribí en mi Diario: "Me resulta imposible describir en palabras los sentimientos superiores de asombro, admiración y devoción que llenan y elevan la mente". [...] El estado mental que antiguamente despertaban en mí los escenarios grandiosos, y que estaba íntimamente relacionado con la creencia en Dios, no difiere en esencia de lo que a menudo se denomina sensación de sublimidad. Y por difícil que resulte explicar la génesis en este sentido, puede proponerse como argumento de la existencia de Dios, tanto como los potentes aunque vagos y similares sentimientos que despierta la música.[...]
No puedo pretender arrojar la mínima luz sobre problemas tan abstrusos como estos. El misterio del origen de todas las cosas es irresoluble para todos nosotros, y yo debo contentarme en permanecer agnóstico.

LESLIE STEPHEN (1832-1904)
"APOLOGÍA DE UN AGNÓSTICO" (1897)

Leslie Stephen reflexiona sobre la palabra agnóstico, en contraposición a los creyentes que él llama gnósticos. Así, ridiculiza todas las divagaciones bizantinas de la teología como estériles y pueriles, y termina afirmando que cuando el objeto del conocimiento es tan escabullidizo y los más sabios tienen criterios tan dispares, la mejor opción no es negar todo lo anterior (el ateísmo) sino reconocer las limitaciones de nuestra capacidad (el agnosticismo).

El ateísmo dogmático (la doctrina de que no hay Dios, sea cual sea el sentido de la palabra Dios) es un estadio de opinión como mínimo infrecuente. En cambio, la palabra agnosticismo parece entrañar una idea bastante exacta de una forma de credo que ya es común, y cuya extensión crece a diario. [...]

La palabra gnóstico tiene algunas resonancias incómodas. Antiguamente describió a unos herejes [...] Hace siglos murieron esas sectas, pero es dudoso que hayan desaparecido del todo sus premisas básicas. [...] recurrían a diversos lenguajes para definir las relaciones exactas que hay entre las personas de Trinidad. [...] Baste decir que definían la naturaleza de Dios Todopoderoso con una precisión a la que no se atrevería un naturalista pudoroso al describir la génesis de una cucaracha. [...]

Con semejantes adversarios, cualquier disputa sería una pérdida de tiempo y una insensatez. Que los muertos entierren a sus muertos y que los católicos viejos decidan si el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo o solo del Padre. Está claro que unos señores que aún leen el Credo Atanasiano, y pretenden asignarle algún sentido a sus afirmaciones, no tienen derecho a mirar con desdén a aquellos de sus semejantes que persisten en tomarse las cosas en serio. [...]

Avergonzaos, nos decís, de profesar ignorancia. ¿Qué tiene de vergonzosa la ignorancia sobre cuestiones que aún están sometidas a una discusión interminable e incorregible?¿no es más bien un deber? [...] En los primeros albores de la filosofía, los hombres estaban divididos por versiones anteriores de los mismos problemas que les siguen dividiendo. ¿Qué seré platónico o aristotélico? ¿Debo admitir o negar la existencia de ideas innatas? [...] Si fuera una cuestión de ciencia física, no habría dificultades; yo podría dar crédito sin vacilar a Galileo, a Newton y a sus sucesores, hasta Adams y Leverrier, ya que en lo básico están todos de acuerdo; pero cuando los hombres abordan los antiguos problemas, persisten las antiguas dudas. ¿Daré crédito a Hobbes o a Descartes? ¿Puedo pararme donde se paró Descartes, o debo seguir hasta Spinoza? ¿O me orientaré más bien por Locke, y acabaré en el escepticismo de Hume? ¿O escucharé a Kant? En este último caso, ¿decidiré que tiene razón al destruir la teología, al reconstruirla, o en ambas iniciativas? [...]

Cuando todos los testigos se contradicen entre sí de esta manera, el resultado prima facie es el puro escepticismo. No hay ninguna certeza. ¿Quién soy yo, aunque fuese el más capacitado de los pensadores modernos, para decir sumariamente que todos los grandes hombres que discreparon de mí se equivocan, hasta tal punto de que su discrepancia no debería despertar ni una sola duda en mi pensamiento? [...]
ANATOLE FRANCE (1844-1924)
MILAGRO (1923)


Un retorcido (y fallido, en mi opinión) argumento en contra de los milagros, nada práctico y demasiado conceptual, que seguramente tiene su cabida dentro del género satírico del que nos advierte Hitchens.

Se nos define el milagro: una derogación de las leyes naturales. Si no conocemos esas leyes, ¿cómo sabremos que un suceso las deroga?
-¿Pero no conocemos algunas de esas leyes?
-Sí, hemos aprendido alguna relación entre las cosas. Pero sin aprehender todas las leyes naturales no podemos aprehender ninguna, puesto que están encadenadas.
[...]
Siempre habrá una seta, una estrella o una enfermedad que la ciencia no conozca, y por eso mismo deberá negar siempre, en nombre de la eterna ignorancia, cualquier milagro, y decir de las más grandes maravillas, como la hostia de Bolsena, como de la estrella de los Magos, como del paralítico curado: O eso no es cierto o lo es; si es cierto, existe en la naturaleza, y por consiguiente es natural.
 MARK TWAIN (1835-1910)

"Las aventuras de Tom Sawyer" es habitualmente juzgado como una inocente lectura juvenil, pero su autor tenía una faceta más sesuda y política que de vez en cuando se dejaba ver con mayor claridad.Aunque nunca abandonó la ironía y la crítica social que le caracterizaba, ni siquiera en aquellas aventuras, los dos textos que siguen son una muestra más explícita de su otro lado. En el primer texto nos recuerda que hay más pruebas de la bondad humana que de la divina. En el segundo denuncia que la Iglesia siempre ha estado a la cola del progreso moral, y que cuando finalmente cambia su postura, solo cambia la práctica, no cambia sus fuentes ni sus textos, y de esa manera, la misma Biblia que antes permitía el esclavismo ahora lo prohibe. Una cita atribuida a Mark Twain, aunque sin confirmar, representa muy bien el tono y el fondo de su pensamiento: "La mejor cura contra el cristianismo es leer la Biblia."

 IDEAS SOBRE DIOS. DE FABLES OF MAN (1972)

Se habla mucho sobre lo paciente, tolerante y sufrido que es Él, pero nunca sobre el grado (muy superior) en que lo somos nosotros. [...] Rescatar a un tullido de una casa incendiada sin riesgo personal es un simple deber que ni siquiera se cuestiona; lo haría cualquiera que pudiese. [...] Si los hombres descuidasen a los "pobres de Dios" y los "enfermos e indefensos de Dios", como hace Él, ¿qué les esperaría? La respuesta hay que buscarla en esas tierras oscuras donde el hombre, siguiendo Su ejemplo, les da la espalda con indiferencia: no reciben ningún tipo de ayuda; lloran, suplican y rezan en vano; aguantan, sufren y mueren de la peor manera. Si se analiza el tema con racionalidad, sin prejuicios, el lugar indicado para buscar las pruebas de Su misericordia no es donde el hombre la dispensa y él se lleva los elogios, sino en las regiones donde Él tiene el campo libre.

ENSEÑANZA DE LA BIBLIA Y PRÁCTICA RELIGIOSA.
DE EUROPE AND ELSEWHERE (1923) Y A PEN WARMED UP IN HELL (1973)

La Iglesia católica de todos los tiempos ha tenido esclavos, ha comprado y vendido esclavos y ha autorizado y aniquilado a sus hijos a comerciar con ellos. Mucho después de que algunos pueblos cristianos hubiesen libertado a sus esclavos, todavía la Iglesia mantenía a los suyos. Si había alguien que pudiera saber con toda certeza que esto era lícito y de acuerdo con la voluntad y deseo de Dios, ese alguien era ella con toda seguridad, ya que era representante de Dios especialmente designada en la Tierra y depostitaria única autorizada e infalible de su Biblia. Los textos estaban allí. No era posible malentender su significado. La Iglesia estaba en lo cierto, en este punto hacía lo que la Biblia le indicaba que debía hacer. Tan inexpugnable era su posición que durante siglos y siglos nada tuvo que decir contra la esclavitud humana. Sin embargo, ahora finalmente, en el día de ayer, oímos al Papa decir que el comercio de esclavos es ilegal y vemos que envía a África una expedición para ponerle fin. ¿Por qué? Porque el mundo ha corregido a la Biblia. La Iglesia no la corrige jamás y va siempre en la cola de la procesión...  [...]

Ella tuvo su pleno papel en su reactivación después de un largo periodo de inactivad, y tal reactivación fue un monopolio cristiano, es decir, estaba exclusivamente en manos de países cristianos. Los parlamentos ingleses ayudaron al tráfico de esclavos y lo protegieron. Dos reyes ingleses tenían acciones en compañías de esclavos.[...]

Nuestra conversión llegó finalmente. Empezamos a agitarnos en contra de la esclavitud. Los corazones comenzaron a reblandecerse aquí, acá y acullá. En ningún lugar del país podía dejar de percibirse alguna débil señal tímida de compasión hacia el esclavo. En ningún lugar del país, excepto uno: el pulpito. Finalmente también el pulpito se rindió: lo hace siempre. Mantuvo una lucha fuerte y obstinada e hizo luego lo que siempre hace: se unió a la procesión... en la cola. La esclavitud terminó. El texto de la esclavitud permaneció en pie. Cambió la práctica, eso fue todo.

A lo largo de prolongadas épocas existieron las brujas. La Biblia lo decía. La Biblia ordenaba que no debía permitírseles vivir. Por tanto, la Iglesia, tras cumplir con su deber de modo perezoso e indolente durante ochocientos años, reunió sus dogales, empulgueras y teas y se dispuso en serio para la santa obra. Trabajó enconadamente en ello día y noche durante nueve siglos y encarceló, torturó, ahorcó y quemó hordas y ejércitos enteros de brujas, lavando al mundo cristiano de su inmunda sangre.

Más tarde se descubrió que no existía tal cosa como las brujas ni había existido jamás. No sabe uno si reír o llorar. ¿Quién descubrió que las brujas no existían... el sacerdote, el pastor protestante? No, estos jamás han descubierto nada. En Salem, el pastor protestante se aferró patéticamente a sus textos de exorcismo después que los laicos lo habían abandonado entre lágrimas y remordimientos por los crímenes y crueldades que el texto les había persuadido a llevar a cabo. El pastor quería más sangre, más vergüenza, más brutalidades. Solo el laicado no consagrado detuvo su mano. En Escocia el pastor mató a la bruja después que el magistrado la había declarado inocente; y cuando una legislatura clemente proponía abolir las odiosas leyes contra las brujas del libro de los Estatutos, fue el pastor quien llegó implorando con lágrimas e imprecaciones para que se permitiera que esas leyes siguieran en vigor.


H.P. LOVECRAFT (1890-1937)
CARTA SOBRE LA RELIGIÓN (1918)


El maestro de la novela de terror defiende en su correspondencia que la verdad tiene un valor positivo per se, y se queja de los que defienden la religión desde un punto de vista únicamente pragmático o utilitarista.

La moral antecedió a la religión cristiana, y en muchos casos se ha elevado por encima de las religiones coexistentes. Tiene el respaldo poderoso de unos impulsos humanos muy poco religiosos. Yo, personalmente, soy intensamente moral e intensamente irreligioso. [...] En todo caso, está claro que el debate entre teístas y ateos no se reduce, como das la impresión de creer tú, a una simple cuestión de si la religión es útil o perjudicial. [...] Por bienintencionada que sea una mentira, por muchos beneficios que pueda reportar, siempre nos repugna en alguna medida su difusión. El agnóstico sincero siente respeto hacia la Iglesia por lo que ha hecho en el sentido de la virtud; si es generoso, hasta la apoya, y está claro que no hace nada en perjuicio de la utilidad pública que pueda tener, pero en privado sería algo más que un simple mortal si pudiera reprimir cierto rencor abstracto o refrenar el sentimiento de humor y la llamada irreverencia que surge inevitablemente de la contemplación del engaño piadoso, por noble y benévolo que sea.

CARL VAN DOREN (1885-1950)
"POR QUÉ NO SOY CREYENTE" (1926)


Carl Van Doren fue profesor de literatura inglesa, y se nota. El texto seleccionado es a la vez sencillo y bello, va directo al lector y le acaricia con la sutileza de una brisa poética.


Sin embargo, ningún deseo demuestra nada más aparte de a sí mismo. Aunque lo sientan millones de personas, seguirá siendo un simple deseo. Aunque se presente en todas las razas, seguirá siendo un simple deseo. Aunque lo sientan con la misma fuerza los más sabios y los más insensatos, seguirá siendo un simple deseo. Quien diga saber que la inmortalidad es un hecho, no hace más que desear que lo sea. Y quien sostenga (como tantos hombres) que la vida no tendría sentido sin la inmortalidad, porque es lo único que introduce la justicia en el destino humano, primero deberá demostrar (algo que no ha hecho nadie todavía de modo convincente) que la vida tiene un sentido inequívoco, y que es justa. Yo, al menos, no estoy convencido de lo uno ni de lo otro. [...] Lo único que veo es que el deseo de inmortalidad está muy extendido, [...] En mi caso, no siento ninguna obligación de creer. Tal vez en otros tiempos juzgara prudente callarme, puesto que me doy cuenta de que la especie humana es oveja en la credulidad pero lobo en la conformidad, pero ahora mismo, felizmente, en este respiro de tolerancia, hay tantas variedades de fe que hasta un no creyente puede pronunciarse.

Al hacerlo, debo responder a unas preguntas secundarias que se formulan a menudo a los no creyentes. ¿No me convence, dice una de ellas, darme cuenta de que muchos pensadores han reflexionado sobre los asuntos sobrenaturales y se han pasado a la fe? En absoluto, contesto yo. Respecto a los dioses, la revelación y la inmortalidad, ningún hombre es bastante superior en saber a los demás como para tener derecho a insistir en que le sigan a las regiones donde todos los hombres son ignorantes. A mí no me impresiona ni una pizca mas el que un buen hombre esté convencido de que goza de la confianza de los dioses que el que un niño cualquiera esté convencido de que hay peces en un abrevadero de donde nunca se ha sacado ninguno.¿No me impresiona ver tan serena a una ancianita con su fe en una gozosa inmortalidad? No más de lo que me impresiona ver a una niña llena de confianza en la munificencia universal de un santo navideño. ¿No me conmueve el espectáculo de una gran tradición de culto que se ha extendido por varios continentes, y que reúne puntualmente a todos sus fieles en la observancia de unos ritos llenos de nobleza y dignidad? Sí, pero mi emoción es exactamente la misma que la que me produce en todas partes el espectáculo de los hombres introduciendo las semillas en la tierra en la época indicada, velando por su crecimiento y recogiendo pacientemente la cosecha. [...]

Gran parte de ese mobiliario es muy hermoso, eso nunca se les ocurriría negarlo a los no creyentes más razonables; hay mitos llenos de vida, leyendas tranquilizadoras, esperanzas consoladoras... Pero desde el punto de vista del no creyente, carecen de cualquier autoridad más allá de la de la poesía; es decir, que tienen derecho a cautivar, si pueden, pero no a exigir la conquista.

SIGMUND FREUD (1856-1939)
"EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN" (1927)

El todavía sobrevalorado padre del psicoanálisis, que estaba más dotado para la filosofía que para la ciencia, reflexionó también sobre la religión. Creía que existían unas fuerzas interiores que nos gobernaban y que debían ser controladas por un esfuerzo civilizador. Así, seríamos mejores ciudadanos, o por lo menos estaríamos más sanos. En cuanto a la religión, la consideró un factor más a erradicar que a promocionar. Aunque la religión pudiera haber servido para poner freno a cierto caos, al final resultaba ser más perjudicial que beneficiosa. Como muchos de sus coetáneos consideraba que la ciencia le había comido terreno a las creencias de la gente, y que éstas últimas se atrincheraban rechazando el progreso y la evidencia.

Evidentemente la religión ha hecho grandes servicios a la civilización humana. Ha contribuido en gran medida a la domesticación de los instintos asociales. Pero no lo bastante. Ha gobernado la sociedad humana durante varios miles de años y ha tenido tiempo de demostrar lo que puede conseguir. [...] Es dudoso que los hombres fueran en general más felices cuando las doctrinas religiosas ejercían un dominio sin restricciones; sin duda no eran más morales. [...]

Vamos a considerar la inconfundible situación tal y como es ahora. Hemos oído admitir que la religión ya no tiene la misma influencia en la gente que solía tener. (Hablamos de la civilización cristiana europea.) Y eso no se debe a que sus promesas han disminuido sino a que la gente las encuentra menos creíbles. Admitamos que la razón —aunque quizá no la única razón— de este cambio es el aumento del espíritu científico en los estratos más altos de la sociedad humana. La crítica ha mermado el valor probatorio de los documentos religiosos, las ciencias naturales han mostrado sus errores, y la investigación comparativa ha señalado con asombro el letal parecido entre las ideas religiosas que reverenciamos y los productos mentales de los pueblos y los tiempos primitivos.

ALBERT EINSTEIN (1879-1955)
SELECCIÓN DE TEXTOS SOBRE LA RELIGIÓN

Debido a la indudable genialidad del Albert Einstein tanto creyentes como ateos han querido atraerlo a sus respectivas causas (como si su genialidad convirtiese en infalible su particular opinión sobre dios). Sin embargo, él no estaba interesado en ninguno de esos bandos, y le molestaba que tratasen de usarlo para esas batallas. Y eso a pesar de que tenía su propia opinión sobre el tema, una opinión más cercana a unos que a otros, como veremos enseguida.

Si alguna vez tuvo una religión, fue una religión metafórica que se basaba en la capacidad de fascinarse por la naturaleza. Esto lo convierta claramente en un  panteísta, que está mucho más cerca de la descreencia que de la creencia. Como ya he tratado en alguna reseñamucho de lo que aquí se presenta, me conformaré con reproducir algunas citas, las que considero más interesantes y esclarecedoras, aunque hay muchas más, no necesariamente incluidas en esta selección.

-"Mi postura sobre Dios es la del agnóstico" (1950)

-"son este conocimiento y esta emoción lo que constituyen la verdadera actitud religiosa; en este sentido, y en ningún otro, yo soy un hombre profundamente religioso." (1949)

-"Soy un no creyente profundamente religioso. [...] Es un tipo de religión bastante nuevo." (1954)

-"Me limito a ver con gran tristeza que Dios castiga a muchos de sus hijos por una larga serie de estupideces de las que solo se le puede responsabilizar a Él; en mi opinión, solo podría excusarle que no existiera." (1915)

-"De resultas de ello, se ha acusado a la ciencia de socavar la moral, pero es una acusación injusta. El comportamiento ético de una persona debería basarse a todos los efectos en la compasión, la educación y los lazos y necesidades sociales. No hace falta ninguna base religiosa. Muy mal tendría que estar el hombre para que hubiera que frenarle con el miedo al castigo y la esperanza de una recompensa después de la muerte. Por eso es fácil entender que las iglesias siempre hayan luchado contra la ciencia, y perseguido a sus adeptos." (1930)

-"este conocimiento, esta emoción... ahí está el núcleo del sentimiento religioso auténtico. En este sentido, y en ninguno más, me cuento entre las personas profundamente religiosas.""La idea de un Dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomarme en serio." (1946)

BERTRAND RUSSELL (1872-1970)
"COMPENDIO DE PACOTILLA INTELECTUAL" (1943)

La brillantez e ironía que destila este texto lo hace para mi el más estimulante de todos. Pero es demasiado variopinto, como bien se puede deducir de su título, como para intentar resumirlo aquí. Toda una refinada y atronadora recopilación de tonterías intelectuales, políticas y religiosas que se han defendido en público por eminentes personas y que, solo ahora, podemos juzgar como simples tonterías. Recomiendo su lectura completa, y de paso, me recomiendo a mí mismo la lectura de alguna obra de este gigante del siglo XX, porque todo lo que leo de él me parece estimulante y enriquecedor en sumo grado.

Algunas de esas tonterías siguen vigentes con el mismo vigor, (como el rechazo de la eutanasia) hasta el punto de que se podría pensar que el texto está escrito en 2017, en vez de 1943.

El concepto de «pecado» me parece muy enigmático, sin duda debido a mi naturaleza pecaminosa. Si «pecar» consistiera en causar un sufrimiento innecesario, lo comprendería; mas, por el contrario, a menudo pecar consiste en evitar un sufrimiento innecesario. Hace años, en la Cámara de los Lores inglesa, se presentó un proyecto de ley para legalizar la eutanasia en casos de enfermedad dolorosa e incurable. Sería necesario el consentimiento del paciente, así como varios certificados médicos. Para mí, en mi ingenuidad, es natural que se requiera el consentimiento del paciente, pero el ya difunto arzobispo de Canterbury, experto oficial inglés en el pecado, explicó que ese punto de vista es erróneo. El consentimiento del paciente convierte la eutanasia en suicidio, y este es pecado. Sus Señorías escucharon la voz de la autoridad y rechazaron el proyecto de ley. En consecuencia, para complacer al arzobispo, y a su Dios, si lo que afirma es cierto, las víctimas de cáncer aún tendrán que padecer durante meses una agonía totalmente inútil, a menos que sus médicos y enfermeras sean lo bastante humanos para arriesgarse a que les acusen de asesinato. Me resulta difícil aceptar la idea de un Dios que se complace contemplando tales torturas, y si existiera un Dios capaz de una crueldad tan injustificable, desde luego yo no lo consideraría digno de culto. Pero eso solo demuestra lo sumido que estoy en la depravación moral.

Bertrand Russell también nos habla de otras muchas cosas en este compendio, no solamente de religión. Toca muchos aspectos del ser humano como el sexo, la insensibilidad con el sufrimiento animal, Gandhi y sus purismos absurdos, la relación entre los mitos y las emociones, la capacidad de los gobiernos para convertir tonterías en credos estatales, "la afirmación dogmática de que siempre habrá guerras", la glorificación de lo natural frente a la innovación, las generalidades que se dicen sobre las mujeres (tanto positivas como negativas) y una larga lista de supersticiones y opiniones que han seguido las masas a lo largo de los siglos.

En cuanto a la religión me parece destacable el párrafo que habla sobre religión selectiva, que todavía está vigente en nuestros días:

En la práctica, la gente elige el libro considerado sagrado por la comunidad en la que nace, y de ese libro elige las partes que le gustan y hace caso omiso de las restantes. En cierta época el texto más influyente de la Biblia fue: «No debes conservar viva a una hechicera». Hoy la gente pasa la página de este texto en silencio, si es posible, y si no con una disculpa. Así pues, aun cuando dispongamos de un libro sagrado, seguimos eligiendo como verdad aquello que conviene a nuestros propios prejuicios. Por ejemplo, ningún católico toma en serio el texto según el cual un obispo debe ser el marido de una sola esposa.

Por último, destacaré su crítica del racismo, subrayando que ya en 1943 se atrevió a hablar de "exterminio judío":

En la cuestión racial, hay diferentes creencias en sociedades distintas. Allí donde la monarquía está bien establecida, los reyes son de una raza superior a la de sus súbditos. Hasta hace muy poco, existía la creencia universal de que los hombres son congénitamente más inteligentes que las mujeres. Incluso un hombre tan ilustrado como Spinoza, se basa en esa creencia para negar el voto a las mujeres. En las sociedades occidentales se sostiene que el hombre blanco es por naturaleza superior al de otros colores, y especialmente a los negros; en Japón, por el contrario, consideran que el amarillo es el mejor color. En Haití, las estatuas de Cristo son negras y las de Satán blancas. Aristóteles y Platón consideraban a los griegos tan innatamente superiores a los bárbaros, que la esclavitud estaba justificada mientras el amo fuese griego y el esclavo bárbaro. Los nazis y los legisladores norteamericanos que promulgaron las leyes de inmigración consideran a los nórdicos superiores a los eslavos, los latinos o cualesquiera otros blancos. [...]

Todo esto, naturalmente, es pura tontería, como sabe todo aquel que ha estudiado el tema. [...] Toda la concepción de razas superiores no es más que un mito generado por el presuntuoso amor propio de quienes detentan el poder. [...]

La aplicación de las teorías raciales a las diversas poblaciones de Europa, donde no existe una sola raza pura, es especialmente absurda. Los rusos tienen una mezcla de sangre tártara, los alemanes son en gran parte eslavos, Francia es una mezcla de celtas, alemanes y gentes de raza mediterránea, lo mismo que Italia, con la adición, en este país, de eslavos importados por los romanos. Los ingleses son, quizá, los más mezclados de todos. No existe prueba alguna de que pertenecer a una raza pura suponga alguna ventaja. Las razas más puras que existen actualmente son los pigmeos, los hotentotes y los aborígenes australianos. Los tasmanios, que probablemente fueron aún más puros, se han extinguido. No fue la suya una cultura brillante. Por otro lado, los antiguos griegos surgieron de una amalgama de bárbaros norteños y población indígena. Los atenienses y los jónicos, que eran los más civilizados, eran también los más mezclados. Parece ser que los supuestos méritos de la pureza racial son totalmente imaginarios.

MARTIN GARDNER (1914-2010)
EL JUDÍO ERRANTE Y LA SEGUNDA VENIDA (1995)

Según el Evangelio de Mateo, Jesús aseguró que cuando volviese en su Segunda Venida, todavía quedaría alguien vivo de entre los presentes ("entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su reino"). Esto ha sido tomado como un aviso de que Jesucristo volvería en breve, no tardaría más de una generación. Pero las generaciones iban muriendo y para no dejar a Jesús por mentiroso, se tuvieron que ir reinterpretando sus palabras hasta retorcerlas y dar a luz el mito del judío errante.

La crítica a la religión en este texto está implícita en la narración de cómo se desarrolló esta leyenda, porque es tan absurda y disparatada, que nos da una idea de en qué se las gastaban los teólogos para cuadrar el círculo.

Durante la Edad Media surgieron varias leyendas fantásticas para proteger la exactitud de las profecías de Cristo. Algunas se basaban en Juan 21. Cuando Jesús le dijo a Pedro «Sígueme», Pedro vio que les seguía Juan, y preguntó: «Señor, y este, ¿qué?». He aquí la enigmática respuesta de Jesús: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?».

Leemos que a consecuencia de ello corrió la voz de que Juan no moriría. Sin embargo, el autor del cuarto evangelio añade: «Pero Jesús no había dicho a Pedro: " No morirá", sino: "Si quiero que se quede hasta que yo venga"». Los teólogos medievales especulaban con que tal vez Juan no hubiera muerto; o bien se paseaba todavía por la Tierra, o había ascendido físicamente al cielo. Otra leyenda, más extendida, fue la de que a Juan le habían enterrado en estado de muerte aparente, con el pulso muy débil, y que permanecería en una tumba desconocida hasta que volviera Jesús.

Todas estas especulaciones sobre Juan palidecieron con la lenta aparición de una leyenda nueva y más potente. Quizá Jesús no se estuviera refiriendo a Juan al decir que quería que se quedase, sino a otra persona, lo cual también explicaría las palabras citadas en el epígrafe; alguien no mencionado en los Evangelios, vivo en tiempos de Jesús, cuya maldición fuera seguir con vida siglos y siglos hasta el día del juicio, errando por el mundo y anhelando la muerte.

 ¿Quién era aquel Judío Errante? Según algunos Maleo, cuya oreja cortó Pedro; según otros, el ladrón no arrepentido a quien crucificaron al lado de Jesús. A menos que se tratara de Pilatos, o de uno de sus servidores. La versión que acabó siendo dominante presentaba al Judío Errante como un tendero (de nombre variable) que vio pasar frente a su tienda a Jesucristo, tropezando por el peso de la cruz; y que al ver que caminaba tan despacio, y con tanto dolor, le dio un golpe en la espalda para que fuera más deprisa. «Yo me voy —contestó Jesús—, pero tú te quedarás hasta que vuelva.»
CARL SAGAN (1934-1996)
"EL MUNDO Y SUS DEMONIOS, CAPÍTULO 2: CIENCIA Y ESPERANZA" (1995)



Carl Sagan es, sin duda, el responsable máximo de que me interesara por el mundo de la ciencia desde muy joven. La serie documental Cosmos, y el estilo del maestro Sagan, entrañable, didáctico y erudito al mismo tiempo, ejerció sobre mí un perenne respeto y admiración por el universo y el método científico. En 2008, leí lo que se puede considerar la biblia del escéptico, "El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad". Pero como por aquella época no me dedicaba a reseñar los libros, esta obra maestra ha quedado fuera de mi blog "con todo el dolor de mi alma", si se me permite la expresión (y sino, también).

En "Dios no existe", Hitchens rescata el capítulo 7 de "El mundo y sus demonios", que se titula "El mundo poseído por demonios". Tal y como comenta Hitchens, Carl Sagan tenía la misma capacidad que Bertrand Russell en relacionar los mitos del pasado con los actuales, y comparando una ridiculez del pasado con una solemnidad actual, normalmente es la segunda la que sale mal parada. Efectivamente, en dicho capítulo se nos cuenta cómo se persiguió a las brujas gracias a la Biblia, y cómo desde los antiguos griegos hasta las modernas abducciones de extraterrestres, las mismas representaciones de dioses que seducen a humanos o alienigenas que violan a mujeres son comunes en la simbología de este tipo de supersticiones.

Para mí hay otros capítulos de "El mundo y sus demonios" que me parecen más interesantes, así que me tomaré la libertad de incluir un breve párrafo de otro capítulo. El segundo capítulo se titula "Ciencia y esperanza", y a pesar de que el autor de "Dios no existe" no lo incluyó en su selección, la penetrante belleza del mismo, que cuadra a la perfección con el legado de Carl Sagan, justifican la inclusión en esta reseña.



Pero cuando atravesamos la barrera, cuando los descubrimientos y métodos de la ciencia llegan hasta nosotros, cuando entendemos y ponemos en uso este conocimiento, muchos de nosotros sentimos una satisfacción profunda. A todo el mundo le ocurre eso, pero especialmente a los niños, que nacen con afán de conocimiento, conscientes de que deben vivir en un futuro moldeado por la ciencia, pero a menudo convencidos en su adolescencia de que la ciencia no es para ellos. Sé por experiencia, tanto por habérmela explicado a mí como por mis intentos de explicarla a otros, lo gratificante que es cuando conseguimos entenderla, cuando los términos oscuros adquieren significado de golpe, cuando captamos de qué va todo, cuando se nos revelan profundas maravillas.

En su encuentro con la naturaleza, la ciencia provoca invariablemente reverencia y admiración. El mero hecho de entender algo es una celebración de la unión, la mezcla, aunque sea a escala muy modesta, con la magnificencia del cosmos. Y la construcción acumulativa de conocimiento en todo el mundo a lo largo del tiempo convierte a la ciencia en algo que no está muy lejos de un meta-pensamiento transnacional, transgeneracional.

«Espíritu» viene de la palabra latina «respirar». Lo que respiramos es aire, que es realmente materia, por sutil que sea. A pesar del uso en sentido contrario, la palabra «espiritual» no implica necesariamente que hablemos de algo distinto de la materia (incluyendo la materia de la que está hecho el cerebro), o de algo ajeno al reino de la ciencia. En ocasiones usaré la palabra con toda libertad. La ciencia no sólo es compatible con la espiritualidad sino que es una fuente de espiritualidad profunda. Cuando reconocemos nuestro lugar en una inmensidad de años luz y en el paso de las eras, cuando captamos la complicación, belleza y sutileza de la vida, la elevación de este sentimiento, la sensación combinada de regocijo y humildad, es sin duda espiritual. Así son nuestras emociones en presencia del gran arte, la música o la literatura, o ante los actos de altruismo y valentía ejemplar como los de Mohadma Gandhi o Martín Luther King, Jr. La idea de que la ciencia y la espiritualidad se excluyen mutuamente de algún modo presta un flaco servicio a ambas.

"LA HIPÓTESIS DE DIOS" (1985)
También se incluye el texto de la "La hipótesis de Dios", una conferencia que dió en la Universidad de Glasgow en la que se mueve como pez en el agua ante los clásicos argumentos (cosmológico, teoría del diseño, el segundo principio de la termodinámica, la teoría del diseño, el argumento kantiana moral de la existencia de Dios, la teoría ontológica, el argumento de la conciencia, la teoría de la experiencia). Incluyo aquí el final de dicha conferencia:

Uno es el famoso problema del mal. Básicamente es como sigue: aceptemos por un instante que el mal existe en el mundo y que a veces hay acciones injustas que no son castigadas. Aceptemos también que hay un Dios que es benevolente con los seres humanos, omnisciente y omnipotente. Este Dios ama la justicia, observa todas las acciones humanas y es capaz de intervenir en los asuntos de los hombres. Bien, ya los filósofos presocráticos entendieron que estas cuatro proposiciones no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Al menos una tiene que ser falsa. Las enumeraré otra vez: que existe el mal, que Dios es benevolente, que Dios es omnisciente, que Dios es omnipotente. Analicémoslas una a una.

En primer lugar, podrían decirme: «Bueno, el mal no existe en el mundo. No somos capaces de ver toda la imagen: vemos solo un pequeño pozo de mal en un gran mar de bien que lo hace posible». O, como solían decir los teólogos medievales: «Dios usa al diablo para sus propios propósitos». Se trata claramente del argumento de los tres monos sabios, aquello de «negarse a escuchar...», y ha sido descrito por un importante teólogo contemporáneo como un insulto gratuito a la humanidad, un síntoma de insensibilidad e indiferencia hacia el sufrimiento humano. Es el convencimiento de que todas las miserias y agonías que experimentan los seres humanos son ilusorias. Bastante fuerte.

Es evidente que esto es confiar en que, si se les llama de otra manera, los hechos inquietantes desaparecerán. Sostienen que es necesario un poco de dolor para un bien mayor. Pero ¿por qué, exactamente? Si Dios es omnipotente, ¿por qué no puede disponer que no haya dolor? A mí me parece un extremo muy revelador.

Las otras alternativas son que Dios no es benevolente ni compasivo. Epicuro sostenía que Dios estaba bien, pero que los humanos eran la última de sus preocupaciones. Hay una serie de religiones orientales que tienen más o menos el mismo talante. O bien Dios no es omnisciente, no lo sabe todo, tiene cosas que hacer en otra parte y por eso no sabe que los humanos tenemos problemas. Una posibilidad es que hay 1011 mundos en todas las galaxias y varias veces 1011 galaxias, y que Dios está ocupado.

Otra es que Dios no sea omnipotente. No puede hacerlo todo. Es posible que empezara la Tierra o creara la vida y que luego intervenga ocasionalmente en la historia humana, pero no puede preocuparse día y noche de arreglar las cosas aquí en la Tierra. [...]

Así pues, llego a la conclusión de que los supuestos argumentos de la teología natural sobre la existencia de Dios, como estos que hemos mencionado, no son muy convincentes. Van a remolque de las emociones, esperando alcanzarlas. Y, sin embargo, es perfectamente posible imaginar que Dios, no un dios omnipotente o un dios omnisciente, sino un dios razonablemente competente, podía haber dejado pruebas absolutamente claras sobre su existencia. Intentaré dar unos cuantos ejemplos.

Imaginemos que en todas las culturas hay una serie de libros sagrados que contienen unas cuantas frases enigmáticas que Dios o los dioses dicen a nuestros antepasados y que estos deben transmitir al futuro sin cambios, que es muy importante hacerlo con exactitud. Bien, hasta aquí no hay gran diferencia con las circunstancias reales de los supuestos libros sagrados. Pero supongamos que las frases en cuestión fueran frases que actualmente pudiéramos comprender, pero no en aquel momento. Ejemplo sencillo: el Sol es una estrella. Nadie lo sabía en, digamos, el siglo vi a.C, cuando los judíos estaban en el exilio en Babilonia y conocieron la cosmología babilónica a partir de los principales astrónomos de la época. La ciencia babilónica antigua es la cosmología que todavía se conserva en el libro del Génesis. Supongamos en cambio que la historia fuera: «No lo olvidéis, el Sol es una estrella», o «No lo olvidéis, Marte es un lugar oxidado con volcanes. Marte, ¿conocéis esta estrella roja? Es un mundo. Tiene volcanes, está oxidado, hay nubes, había ríos.Ya no los hay. Lo entenderéis más adelante. Confiad en mi. De momento, no lo olvidéis».

O: «Un cuerpo en movimiento tiende a permanecer en movimiento. No penséis que los cuerpos tienen que ser empujados para seguir moviéndose. Es justo lo contrario, en realidad. Más adelante entenderéis que, si no hay fricción, un objeto móvil seguirá moviéndose». Podemos imaginarnos a los patriarcas rascándose perplejos la cabeza, pero al fin y al cabo era Dios quien les hablaba. Así pues, lo copiarían obedientemente y ese sería uno de los muchos misterios de los libros sagrados que después pasarían al futuro hasta que reconociésemos la verdad, hasta que viésemos que nadie en aquel tiempo podía haber sabido aquello y, por tanto, deducir la existencia de Dios.

Pueden imaginarse muchos casos así. ¿Qué les parece: «No viajarás a mayor velocidad que la luz»? Muy bien, se puede argüir que no había riesgo inminente de que nadie rompiera este mandamiento. Habría sido una curiosidad: «No entendemos de qué va este, pero los demás los acataremos». O: «No hay marcos de referencia privilegiados». ¿O qué tal algunas ecuaciones? Las leyes de Maxwell en los jeroglíficos egipcios, o en caracteres chinos antiguos, o en hebreo antiguo. Y que todos los términos fueran definidos: «Esto es el campo eléctrico, esto es el campo magnético. No sabemos qué son, pero los copiaremos y, más adelante, seguro, llegarán a ser las leyes de Maxwell o la ecuación de Schrödinger». Cualquier cosa de este tipo habría sido posible si Dios hubiera existido y si hubiera querido que tuviésemos pruebas de su existencia. O en biología. ¿Qué les parece: «Dos cadenas entrelazadas contienen el secreto de la vida»? Podrían decirme que los griegos ya lo sabían a causa del caduceo. En el ejército americano todos los médicos llevaban el caduceo en la solapa, y también lo utilizan las distintas mutuas de seguros médicos. Está relacionado, si no con la existencia de la vida, al menos con su conservación, pero hay muy poca gente que lo utilice para decir que la religión correcta es la de los griegos antiguos porque tenían un símbolo que sobrevive al examen crítico posterior.

En este asunto de las pruebas de la existencia de Dios, si este hubiera deseado darnos alguna, no tenía por qué limitarse a ese método, en cierto modo cuestionable, de hacer declaraciones enigmáticas a sabios antiguos y confiar en que sobrevivieran. Dios podía haber grabado los Diez Mandamientos en la Luna. Muy grandes. Diez kilómetros de extensión para cada mandamiento. Y nadie lo podría ver desde la Tierra, pero, de pronto, un día se inventarían los grandes telescopios o las naves espaciales se acercarían a la Luna y allí los encontrarían, grabados en la superficie lunar. La gente diría: «¿Cómo ha podido llegar eso aquí?». Y entonces habría varias hipótesis, la mayor parte de las cuales serían francamente interesantes.

¿O por qué no un crucifijo de cien kilómetros de envergadura en la órbita de la Tierra? Sin duda Dios podría hacerlo, ¿no es así? Tras haber creado el universo, una cosa tan sencilla como poner un crucifijo en la órbita de la Tierra habría sido perfectamente posible. ¿Por qué Dios no hizo cosas de este tipo? O, dicho de otro modo, ¿por qué Dios tenía que ser tan claro en la Biblia y tan oscuro en el mundo?

Creo que se trata de un asunto serio. Si pensamos, como sostienen la mayoría de los grandes teólogos, que la verdad religiosa solo se produce cuando se da una convergencia entre nuestro conocimiento del mundo natural y la revelación, ¿por qué esta convergencia es tan débil cuando habría podido ser fácilmente más sólida? Así pues, para concluir, me gustaría citar las primeras líneas del Ensayo sobre los dioses, de Protágoras, del siglo v a.C:


"Sobre los dioses, no tengo medio de saber si existen o no existen ni qué aspecto tienen. Muchas cosas me impiden saberlo. Entre otras, el hecho de que nunca nadie los haya visto."
DANIEL C. DENNETT (1942- )
"THANK GOODNESS!" (2006)



Daniel Dennett es uno de los cuatro jinetes del Nuevo Ateísmo, y en este texto reflexiona sobre cómo debería reaccionar un ateo que se encuentra enfermo cuando sus amigos creyentes le dicen que rezan por él. La respuesta trata de conciliar cierta coherencia con la amabilidad y el cariño que sentimos por nuestros seres queridos, al mismo tiempo que rechazamos promocionar lo que es inútil.

Cuando Dennett confía en los médicos que le atienden para salvarle la vida, establece una diferencia entre creer en Dios o creer en la medicina. La ciencia no es una religión porque se ve sometida constantemente a revisiones que la hacen cambiar. El control y los límites que se pone la ciencia, y en particular la ciencia médica, no lo establece ninguna religión para sus miembros. Mientras que para la religión, basta con tener buenas intenciones, para la medicina eso es irrelevante. Cualquier tratamiento que demuestre ser objetivamente mejor, debe generar una rectificación mundial, sin tener en cuenta la lealtad a la autoridad, la costumbre o las intenciones originales. Por ello, piensa, se le debería exigir a los creyentes los mismos criterios de eficacia que le pedimos a los médicos.

Por ello, cuando sus amigos creyentes rezan por él, su contestación es que los perdona. Esta respuesta que parece una bofetada de mala educación, es en realidad una invitación a abandonar la inutilidad, o mejor dicho, una invitación a no glorificar lo inútil.

De acuerdo, pero ¿qué les digo a mis amigos religiosos (que los tengo, y bastantes) que han tenido el valor y la sinceridad de decirme que rezaron por mí? Les he perdonado con mucho gusto, porque hay pocas cosas tan frustrantes como no poder ayudar a un ser querido de ninguna manera más directa. Confieso que me sabe mal no haber podido rezar (sinceramente) por mis amigos y mis familiares en momentos de necesidad, y por eso valoro el impulso, aunque reconozca claramente su inutilidad. Los comentarios de mis amigos religiosos no vacilo en traducirlos a alguna versión de lo que me han estado diciendo mis colegas de ateísmo: «Pensaba en ti, y esperaba de todo corazón [otra concesión ineficaz pero irresistible] que no te pasara nada». El hecho de que estos amigos tan queridos hayan pensado en mí de esta manera, y hayan hecho el esfuerzo de comunicármelo, ya es tonificante de por sí, sin necesidad de suplementos sobrenaturales. En mi caso, estos mensajes de mi familia y mis amigos de todo el mundo me han llegado literalmente al corazón, y agradezco el subidón de moral (¡hasta extremos de verdadero frenesí, me temo!) que han producido en mí. Pero no hablo en broma cuando digo que tengo que perdonar a los amigos que han dicho que rezaron por mí. He resistido a la tentación de contestar: «Gracias, pero ¿también sacrificaste una cabra?». Me sienta igual que si uno de ellos me dijera: «Acabo de pagarle a un médico vudú para que hiciera un conjuro sobre tu salud». ¡Qué manera más crédula de malgastar un dinero que se podría haber gastado en proyectos más importantes! No esperes que sienta gratitud, o tan siquiera indiferencia. Agradezco el cariño y la generosidad que te impulsaban, pero me gustaría que hubieras encontrado una manera más razonable de expresarlos.

¿Pero esto no es de una severidad horrible? ¡Seguro que no le perjudica a nadie que recen por mí los que pueden rezar sinceramente! Pues no, no estoy tan seguro. Para empezar, si de verdad quisieran hacer algo útil, podrían aprovechar el tiempo y la energía que dedican a rezar para algún proyecto urgente en el que sí que puedan influir. Por otra parte, ya tenemos bases bastante firmes (por ejemplo, el estudio Benson de Harvard, que se ha hecho público hace poco) para creer que la oración intercesora no funciona, y punto. Cualquier persona que se desentiende de estas investigaciones mina sutilmente el respeto a la propia bondad que estoy agradeciendo. Si insistes en mantener vivo el mito de la eficacia de la oración, nos debes una justificación ante los hechos.

[...]

Aun así, perdono a los que rezan por mí. Los veo como científicos tenaces que se resisten a las pruebas en favor de teorías que no les gustan, mucho después de que la reacción adecuada hubiera sido un elegante reconocimiento. Aplaudo la fidelidad a vuestra propia postura, pero os recuerdo una cosa: no basta con la fidelidad a la tradición. Siempre tenéis que preguntaros: ¿Y si me equivoco? Creo que a la larga se les puede pedir a las personas religiosas que cumplan los mismos criterios morales que las personas laicas de la ciencia y de la medicina.

RICHARD DAWKINS (1941- )
"ATEOS POR JESÚS" (2006)


El ateo más militante esRichard Dawkins. En la madurez de su carrera científica se ha dedicado a propagar una visión atea del mundo que nos advierte de los peligros de la pasividad frente a la religión. Y no solo contra el fanatismo religioso (¿quién no estaría en contra del mismo, salvo los fanáticos?), sino contra el sustrato intelectual sobre el que flota la religión: la autoridad ritual, la fe, el desprecio a las pruebas y la racionalidad, la tendencia a ignorar las contradicciones y sobre todo la sobreprotección de la que se beneficia, usando el respeto como un escudo de creencias infantiles que a los demás nos sonrojaría utilizar..

Seguramente la mayor aportación de Dawkins al ateísmo sea el hecho de arrastrar al terreno científico una cuestión tradicionalmente enclaustrada dentro de los confusos muros de la teología. Dawkins ha conseguido hacer accesible e interesantes, las reflexiones existenciales que antes se escondían en densos manuales de teología. Ha cambiado la aproximación al tema para el gran público, y ahora en vez de investigar a Santo Tomás de Aquino y perderse en complejidades laberínticas de teología, se hace prioritario investigar a Charles Darwin y pensar con mentalidad científica en si tal o cual argumento es más plausible que otro. 

En este sentido, su obra cumbre fue y sigue siendo "El Espejismo de Dios", un libro redondo que constituye sin duda alguna el mejor inicio para tomarse el ateísmo (y la religión) en serio. Hitchens, amigo de Dawkins hasta sus últimos días, incluyó aquí el capítulo cuarto de "El Espejismo de Dios" pero como éste ya fue reseñado en toda su extensión en mi blog, pasaré a comentar otro texto de Dawkins que sí está dentro de la compilación de "Dios no existe".

Se trata del artículo "Ateos por Jesús", una muestra más de la contundencia y elegancia que el biólogo británico es capaz de hilar aún fuera de su disciplina científica. En este artículo, Dawkins sugiere que debemos expandir la bondad humana (aparentemente antinatural desde el punto de vista de la selección natural) imitando o usando las mismas tácticas de marketing que usan las modas estúpidas que invaden la cultura adolescente. La religión es otra muestra de cómo una idea estúpida, cuando está bien diseminada puede contaminar a generaciones sin necesidad de justificación o prueba alguna. Por ello él propone el lema de "Ateos por Jesús", que lleve implícito un reconocimiento de la bondad del mensaje cristiano. Quizás no se trate tanto de usar los métodos de la religión, como de usar la bondad de la religión para promocionar el ateísmo (desprendiéndose así de todo lo peligroso y sobrenatural que la religión lleva implícito).

Sea como sea, lo más destacable a mi juicio de este original artículo es que la bondad es un valor por el que merece la pena luchar, venga de donde venga, tanto si es un pecado evolutivo como si es un mandato divino, debemos ser lo suficientemente avanzados para desprenderla de toda parafernalia superflua y defenderla como tal.

La propia teoría de la selección natural parece hecha aposta para fomentar el egoísmo a expensas del bien público, la violencia, la más cruel indiferencia al sufrimiento, y la codicia a corto plazo a expensas de la previsión. Si las teorías científicas pudieran votar, seguro que la de la evolución votaría a los republicanos. Mi paradoja procede del hecho antidarwiniano, que puede observar cualquiera en su círculo de conocidos, de que haya tantas personas amables, generosas, serviciales, compasivas y simpáticas; el tipo de gente de quien se dice «Es un santo» o «Es un samaritano de los de verdad».

[...]

Los darwinianos tienen explicaciones para la bondad humana: generalizaciones de los modelos más que probados de la selección parental y el altruismo recíproco, pilares de la teoría del «gen altruista», que se propone explicar cómo el altruismo y la colaboración entre animales a nivel individual puede nacer del egoísmo a nivel genético; pero el tipo de superbondad a la que me refiero en los humanos va demasiado lejos. Es un desvío, y hasta una perversión del planteamiento darwiniano de la bondad. Claro que, si eso es una perversión, en este caso vale la pena fomentar y extender las perversiones.

[...]

Dejémonos del todo de rodeos: desde el punto de vista de la elección racional, o desde el punto de vista darwiniano, la superbondad humana es una soberana tontería. Claro que, si eso es una tontería, en este caso habría que fomentarla, que es el objetivo de mi artículo. ¿Cómo podríamos hacerlo? Partiendo de la minoría de seres humanos superbuenos que conocemos todos, ¿cómo podríamos incrementar su número, quizá incluso hasta que sean mayoritarios dentro de la población? ¿Sería posible hacer que se propague la superbondad como una epidemia? ¿Se le podría dar un envoltorio que le permitiera transmitirse de generación a generación, en tradiciones cada vez más grandes de propagación longitudinal?

Vamos a ver. ¿Nos consta algún ejemplo comparable de ideas estúpidas que se propagasen como una epidemia? ¡Pues claro que sí, por Dios! La religión. Las creencias religiosas son irracionales. Las creencias religiosas son lo más tonto de lo tonto, supertontas. A causa de la religión, personas por lo demás sensatas cultivan el celibato en monasterios, o se estampan contra rascacielos neoyorquinos. La religión motiva a la gente a darse latigazos en su propia espalda, a prenderse fuego o prendérselo a sus hijas, a denunciar a sus abuelas por brujas, o en casos menos extremos, simplemente a soportar cada semana, de pie o sentados, ceremonias de un aburrimiento embrutecedor. Si es posible que la gente se contagie de una estupidez tan autodestructiva, contagiarle la bondad debería ser un juego de niños.

[...]

Esta semana, en Edimburgo, he conversado públicamente con Richard Holloway, antiguo obispo de aquella hermosa ciudad. [...] Recurriendo a un mito poético de los ámbitos matemático y cosmológico, definió la humanidad como una «singularidad» dentro de la evolución. Quería decir exactamente lo que he dicho yo en este ensayo, aunque él lo expresase de otra manera. La aparición de la superbondad humana es algo sin precedentes en los cuatro mil millones de años de historia de la evolución. Parece probable que después de la singularidad del Homo sapiens la evolución no vuelva a ser la misma. [...] la singularidad es fruto de la propia y ciega evolución, no algo creado por una inteligencia al margen de ella. Resultó de la evolución natural del cerebro humano, que a merced de las fuerzas ciegas de la selección natural creció hasta el punto, totalmente imprevisto, de extralimitarse y empezar a adoptar comportamientos descabellados desde el punto de vista del gen egoísta. [...]

Yo no soy ingeniero memético, y sé muy poco de cómo incrementar el número de superbuenos y propagar sus memes en el acervo memético. Lo máximo que puedo proponer es una consigna que espero que sea pegadiza. «Ateos por Jesús» quedaría bien en una camiseta. No hay ninguna razón de mucho peso para elegir como icono a Jesús con preferencia sobre otros modelos entre las filas de los superbuenos, como Mahatma Gandhi (pero no la madre Teresa, con su odiosa superioridad moral; ¡cielos, no!). Yo creo que a Jesús le debemos el honor de separar su ética, realmente original y radical, de las absurdidades sobrenaturales que abrazó inevitablemente como hombre de su época. Por otro lado, el impacto oximorónico de «Ateos por Jesús» podría ser justo lo que se necesita para darle un primer impulso a la meme de la superbondad en una sociedad poscristiana.
ELIZABETH ANDERSON (1959- )
"SI DIOS HA MUERTO, ¿TODO ESTÁ PERMITIDO? (2007)




En este ensayo, la autora se coge el argumento moralista (ese que dice Dios debe existir necesariamente porque tenemos moral, y ésta solo puede provenir de Dios) y lo desmonta sin despeinarse. El método es sencillo: se analiza la Biblia y se extraen una gran cantidad de mandatos, tanto morales como inmorales, y ante esta contradicción se hace necesario extraer nuestra moral de factores ajenos y previos a la divinidad. Porque son los dioses los que inventamos después de ya fuéramos morales, y como creaciones nuestras reflejan nuestra bondad y nuestra maldad. La solución de la autora para los que no están dispuestos a renunciar a su fe consiste en una suerte de religión a la carta (una versión liberal de la religión no muy coherente). Sin embargo lo más honesto sería reconocer que no hay pruebas de la existencia de Dios (no al menos derivadas del argumento moralista) y que, por tanto, la moral es una construcción humana que irá avanzado según vayamos avanzando nosotros como sociedad.

Personalmente no puedo compartir el argumento moralista, ni cuando actúa a favor del teísmo ni cuando actúa en su contra. No creo que lo moral o lo inmoral redunde en la capacidad humana para probar o refutar la existencia ninguna deidad,... en todo caso, se podría deducir algo sobre la moralidad o inmoralidad de Dios, pero no sobre su existencia. La posibilidad de un Dios profundamente inmoral o ajeno al sufrimiento humano simplemente no suele entrar dentro de la ecuación. Y si simplemente damos por cierto lo contrario simplificaremos la hipótesis y falsearemos la conclusión.

En otras palabras, el problema del mal en el mundo, lo que se conoce como teodicea, solo es un problema si aceptamos que el único dios que puede existir es un dios bondadoso.

¿Por qué habría que considerar que la religión es necesaria para la moralidad? Tal vez por la idea de que la gente desconocería la diferencia entre el bien y el mal si no se la revelase Dios, pero eso es imposible. Cualquier sociedad, basada o no en el teísmo, ha reconocido los principios básicos de la moral expuestos en los Diez Mandamientos, a excepción de la observancia religiosa. Cualquier sociedad estable castiga el asesinato, el robo y el falso testimonio, enseña a los niños a honrar a sus padres y condena la envidia de las posesiones del prójimo, al menos si esa envidia lleva a tratarle mal. Todas estas reglas se le ocurrieron a la gente mucho antes de cualquier contacto con las grandes religiones monoteístas, lo cual parece indicar que el conocimiento moral no surge de la revelación, sino de las experiencias de los seres humanos al vivir juntos, que les han enseñado que deben ajustar su conducta en función de los derechos de los demás.

[...]

Por lo tanto, la Biblia contiene tanto buenas como malas enseñanzas. Este hecho afecta a la solidez de las Escrituras como fuente de pruebas de aseveraciones morales, y como fuente de pruebas del teísmo. Veamos en primer lugar el uso de las Escrituras como fuente de pruebas de aseveraciones morales. Ya hemos visto que la Biblia es moralmente incoherente. Si intentamos sacar lecciones morales de una fuente contradictoria, tendremos que elegir cuáles aceptamos. Para eso debemos usar nuestro juicio moral propio e independiente, basado en alguna fuente distinta a la revelación o la supuesta autoridad de Dios, para decidir qué pasajes de la Biblia aceptamos. De hecho, una vez reconocidas las incoherencias morales de la Biblia, queda claro que el núcleo duro fundamentalista que actualmente predica el odio a los gays y la subordinación de las mujeres, y que en otras épocas y lugares, siempre con el respaldo de la Biblia, se remitió a la autoridad de Dios para defender la esclavitud, el apartheid y la limpieza étnica, siempre ha elegido lo que más le convenía. Lo que diferencia a estos creyentes es justamente su atracción por los pasajes crueles y despóticos de la Biblia. Lejos de constituir una guía realmente independiente para la conducta moral, la Biblia se parece más a un test de Rorschach: los pasajes en los que decide hacer hincapié una persona reflejan su carácter y sus intereses morales, en la misma medida en la que los conforman.

[...]

Lo que estoy defendiendo es que la moral, entendida como un sistema de reclamaciones mutuas en el que todo el mundo es responsable ante los demás, no necesita apoyar su autoridad en ninguna autoridad superior y externa. Se apoya en la autoridad que poseemos todos de exigirnos cosas mutuamente. Lejos de reforzar la autoridad de la moral, las apelaciones a la autoridad divina pueden minarla, ya que las teorías de la moral basadas en la potestad divina pueden hacer que los creyentes se sientan con derecho a no recurrir a nada más que a su idea de Dios para determinar cuáles de sus actos están justificados. En un sistema así es muy fácil ignorar las quejas de las personas ofendidas por nuestros actos, ya que no las reconocemos como autoridades morales con derecho propio; sin embargo, ignorar las quejas ajenas significa privarse de la principal fuente de información necesaria para mejorar la propia conducta. Apelar a Dios, no a las personas afectadas por nuestras acciones, equivale a una tentativa de saltarnos la responsabilidad ante nuestros congéneres.

[...]

Lejos de poner en peligro al ateísmo, el argumento moralista es una cuña crítica que debería abrir a los teístas moralmente sensibles a las pruebas contra la existencia de Dios.
STEVEN WEINBERG (1933- )
  ¿QUÉ PASA CON DIOS? de "EL SUEÑO DE UNA TEORÍA FINAL" (1994)




Otro ejemplo de científico que también ha destacado por su activismo ateo. Su cita más famosa al respecto dice así:

"La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión."

En el texto al que Hitchens nos remite aquí se hace referencia a dos afirmaciones tan manidas como incorrectas. La primera es que la ciencia es tan culpable como la religión en las matanzas de la humanidad. Esta acusación tiende a poner en el mismo rasero medios y fines, utensilios y motivaciones, ideología y tecnología...etc. La segunda es que la maldad cometida en nombre de dios tiene que ser necesariamente una tergiversación del mensaje divino: en vez de condenar el texto religioso que durante milenios ha justificado la iniquidad, se condena a la inteligencia del hombre para interpretar los textos sagrados. Y llegado el momento de la modernidad, simplemente se pasa página, como se pasa por la página de la carta de un menú de refinado restaurante francés... no es de mi gusto, o no lo entiendo... pero hay otros platos donde elegir.

Pero quiero apuntar que, para deshacer este equilibrio, no es honesto suponer que las persecuciones religiosas y las guerras santas son perversiones de la verdadera religión. Suponer que lo son me parece un síntoma de una actitud muy extendida hacia la religión, consistente en un profundo respeto combinado con una profunda falta de interés. Muchas de las grandes religiones del mundo enseñan que Dios exige una fe y una forma de culto particular. No sería sorprendente que algunas de las personas que toman seriamente estas enseñanzas considerasen sinceramente estos mandamientos divinos como incomparablemente más importantes que cualquier virtud meramente secular como la tolerancia, la compasión o la razón.

En Asia y África las fuerzas oscuras del fanatismo religioso están reuniendo fuerza, y la razón y la tolerancia no están a salvo ni siquiera en los estados laicos de Occidente. El historiador Hugh Trevor-Roper ha dicho que fue la expansión del espíritu de la ciencia en los siglos XVII y XVIII la que finalmente terminó con la quema de brujas en Europa. Quizá necesitemos confiar de nuevo en la influencia de la ciencia para mantener un mundo sano. No es la certeza del conocimiento científico la que lo hace apropiado para este papel, sino su incertidumbre. Viendo como los científicos cambian una y otra vez sus ideas sobre temas que pueden ser estudiados directamente en experimentos de laboratorio, ¿cómo puede uno tomar en serio los alegatos de la tradición religiosa o de los escritos sagrados de ciertos conocimientos sobre materias más allá de la experiencia humana?

Por supuesto, la ciencia ha hecho su propia contribución a las preocupaciones del mundo, pero generalmente dándonos los medios para matar a otros, no los motivos. Allí donde la autoridad de la ciencia ha sido invocada para justificar horrores, lo ha sido realmente sobre la base de perversiones de la ciencia, tales como el racismo nazi y la «eugenesia». Como ha dicho Karl Popper, «resulta demasiado obvio que es el irracionalismo, y no el racionalismo, el que tiene la responsabilidad de toda la hostilidad y agresión nacionalista, tanto antes como después de las Cruzadas, pero yo no conozco ninguna guerra impulsada por un objetivo "científico" e inspirada por los científicos».

SALMAN RUSHDIE (1947- ) 
IMAGINA QUE EL CIELO NO EXISTE.  CARTA AL SEIS MIL MILLONÉSIMO CIUDADANO DEL MUNDO (1997)


Salman Rushdie tenía que tener un lugar privilegiado en esta antología, habida cuenta de la relación personal que Hitchens tenía con él. Rushdie fue conocido en el mundo entero por su libro "Los versos satánicos", que provocó la ira de los musulmanes más fanáticos, así como la puesta de precio a la cabeza del escritor, motivo por el cual tuvo que esconderse durante décadas (todavía hoy sigue amenazado). Hitchens le prestó ayuda y apoyo en todo momento, y de ahí salió una amistad. En la autobiografía de Hitchens, sin embargo, éste relata como aquel no fue todo lo coherente que se podría haber esperado de un martir de la libertad de expresión. Pero ni siquiera un ateo tan políticamente activo y beligerante como Christopher Hitchens, se atrevió a afearle una conducta a quien se jugó la vida por escribir una sátira religiosa.

En esta carta que presentó a la ONU, Rushdie comentaba que el famoso choque de civilizaciones de Samuel Huntington era "una simplificación excesiva" y que el mundo musulmán es no es tan monolítico como se suele pensar... pero también reconoce que el mundo islámico está actualmente bajo el influjo de unos radicales que pintan un escenario muy negro. No obstante, según Rushdie la confrontación no es conceptual ni permanente.

Llevo tiempo afirmando que la teoría del «choque de las civilizaciones» de Samuel Huntington es una simplificación excesiva: que la mayoría de los musulmanes no tienen el menor interés en participar en guerras religiosas, que las divisiones en el mundo musulmán son tan profundas como sus elementos comunes (si te cabe alguna duda de que esto es así, echa una ojeada al conflicto suní-chií en Irak). Apenas puede encontrarse nada que se parezca a un objetivo islámico común. Incluso cuando la OTAN no islámica libró una guerra a favor de los albaneses kosovares musulmanes, el mundo musulmán fue remiso a la hora de ofrecer la muy necesaria ayuda humanitaria.

Las auténticas guerras religiosas, he sostenido, son las guerras que las religiones desatan contra ciudadanos corrientes dentro de su «esfera de influencia». Son guerras de los píos contra los prácticamente indefensos: los fundamentalistas estadounidenses contra los médicos partidarios de la libre elección, los mulás iraníes contra la minoría judía de su país, los talibanes contra el pueblo afgano, los fundamentalistas hindúes de Bombay contra los musulmanes cada vez más asustados de la ciudad.

Y las auténticas guerras religiosas son asimismo las guerras que las religiones desatan contra los no creyentes, cuya intolerable incredulidad se recalifica como delito, como razón suficiente para su erradicación.

Pero con el paso del tiempo me he visto obligado a reconocer una cruda realidad: que la masa de los llamados musulmanes corrientes parece haberse dejado embaucar por las fantasías paranoicas de los extremistas y parece dedicar una mayor parte de su energía a la movilización contra caricaturistas, novelistas o el Papa, que a condenar, privar de derechos civiles y expulsar a los asesinos fascistas que habitan entre ellos. Si esta mayoría silenciosa permite que se libre una guerra en su nombre, se convertirá finalmente en cómplice de esa guerra.

Por tanto, quizá sí se ha iniciado, al fin y al cabo, una guerra religiosa, porque está permitiéndose a los peores de nosotros dictar las prioridades de los demás, y porque los fanáticos, que no se andan con chiquitas, no encuentran oposición suficiente entre «su propio pueblo».
IBN WARRAQ (1946- )
EL CORÁN de "¿POR QUÉ NO SOY MUSULMÁN? (1995)



El hecho de que Ibn Warraq sea un pseudónimo y de que el libro esté descatalogado en castellano, (aunque se puede encontrar en Amazon por más de 200 euros y con pocas existencias) me sugiere dos cosas. La primera que todavía hay un "fascismo religioso" (por usar las palabras de su introducción) muy potente dentro del mundo musulmán. No sé si se vendió mucho o poco en España, y siempre puede ser que no existiese demanda suficiente, pero todo indica que el miedo a atentados disuade de su publicación (no así en otros idiomas).

La segunda, que la erudición y la exégesis incisiva que muestra el autor, es mil veces más hiriente y duradera que la famosa novela de Salman Rushdie.Eso explicaría por qué ésta se podría reeditar sin problemas, mientras que el ensayo de Warraq permanecería inaccesible para el público hispanohablante. Mientras que una ficción puede pasar de moda, un manual para desmontar minuciosamente una religión siempre será mucho más útil. ¿O no? Quizás resulta más fácil llegar a la masa con una película que con un sesudo libro... sea como fuere, resulta paradójico que precisamente debido a la inexistencia del libro en castellano, y de su imposibilidad para comprarlo, nadie pueda reclamar ninguna pérdida cuando Europa Laica lo cuelga en su web para descargarlo gratuitamente (aunque hay que decir que la traducción de la edición castellana es malísima, hasta el punto que no se puede considerar una traducción sino una amputación del original). 

Warraq analiza las palabras, los contextos, las traducciones, las incoherencias y deja a su paso, página a página, una demoledora crítica del Corán, de mucha más altura y erudición que otras críticas religiosas (islámicas o cristianas) que se publican y comentan con absoluta normalidad en occidente. De hecho, Warraq le pega un buen repaso al mito del Cristo histórico y otras historias bíblicas, porque considera que afecta por igual a ambas religiones.

¿PALABRA DE DIOS? 

Suyuti, el gran lingüista y comentarista del Corán musulmán, fue capaz de señalar cinco pasajes cuya atribución a Dios era cuestionable. Algunas palabras de estos pasajes eran obviamente dichas por el mismo Mahoma y algunas por Gabriel. Ali Dashti también indica varios pasajes donde la persona que habla no puede ser Dios.[...]

El léxico extranjero del Corán

Aunque muchos lingüistas musulmanes reconocen que en el Corán hay numerosas palabras de origen extranjero, la ortodoxia no habla de ello y la tradición sostiene que «quien pretenda que en el Corán haya algo fuera de la lengua árabe, hace una grave acusación contra Dios [...]

Versiones divergentes, lecturas divergentes

Como veremos, no existe el Corán como tal; nunca ha existido un texto definitivo del libro sagrado. Cuando un musulmán afirma dogmáticamente que el Corán es la palabra de Dios, basta con preguntarle: «¿Qué Corán?» para socavar su certeza. [...]

¿Perfecto árabe?

Hace mucho tiempo que el gran erudito Noldeke señaló la pobreza estilística del Corán [...] Ali Dashti estima que hay más de cien errores gramaticales, según las reglas del árabe. [...]

Derogaciones de pasajes en el Corán

[...] los teólogos musulmanes tienen una doctrina bastante conveniente [...] ciertos pasajes del Corán quedan derogados por versículos, con un sentido diferente o contrario, revelados con posterioridad. [...] el orden tradicional musulmán de las azoras y aleyas no es cronológico, los compiladores simplemente situaron los capítulos más largos al comienzo. Los comentaristas tienen que decidir el orden cronológico por razones doctrinales; los eruditos occidentales también han logrado calcular un esquema cronológico. Aunque hay muchas diferencias de detalle, parece haber un amplio consenso acerca de qué azoras pertenecen al periodo mequí (esto es, antiguo) de la vida de Mahoma y cuáles pertenecen al período mediní (esto es, posterior). [...]

La doctrina de la derogación también pone en ridículo al dogma musulmán que dice que el Corán es una fiel e inalterable reproducción de las escrituras originales que se conservan en el cielo. Si las palabras de Dios son eternas, es decir, sin principio ni fin, y de significación universal, ¿cómo podemos decir que las palabras de Dios son reemplazadas o que se vuelven obsoletas? ¿Tienen que preferirse algunas de las palabras de Dios por encima de otras? Aparentemente, sí. Según Muir, se han suprimido unos doscientos versículos por otros posteriores, lo que significa que un 3 por ciento de este es falso, pese a lo cual se recita en su totalidad como la palabra de Dios. Veamos un ejemplo. Todo el mundo sabe que a los musulmanes no se les permite beber vino en virtud de la prohibición que se encuentra en la azora 2,219; sin embargo, muchos se sorprenderían sin duda alguna de leer en el Corán, en la azora 16, 67: «Obtenéis bebidas fermentadas y un buen alimento de los frutos de la palmera y de las vides. En eso hay una aleya para unas gentes que razonan». Dawood dice, en su traducción inglesa, el equivalente a «bebidas intoxicantes», Pickthall, «bebidas fuertes», y Sale, con el encanto del siglo XVIII dice «licor embriagante».YusufAlí pretende que la palabra árabe en cuestión, sakar significa «bebida saludable», y en una nota a pie de página insiste en que se refiere a las bebidas sin alcohol; pero entonces, en el último momento, admite que si «se tiene que tomar sakar en el sentido de vino fermentado, se refiere a la época anterior a que se prohibieran las bebidas intoxicantes: esta es una azora mequí y la prohibición llegó en Medina.»

Ahora podemos ver lo útil y conveniente que es para los eruditos la doctrina de la derogación para sacarles de apuros. Naturalmente, esta plantea problemas para los apologistas del islam, ya que todos los pasajes que predican la tolerancia se encuentran en las azoras mequíes, esto es, en las azoras más antiguas, y todos los pasajes que recomiendan el asesinato, la decapitación y la amputación son mediníes, esto es, posteriores:«tolerancia» ha sido reemplazada por «intolerancia». Por ejemplo, se dice que la famosa aleya de la azora 9, 5, «Matad a los idólatras donde los encontréis», anuló 124 versículos que dictaban la tolerancia y la paciencia.

SAM HARRIS (1967- )
A LA SOMBRA DE DIOS de "EL FIN DE LA FE" (2004)

Otro fustigador incansable de la religión es el neurocientífico y filósofo Sam Harris. Desde la publicación de su libro "El fin de la fe" ha ido a debatir en cualesquiera foros contra los defensores de la religión. Su estilo pausado, acompañado de estudios y estadísticas, le pusieron con toda justicia como un representante privilegiado del Nuevo Ateísmo. Fue también uno de los cuatro jinetes de dicho movimiento, y ha suscitado diversas polémicas por sus críticas del Islam. Una de sus tesis es que los textos sagrados (del Islam y del cristianismo) contienen mandatos inmorales, pero como se abordan desde la fe, cualquier rectificación o reforma se hace imposible, porque se choca contra la palabra de dios.

La cuestión de cómo se las arregló la Iglesia para convertir el principal mensaje de Jesús de amar a tu vecino y ofrecer la otra mejilla en una doctrina de asesinato y rapiña es un misterio de lo más atrayente, pero en realidad no hay misterio en eso. Dejando al margen lo heterogénea que es la Biblia y lo mucho que se contradice continuamente, permitiendo así justificar actos diversos e irreconciliables, es evidente que la culpable es la propia doctrina de la fe. En cuanto un hombre cree que solo necesita creer en la verdad de una propuesta, a la que no le respalda ninguna evidencia —los no creyentes van al infierno, los judíos beben sangre de niños—, se es capaz de cualquier cosa.

[...]

El antisemitismo es intrínseco tanto a la cristiandad como al islam, pues ambas tradiciones consideran a los judíos culpables de obstaculizar la revelación inicial de Dios. Los cristianos también creen que los judíos asesinaron a Cristo, y que su existencia continuada como judíos constituye una perversa negación de su estatus de Mesías. Sea cual sea el contexto, el odio a los judíos sigue siendo producto de la fe, sea esta cristiana, musulmana, o judía.

El antisemitismo musulmán contemporáneo está en deuda con su contrapartida cristiana. Los protocolos de Sión, un libelo antisemita ruso origen de la mayoría de las teorías de la conspiración referentes a los judíos, es considerado en el mundo árabe como un texto serio. Un reciente artículo en Al-Akhbar, uno de los periódicos de El Cairo, insinúa que el problema del antisemitismo musulmán es ahora mucho más profundo de lo que podría remediarse con un apretón de manos en la rosaleda de la Casa Blanca: «Gracias a Hitler, bendito sea su recuerdo, que vengó por adelantado a los palestinos de los criminales más viles de la Tierra. [...] Pero seguimos teniendo una queja contra él, pues su venganza fue insuficiente». Esto proviene de El Cairo moderado, donde los musulmanes beben alcohol, van al cine y disfrutan de la danza del vientre, y cuyo gobierno reprime activamente a los fundamentalistas. Es evidente que el odio a los judíos sigue muy presente en el mundo musulmán.
[...] los autores de los Evangelios de san Lucas y san Mateo, al querer hacer que la vida de Jesús fuera conforme a la profecía del Antiguo Testamento, insistieron en que María concibiera siendo virgen (en griego, parthenos), remitiéndose a la versión griega de Isaías 7, 14. Lamentablemente para los defensores de la virginidad de María, la palabra hebrea alma (de la que parthenos es traducción errónea) solo significa «mujer joven», sin implicación alguna de virginidad. Parece seguro que el dogma cristiano del nacimiento de una virgen, y gran parte de la consiguiente ansiedad de la Iglesia por el sexo, fue consecuencia de una mala traducción del hebreo.
Otro golpe contra la doctrina de la virgen lo dieron los otros evangelistas, san Marcos y san Juan, al no parecer saber nada al respecto, si bien los dos parecen preocupados por las acusaciones de que Jesús fuera ilegítimo. San Pablo parece creer que Jesús es hijo de José y de María. Se refiere a Jesús como «nacido de la semilla de David en la carne» (Romanos 1,3, queriendo decir que Jóse era su padre),y «nacido de mujer» (Gálatas 4,4, significando que Jesús era humano), sin referirse a la virginidad de María.
La virginidad de María siempre ha dejado implícita la actitud de Dios para con el sexo: es intrínsecamente pecaminoso, el mecanismo a través del cual recibieron el pecado original las generaciones posteriores a Adán. Parece ser que la civilización occidental ha sufrido dos milenios de neurosis sexuales consagradas solo porque los autores de los Evangelios san Mateo y san Lucas no sabían leer hebreo. Para los judíos, verdaderos descendientes de Jesús y los apóstoles, el dogma del nacimiento de una virgen ha servido como perenne justificación de su persecución, ya que es una de las principales «pruebas» que demuestran la divinidad de Jesús.

AYAAN HIRSI ALI (1969-)
"CÓMO (Y POR QUÉ) ME HICE INFIEL" (2007)


Apenas tres mujeres entre todos los autores elegidos por Hitchens. Comprensible si tenemos en cuenta que en tiempos primitivos la cultura era más accesible para los hombres. Ya hoy en día, Ayaan Hirsi Ali demuestra que la heroicidad atea es si cabe más meritoria si eres mujer. Al menos si procedes de una cultura islámica tan machista e intolerante que te repudia y amenaza por abandonar la fe. Tras escapar de su país y militar en un partido progresista, su activismo ateo le hizo coincidir con partidos más conservadores, siendo criticada por sus antiguos colegas. Quizás esa trayectoria disidente, compartida con Christopher Hitchens, sea un motivo añadido para que esta somalí sea la elegida para cerrar un libro tan masculino. 

En este texto expresamente escrito para este libro, la activista feminista y atea (o más específicamente anti-islámica, pero no islamófoba), nos cuenta lo lento y costoso que fue abandonar su fe. Su relato parte desde el cariño y la nostalgia por su religión, como quien siente amor o empatía con su secuestrador, pero poco a poco, tras salir del entorno que le impedía crecer intelectualmente, fue quitándose las capas de censura y autocensura hasta abrirse como una flor.

Si he acabado por asumir mi condición de no creyente, ha sido por algo tan sencillo como que ya no podía seguir fingiendo que creía. Para mí, abandonar a Alá fue un proceso largo y doloroso, al que traté de resistirme todo el tiempo que pude. [...] Con la adolescencia creció mi rebeldía, que aún no iba dirigida al islam. ¿Quién era yo para cuestionar a Alá? Pero me sentía constreñida por mi familia y nuestro clan somalí, donde el valor supremo era el honor familiar, el cual parecía residir esencialmente en el control, venta y transferencia de la virginidad de las muchachas. La lectura de libros occidentales (hasta de novelas románticas baratas) me dio a conocer un universo alternativo increíble, donde las chicas podían elegir. [...] 

Fue en la universidad donde perdí gradualmente la fe. [...] Los placeres y el anonimato de la vida en Occidente, sin clanes, casi eran tan seductores como las ideas de los filósofos de la Ilustración. Poco después de llegar a Holanda, cambié mi atuendo musulmán por los vaqueros. Primero evité el contacto con los somalíes, y luego con otros musulmanes, que me echaban sermones sobre el miedo al más allá y me avisaban de que me estaba condenando. Años después tomé mí primera copa de vino y tuve novio. No me abrasó ningún rayo infernal, ni se produjo ningún caos. [...] 

[...] me di cuenta de que hacía años que había dejado a Alá a mis espaldas. Era atea. Apóstata. Infiel. Me miré al espejo y dije en voz alta, en somalí: «No creo en Dios». Fue un alivio. No sentí dolor, sino auténtica claridad. [...] Desapareció la perspectiva constante del infierno, y fue como si se ensanchara mi horizonte. Dios, Satanás, los ángeles: todo imaginaciones humanas, mecanismos para imponer la voluntad de los poderosos a los débiles. En adelante, podría pisar firme en el suelo que tenía debajo de mis pies, y orientarme por mi propia razón y mi respeto a mí misma. Mi brújula moral estaba dentro de mí, no en las páginas de un libro sagrado. [...]

La única postura que no me produce disonancias cognitivas es el ateísmo. No es ningún credo. La muerte es un hecho seguro, que sustituye tanto al canto de sirena del paraíso como al pavor al infierno. Por eso la vida en la Tierra, con todo su misterio, belleza y dolor, debe ser vivida mucho más intensamente: tropezamos y nos levantamos, estamos tristes, confiados, inseguros, sentimos soledad, felicidad, amor... No hay nada más; pero tampoco yo quiero nada más.











"La razón estrangulada" de Carlos Elías (2007)

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Existe un desprecio hacia la ciencia. Así de rotundo se muestra el autor. No se trata de un desinterés o de una desafección, sino de un auténtico desprecio. La imagen mediática que se proyecta del científico es un friki, un raro al que podemos señalar con el dedo y reírnos, o en todo caso temer, pero no es alguien a quien admirar o emular. A veces puede dar la impresión de que la tecnología funciona como la magia, agitamos una varita y tenemos un resultado inmediato... y barato. Esta ignorancia y entusiasmo eclipsa todo la ciencia que hay detrás.

Este ensayo de 2008 trata un fenómeno que debería empezar a preocupar en Occidente:cada vez hay menos estudiantes de ciencias (ciencias naturales, no tecnológicas). Quizás alguien pueda dudar de que esto sea un problema, pero Carlos Elías se esforzará en convencernos de la importancia del mismo, porque "si todos los sociólogos del mundo desaparecieran, apenas se notaría. [...] Pero, por ejemplo, si desaparecieran los químicos, no habría energía, ni medicamentos, ni materiales, ni alimentos."

Suave en las formas, duro en el contenido, y algunas veces alarmante en exceso, no dudará en ser políticamente incorrecto al señalar con el dedo a la cultura mediática actual, de ritmo frenético y superficial, como la principal responsable del declive de las vocaciones científicas. Una cultura de la que él mismo viene, pero que al ser químico y periodista se encuentra en una posición privilegiada para ponderar y mediar entre esas relaciones de tensión que existen entre el periodismo y la ciencia.

La lectura de este libro pareciera que solo fuera recomendable para diseñadores de políticas educativas. Pero en su argumentación echa mano de clásicos que han sido olvidados, revisa las películas que más nos gustan, nos muestra un pasado donde ciencia y letras se retroalimentaban, y nos hace conscientes de lo cercenados que estamos como personas, no solo como alumnos, al segregar una parte del conocimiento del otro. El reto intelectual que supone este ensayo va más allá de señalar el estado de las aulas, y eso, pretendidamente o no, lo enriquece.


ARISTÓTELES Y GALILEO, PROMOTORES DE LA CIENCIA

La actual separación que hay entre letras y ciencias no fue siempre así. En su origen ciencias y letras estaban mucho más unidas. Hoy en día parece que ambos campos se encuentran confortablemente separados, pero dicha separación va en detrimento tanto de las letras como de las ciencias. El autor, con doble titulación, una en ciencias y otra en letras, se queja de que ha "experimentado la impresión de no pertenecer al campo de nadie", en vez de estar en el campo de todos.

Aristóteles tuvo muchas ideas que resultaron ser erróneas, pero fue el primero en aplicar los sentidos y, sobre todo, en utilizar todo el potencial de la lógica y el pensamiento racional para obtener resultados desde observaciones empíricas." Era necesario comprender cuestiones como la física o la botánica para después estar preparado para abordar cuestiones como la metafísica, la lógica, la ética o la política. Pero también defendía, a diferencia de Platón que pensaba que la verdad saldría a flote por sí misma, que la retórica y la oratoria eran necesarias en un mundo donde la mentira o la injusticia competía por imponerse. Ambos pensaban que existía una verdad cognoscible, pero mientras Platón creía que se debía encontrar en el mundo de las ideas, Aristóteles pensaba que era necesario recurrir a la observación.

Frente a ellos dos estaban los escépticos, como Carnéades, que defendía que no era posible conocer la verdad, y que solo podíamos esforzarnos por argumentar lo mejor posible tanto lo uno como lo contrario. Cuando argumentó tanto a favor de la justicia como de la injusticia ante los senadores romanos, estos terminaron echándolo de Roma. No se quedaron con las virtudes de la oratoria y la persuasión, y se escandalizaron con el cinismo de una posición tan polivalente. Carnéades era un escéptico, mientras que Platón y Aristóteles eran dogmáticos. Hoy en día, según defiende el autor, los términos se han cambiado en parte porque la Iglesia defendió que la verdad divina existía sin estar sujeta a demostración empírica. Desde ese momento el dogmatismo quedó ligado al argumento de autoridad, y por contraposición, el escepticismo quedó situado en el ámbito de la racionalidad y el pensamiento científico. Pero en su origen, la duda, la duda sobre la posibilidad de conocer la Verdad, era sintomática de un relativismo gnoseológico. En cambio "la fe" en que existía algo que podíamos determinar con un alto grado de certeza era lo que sembraba el campo de la futura ciencia.

Esto contrasta con un moderno movimiento al que se le llama "escepticismo científico" (escepticismo racional o pensamiento crítico según algunos) que combate las afirmaciones paranormales y no basadas en el método científico. Este movimiento, al que pertenezco, de lo que duda es de la superchería, la pseudociencia y el pensamiento mágico, no de que exista una realidad objetiva o de que la ciencia no pueda hacer avanzar a la sociedad.

Después de Aristóteles, fue Galileo el que inició realmente la ciencia moderna, ya que impuso la superioridad de los resultados a los de la lógica pura o la mera observación con los sentidos. La observación nos dice que el sol se mueves alrededor de la Tierra, y sin embargo es al revés ("y sin embargo se mueve" como dijo entre dientes Galileo cuando la Iglesia le forzó a retractarse de sus ideas).

¿HAY UN DECLIVE DE LA CIENCIA?

Como buen científico, y por qué no, como buen periodista, Carlos Elías asume como obligación demostrar su hipótesis de partida, el declive de la ciencia, antes de desvelar la causa de dicho declive. Las encuestas vuelan de un sitio a otro del libro, no solo en este punto, sino en muchos otros, y me limitaré a usar para mi reseña las que me parezcan más ilustrativas. Pero solo la explicación de todas y cada una de ellas, así como sus contextos, haría posible entender en toda su extensión la solidez argumentativa del autor, aunque a mi juicio no está exenta de contradicciones.

El 20% de los europeos confiesa no tener interés alguno en saber algo sobre los avances científicos. El porcentaje de estudiantes que aclara que su desinterés no es por ignorancia o incapacidad, sino porque simplemente no le importa, es mayor que todos los demás sectores (por encima de amas/os de casa, empleados por cuenta propia,... etc.). Si lo comparamos con que un 7,7% de los estudiantes universitarios tienen interés por los horóscopos, mientras que a esos mismos estudiantes universitarios les interesan menos las noticias sobre medio ambiente (3,8%) o sanidad (2,1%), "comprendemos que el futuro de la ciencia no es halagüeño".

Pero quizás lo más prudente no sea concluir a golpe de encuesta, sino ir directamente al número de matriculados en unas carreras u otras. Cuando en 2004 la Facultad de Químicas de la Universidad de La Laguna tuvo invitar a alumnos de secundaria para que visitaran su campus para reclutar futuros universitarios, la sangre ya había llegado al río. Las matriculas de ciencias descendían dramáticamente mientras el periodismo, por ejemplo, subía.

Según datos comparativos entre el curso 2000-2001 y el 2005-2006, químicas pasó de 34.344 a 20.679; es decir, perdió 13.665 alumnos (un 39 por ciento). Físicas pasó de 14.614 a 9.155; es decir, perdió 5459 (un 37 por ciento). Biológicas perdió 5.764 alumnos (un 18 por ciento) y matemáticas 5.630 (un 43 por ciento). Estos descensos son superiores a lo que cabría esperar por la disminución de la natalidad. Si esos datos no demuestran una crisis de vocaciones, no sé que puede ser más evidente.
LOS DE CIENCIAS SON MÁS POLIVALENTES

El declive de las vocaciones científicas va a parejo a un aumento de las matriculaciones en comunicación audiovisual o periodismo. Esto sucede tanto en España como en Gran Bretaña (país que el autor como punto de comparación en su trabajo inicial que dio lugar al presente libro). Una buena razón que podría explicar esto es que un mundo altamente mediatizado demande más puestos de trabajo en los medios de comunicación. Pero el autor defiende que la razón no es esa, sino que "el alumnado va a lo fácil" y que ha sido un error hacer darle el grado universitario a profesiones que nunca necesitaron titulación(antiguamente estaban las escuelas de periodismo, pero Emilio Romero quería una titulación pomposa a la que llamó "Ciencias de la Información", y se regaló el titulo a muchos profesionales de su generación que tenían acreditado haber ejercido el periodismo, como si la universidad fuera una FP que reconociese competencias profesionales).

Pedro Almodovar, supuestamente el mejor director por número de Oscars, "nunca necesitó ir a una universidad para aprender cine". Y Javier Moreno, licenciado en Químicas, fue designado como director de El País en 2006. No es una anécdota que alguien formado en ciencias termine trabajando en un puesto típicamente de letras.

"Esto no es ni malo ni bueno, pero es obvio que nunca se pondría como jefe de equipo de síntesis química de una multinacional farmacéutica a un licenciado en periodismo.[...] Así las dos personas que en 2006 tenían responsabilidades para solucionar el mayor problema político de España, el terrorismo vasco, no eran licenciados en sociología, en derecho o en ciencias políticas. Eran químicos: Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior, y Josu Jon Imaz, en ese momento presidente del Partido Nacionalista Vasco. [...] El español que más alto ha llegado en la política mundial, Javier Solana, es físico. Estudiar ciencias naturales dota de una capacidad de análisis que no se da en las carreras de letras o ciencias sociales."
CONOCIMIENTOS ETERNOS FRENTE A PODERES LOCALES.

La conocimientos científicos perduran en el tiempo mucho más que el arte o la política, en todas las culturas la ciencia es universal. Es posible que cuando pasen los siglos nadie se acuerde de los políticos que tenemos ahora, pero nadie olvidará las ecuaciones de Newton. Lo mismo sucede con Pitágoras, del que todavía se sigue estudiando su teorema en los colegios, mientras que ignoramos el nombre del deportista o músico más relevante de su era. En los colegios chinos no se estudia a Napoleón o a los Reyes Católicos, pero si a Newton o Mendel.

Dentro de trescientos años se seguirá estudiando la hipótesis de De Broglie y ya casi nadie se acordará del general De Gaulle. Nadie recordará la Segunda Guerra Mundial, pero se seguirá estudiando a De Broglie, igual que ahora todos los escolares del mundo aprenden los planos inclinados de Galileo o las leyes de Newton y pocos saben qué ministros reyes, papas o príncipes vivieron en sus épocas.

La polivalencia anteriormente comentada no significa que sea necesario saber de ciencias para ser un dirigente político. Puede que seas un buen químico y seas un político brillante, pero lo normal es que sepas principalmente de derecho economía, historia, publicidad. Y no importa si ignoras la mecánica cuántica, la química orgánica o la mecánica más elemental. Son los de letras los que gobiernan el mundo. Y para un periodista o un abogado, saber ciencia es, salvando las distancias, como "la albañilería, la fontanería o la electricidad". Es muy necesario saber electricidad en nuestra sociedad, sin los electricistas todos nos hundiríamos, pero a nadie se le ocurre que por tener esos conocimientos deban asumir puestos de poder. Ese es un error, que a entendimiento del autor, debería ser corregido. Es decir, deberíamos hacer que los científicos estuvieran más próximos al poder de lo que actualmente están.

Alrededor de ese tenso binomio, temporalidad o universalidad, inmediatez o universalidad, periodistas y científicos se adaptan para sobrevivir. Los científicos no están preocupados por cuestiones subjetivas o locales, por discusiones bizantinas en las que influye más el modo de presentar una idea que su contenido, ni les interesan las noticias que caducan al día siguiente. La ciencia persigue verdades absolutas, universales e imperecederas, mientras que el periodismo cubre hechos que no siempre son útiles, ni duran, ni son los mismos según el prisma cultural o la nacionalidad de la que nacen.

POCO DINERO, POCA EDAD

Un estudio comparativo del aumento salarial en diferentes profesiones revela que los que estudiaron ciencias de la naturaleza están peor pagados que los demás, aunque sus estudios sean más duros. Hacer un MBA (Master in Business Administration) suele traer muchas ventajas económicas (unos 100.000 dólares anuales de promedio) y terminan a los 27 años. Mientras que un doctorado en ciencias tarda de media unos 8 años y está asociado a precariedad laboral.

El sistema de publicaciones tampoco ayuda, pues solo premia a los primerísimos. Es lo que se conoce como teoría del torneo, en la que solo existe un premio para el ganador, todos los demás pierden y se van con las manos vacías. Todos recuerdan a los ganadores del Roland Garrós, pero nadie recuerda a los segundos. Todos recordarán al que descubra una patente, pero nadie recordará a los que se quedaron en el camino. Esa desincentivación es incluso escondida por muchos profesores y jefes de equipo que temen desalentar a sus futuros becarios y quedarse así sin los que harán el trabajo más tedioso por poco dinero.

Pero el verdadero error del sistema de publicaciones es que su supuesta meritocracia deja fuera a futuras promesas. Los más brillantes son todavía demasiado jóvenes para tener un buen número de publicaciones. Según demuestra la historia de la ciencia, y para ello Carlos Elías nos deja un párrafo de Pío Baroja que defiende la idea de que entre los 25 y los 30 años es cuando han surgido la mayoría de ideas y teorías revolucionarias:

"En todos los grandes hombres, filósofos, escritores, científicos, la linterna para la observación está formada en plena juventud. La edad no les añade ni más claridad ni más resplandor. [...] Lo que parece evidente es que se puede ser un gran estratega y un gran político como Alejandro Magno, Aníbal o Napoleón; músico extraordinario como Mozart; matemático como Pascal; pintor como Rafael, en plena juventud. La filosofía misma, que parece labor de viejo, es producto también de jóvenes y desde Platón a Schopenhauer las obras más importantes de los filósofos se escribieron más bien en la juventud que en la vejez. Ahora que el hombre de talento o de genio sea reconocido por el medio ambiente, pronto o tarde, no quiere decir nada para sus condiciones, que ya están desarrolladas, no en germen, sino maduras y formadas en esa edad de los veinticinco a los treinta años. [...] La mayor parte de la obra de Newton la formuló de joven, como le sucedió a Einstein y a muchos otros grandes científicos. De hecho, la célebre medalla Fields (el máximo galardón mundial en matemáticas) solo se concede a científicos menores de cuarenta años. Se supone que después de esa edad pocas ideas pueden tenerse radicalmente innovadoras."

¿Pero es cierto esto? Simon Schaffer, reconocido historiador de la ciencia afirma que Albert Einstein estaba totalmente equivocado cuando dijo aquello de que cualquier científico que no hubiese hecho una aportación importancia a la ciencia antes de los 30 años, ya no la haría. Rubén Ardila, psicólogo colombiano que ha estudiado el mundo de la ciencia, también echa por tierra la hipótesis de Einstein y Elías, al menos parcialmente. Según Ardila defiende en "La ciencia y los científicos: una perspectiva psicológica", la edad más productiva en promedio se encuentra entre los 30 y los 40 años (aunque hay notables diferencias según la disciplina). Y la afirmación de que los jóvenes producen obras más importantes parte de un error de apreciación, pues la realidad estadística es que cada año hay "más científicos jóvenes que viejos debido al aumento en el número de personas que obtienen un Ph. D. (doctor)".

Aún salvando el límite de la edad, está el límite de lo que se puede descubrir... muchos dicen que ya está todo descubierto. Aunque vivimos en mundo de renovación tecnológica, realmente desde 1953 que se descubrió la estructura del ADN no hay apenas nuevos descubrimientos. Entonces ¿con qué pueden soñar los jóvenes estudiantes a la hora de elegir una carrera de ciencias?... sin prestigio, sin dinero, y con imágenes negativas de lo que pueden llegar a ser, el declive amenaza con quedarse.

LA IMAGEN NEGATIVA DEL CIENTÍFICO EN LOS MEDIOS

Pero no es en lo económico donde el autor pone el énfasis. De ser así, no se explicaría que teniendo los estudiantes de periodismo o ciencias audiovisuales peores estímulos económicos (ellos incluso pagan por trabajar) el declive sea de vocaciones científicas, no periodísticas.

El verdadero problema es que en una edad en la que se sueña a lo grande, la imagen del científico es muy negativa, ya sea como el científico loco y malvado que es capaz de poner en peligro a la humanidad para satisfacer su curiosidad, ya sea como el friki inocente y asexuado que solo vive para su laboratorio. El autor hace una acertada recopilación de películas y series de televisión que refuerzan su teoría, y si bien debo conceder que comparto su visión general, en algunas ocasiones pienso que lleva su defensa de la ciencia con un rigor demasiado ortodoxo. Pero las fechas demuestran que con el nacimiento de la TV empieza el declive de la ciencia, cuando se masifica el vilipendio que el cine ya había iniciado con éxito. También hay una coincidencia de fechas entre el declive y el hecho de que las noticias de ciencia empezaron a ser cubiertas por periodistas, que vinieron a sustituir a los científicos.

Cuando se analiza el peso de una representación mediática con efectos adversos en un colectivo, (ya sea la imagen de la mujer en los medios o en el lenguaje, o los negros en el cine, o los gays en la música, o los musulmanes en las noticias, los indios en las películas del Oeste, etc...) hay una tendencia a generalizar más de lo debido, y a tomarse demasiado en serio lo que otros consideran una mera anécdota. Personalmente entiendo que un análisis del conjunto deba tomarse en serio una sucesión de sospechosas anécdotas que no pueden ser inocentes del todo. Cualquier crítico que se precie debe prestar atención a los detalles, y analizarlos dentro de un contexto teórico coherente. Pero por otro lado, ¿dónde queda la libertad de disfrutar del mundo tal como lo conocemos sin hacer ningún dramatismo? ¿Debemos escandalizarnos si regalan a nuestra hija una muñeca en vez de un camión? ¿Y si mencionan la nacionalidad extranjera del delincuente en las noticias y silencian cuando estos son españoles? Y si el asesino de la película es homosexual, ¿existirá una taimada asociación de ideas?

Estos análisis que abundan en la teoría feminista o teoría queer adolecen a menudo de un rigor incomprensible si no se tiene una visión de conjunto. Lo mismo sucede con los ejemplos que nos ofrece Carlos Elías para defender lo perniciosa que resulta la representación de la ciencia en los medios. Así por ejemplo, Harry Potter incita a los niños a venerar el pensamiento mágico frente al pensamiento científico que antaño se enseñaba a los adolescentes con las novelas de Agatha Christie o el personaje de Sherlock Holmes. El éxito de la serie Expediente X es inversamente proporcional a la estimación que se tiene de la ciencia, incluso mi admirado Richard Dawkins (también conocido por su poco sentido del humor) ha dicho sobre esta serie:

El último ejemplo de programa televisivo en el que continua el escarnio a la ciencia al propagar la idea de que ésta es incapaz de ofrecer explicaciones satisfactorias a fenómenos extraordinarios, así como otro ejemplo del continuo esfuerzo de las televisiones por subordinar el pensamiento científico y racional a las especulaciones místicas.

Otra exageración, esta vez en palabras de Carlos Elías, viene a cuenta de un comentario que hace sobre la serie Aída, en la que el personaje Fidel le aplica descargas a un ratón para modificar su conducta, y luego intenta aplicarlo en humanos:

Por si fuera poco esta visión negativa, los guionistas españoles anticientíficos de esta serie han caracterizado al personaje al que le gusta la ciencia con una clara tendencia (al menos en gestos y formas de comportarse) homosexual. De hecho, la propia página web oficial de la serie define a Fidel como: "Afeminado y pequeño cerebrito. [...] El gran misterio del barrio es confirmar si es gay". En la adolescencia, una edad de incertidumbre sexual, cierto grado de homofobia y crueldad entre compañeros de clase, equiparar el gusto por las ciencias con tendencias homosexuales representa, desde mi punto de visto, uno de los ataques más sofisticados contra el pensamiento racional. Es muy posible que este personaje haya desviado muchas vocaciones científicas en secundaria. Cientos de horas de documentales y programas científicos no pueden paliar el daño que esta serie está haciendo en las futuras vocaciones científicas españolas.

¿En serio? ¿Tanto daño hacen esos guionistas anticientíficos? Y si aplicamos el mismo rasero de intencionalidad, ¿no es el ejemplo de Carlos Elías un pelín homófobo al entender que la ciencia queda contaminada si es abordada por un gay? ¿No podría leerse en sentido inverso y deducir que el personaje de Fidel ha provocado que algún joven gay se interese por la ciencia en vez de dedicarse a la moda viendo "cámbiame". ¿De verdad hay un "continuo esfuerzo" para premiar el misticismo frente a la ciencia? ¿O todo esto solo es entretenimiento?

Es más, cuantas vocaciones científicas no habrán salido de Expediente X. En mi opinión creo que hay un nexo de unión entre defensores de la ciencia y de lo místico. Cuando veo programas de JJ Benitez o de Iker Jiménez, veo un afán de encontrar la verdad ("la verdad está ahí fuera"), de arrojar luz sobre la oscuridad (como el libro de Carl Sagan), de investigar en el pasado (como la paleontología). Por supuesto que los métodos son radicalmente diferentes, pues mientras que unos escogen atajos llamativos para vender humo, otros se restringen al método científico que ha probado ser válido en tantas ocasiones. Pero si pensamos sin demasiada malicia hallaremos un "apetito por lo asombroso" tanto en unos como en otros. De hecho, el movimiento escéptico español nació de la ufología, y yo mismo estuve enganchado de pequeño a "La Puerta del Misterio" de Jiménez del Oso, y no he terminado creyendo que las pirámides las construyeron alienígenas, sino siendo socio de ARP.

Ni siquiera los documentales tocan bien del todo el tema de la ciencia. El nivel de exigencia de Carlos Elías no se queda únicamente en los documentales de animales que muestran a depredadores luchando entre sí (para una "audiencia envenenada por la telebasura que supura violencia"), sino que pone en duda incluso la archiconocida serie "Cosmos", paradigma de divulgación científica allá donde se ha proyectado. Puedo entender su crítica a Eduardo Punset, que es muy compartida por otros divulgadores (aunque yo solo la comparto parcialmente), pero ¿Carl Sagan? Por lo visto, Carl Sagan nos contaba un "cuento de hadas" en vez de la dura realidad, y eso, paradójicamente ayuda al declive de la ciencia. Digo paradójicamente porque, sin dar necesariamente por cierta la hipótesis sobre "Cosmos", me resulta algo chocante que si el declive de la ciencia se debe a la mala imagen que se proyecta de ella, dar una buena imagen (un cuento de hadas) no ayude en nada.

Quizás esté cargando demasiado las tintas en mis discrepancias, porque lo cierto es que comparto el espíritu del libro, y admiro el esfuerzo por ser riguroso en una cuestión a la que poco gente se detiene a profundizar realmente. Se puede uno quejar por el estado de la ciencia y la investigación en España, pero si solo nos acordamos de ella un día al año o como mucho cada cuatro, cuando todos los partidos políticos añaden un apartado de I+D en sus programas electorales, entonces solo estamos  divagando. El profesor Elías ha elaborado una tesis muy consistente que debería tener más eco en las asociaciones e instituciones que defienden sus mismos objetivos, pero que probablemente ignoren este análisis que se adentra en la raíz del problema.

POSMODERNISMO

Algunos filósofos se han dedicado a relativizar el valor de la ciencia y han reinado en las universidades de humanidades y ciencias sociales, mientras que son completamente desconocidos, o en todo caso ninguneados, en las de ciencias naturales: Thomas Kuhn, Karl Popper, Imre Lakatos y Paul Feyerabend. Básicamente estos filósofos subrayan el sesgo cultural e histórico que los científicos pueden imprimir a sus teorías, así como el hecho de que si la ciencia avanza y se refuta a sí misma eso quiere decir que es falsa y subjetiva. Por tanto, según ellos, no tiene sentido endiosarla como fuente de conocimiento porque no tiene más virtudes que el pensamiento mágico.

La hemeroteca nos deja algunos hitos del posmodernismo que nos muestran porque cuando se piensa demasiada sin un sentido común como limitante te puede llevar a desvariar. Para algunos seguidores de este movimiento la raíz cuadrada de menos uno es falocéntrica y la ecuación de Einstein de E=mc2 es algo sexuada. No está mal como broma, pero no lo es. Tampoco es una broma que Paul Feyerabend dijo: "Hay un millón de hadas en Gran Bretaña es tan científico como decir que la molécula de agua tiene dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno"

Para el autor, es un error no prestar atención a estos filósofos solo porque algunas cosas nos suenen a tonterías, porque lo cierto es que gozan de prestigio y marcan tendencias. Cuando se les cuenta a algunos científicos que estos filósofos son materia académica en algunas universidades, no terminan de creérselo, y prefieren no perder tiempo en discutir esas perspectivas. Pero algunas de estas tesis son la única aproximación que estudiantes de letras tendrán de la ciencia. Los estudiantes de ciencias puede que estén académicamente aislados, pero tendrán la oportunidad de saborear muchas obras clásicas de letras. Sin embargo, bajo la lupa de este posmodernismo, a los estudiantes de letras, especialmente los de ciencias de la información, se les enseña que la verdad científica no tiene más valor que la verdad artística. Según este razonamiento posmodernista la verdad científica tan solo es un consenso o moda que se renueva una y otra vez, y que perfila como verdad definitiva lo que en realidad solo es provisional.

Todo esto, si se estudia en un contexto de filosofía y crítica de la modernidad, para mejorar y darnos cuenta de que la Ilustración y la Revolución Francesa no trajeron el mundo próspero que prometieron, no está mal. Ese es el contexto original del posmodernismo. Hacernos despertar de un sueño de ingenuidad, pero que no debe servir como guía nihilista o relativizadora de todo avance científico. Es como cuando el electorado encuentra que un respetable político es corrupto: está bien que el político se enfrente a la acusación y cuestionemos su credibilidad como gobernante, pero esas acusaciones no pueden servir para concluir que todos los políticos son iguales y que por tanto es mejor una dictadura.

Estos filósofos se afanan tanto es desmontar la respetabilidad del poder establecido, que olvidan que la crítica de la ciencia no debe terminar destruyéndola. ¿está siendo destruida por estas ensoñaciones filosóficas? Ni siquiera el autor parece creerlo. Todo apunta a que esa era una de sus dianas cuando maduraba el libro. Entonces parecía preocuparle la falsabilidad de Popper o la del científico aislado de Kuhn. Pero, en un gesto honestidad intelectual que le honra, unos párrafos después de exponer sus objeciones no duda en prestar sus páginas a un "adversario posmodernista". El profesor John Worral, discípulo de Popper o Lakatos, se avergüenza de que usen a sus mentores para justificar la teoría del diseño inteligente. Y si por curiosidad buscamos Karl Popper en Google encontramos más frases de defensa de la ciencia que de crítica destructiva. Carlos Elías agradece el tono y paciencia que Worral empleó con un ignorante de la filosofía que venía a atacar su disciplina, la filosofía de la ciencia, la cual, parece concluir, que sí ayuda a diferenciar ciencia de pseudociencia.

Según Worral, el declive de la ciencia no se explica por el eco de este campo de la filosofía de la ciencia, asequible solo a unos cuantos (y quizás malentendido por por muchos, como podría ser el propio Carlos Elías), sino que se debe a que las universidades prefieren invertir en estudios masivos, fáciles y divertidos de estudiar.

Era verdad lo que él decía: en ambas recibí el mismo título oficial de color amarillo que, en nombre del "rey de España" me declaraba licenciado. Realicé un cálculo rápido y aproximado del esfuerzo (en tiempo de estudio) que ambas me habían llevado t resultó que, pese a que yo había estudiado un bachillerato y COU de ciencias puras con nota media de matrícula de honor en COU, la licenciatura de químicas me costó 23.6 veces más esfuerzo que los 232 créditos de mi licenciatura en ciencias de la información.
[...]
En química estudiar mucho no suponía aprobar. Tenías que ser intelectualmente brillante para poder resolver aquellos exámenes. En periodismo, si estudiabas un día antes, aprobabas. Es la pura verdad, aunque quizás sea políticamente incorrecto afirmarlo. Pero en química los exámenes se planificaban con periodos de dos semanas de estudio intenso. Algunas materias necesitaban meses.

Transcurrido el tiempo, la única ventaja que le veo a haber estudiado ciencias es la seguridad intelectual que te otorga saber que si apruebas mecánica cuántica o resuelves las reacciones de química orgánica avanzada, no hay nada -dentro del espectro de saberes humanos- que no seas capaz de comprender. El problema más complejo de sociología, derecho o periodismo no es nada comparado con lo que tuve que pasar para resolver aquellos exámenes. [...]

La responsabilidad no es de los chavales que optan por carreras divertidas, sino de las universidades que avalan por igual todas las carreras. Quieren que todos los estudios sean exactamente iguales, cuando todos sabemos que no lo son. [...]
CIENCIAS Y LETRAS UNIDAS EN SUS ORÍGENES

Las ciencias y las letras siempre estuvieron unidas en los orígenes de la civilización occidental. La ciencia (epistéme) y la filosofía (philosophia) eran sinónimos frente a la mera opinión infundada (doxa). Y antes de entrar en la academia de Platón se podía leer en su entrada "Nadie entre aquí sin saber geometría". El científico más grande de todos los tiempos, Isaac Newton, se licenció en Humanidades (que en su tiempo incluían matemáticas y astronomía). Poco a poco la ciencia se fue especializando, pero todavía en aquel siglo XVII seguían unidas, y todavía hoy quedan algunos rasgos de aquella ancestral unión (un Ph. D. en física sigue significando Doctor of Philophy). Y fue de aquella unión de la que brotó una época dorada de las ciencias (y la letras también).

Sin embargo la publicación de la teoría de la relatividad fue un punto de inflexión, porque tanta complejidad levantó admiración, pero también recelo. Antes, todos los hombres de letras que ostentaban el poder político y académico podían comprender de lo que hablaban y votaban, pero con la Relatividad la cosa cambió. "Los intelectuales de letras vieron amenazadas sus disciplinas y su influencia en la sociedad: ¿quién querría ser dirigido intelectualmente por alguien que asume que es incapaz de entender una teoría elaborada por otro pensador?"

DOS CULTURAS Y DOS INTELIGENCIAS

Aunque a veces el libro parece un ajuste de cuentas con los periodistas, hay que recordar que el autor es periodista a la vez que químico. Él no desea infravalorar las letras ni enfrentar a ambas culturas. Lo que propone es que esa división no debería estar tan blindada. De hecho, como él considera que ambos conocimientos deberían estar más integrados, y ciertamente lo están más en los estudios de ciencias (que pueden tener acceso a asignaturas de letras) que en los de letras (los cuales no tienen acceso a asignaturas de ciencias), piensa que los de letras están discriminados.

Quizás haya que contemplar la posibilidad de que no solamente hay dos culturas, sino dos tipos de inteligencia. Así es como lo presenta, aunque creo que los términos pueden ser confusos. En realidad lo que explica cuadra más con un solo tipo de inteligencia. Me explico. Decir que hay dos tipos de inteligencias supone que si "A" es un portento en letras, y "B" lo es en ciencias, cada uno podrá brillar en su área pero encontrará dificultades en la del otro. Sin embargo, no es eso lo que defiende. Carlos Elías defiende que hay unas personas que son más inteligentes que otras y que consecuentemente, son capaces de ser más versátiles que otras. Si, tal y como defiende nuestro ensayista, "B" es capaz de estudiar tanto letras como ciencias, y "A" solo puede triunfar en letras, eso significa que "B" es más inteligente que "A". ¿Acaso no encaja eso más con una sola inteligencia superior que con dos por igual? Mantener que hay dos tipos de inteligencia parece ser una forma de no ser políticamente incorrecto... aunque reconozco que el autor no duda en serlo en otras partes del libro.
En España son muy sonados los casos de catedráticos de filosofía de la ciencia, de historia...[...] que se han matriculado primero en física o primero de química y no han aprobado ninguna asignatura. Suelen ser un secreto a voces, porque a esos expertos en ciencia les da vergüenza reconocer que no pueden acceder al lenguaje en el que se expresa el conocimiento que pretenden estudiar y del que se dicen "expertos".
Los casos contrarios sí existen y están documentados: aquellos físicos, químicos o biólogos que se convierten en profesores de historia, filosofía, pedagogía y hasta de periodismo, estudiando sin dificultad las correspondientes asignaturas.


Lo que propone es que hay alumnos que por mucho que se esfuercen no son capaces de comprender la ciencia. En su etapa como profesor de instituto sentía la presión de tener que aprobar a alumnos que no eran capaces de aprobar ciencias porque al fin y al cabo iban a terminar en carreras de letras. Nos cuenta un caso de un alumno que habiendo aprobado el COU de letras le quedaban las matemáticas de segundo de BUP. Finalmente lo aprobó y este terminó siendo juez. A mí me parece una historia incluso bonita, de mera sensatez, pero el autor se cuestiona si hizo bien porque "¿es posible que alguien pueda ser un buen juez -o buen pedagogo o periodista- sin capacidad de razonamiento científico? Seguro que no."

SI ERES PERIODISTA CIENTÍFICO DEBES HABER ESTUDIADO CIENCIAS

Pues yo no estoy tan seguro. ¿De verdad es necesario tener cultura científica para ser un buen juez? Yo mismo soy un amante de la divulgación científica (un sucedáneo de la ciencia según el autor), y mi formación de ciencias siempre me acompaña en mis inquietudes intelectuales. Considero que efectivamente la manera de pensar críticamente, de someter las cuestiones a pruebas concluyentes, el guiarse por los resultados objetivos y comprobables y no por la institución, el método científico en definitiva, emulado en lo posible en el mundo de las letras, garantiza que allí también se puede ser analítico, y de tal manera, prosperar intelectualmente.

Pero, ¿hasta el punto de que no haber estudiado la tabla periódica o combinatoria te inhabilite para ser un gran profesional? Yo sinceramente no lo creo. Entre otras cosas porque también está acreditado que muchos estudiantes de ciencias han terminado olvidando o inaplicando o simplemente no comprendiendo lo que aprobaron con notas brillantes (el propio Karl Popper era físico; aunque esto lo resuelve Carlos Elías acusándolo de cierto resentimiento por no poder haber ejercido lo que estudió). Pero también por el hecho incontestable de que existen buenos juristas que nunca estudiaron "genética o bioquímica"(salvo que Carlos Elías esté dispuesto a demostrar que en realidad no son tan buenos, o no todo lo que podrían serlo de haber estudiado algo de ciencias).

Y es aquí justamente cuando digo que el autor suena demasiado ortodoxo, un tanto cascarrabias, aunque goza de una imagen dulce y simpática.
Obligar a los estudiantes de letras a aprender más ciencia es una medida que tendrían que imponer [...] No sugiero una República de los científicos, como recomendaba Platón, aunque sí considero necesario que exista el mismo número de científicos que de abogados, economistas o periodistas en los poderes más importantes que rigen la sociedad. [...] ha habido un retroceso respecto a la educación en la Edad Media, en la que papas y gobernantes entendían perfectamente los libros de Galileo. [...] A la mayoría de la gente de letras no le interesa aprender ciencia, y punto. Como mucho, le interesa leerla en un libro de divulgación que cuente la ciencia a modo de historieta. [...] Un licenciado en ciencias debe aspirar a ser un ser intelectual global [...]
Su insistencia en que el periodista científico debe ser licenciado en ciencias atraviesa transversalmente las páginas del libro. Actualmente no sucede así. Y aunque aporta poderosas razones en su favor, no consigue convencerme del todo. Quizá sea por mi feliz ignorancia, pero yo leo y veo frecuentes y magníficos ejemplos de periodismo científico por muchos sitios, y la mayoría de ellos están presuntamente confeccionados por licenciados en letras. A esto se me podría objetar que realmente la divulgación científica no es tan buena como se pinta, o que no es lo mismo periodismo científico que divulgación científica, o que muchos periodistas se limitan a cortar y pegar comunicados científicos (de revistas como Nature)... estas son precisamente algunas de las conclusiones a las que llega, y que veremos a continuación.
Es cierto que, con el paso del tiempo, se puede acostumbrar a redactar sobre el tema, pero... ¿será capaz de realizar un verdadero periodismo especializado en ciencia? ¿Sabrá realmente qué significa la ciencia si no la ha estudiado y practicado en la facultad?
Si tienes un mínimo de cultura científica sabrás que las vacunas son una buena idea y que el cambio climático es un hecho alarmante. No será necesario que hayas estudiado medicina ni meteorología para no caer en la charlatanería del movimiento anti-vacunas o los negacionistas del cambio climático. Si el periodista es lo suficientemente precavido para informarse del consenso científico, no debe meter la pata en exceso. No más que un geólogo pudiera meterla si está redactando un reportaje sobre las ondas gravitacionales. A menos que estemos dispuestos a tener periodistas especializadísimos por áreas de ciencias, en la que cada uno tocase solo su tema de especialización ¿qué nos hace suponer que un periodista de letras lo haría peor que un periodista geólogo?

Como quiera que sea la cosa, Carlos Elías nos hace reflexionar al contrastar el doble rasero que aplicamos con el periodismo científico: ¿Cómo es posible que los que se dediquen al periodismo científico sean "auténticos analfabetos científicos" y que, por otro lado, todo el mundo entienda perfectamente que a un periodista especializado en literatura o política se le exija una titulación afín?

Un curioso contraargumento que el mismo Elías expone en su libro es el que defiende que un periodista con titulación en ciencias correría más riesgo de enzarzarse con el entrevistado (también científico) porque lo trataría como a un igual, y creería poder intervenir en su reportaje para emitir su opinión o rectificar al entrevistado. Consecuentemente, los que no tienen formación en ciencias se ven obligados a sintetizar y plantear "preguntas más simples que un especialista, por lo que obligará a los científicos a expresarse con más claridad". Pero el autor siempre defiende la tesis contraria, aunque reconoce que hay casos en los que incluso una formación científica puede ser peor que ninguna (cuando viene por un "efecto de rebotado": el periodista que no pudo acabar una carrera de ciencias y ahora cuestiona por puro rencor lo que le recuerda a su fracaso del pasado).

Estas tesis carecen de datos contrastados que "están en ciernes", y me quedo con las ganas de leer una actualización de un libro tan inspirado y cuidadoso. Seguramente en una eventual actualización habría que revisar si es cierto, tal y como defiende Elías, que los medios son prácticamente incapaces de presentarnos a un Stephen Hawkins más humano y menos robotizado, a la luz de la magnífica y emotiva película "La teoría del Todo". Pero si miramos los informes del Ministerio de Educación, "Datos y cifras del sistema universitario español", parece que diez años después de la publicación del libro, la caída de las vocaciones científicas sigue siendo rigurosamente cierta.


UNA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA CON TECNICISMOS

Hasta ahora el autor nos ha presentado a algunos culpables del declive de la ciencia. Los medios de comunicación, la Universidad y los intelectuales posmodernos, la precariedad laboral...etc. Pero también comenta en detalle otros cómplices: los científicos que han sido comprados por el sistema o simplemente científicos falsificadores. O el miedo a usar un lenguaje excesivamente técnico. Por ejemplo, el Dr. Elías cuestiona la virtud de un libro de divulgación científica que se vende bajo la publicidad de "sin números ni ecuaciones":
El tecnicismo es el paraguas protector de la ciencia frente a la demagogia, la charlatanería y la irracionalidad propiciada por la cultura mediática, y el científico jamás debe desprenderse de él, aunque el periodista se lo suplique.
La divulgación científica que practicamos, a la que se le priva del lenguaje científico, según el autor, puede resultar contraproducente aunque se haga con la mejor de las intenciones y se ponga todo el corazón en ella. Y es muy consciente de que está visión tan radical puede hacer pensar que lo que se conseguirá será justo lo contrario. Pero insiste en que "los datos demuestran lo contrario", precisamente "están cayendo alarmantemente las vocaciones en los países que más potencian esa divulgación científica". Se refiere a esa divulgación que secuestra la esencia científica para igualarse a cualquier cuento de hadas o mito religioso. Porque ya no habría nada que le hiciese distinguible de eso otro. Es una solución a corto plazo, como la comida basura que sacia el hambre pero no nutre.
Hacer divertida la ciencia puede derivar en una caricaturización peligrosísima. ¿Por qué no se hace divertido el derecho? ¿Y por qué no se intenta hacer divertida la medicina? [...] ¿Quiere eso decir que se deberían introducir ecuaciones matemáticas o fórmulas químicas también en las noticias? ¿Y por qué no?
Según su opinión lo que estamos haciendo aquí es negarle al público la única aproximación al mundo realmente científico que puede tener un profano, sacrificando autenticidad por entretenimiento falsario. Los tecnicismos no generan aburrimiento sino fascinación, y hacen que el analfabeto científico quiera investigar más para entender ese lenguaje que explica resultados fascinantes. La prueba de que su teoría no es ningún disparate sería la cobertura periodística de la visita de Albert Einstein a España:
Así, cuando Einstein visitó España en 1923, las masas lo seguían más que a un torero, un futbolista o un actor, pese al uso -algunos sugieren que abuso- del lenguaje científico matemático en la prensa de masas.
En aquellos tiempos los periodistas no se avergonzaban de confesar que no entendían la Teoría de la Relatividad (¿lo hacen ahora?), muchos narraban el ambiente en torno a la conferencia, y aún así sus crónicas tenían un nivel científico mucho más alto del que tienen en la actualidad. No temían asustar si hablaban de fórmulas. Por otro lado, actualmente los científicos deberían pensar en incorporar elementos del mundo de las letras que grandes clásicos han usado, como los diálogos de Galileo o las narraciones literarias de Darwin (frases como "los pájaros que cantan ociosamente a nuestro alrededor viven principalmente de insectos y semillas" están su obra cumbre "El origen de las especies"). Ambos autores fueron los más vendidos de su época, sin abandonar ninguno esa integración de ambas culturas, de ambos lenguajes, que Elías propugna que recuperemos.

En general lo veo algo ingenuo. Supongo que también dependerá de a qué público se dirija la divulgación científica. No se puede esperar que un niño y un adulto reaccionen con el mismo entusiasmo (o desafección)  ante una fórmula que ven en televisión. En mi opinión la divulgación científica tiene que competir con shares, horarios, telebasura, noticias, películas, horóscopos... es una dura competencia, y hay que usar herramientas prácticas para no hundirse. Pero para ser justo, tampoco creo que lo que propone es descabellado. Él no desea que los periódicos sean manuales de química orgánica, ni que estos sean redactados en verso, tan solo una aproximación razonable de ambos lenguajes.
No se trata de rebajar el rigor en lo científico. Lo que sostengo es que además del rigor, hay que introducir, cuando se pueda, el lenguaje literario.
Su hipótesis de trabajo merecería ser discutida. Está tan bien contada, y cuenta con tantos datos que me hubiese gustado verla cómo se defiende en un tribunal. Sin embargo no he encontrado ningún debate que aborde estas propuestas de Carlos Elías.

EL CASO CONTRA NATURE

Algo que sorprende, es el caso de la revista Nature. ¿Puede un gigante de la ciencia (y de la divulgación científica) ser el responsable del declive de la ciencia? Bueno, a priori, parece una contradicción. Pero si lo pensamos bien podríamos hacernos una pregunta similar y no encontrarla tan extraña. ¿Pueden los grandes medios de comunicación manipular y limitar las noticias? ¿Puede Hollywood constreñir la producción de un cine alternativo y menos comercial? Podríamos encontrar variopintas respuestas a la hora de juzgar a un líder en cualquier cosa, y el caso de Nature no es diferente.

La revista Nature, y también Science, no dejan de ser una empresa con intenciones de mantener un status quo de poder e influencia. La excesiva influencia de estos grandes profesionales al final se traduce en ciertas limitaciones monopolísticas para el creador de ciencia.

Los periodistas del mundo entero "sucumben a las garras de estos comunicados", copiando y pegando lo que se publica previamente en Nature. No se produce nada nuevo realmente porque todo el mundo confía en la garantía que supone "ha sido publicado en Nature". Pero eso a la larga supone que las publicaciones nacionales están muriendo, porque antes que elegir una revista menor la gente siempre preferirá publicar lo que sea en la revista Nature (cuyo índice de impacto es 32.18, es decir, "vale más publicar un artículo en Nature que treinta y dos en revistas con impacto de uno -que son la gran mayoría- por no hablar de aquellas cuyo impacto no llega a la unidad). En cambio publicar en una revista española no le reportará ningún prestigio ni se le reconocerá en ningún baremo de méritos para una oposición. El resultado es que las revistas españolas de ciencia están cerrando, y las que quedan están publicando en inglés.

Hay quien dice que el que exista unalingua franca en el mundo de la ciencia lo facilita todo, y que se han dado casos de científicos que han perdido el tiempo en investigaciones redundantes que ya habían sido corroboradas por el simple hecho de publicar en otro idioma que nunca llegó a traducirse. El autor cuestiona esa visión, y defiende que la existencia de esa redundancia puede ser un fracaso para el científico, pero es un logro para la ciencia, porque en definitiva se está asegurando una revisión y un afianzamiento de los resultados por diferentes vías.

No me resulta muy convincente la argumentación. Si extrapolamos el símil a otro contexto llegaríamos a conclusiones estrambóticas. Por ejemplo, pensemos que es el cumpleaños de nuestro padre y nuestra madre nos encarga buscar un regalo concreto al mínimo precio posible. Todos los hermanos nos disponemos a recorrer las tiendas de la ciudad, pero sin usar los teléfonos móviles para emular la incomunicación equivalente a publicar en diferentes idiomas. Si fuésemos lo suficientemente exhaustivos, probablemente llegaríamos a una misma conclusión, y nuestra madre estaría segura de que no había un precio más competitivo en toda la ciudad. Pero nosotros tendríamos la sensación de haber estado perdiendo el tiempo, porque si uno de nuestros hermanos ya ha conseguido recorrer una zona y sabe que los precios de esa zona son muy altos, ¿qué sentido tiene volver a pasar por allí? En nuestro ejemplo original, del científico que publica en diferentes idiomas, Decir que es bueno para la ciencia aunque sea malo para los científicos, es tanto como decir que es bueno para el mercado pero malo para los consumidores. Pero ¿no son los consumidores a los que el mercado debe estimular para hacer posible que prospere? ¿No se podría decir lo mismo de los científicos y la ciencia?

De hecho, el mismo autor en páginas posteriores viene a confirmar mi objeción, y en cierto modo, también su contradicción; cuando trabajaba para El Mundo, los jueves, día en el que Nature saca su comunicado de prensa, le era muy difícil sustraerse a la gravitación de Nature y publicar algo diferente. Y ante esa desazón hay quien le argumentaba algo muy parecido:
"¿Y eso es malo para la ciencia? La ciencia es universal y lo de Naturequizá sea lo que tiene mayor relevancia científica. Es negativo para el investigador local, que es mediocre, y no ha podido publicar en Nature, pero no para la ciencia", me reprocharon duramente... [...] Reconozco que aquí me puede mi vena de periodista: creo que es malo dejar al criterio exclusivo de Nature, Science y la NASA lo que el mundo debe saber sobre ciencia.
La exposición del Dr. Elías adolece de algunas contradicciones que estoy exponiendo con cierta alegría, recogiendo algún titular aquí y allá. Pero aún siendo así, ¿cómo ha podido escapársele a los revisores que la muerte de revistas secundarias puede suponer un problema y al mismo tiempo dejar inmutables frases tan contradictorias como "las revistas son tantas que apenas se leen"?

Además, cuando el autor se propone cuantificar el monopolio de Nature y Science, nos ofrece una cifra del 15,5% de lo que se publica en España, que a pesar de ser varias veces más que el resto, no es el porcentaje que cabría esperar después de su diatriba contra Nature.

No obstante, el caso contra este gigante se sostiene claramente al entrar a valorar las tácticas de chantaje a la que Nature recurre para asegurarse una exclusiva. Por ejemplo el caso de Juan Luís Arsuaga, a cuya conferencia acudió el autor, y aquel le rogó que no publicase lo que acaba de exponer porque desconocía que hubiese prensa (en un acto público). La razón era que Nature le había prometido publicar su investigación siempre y cuando no saliese previamente nada sobre la misma en ningún medio de comunicación. Arsuaga se benefició por llegó a crearse un nombre (en parte gracias a Nature, que publicó su investigación), pero también en parte a que los demás medios respetaron esa exclusividad. Se sacrificó esa inmediatez, con meses de diferencia, en aras de la carrera de un científico español. Pero Carlos Elías no está seguro en absoluto de haber obrado éticamente como periodista.

En general la crítica a Nature, y en general al sistema de publicaciones en revistas científicas es consistente y merece la pena leerlo. Pero su análisis deja más preguntas que respuestas puesto que no sabe si existe una alternativa mejor, simplemente propone algunas mejoras y se enoja por la excesiva concentración de poder que Nature posee.

LA CIENCIA MEDIÁTICA

Nuestra civilización actual ha dado a luz su propia versión de la ciencia, una subespecie de ciencia que trata de sobrevivir en la jungla de la cultura mediática. Se trata de la ciencia mediática, o ciencia diseñada para salir en los medios. Y es que actualmente son mucho más citados los reportajes científicos publicados en medios generalistas que los estudios en publicaciones especializadas. Un estudio que comparaba la repercusión de unos artículos publicados en una revista médica que también fueron cubiertos por The New York Times, concluyó que la ventaja de aquellos que recibían atención mediática generalista era desproporcionadamente superior. Lo escandaloso es que esa repercusión no era en el público en general, sino en la comunidad científica. Se da por asumido que el mundo científico está libre de contaminación popular, y que lo que publican los medios generalistas es lo que publican libremente los medios especializados. Pero no es así. Lo que se publica en los medios generalistas termina influyendo en lo que se publica en los medios especializados.
Observaron que los estudios que se habían publicado en el periódico estadounidense habían sido citados ¡un 72,8 por ciento más! en el año siguiente a su publicación que los que no aparecieron en ese diario. Lo más relevante es que la diferencia significativa de citas persistió durante al menos diez años tras la publicación de los resultados científicos en el periódico. Y ya sabemos lo que representan las citas y los índices de impacto en la carrera académica de un científico.
Se busca un tema que impacte, uno que venda, generalmente sobre conducta humana (psicología, sexología, crianza o cualquier otra investigación en la que una masa de lectores pueda sentirse personalmente identificada). No importa demasiado la metodología o la utilidad. Titulares reales como los siguientes nos dan una idea: ¿Por qué los Reyes Magos llevaban mirra? (para un estudio que analizaba los efectos analgésicos de la mirra), "Las células del alma humana" o "La mayoría prefiere besar hacia la derecha". Ésta última "fue la noticia estrella seleccionada por el gabinete de prensa" de entre otras muchas más relevantes para el acervo científico, pero menos llamativas, como la autoinmunidad o los movimientos de las proteínas en las células.

Normalmente en un periódico o informativo solo hay espacio para una noticia de ciencia al día, por lo que la que consiguió ese espacio fue la de "besar a la derecha". Y, posiblemente, su investigador también tendrá más citas durante los diez años siguientes y logrará más dinero en proyectos competitivos. Esto es un efecto perverso para la ciencia cuyo origen está en la cultura mediática.
[...]

Los propios directores de las grandes revistas reconocen que, por culpa de esta dictadura, muchas veces publican investigaciones no ya científicamente irrelevantes, sino metodológicamente. [...]

Estos comportamientos de las revistas, contaminadas por la cultura periodística, provocará que otros científicos, debido a la creciente competitividad a la que están sometidos, desistirán de investigar cuestiones tediosas y con pocas perspectivas de convertirse en noticias, aunque sean relevantes desde el punto de vista del corpus científico [...]

En los próximos años asistiremos a las conclusiones de "sesudos" estudios publicados en "prestigiosas" revistas sobre lo que implicaría el impacto de un meteorito en la Tierra, la sustancia química responsables del enamoramiento, la estrella que guió a los Reyes Magos, la ecuación de la felicidad, la posible presencia de componentes anticancerígenos en los más peregrinos alimentos, desde el vino y las uvas hasta los aceites de oliva o los chocolates. Todos se convertirán en temas adecuados para investigarlos, desechando otros más tediosos y, sobre todo, menos mediáticos.

Una solución que propone el autor, aunque le deja para desarrollar en otra ocasión, es abandonar los índices de impacto y valorar por ejemplo la resolución de un enigma científico.

Con la intención de probar su hipótesis Carlos Elías ideó una curiosa investigación. ¿Qué pasaría si se dedicase a analizar científicamente el mundo de la telebasura? Según su hipótesis, obtendría más fama y repercusión que con sus previos trabajos tanto científicos como periodísticos. La diferencia tendría que ser tan abrumadora que no dejase lugar a dudas, eliminando cualquier otro factor de oportunidad o casualidad. Pues bien, lo hizo y efectivamente lo consiguió. Fue llamado por todos los platós de telebazofia para que apareciese como experto, mientras que nunca fue trata como "experto" en ninguna otra cosa de la que realmente lo era.

Acusar a la comunidad científica, a buena parte de ella, de que su "objetivo en la selección de temas de investigación es el salir en los medios", puede parecer exagerado, pero es creíble. En todo caso, Carlos Elías no consiguió demostrar eso exactamente, sino la posibilidad de que esa táctica sea posible y recompensable en nuestra sociedad. Al fin y al cabo, "¿qué científico me lo iba a reconocer? ¿Cómo medir la intención?"

Creo que queda suficientemente demostrado que si uno elige determinadas investigaciones tiene muchas posibilidades de salir en los medios de comunicación con todo lo que ello implica. No estoy afirmando que las investigaciones sean malas -yo estoy muy orgulloso de la mía-, pero sí que con parecido esfuerzo, en la cultura mediática, se llega más lejos en la carrera académica con determinadas investigaciones que con otras, independientemente de lo que interese más a la ciencia.

LO AUDIOVISUAL COMO PELIGRO DE SALUD PÚBLICA

El último capítulo del libro es el más radical. Partiendo de la base de que la inteligencia humana, el nivel de inteligencia, es más una consecuencia de la vida en sociedad que una capacitación genética (aunque también), el autor se plantea si una vida cada vez más atomizada por la cultura mediática podría hacernos involucionar de algún modo. Y considera que sí. La televisión es un factor exógeno que puede limitar la capacidad biológica de desarrollar el cerebro.

Si los jóvenes les cuesta centrar su atención se debe a que están creciendo en una sociedad donde las distracciones intermitentes de links, clicks, tweets, tomas etc... les están haciendo incapaces de "sostenerla en el tiempo preciso para aprender conceptos complejos y abstractos como los científicos." Se trata de un problema neurológico, no pedagógico, que se correlaciona con la hiperactividad y "cada año los afectados por este síndrome crecen exponencialmente". La desconexión neuronal es tan fuerte que la educación no puede hacer nada por repararlo.

Referenciando muchas de las siguientes frases, el autor desentierra el hacha de guerra que tenía guardada para lanzarla contra la televisión, sin complejos, y negando su seguridad y silenciando cualquier virtud educativa para la infancia.

"Ver la televisión es al cerebro (y a un futuro como científico), lo que cortarle las piernas a un atleta. Podrá correr con prótesis, pero nunca podrá correr de verdad." [...] Los pediatras encontraron que sus observaciones a nivel neurológico se correspondían (como una mano a un guante) con los resultados académicos de los chavales: aquellos que más televisión habían visto en su infancia y adolescencia, obtuvieron menos calificaciones y nivel finalizado en sus estudios. [...] La televisión debe estar absolutamente prohibida en la infancia (como ya lo están las drogas, el tabaco o el alcohol a esas edades) y a un consumo mínimo durante la adolescencia. [...] Existe una leyenda urbana que sostiene que los videojuegos pueden ser educativos, pero no es cierta. [...] los niños que ven la televisión desde muy pequeños (desde antes de aprender a leer) acostumbran su ojo a una determinada velocidad de recepción y que, posteriormente, cuando empiezan a leer se aburren porque la velocidad y el enfoque del ojo son distintos [...]

En el epílogo hace gala de una prudencia que suaviza esas últimas páginas:

Existe una máxima del periodismo anglosajón: "Los hechos son sagrados, las interpretaciones son libres". Los hechos -el descenso de vocaciones en ciencias naturales y el aumento de los estudios de ciencias de la información- son reales y la tendencia es general -con algunos matices- en todo el Occidente democrático. La interpretación que he expuesto en estas páginas no es ciencia. Esto es un libro de ensayo, por tanto una argumentación de los datos que, necesariamente, refleja mi subjetividad. Esta interpretación es libre y sujeta a que pueda ser refutada parcial o totalmente. Pero no puede refutarse aquello que ni siquiera se ha dicho.

Y termino la reseña con otra manifestación de sentido común que minimiza el carácter gruñón, más por el contenido que por la forma, del que ha hecho gala en varias partes del libro:

Una solución utópica y radical podría ser eliminar la cultura mediática, porque, como ya hemos visto, contamina todo el proceso científico. Pero también es obvio que en los países con cultura mediática se vive mejor y hay más libertad. Prefiero mil veces el descenso de vocaciones de Occidente o en Corea del Sur que la situación en China, en la que no existe caída de vocaciones científicas, pero sí falta de cultura mediática y, por tanto, de libertad.


"HOMBRES BUENOS" de Arturo Pérez Reverte (2015)

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Cuando la Enciclopedia se publicó en Francia, aquí en España todavía andábamos a años luz del espíritu de la Ilustración que se pavoneaba por los Campos Elíseos. Mirábamos a los gabachos con una mezcla de envidia y temor. El punto de partida de esta novela es una reunión de la Real Academia Española, en la que se le encarga a dos de sus miembros que viajen a París para conseguir un ejemplar de la auténtica Enciclopedia que enriquezca la librería de la real institución: Hermógenes Molina, bibliotecario de la Academia, y Pedro Zarate militar ya retirado pero que es el alma noble de la novela.


Arturo Pérez Reverte usa una fórmula narrativa típica de la época de sus personajes, un narrador ficticio del estilo de El Quijote, Frankestein o Robinson Crusoe. Reverte juega como esos clásicos a mezclar realidad y ficción con la intención de que el lector curioso se sienta algo perdido, subyugado quizás por la vorágine y extrañeza de un mundo ajeno. Él va insertando aquí y allá algunas reflexiones de cómo se le ha ido ocurriendo e investigando cada parte de la novela: localizaciones, personajes, ideas... Al mezclar sus visitas a Francia, con calles, mapas y archivos varios induce al lector a pensar que las personas que describe fueron reales, cuando no es así (no en los personajes principales, que a lo sumo están inspirados en figuras históricas reales, pero que nunca existieron con esos nombres y esas hazañas). Personalmente me di cuenta porque me puse a husmear en Internet, y lejos de sentirme engañado empecé a deleitarme con el juego de Reverte. Es como si aceptar la inspiración histórica al tiempo que la imaginación novelesca, consiguiera sumergirme en la inmensidad de lo que fueron tantos años y vidas de épocas lejanas: pudo ser o no, fue con esos nombres u otros, pero el regusto a época de cambio queda en el paladar. Precisamente porque no es historia real al 100%, ni tampoco pura invención, sino una mezcla, como lo tuvieron que ser las epopeyas de hombres buenos, de diferente signo, que vivieron en el siglo XVIII y que con enciclopedia de por medio o no tuvieron que lidiar con la resistencia al progreso, contra sus conspiraciones y poderes conservadores.

"Pero había bandos, claro. En España los hubo, entonces y siempre. Y en aquel tiempo, divergencias que más tarde se revelarían terribles para nuestra historia se perfilaban ya con cierta nitidez: un grupo animado de confianza, de generoso ardor, con fe en el progreso y la educación. convencido de que para hacer a los pueblos felices era preciso ilustrarlos... Otro, petrificado en su ignorancia deliberada, en su indiferencia hacia la modernidad y las luces, instalado en el odio a lo nuevo. Y por supuesto, todos los indecisos y oportunistas que, según las circunstancias, se agrupaban en torno a la gente honesta de uno y otro bando..."

Un libro recomendable de aventuras, pero donde no se narra la búsqueda de un tesoro sino de un libro, con todo lo que ello conlleva (28 volúmenes en realidad). La importancia de unos ideales ilustrados, de la defensa de la razón frente al oscurantismo religioso. Quizás una dicotomía algo repetitiva en los dos principales personajes: Molina algo beato y Zarate un incansable crítico de Iglesia para escándalo de su compañero de viaje.

Muchas son las conversaciones que tienen lugar en el camino a París, sobre los toros, los duelos, la cortesía británica, las formas de gobierno, etc... Algunos de estos debates tienen lugar en un salón de intelectuales que reúne a un tiempo a Condorcet, D´Alembert y Benjamin Franklin, para deleite de los dos enviados españoles, que se postran ante la grandeza de tales tallas del pensamiento.

Hay una historia de amor que enriquece lo que parece destinado a ser una sobredosis de testosterona literaria, y ciertamente la única mujer con suficiente entidad como personaje tiene un nivel de refinamiento y profundidad mayor que los dos viajantes españoles, pero quizás no sea por ser mujer sino por ser francesa, y en todo caso, bastante secundaria.

Otros personajes como Marat, o Abate Bringas nos van apuntando al carácter de la inminente Revolución Francesa, pero todo desprovisto de cualquier virtud, como si aquella revolución solamente hubiese estado inspirada por envidias, mezquindades y brutalidad por doquier de las masas enardecidas. Una perspectiva muy acorde con la poca esperanza que Reverte le asigna al género humano.

Sin embargo, a pesar de tanta ruindad, algunos párrafos plasman verdadera nobleza. No solo formalmente son bellísimos, sino que lo que cuentan es algo loable. Hay un momento en particular,[aviso de SPOILER] al final de un duelo provocado por una estúpida afrenta de la que ninguno de los contendientes quiere bajarse del burro, en el que los que están dispuestos a matarse, los que se odian aunque solo sea por unos minutos, se miran a los ojos cuando uno cae herido, y el ganador pide perdón. No se sabe si como acto de respeto por el perdedor, o como reconocimiento de la estupidez de haberse batido en duelo. En mi opinión esa escena retrata una rápida catarsis del personaje que pasa del orgullo de sus certezas a la madurez de saberse falible e insignificante. Es como si interiorizase la muerte de una época y el nacimiento de otra. Muere la época de las certezas y la irracionalidad, y nace la de la madurez de cuestionarse a sí mismo en un mundo en el que te puedes pasar de la raya. Muere la fuerza de la razón y nace la razón de la fuerza, o al menos, de la empatía. 

Al menos en teoría, porque después de la Ilustración siguió habiendo guerras, hambre e injusticias... un camino de rosas, espinosas sin duda, pero que viene a sustituir a otro camino de cactus mucho peores.



"ÉTICA PRÁCTICA" de Peter Singer (1993)

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Segunda edición de 1993, 278 páginas, editorial Akal

Peter Singer es probablemente el filósofo más influyente y controvertido de nuestros días. Famoso mundialmente por su defensa de los derechos de los animales (aunque él rehúye esa expresión y prefiere denominarlos "intereses" en vez de "derechos"), Singer es también todo un referente imprescindible en cuestiones de bioética y ayuda al Tercer Mundo. Ha creado un movimiento (el altruismo eficaz) y una ONG (la vida que puedes salvar) que combaten la pobreza mundial evaluando la eficacia de nuestra ayuda según la ONG que se elija.

A pesar de tener un estructura teórica compleja, este libro de filosofía me ha resultado ameno e interesantísimo. No se puede decir que sea un libro sencillo, pero con el interés suficiente se puede seguir el hilo argumental, incluso con cierta impaciencia por pasar de página y comprobar a qué conclusiones llega el autor. Su propuesta utilitarista no es perfecta, y como el mismo autor confiesa en varias ocasiones, no excluye del todo a otras escuelas filosóficas. Salvo algunas excepciones, por lo general es una propuesta solida y coherente. Y es tan racional en sus explicaciones que, tras su lectura, uno termina preguntándose por qué no somos todos un poco más utilitaristas.

De esta guisa se puede entender el libro como una aventura al borde de un precipicio ético, una investigación de casos límite, donde la frontera entre el bien y el mal no está clara y siempre se suscitan polémicas. Son casos como el aborto, la eutanasia, la desobediencia civil... en donde no existen soluciones sencillas ni satisfactorias para todos. 

Pero también se tratan temas de una ética cotidiana que eludimos sistemáticamente, ya sea consciente o inconscientemente: ¿cómo luchamos contra la pobreza, o cómo tratamos a los refugiados, o incluso a los animales? Nos hemos acostumbrado a pasar por alto estas cuestiones del día a día. Las vemos en las noticias o las conocemos de primera mano y nos hemos acostumbrado a convivir con ellas sin apenas reflexionar pausada y racionalmente. Peter Singer se remanga sin complejos para abordar lo que escondemos debajo de la alfombra con normalidad, ya sea por vergüenza o por dificultad, y nos ofrece una estructura ética que, la compartamos o no, casi siempre es coherente y honesta.

CAPÍTULO 1: "SOBRE LA ÉTICA"

Peter Singer
¿Debemos aceptar que cada cual tiene su ética y que por tanto este campo de la filosofía es mero subjetivismoo relativismo? Singer rechaza dicha concepción, no admite una ética caprichosa y egoísta, ni una ética numéricamente dominante: ni Marx ni Dios, ni el relativismo que depende de la opinión dominante de una sociedad (o una clase social) ni el autoritarismo celestial que impone un mandamiento moral inapelable. Se puede alcanzar una ética basada en la razón que se actualiza y mejora a sí misma. Basta con que sea racional y desinteresada (con pretensión de universalidad, sin verse afectada por el interés propio) para que una conducta pueda considerarse ética, ya sea esta acertada o equivocada. Sin embargo, aunque la razón tenga un papel importante en la ética, no basta con que sea racional como veremos en el último capítulo.

La coherencia es importante para Singer, y la manera en que defiende todas sus repercusiones es elegante, aunque también chocante en algunas ocasiones. En algunas casos nos parece que va demasiado lejos al llevar su lógica hasta la últimas consecuencias. Eso, normalmente es signo de fanatismo. Sin embargo, en su caso, y aunque parezca paradójico, llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias no equivale a una defender sus principios por encima de la realidad. Singer no es inamovible, y en muchos casos ha confesado cambiar de posición tras un intercambio de opiniones. A diferencia de otros filósofos que anteponen su sistema normativo frente a la realidad, Singer hace lo contrario, y de ahí el término de "Ética Práctica":

"Los consecuencialistas no empiezan con las normas morales sino con los objetivos. Valoran los actos en función de que favorezcan la consecución de estos objetivos. La teoría consecuencialista mejor conocida, aunque no la única, es el utilitarismo. El utilitarismo clásico considera que una acción está bien si produce un aumento del nivel de felicidad de todos los afectados igual o mayor que cualquier acción alternativa, y mal si no lo hace.

Las consecuencias de una acción varían según las circunstancias en las que se desarrolla. Por lo tanto, a un utilitarista nunca se le podrá acusar acertadamente de falta de realismo, o de adhesión rígida a ciertos ideales con desprecio de la experiencia práctica. El utilitarista juzgará que mentir es malo en ciertas circunstancias y bueno en otras, dependiendo de las consecuencias."

Creo oportuno advertir que la palabra utilitarista tiene una acepción popular que nada tiene que ver con la que se acepta en el campo de la filosofía. Se suele aceptar que alguien que es utilitarista es un desalmado que usa a los demás para conseguir sus fines egoístas. Sin embargo, la tradición filosófica de la que hablamos aquí bebe de las fuentes de Jeremy Bentham y John Stuart Mill, que trata de alcanzar la felicidad de una manera mucho más elevada, teniendo en cuenta los intereses de todo el mundo y valorando la generosidad, la hospitalidad, la amistad etc...

Dicho lo cual, Singer era partidario de una versión modernizada del utilitarismo clásico, denominada "utilitarismo de preferencias", o "de intereses". Esta nueva modalidad de utilitarismo tendría la ventaja de superar ciertas contradicciones, como por ejemplo el caso de quien persiste en sufrir para conseguir un placer ulterior (corredores de fondo, opositores y prisioneros que aceptan ser torturados antes de delatar a un compañero). El utilitarismo clásico buscaba el mero placer, en su acepción más hedonista, sin tener en cuenta la libertad de elección. Esto nos dejaba como meros receptáculos sensoriales, incapaces de planificar y decidir por nosotros mismos la conveniencia de asumir un circunstancia desagradable. A diferencia del utilitarismo de preferencia, el clásico nos dejaba al albur de que alguien (el Estado quizás) interprete por nosotros qué es lo que deseamos hacer. 

Jeremy Bentham, padre del utilitarismo
Sin embargo, la distinción como reconoce el propio Singer es algo artificiosa, pues incluso se podría interpretar que los clásicos como Jeremy Bentham o John Stuart Mill asimilaban el placer con la consecución de los propios deseos. En la mayoría de los casos las preferencias van parejas a la felicidad, porque solemos preferir lo que nos hace felices, y en sentido inverso, solemos rechazar lo que nos hace infelices. Esto es así siempre y cuando nuestras decisiones estén debidamente informadas y libres de engaño, lo cual quizás sea demasiado pretencioso. Pero aunque existan errores,  estamos dispuestos a asumirlos a cambio de que nadie nos imponga una concepción de felicidad ajena a nuestra voluntad, lo cual nos haría infelices también en algún grado. 

En la última edición en inglés de 2011, se sigue argumentando desde el utilitarismo de las preferencias. Pero posteriormente, en 2014, Singer reconoció que tenía dudas y optó por un utilitarismo hedonista (que viene a ser lo mismo que volver a los clásicos). No creo que estos cambios invaliden la argumentación del libro, sino que refuerzan la idea central del consecuencialismo, del que parten todos los tipos de utilitarismos. El resto son matices que me parecen estériles para entender lo que propone el autor.


CAPÍTULO 2: "LA IGUALDAD Y SUS IMPLICACIONES"

Peter Singer intenta encontrar una base racional para justificar la igualdad. No es suficiente que la discriminación racial o sexual nos parezca una aberración anacrónica, es necesario encontrar la piedra angular que sostenga el andamio sobre el que construir una igualdad sólida.

Una forma de justificar esto sería encontrar una característica física o psíquica común a todos los seres humanos. En Teoría de la Justicia, John Rawls, proclama que la personalidad moral es lo que justifica la igualdad. La capacidad de tener una moral (buena o mala), de responder a llamamientos morales, es lo que nos hace agentes morales (frente a otros agentes amorales). Peter Singer reconoce que este es un libro de cabecera para todo aquel que sienta inquietudes por la ética de su sociedad, y a nivel académico lo califica de imprescindible. Sin embargo no está de acuerdo con Rawls en este punto. 

En primer lugar porque los sentimientos o la sensibilidad moral varía mucho de unos a otros. Si la vara de medir fuera esa, se nos plantearían algunas dudas: ¿Qué mínimo de sensibilidad es exigible para considerarnos sujetos morales? Y si no hay ningún mínimo ¿no habría que graduar las exigencias morales en función de la sensibilidad de cada uno? Terminaríamos exigiendo altos niveles de moralidad a los que son altamente sensibles a determinadas cuestiones, y ninguno a quien no se siente obligado a reflexionar sobre esas mismas cuestiones. Esto no permite tomarse la igualdad en serio, y por tanto se rechaza como improductivo.

Lo mismo se podría decir de una jerarquía moral basada en la inteligencia, la raza, el sexo o la nacionalidad: "La igualdad es un principio ético básico, y no una afirmación de hecho". Para que una ética puede hacer llamada Ética con mayúsculas, necesita ser universalizable y obviar las diferencias que son éticamente irrelevantes. Por eso debemos rechazar el racismo y cualquier tipo de discriminación arbitraria. Pero no debemos hacerlo negando las diferencias, sino apelando a una igualdad de intereses que veremos a continuación. No debemos insistir en rechazar por principio cualquier tipo de diferencia genética, sexual o de cualquier otro tipo. Si nos limitamos a negar que esas diferencias existen, ¿qué pasaría si la ciencia algún día descubriese que esas diferencias efectivamente existen? Nos veríamos obligados a aceptar la hipótesis discriminadora.
Abolicionistas y esclavistas en la España del s.XIX, caricatura de la revista "La Flaca".


Por esta razón Singer confirma que puede haber algo de cierto en que existan diferencias raciales, de coeficiente inteligencia, o sexuales que hagan a algunos individuos ligeramente diferentes de otros. Pero descarta que esas diferencias sean relevantes. El que una diferencia sea relevante o no depende de para que se quiera considerar. Por ejemplo, un parapléjico no estaría capacitado para ser bombero, y por tanto si lo excluimos de los futuros candidatos de una selección laboral no sería discriminatorio. Pero si el interés es no sufrir, entonces el parapléjico tendrá la misma consideración que los demás. Es más, a los intereses de los discapacitados (salvo casos muy extremos de bebés o fetos que veremos más adelante) habría que darles "mucho mayor peso que a las necesidades menos importantes de otros. Por esta razón, será generalmente justificable gastar más en nombre de la gente discapacitada que en los demás". Si estas diferencias de las que hablamos son de nacimiento o causadas en vida, si son culturales o familiares, es irrelevante. Tanto si eres hombre como mujer, negro o blanco, sano o enfermo, más o menos inteligente, los intereses humanos más importantes no se ven afectados por ello, a saber, evitar el dolor, desarrollar tus capacidades, acceso a vivienda dignas, relaciones personales...etc.

La solución conceptual que nos ofrece Singer para superar con seguridad todas estas situaciones indeseables es el Principio de Igual Consideración de los Intereses (PICI).

Este principio es un mínimo, un punto de partida a partir del cual adoptar decisiones éticas desde cualquier otra perspectiva. Consiste en dar la misma importancia a los intereses de todos los que consideramos agentes morales: “Un interés es un interés, sea de quien sea”. Esto no implica necesariamente mismos derechos. Se puede reconocer que existe cierta igualdad en los intereses que tienen humanos y animales en no ser torturados, pero los animales no tienen derecho a votar como si lo tenemos los humanos.

¿Igualdad, equidad o igual consideración de los intereses?
Así pues, la base para este principio no es ninguna condición física o psíquica, sino la consideración de que todos los intereses cuentan por igual. La indeseabilidad del dolor nos hace tomar en consideración de manera imparcial tanto al sujeto A como al sujeto B, aunque después lleguemos a la conclusión de que debemos dar prioridad al dolor de B. Por ejemplo, imaginemos un médico que está sufriendo dolores por culpa de una explosión en la que estaba ayudando a los heridos: si aliviamos primero su dolor lo dejaremos en condiciones de seguir atendiendo al resto de víctimas. El PICI va más allá de un mero igualitarismo formal. El igualitarismo impondría aliviar el dolor del médico con tanta urgencia como la de cualquier otro. En cambio el PICI profundiza en otros factores que intentan minimizar el dolor en su conjunto, buscando cierta equidad más que la igualdad absoluta. En determinadas circunstancias de escasez de recursos médicos, si nos encontrásemos con una persona con dolor grave y otra con dolor leve, deberíamos emplear todos los recursos con la que sufre el dolor más grave. El resultado sería que la que tiene el dolor más leve vería frustrado su interés. A esta persona se le podría explicar que existen ciertos grados de dolor más indeseables que otros. Los economistas explican esto con el principio de la utilidad marginal decreciente: darle más al más necesitado. Una subida salarial de 100 € es más valiosa para el que cobra 500 € al mes que para el que cobra 1500 € al mes. En determinadas circunstancias, se podría justificar que el más pobre acaparase todos los recursos disponibles, y el más rico ninguno.

Sin embargo, el PICI va también más allá de la equidad, porque nos puede llevar a resultados que no son equitativos en términos monetarios. Imaginemos que la persona que cobra 1500 € al mes necesita 1000 € más para un tratamiento médico que la mantiene con vida. El igualitarismo daría 500 
€ a cada uno, la equidad 1000€ al más pobre. Pero el  PICI le daría los 500 € al que está económicamente más favorecido, es decir, abogaría por una desatención del sujeto más pobre, privilegiando al más rico. Y todo ello porque el interés que se toma en consideración, aun siendo igual para ambos sujetos (aumentar su salario), después de las oportunas ponderaciones determina satisfacer una necesidad antes que la otra (la de vivir antes que la de redistribuir equitativamente la riqueza). A diferencia de otros sistemas, el PICI no necesita rechazar que otros sujetos tengan intereses y deban ser considerados, al contrario, es precisamente tras la oportuna consideración de todos ellos cuando se les atiende según la necesidad y urgencia de todos los implicados. La característica que sale incólume al elegir el PICI, es realmente la igualdad, pues nadie queda excluido, todos son inicialmente considerados de la misma manera.

A mi juicio, Peter Singer intenta construir de manera algo artificiosa una base filosófica propia para sus teorías, aunque en realidad no se diferencia tanto de las que ya existen. Todo el mundo sabe que incluso en los sistemas capitalistas se tiene en cuenta ciertas correcciones de tipo marxista ("a cada cual según sus necesidades"). Y la virtud del PICI, que supuestamente supera resultados meramente igualitarios, se igualaría simplemente teniendo en cuenta que la necesidad de sobrevivir es mayor que la de redistribuir la riqueza. El principio de equidad seguiría arrojando el mismo resultado óptimo que se consigue con el PICI: darle atención al que tiene más, porque en esa circunstancia tiene una necesidad mayor. No hace falta recurrir al PICI. Cualquier sistema igualitarista, con el oportuno matiz, nos llevaría a la misma conclusión.

Además, el PICI puede ser contraproducente, porque en su pretensión de tratar a todos con absoluta imparcialidad puede resultar imposible o incluso indeseable. ¿Trataríamos con igual consideración a un familiar que a un extraño? El capítulo nueve lidia con los problemas de esta índole. Esta aspiración utópica de considerar a todos por igual, se parece bastante al
"amarás al prójimo como a ti mismo". Pero a diferencia del inflexible mandamiento religioso, Singer acepta que hay algo de utopía y acepta conformarse con otras alternativas más prácticas, aunque sin olvidar que hay un horizonte moral que no deberíamos perder de vista.

Un ejemplo de ello son viejas polémicas como las diferencias salariales. Solemos premiar a los médicos frente a los jardineros, pero ¿han tenido todos las mismas oportunidades realmente? Hay diferencias de muy diferente cariz que pueden haber influido en una trayectoria profesional: las diferencias sexuales, la inteligencia, el poder adquisitivo, la educación...etc. Nuestras sociedades se contentan con establecer un mínimo de igualdad de oportunidades. Pero si todos esos factores, o al menos la mayoría más importante, no depende del sujeto sino de la genética o del entorno, ¿no estaríamos falseando la verdadera igualdad con un barniz de supuestas oportunidades que no todos han tenido? Si antes rechazábamos el racismo, el sexismo y todos los demás factores que no deben ser determinantes a la hora de considerar todos los intereses por igual, ¿por qué habríamos de conformarnos con una igualdad de escaparate que se olvida de que no existe realmente una igualdad de oportunidades? 
Karl Marx

La solución marxista,"de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades", parece el culmen de la justicia, y de hecho la aplicamos en muchos contextos, por ejemplo a nuestro hijo más fuerte le exigimos que nos ayude con las tareas más pesadas, y al más necesitado le damos más que a los otros. Pero a la hora de repartir salarios simplemente no es realista, porque los más capacitados terminarían emigrando a países con mejores salarios y mayor libertad (como sucedía en los países socialistas con su fuga de cerebros). No obstante, que la vía marxista sea impracticable no implica quedarnos impasibles ante algunas diferencias insultantes dentro del capitalismo actual. Habiendo tanta gente sin necesidades básicas cubiertas, no deberíamos rechazar por completo el criterio de atender a las necesidades. Singer concluye que un equilibrio podría ser premiar el esfuerzo que se acerca al límite superior de cada capacidad, independientemente de hasta dónde llegue dicha capacidad.
 

CAPÍTULO 3: "¿IGUALDAD PARA LOS ANIMALES?"

Una vez eliminadas las barreras del capítulo anterior es hora de abordar la frontera de la especie. El desmantelamiento de dicha frontera ya fue abordado en profundidad en su libro clásico "Rebelión Animal", del que este capítulo puede considerarse un breve resumen.
 

Pruebas de inteligencia con chimpancés
El uso de herramientas o la capacidad para articular lenguaje son algunas de las tradicionales fronteras entre humanos y animales que se han ido difuminando gracias a la etología, que ha demostrado que no eran exclusivas de los seres humanos. Quizás la única que se resiste a caer en el ideario popular es la consciencia de sí mismo, aunque Singer opina que ni siquiera esta barrera se mantiene. Los que sostienen que la consciencia propia debe ser la diferencia definitiva en estas cuestiones morales, olvidan que existen discapacitados humanos sin ella, o al menos con menor cantidad que algunos animales.

Al final, lo que nos iguala es la capacidad de sentir dolor. Y si el interés de aliviar el dolor es el mismo para todos los individuos, independientemente de su raza, nacionalidad, sexo, discapacidad, inteligencia etc... ¿Por qué no incluir a miembros de otras especies que también desean evitarlo? El límite de la sensibilidad y la capacidad de sentir dolor, es el auténtico límite que debe guiarnos a la hora comparar intereses humanos y animales, en especial la evitación del dolor. Jeremy Bentham, el clásico utilitarista, ya lo explicaba allá por 1789 de manera inolvidable:

"Es probable que llegue el día en el que el resto de la creación animal adquiera aquellos derechos que nunca, sino por las manos de la tiranía, podrían haberles sido negados. Los franceses ya han descubierto que el color negro de la piel no es una razón por la que un ser humano deba verse abandonado sin remisión al capricho de un torturador. Llegará el día en el que se reconozca que el número de piernas, la vellosidad de la piel, o la terminación del os sacrum, sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible al mismo destino: ¿qué más ha de ser lo que trace la línea insuperable? ¿Es la facultad de razonar, o quizás la facultad de discurso? Sin embargo, un caballo o un perro adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional y más comunicativo que un niño de un día, o de una semana, o incluso de un mes. Pero incluso suponiendo que fuese de otra forma, ¿qué importaría? La cuestión no es: ¿pueden razonar? ni tampoco ¿pueden hablar? sino: ¿Pueden sentir el sufrimiento?"

La objeción más común es que los humanos somos más conscientes del sufrimiento (más adelante profundizaremos en la angustia mental). El sufrimiento de un cerdo o un ratón no será el mismo que el de un ser humano. Pero no porque sus sistemas nerviosos sean muy diferentes, sino porque un humano puede ser consciente de que el día de su ejecución está próximo mientras que el cerdo ignora cuándo lo llevarán al matadero.

"Los humanos son mucho más conscientes de lo que les está ocurriendo y esto hace que su sufrimiento sea mayor. No se puede equiparar el sufrimiento de, digamos, una persona que se está muriendo lentamente de cáncer con el de un ratón de laboratorio que esté sufriendo el mismo destino.
Acepto totalmente que en el caso descrito la víctima humana de cáncer normalmente sufrirá más que la víctima no humana de cáncer. Pero esto de ninguna manera debilita el que la igual consideración de intereses se haga extensiva a los no humanos."
Así pues, se pueden priorizar los sufrimientos sin necesidad de ser especista, pero lo que no se debe hacer en ningún caso es excluir del análisis inicial a los animales para establecer una jerarquía en la que ellos siempre estarán por debajo, por el mero hecho de ser animales.

"Si le doy una palmada fuerte en el lomo a un caballo, éste puede sobresaltarse, pero probablemente sentirá poco dolor. Su piel es lo bastante dura como para protegerlo de una simple palmada. Sin embargo, si le doy una palmada de las mismas características a un  bebé, llorará y probablemente sentirá dolor, ya que la piel del bebé es más sensible. Por lo tanto, es peor darle una palmada a un bebé que a un caballo, si ambas se dan con la misma fuerza. Pero debe haber un tipo de golpe -no conozco exactamente cuál sería, quizás un fuerte golpe con un palo- que le duela al caballo tanto como al bebé le duele una simple palmada. A esto me refiero con "el mismo dolor" y, si consideramos que está mal que un niño pequeño sufra ese dolor sin una buena razón, debemos, a menos que seamos especieístas, considerar que igualmente está mal infligir el mismo dolor a un caballo sin una buena razón."
COMER ANIMALES

Una de las justificaciones más irreflexivas para comer animales es que siempre se ha hecho. Otra de la misma índole es que los animales también se comen a otros animales. Las dos prefieren ignorar obviedades éticas: la primera que los hábitos no se justifican por sí mismos, y la segunda que los animales no pueden reflexionar sobre su dieta, pero nosotros sí.

Otra justificación algo mejor, aunque claramente insuficiente, es que comer animales es una forma de sobrevivir. Esto fue cierto en nuestros orígenes evolutivos, pero hoy en día ya no se sostiene. Quizás únicamente para los esquimales y otras sociedades dependientes de la carne, pero para los ciudadanos de sociedades industrializadas la carne es un lujo que se mantiene simplemente por una preferencia de sabor.
“Las investigaciones médicas indican abrumadoramente que la carne de los animales no es necesaria para tener una buena salud o aumentar la longevidad. La producción animal en la sociedades industrializadas tampoco resulta un método eficaz de producir alimentos ya que la mayoría de los animales que consumimos son engordados con cereal y otros alimentos que se podrían comer directamente.
Cuando los animales son alimentados con grano, la carne para consumo humano solo mantiene alrededor del 10% del valor nutricional del grano. Por lo tanto, exceptuando a los animales que se crían completamente en tierras de pastos no adecuadas para el cultivo, Los animales no se comen ni para mejorar la salud, ni para aumentar la producción de alimento. La carne es un lujo y se consume porque la gente le gusta su sabor.”


Las jaulas que inmovilizadoras son práctica común en la industria cárnica
Merece la pena subrayar que el enfoque utilitarista no defiende la prohibición de comer carne como una cuestión per se. Muchos animalistas rechazan el consumo de carne con un asco visceral y una empatía casi espiritual, como si al hincarle el diente a un filete estuviésemos dañando el alma del ser vivo sacrificado para nosotros. Para Singer no es así. Todo depende de si el animal ha sufrido para llegar a nuestra mesa, o para ser más exactos, si estamos colaborando con una cadena que permite que el negocio del sufrimiento animal siga funcionando gracias a nuestro apoyo económico. Pero si hubiese algún animal que haya sido feliz, aunque haya sido creado para nuestro disfrute culinario, y que no haya muerto con sufrimiento, en tal caso Peter Singer no encuentra ninguna objeción en comer animales. Lo que sucede es que, en la realidad, esa situación idílica se da en muy pocas ocasiones y en muy pocas culturas. El objetivo es boicotear y no contribuir al sufrimiento gratuito y a veces desaforado que tenemos en nuestras granjas industriales, un proceso que en aras de la productividad económica sacrifica el interés más elemental de los animales, a saber la evitación del sufrimiento.

EXPERIMENTACIÓN CON ANIMALES Y SUFRIMIENTOS COMPARADOS

Peter Singer como máximo valedor de una ética animalista, cabría esperar que tuviese una oposición frontal y por principios a la cuestión de la experimentación con animales. Tampoco es así. Su posición es netamente utilitarista, y por tanto la experimentación animal es defendible o indefendible según el caso.

Usualmente cuando se expone el argumento a favor de la experimentación con animales, se pone como ejemplo algún caso hipotético, extremo y sin ninguna alternativa: salvar miles de vidas humanas y ahorrar un sufrimiento indecible a la humanidad a cambio de hacer un único experimento en el que un animal sufra o muera. En tal caso extremo, Peter Singer estaría de acuerdo con la experimentación animal. Lo escribió en su libro, y lo volvió a decir sobre un caso real en un documental de la BBC en 2006.

Pero la razón no sería que los animales siempre deban estar al servicio de la especie humana, sino que después de haber tenido en cuenta a todos los implicados, la balanza de beneficios/perjuicios, placer/dolor se decanta hacia un lado, sin tener en cuenta la especie de los sujetos.

"Ahora bien, a la cuestión hipotética sobre salvar a miles de personas mediante un solo experimento con un animal los detractores del especieísmo pueden responder con una cuestión  hipotética propia: ¿Estarían dispuestos a llevar a cabo sus experimentos con humanos huérfanos con daño cerebral irreversible muy grave si esa fuese la única manera de salvar a miles? (Utilizo el término "huérfano" para evitar la complicación añadida de los sentimientos de los padres). Si los que realizan los experimentos no están dispuestos a usar humanos huérfanos con daño cerebral irreversible muy grave, su disposición para utilizar animales no humanos parece ser discriminatoria sólo basándose en la especie, ya que los monos, perros, gatos e incluso los ratones y ratas son más inteligentes, más conscientes de lo que les sucede, más sensibles al dolor, etcétera, que muchos de los humanos con daños cerebrales graves que sobreviven a duras penas en hospitales y otras instituciones. No parece existir ninguna característica moralmente relevante que estos humanos tengan y de la que carezcan los animales. Los partidarios de la experimentación, por lo tanto, muestran su parcialidad en favor de su propia especie siempre que lleven a cabo experimentos con animales no humanos con propósitos que no encontrarían justificados a la hora de usar seres humanos de un nivel igual o inferior de sentimiento, consciencia, sensibilidad, etcétera. Si se eliminase este prejuicio, el número de experimentos realizados con animales se reduciría de forma  significativa."

Pruebas de estrés por separación
Pero fíjense que el contra-ejemplo no es realmente el contrario. Intentaré explicarlo lo mejor posible. Singer expone brillantemente la contradicción de quienes rechazan usar a humanos para salvar a humanos, aunque sí aceptan usar a animales. Pero para que eso llegue a ser contradictorio, primero se necesita aceptar la premisa de que algunos animales puedan ser comparables en algún sentido a algunos humanos. La gente que no lo acepte, puede que sea especista, pero no caerá en ninguna contradicción realmente. En cambio podemos idear un ejemplo que ponga a prueba la coherencia de Singer. Siguiendo su razonamiento, no deberíamos tener en cuenta la especie, solo la balanza de placer/dolor. Esto nos permitiría intercambiar a los sujetos de la experimentación (víctima/beneficiado). Así pues, si el ejemplo planteado originalmente usaba a animales para salvar humanos, ahora deberíamos ver el caso inverso, a saber, si se pueden usar a humanos para salvar a animales. Esa sería la prueba de fuego de que algunos humanos (prácticamente vegetales y solos en el mundo) se pueden intercambiar por algunos animales (perros, gatos, etc...). Si concluimos que haciendo sufrir tan solo un poco a uno de esos seres humanos (sin consciencia propia) aliviásemos el dolor de muchos de esos animales (con consciencia propia), ¿qué obstáculo moral nos impediría hacerlo? ¿Y si sacrificando a uno de esos humanos (sin consciencia propia) salvásemos a muchos de esos animales (con mucha consciencia propia)? ¿Aceptaría esto el autor? Estas son las cuestiones que se derivarían de su posición sobre la experimentación animal, aunque lamentablemente no han sido abordadas.

Pero a pesar de las dificultades, al menos un par de conclusiones sí parecen claras para Singer. En primer lugar, si es difícil comparar grados de sufrimiento entre humanos, lo es todavía más cuando la comparación se hace entre especies diferentes. Pero esa dificultad al comparar no puede oscurecer el imperativo moral de evitar el dolor en la medida de lo posible a todo el que pueda sentirlo, no debemos ser indiferentes al sufrimiento.

En segundo lugar, aunque es difícil afirmar con certeza los beneficios de algunos experimentos (véanse los ejemplos de inutilidad o superficialidad que Singer aporta como el test Draize, la LD5 o los de H. F. Harlow), en cambio sí se puede tener alguna certeza en cuanto al dolor de los animales implicados. Aquí difiero, pues la comunidad científica parece tener claro que la experimentación animal es todavía necesaria, y ha cosechado grandes éxitos a lo largo de la historia. Quizás el libro está algo desfasado en esta cuestión, porque la legislación europea ha prohibido prácticas que Singer denunciaba originalmente en sus libros (1975 y 1993). Sería interesante consultar la edición de 2011 de "Ética Práctica" (sólo en inglés) y la de "Liberación Animal" de 2018 con prólogo de Yuval Noah Harari. No obstante, todo parece indicar que la oposición a la experimentación no es, al igual que la objeción a comer animales, una cuestión de principios, sino una conclusión que depende de la circunstancias.


Los cerdos tiemblan y defecan cuando oyen a otros cerdos morir
Esto hace que los contrarios a la experimentación animal critiquen a Singer por no ser especista. Por su parte, los que están a favor de la experimentación animal aducen que no sienten como los humanos y por tanto su angustia mental es menor o incluso inexistente. Esto puede ser cierto solamente hasta cierto punto. Dependerá de la capacidad para tener consciencia de sí mismo del ser vivo en concreto. Si los seres humanos supieran que pueden ser secuestrados en los parques y ser sometidos a experimentaciones vivirían con angustia y miedo su existencia. Esto no sucede normalmente con los animales, pero depende de la inteligencia y la consciencia de sí que tenga el animal. De todos es conocido la reacción de algunos mamíferos que tiemblan y defecan sobre si cuando oyen a miembros de su especie ser degollados en los mataderos (por no hablar del dolor del experimento o del infligido en la forma de morir).

Alguien podría objetar que realmente nadie está en la mente de un animal para decirnos si sienten pánico o sufren, y que los temblores y demás son meras reacciones fisiológicas que nosotros interpretamos desde nuestro antropomorfismo como un sentimiento de sufrimiento que ellos realmente no tienen. La deshonestidad de quienes así argumentan puede llegar a ser todavía más ridícula cuando cuestionan el dolor físico: ¿cómo saber si el ladrido de un perro al que se le clava una púa en la pata con un martillo es dolor parecido al nuestro o simplemente una reacción instintiva?

Las personas que necesitan que se les argumente que el dolor físico de un animal es tan real como el dolor físico humano están atrincherados irracionalmente en negar la evidencia. Para demostrarlo Singer propone contestar con una pregunta similar: ¿cómo podemos estar seguros de que un niño al que se le clava una púa en la mano con un martillo, y chilla inmediatamente, siente dolor? Si el niño es lo suficientemente pequeño tendrá menos inteligencia, menos consciencia de sí mismo y menos capacidad para comunicarse que muchos animales adultos. Singer nos recuerda oportunamente que algunos primates han conseguido usar el lenguaje de signos humanos para comunicarnos algunas impresiones básicas.

Quizás la mejor demostración de que negar el dolor o el sufrimiento animal es una postura hipócrita, es que se niegan o se aceptan igualdades según convenga: los mismos que a nivel teórico afirman la incapacidad de sentir dolor y sufrimiento a un animal, a nivel práctico cuentan con esa capacidad para extrapolar conclusiones al sufrimiento humano.
“Por ejemplo si obligar a una rata a elegir entre morirse de hambre o cruzar una barrera electrificada para conseguir alimento nos proporciona información sobre las reacciones de los humanos ante el estrés entonces debemos dar por sentado que la rata siente estrés en este tipo de situación. “

LA ÉTICA BASADA EN LA RECIPROCIDAD ES INTERESADA

Existe una corriente de pensamiento muy aceptada en el pasado (Hobbes, Rousseau), y que todavía sobrevive en filósofos modernos (Rawls), que consiste en que los sujetos de sociedad se deben un respeto gracias a un pacto implícito del que todos salen beneficiados. El pacto o contrato social, o como quiera que se le llame, solo tiene en consideración a las partes del acuerdo. Antiguamente esta base contractual permitía excluir a los que no eran miembros de una comunidad. Hoy en día, excluye a aquellos sujetos que, como los animales y algunos seres humanos, no están en condiciones de responder a la máxima de que todo derecho conlleva una obligación. 

"La explicación contractualista de la ética presenta muchos problemas (...) por ejemplo los traficantes de esclavos blancos que transportaban a los esclavos africanos hasta América no tenían ningún interés propio para tratar a los africanos mejor de lo que lo hacían. Los africanos no podían tomar ningún tipo de represalias. Con haber sido solamente contractualistas los traficantes podrían haber refutado a los abolicionistas explicándoles que la ética acaba en los límites de la comunidad ya que los africanos no son parte de su comunidad y no tienen ningún deber que cumplir para con ellos. (...) Lo más llamativo es el impacto del modelo en nuestra actitud con respecto a las generaciones futuras. "¿Por qué debería yo hacer  algo por la posteridad? ¿Ha hecho la posteridad algo por mí alguna  vez?"

La base contractual de la ética puede servir como explicación de su origen el pasado, pero no debe condicionar la motivación de su existencia en el presente.
“Por egoístas que sean los orígenes de la ética es posible que una vez que hayamos empezado a pensar éticamente estas premisas mundanas queden atrás pues tenemos la capacidad de razonar y la razón no está subordinada al interés propio.”

CAPÍTULO 4 Y 5 "¿QUE HAY DE MALO EN MATAR" y "QUITAR LA VIDA: LOS ANIMALES" (¿Se puede sustituir una vida por otra?)

Una cosa es defender la evitación del dolor, que es básicamente lo que hemos visto hasta ahora, y otra cosa es defender la evitación de la muerte. Infligir dolor ajeno (gratuitamente, a cambio de un beneficio propio o superficial) es censurable desde todos los puntos de vista. ¿Podemos decir lo mismo de quitar la vida a aquellos seres vivos que no pueden sentir que la tienen como tal? Esta cuestión hay que explicarla en profundidad porque conlleva complejidades añadidas.

A estos efectos Singer considera dos tipos de seres vivos: los conscientes de sí mismos y los meramente conscientes. A estos últimos también los denomina en un par de ocasiones "seres meramente sensibles", que es una expresión más acertada (en inglés "sentient" cubre las dos acepciones -sensible y consciente-, y por ello Singer puede usarlos indistintamente, mientras que en español "sensible" se ajusta más a la definición que Singer quiere dar de aquellos seres que no tienen autoconciencia). No obstante, seguiré la terminología empleada por el autor, pero allá donde se lea "meramente conscientes" se puede interpretar que es sinónimo de "meramente sensible".

La prueba del espejo y la consciencia de sí mismo.
Los seres conscientes de sí mismos son aquellos que tienen una serie de características (conocimiento, control de uno mismo, sentido del futuro, sentido del pasado, capacidad de relacionarse con otros, preocupación por los demás, comunicación y curiosidad; aunque Singer cree que se pueden reducir a racionalidad y consciencia de sí mismos) que los convierten en versiones destacadas del mero homo sapiens. Porque aunque todos los homo sapiens tengan estas cualidades, algunos las tienen en mayor cantidad que otros. Son, en definitiva, esas personas de las que decimos que son "verdaderamente humanos", o que son "muy humanas", o incluso como se suele decir redundantemente "son personas humanas". Sin embargo, para Singer estas características no son exclusivas del homo sapiens, y por eso propone redefinir el término "persona" como uno que englobe todas esas cualidades, independientemente de la especie. Yo emplearé comillas para señalar cuando usa esta terminología porque, como el mismo reconoce, es bastante liosa.
"Este uso del término "persona" se presta desafortunadamente a confusión, debido a que se utiliza a menudo con el mismo sentido que "ser humano". Sin embargo, los dos términos no son equivalentes, ya que podría haber una persona que no fuera miembro de nuestra especie del mismo modo que podría haber  miembros de nuestra especie que no fueran personas."
En consecuencia, un ser vivo debe ser sujeto moral en tanto en cuanto tenga estas cualidades. Cuanto más las tenga, más merecerán sus intereses ser tenidos en cuenta, independientemente de que pertenezca a la especie humana o no. En su momento, el cristianismo supuso un avance al defender la santidad de la vida humana, defendiendo que todas las personas tuvieran ese derecho cuando muchas no lo tenían. Hoy en día podemos, y debemos, seguir profundizando en las razones que nos empujan a extender el derecho a la vida de todos los seres vivos que consideramos que gozan de esa "personalidad" que Singer redefine.

Al utilitarista clásico estas inquietudes no le importan, pues solo le preocupa maximizar la felicidad del ser que existe en este momento. Una vez muerto el sujeto, ni siente ni padece, y al utilitarismo clásico solo le importaría que la forma de la muerte fuese indolora. Sin embargo, el utilitarismo de preferencia considera la vida como una preferencia de “la persona”.
Desde esta perspectiva (de preferencias) resulta estéril la réplica (de utilitarismo clásico) de que una vez muerto, el sujeto no esté para lamentar esa perdida.Si se mata a alguien que prefería vivir, el hecho de que ya esté muerto no puede esconder que no se haya respetado su preferencia.Algo similar pasaría con las preferencia sobre la muerte: cuando alguien decide donar su cuerpo a la ciencia, y tras su muerte sus familiares lo entierran argumentando que ya no está en el mundo de los vivos para sufrir y ver como su preferencia se ve frustrada. Pero el hecho es que no se ha respetado. Vease la explicación de Singer con sus propias palabras (nótese que usa el término "persona" en su acepción más inclusiva que antes hemos comentado):
"Para el utilitarismo de preferencia, quitar la vida de una persona será normalmente peor que quitar la vida de cualquier otro ser, ya que las personas están muy orientadas hacia el futuro en sus preferencias. Matar a una persona normalmente constituye, por  tanto, violar no sólo una, sino una amplia gama de las preferencias más importantes que pueda tener un ser. Muy a menudo quedará sin sentido todo lo que la víctima haya intentado hacer en los últimos días, meses o incluso años. En contraste, los seres que no se pueden ver a sí mismos como entidades con futuro no pueden tener preferencias sobre su propia existencia futura. Esto no niega que tales seres pudieran luchar contra una situación en la cual sus vidas están en peligro, como un pez lucha por librarse del anzuelo que tiene en la boca; pero no indica sino la preferencia porque cese una situación que se percibe como dolorosa o aterradora. La lucha contra el peligro y el dolor no quiere decir que los peces sean capaces de preferir su propia existencia futura a la no existencia. La conducta de un pez enganchado en un anzuelo sugiere un motivo para no matarlos con ese método, pero no sugiere en sí misma una razón del utilitarismo de preferencia en contra de matar peces con un método que les dé la muerte de forma instantánea,  sin causar antes dolor o miedo. (Una vez más, recordemos que estamos considerando por qué es especialmente malo matar a una  persona; no estoy diciendo que no haya nunca ninguna razón del utilitarismo de preferencia en contra de matar seres conscientes que no sean personas)."

La conclusión es que hay muchas razones para respetar y valorar la vida de los seres conscientes de sí mismos.

¿Los insectos pueden sentir dolor?
Con respecto a los seres meramente conscientes (o meramente sensibles), son aquellos que son sensibles y pueden experimentar placer y dolor, pero no tienen preferencias conscientes por vivir y, por tanto, no son "personas" según la definición de Singer. La versión del utilitarismo clásico (la que contempla la vida como un almacén de dosis de placer y dolor) parece ser la más indicada para analizar los intereses de estos seres meramente conscientes. Incluso desde la perspectiva de las preferencias tampoco genera ningún problema: quizás no tengan preferencias sobre la existencia, pero sí sobre el placer o el dolor. Así que desde cualquier utilitarismo que escojamos la conclusión de evitar el dolor de estos seres vivos parece que es defendible y factible. Pero procurar el placer es más complicado: requiere algún que otro artificio filosófico que divide la cuestión en dos enfoques diferentes.
“Hay dos formas en el mundo de aumentar la cantidad de placer: una de ellas es aumentar el placer de los que ahora existen, y la otra es aumentar el número de los que llevan una vida placentera. Si matar a los que llevan una vida placentera es malo debido a la pérdida de placer, parecería bueno aumentar el número de los que llevan una vida placentera. Y esto lo podríamos hacer teniendo más hijos, con tal que creamos hasta un punto razonable que van a llevar vidas placenteras, o criando gran cantidad de animales bajo unas condiciones que asegurarían que iban a llevar una vida placentera. Pero ¿sería conveniente crear más placer mediante la creación de más seres que lo experimenten?”

El primero es el “enfoque total” y el segundo es el de la “existencia previa”. La gente normalmente comparte el segundo enfoque. Casi nadie defiende que debamos tener más hijos para colaborar al cómputo de felicidad mundial. Tenemos hijos porque los deseamos, haciendo nuestros cálculos a nivel familiar. Sin embargo, Singer encuentra cierta contradicción en este segundo enfoque, pues percibe una “misteriosa asimetría” que le inquieta. La asimetría consiste en que si la gente acepta que el placer que un hijo experimentaría no es razón para traerlo al mundo, ¿por qué el dolor que un posible hijo experimentaría sí constituye un motivo en contra de traerlo al mundo”. O en otras palabras ¿si el placer no es determinante porque debería serlo el dolor?

A mi juicio Singer le da demasiadas vueltas a esta contradicción. El mismo reconoce que la obligación de traer seres felices al mundo no es nada intuitiva, pero en su deseo de encuadrarlo todo dentro de sus esquemas teóricos encuentra esta molesta contradicción de la que no sabe muy bien cómo salir. Los modelos teóricos que usa para salir del impasse son, como él mismo confiesa, demasiado metafóricos e insatisfactorios. Me aventuro a conjeturar que quizás por ello, por salir de esta "misteriosa asimetría", Peter Singer se vio obligado a cambiar su adscripción filosófica, precisamente para resolverla:
“Al escribir la primera edición de Animal Liberation, acepté la postura de Salt. Creía que era absurdo hablar como si uno hiciera un favor a un ser al darle existencia, puesto que en el momento de conferir este favor, no existe ni siquiera el ser; sin embargo ahora no estoy tan seguro. Después de todo, tal como vimos en el capítulo 4, sí parece que hagamos algo que esté mal al traer a un ser desgraciado a sabiendas, al mundo; y si esto es así, resulta difícil explicar por qué no hacemos algo bueno cuando, deliberadamente, traemos a un ser feliz al mundo”.

En mi opinión, normalmente podemos considerar que hacemos algo bueno trayendo un ser al mundo que prevemos que será feliz. Pero eso no implica que deba ser una obligación moral. En primer lugar, porque existe una gran incertidumbre y subjetividad en los cálculos utilitaristas que andan en juego. Esa inseguridad se cierne tanto sobre la felicidad del ser que está por venir, como sobre el agente moral que se cuestiona si traer descendencia o no, y que tendrá que asumir el coste personal de cuidar al nuevo ser vivo. Solamente las personas que se deban hacer cargo de la descendencia tienen derecho a cuestionar si les conviene o no hacerlo. En segundo lugar, porque de la prohibición de hacer el mal no está claro que se derive una obligación de hacer el bien: está prohibido pegar pero no hay obligación de acariciar, está mal odiar, pero no hay obligación de amar, está prohibido robar pero no existe obligación de dar limosna (o al menos no deriva de la prohibición de no robar, como veremos en capítulos posteriores). De la misma manera, se podría argüir que la obligación de evitar el dolor no implica una obligación de garantizar el placer.

Pero ni siquiera era necesario divagar tanto. Para superar este que parece ser un gran obstáculo para Singer, hubiese bastado con defender que para el dolor rige el enfoque de existencia previa y para el placer el enfoque total. Al fin y al cabo, para los seres conscientes de sí mismos usa el enfoque de existencia previa (y el utilitarismo de preferencia) y para los seres meramente conscientes usa el enfoque total (y el utilitarismo clásico). No parece que eso le crease ninguna contradicción.


¿Se puede sustituir una vida con otra? ¿Lo hacemos?
Pero indirectamente, resolver esta contradicción sí puede ser interesante, porque lo que hay detrás es decidir si algunos seres vivos son sustituibles como cromos. Y eso sí es importante. El modelo de reemplazabilidad nos dice que las vidas de seres meramente conscientes (sin consciencia de sí mismos) son sustituibles unas con otras. Esta sería la postura de quienes por ejemplo defienden que la crianza de cerdos, aunque suponga la muerte temprana de muchos cerdos, también supone que hay otros muchos más que vienen al mundo a sustituir a los que mueren.

Pero para que ese enfoque total sea válido, se suele olvidar que los nuevos cerdos que vienen al mundo deberían gozar de vidas placenteras, y los que son sacrificados deberían serlo de manera indolora, ya que si tenemos en cuenta el balance real de placer y dolor, tal y como vimos en el capítulo anterior, esta postura no se sostendría. No hace falta decir que en la inmensa mayoría de los casos actualmente esos requisitos (ausencia de dolor, tanto en la vida como en la muerte de los animales criados industrialmente) no se cumplen. Pero aunque se cumpliesen, la reemplazabilidad de los seres meramente conscientes ofrece muchas dificultades, entre ellas que los razonamientos que la sostienen suelen ser muy metafóricos, sin base sólida y coherente. Además, si aceptásemos la reemplazabilidad se podría llegar a la conclusión de que incluso los seres autoconscientes podrían ser sustituibles, siempre y cuando el balance fuese positivo, lo cual el propio Singer se niega a aceptar.



CAPÍTULO 6: "QUITAR LA VIDA: EL EMBRIÓN Y EL FETO"
Singer presenta un somero repaso a los argumentos a favor y en contra del aborto. La posición conservadora defiende el feto es esencialmente un ser humano. La posición liberal lo niega. Singer, que es partidario del aborto, reconoce que los conservadores pisan terreno firme, pues el hecho de que no se sepa exactamente cuando un feto puede ser considerado persona, no significa que ese momento no exista. De hecho, debe existir, en algún momento podremos trazar la frontera, y nuestro desconocimiento sobre ese momento exacto no debería hacernos pensar que simplemente no existe.

Algunos de los siguientes se han propuesto como momentos fronterizos: el nacimiento, la viabilidad, el movimiento del feto y la consciencia. El nacimiento parece algo arbitrario: ¿cómo puede un bebé pasar a tener la consideración de ser humano de un día para otro? Tiene las mismas cualidades tanto dentro como fuera del vientre de la madre, solo lo separan unas horas. Lo mismo cabría decir de la viabilidad fuera del útero, a lo que en este caso se podría añadir que la viabilidad depende de los avances médicos; se podrían dar curiosos casos que dependiendo de dónde nace el bebé debería tener una consideración u otra. El movimiento es si cabe más infructuoso y anticuado, y basta considerar la existencia de los paralíticos para ignorar la validez del argumento. La consciencia no deja satisfechos a conservadores ni liberales. Los primeros desean el momento de la concepción como vinculante, y los segundos temen que algunos estudios que sugieren que el feto puede sentir dolor o tener actividad cerebral les eche abajo su argumentación. Singer no profundiza en la consciencia del feto y, a mi modo de ver, debería haberlo hecho porque al fin y al cabo la capacidad de sentir dolor es su gran premisa por excelencia.


Consigna feminista basada en La Teoría de los Derechos
Hay otros argumentos liberales que se centran en cuestiones laterales, ya que no niegan que el feto sea humano, y quizás por eso no resuelven la cuestión ética de fondo. Son estos tres argumentos: a) Las consecuencias negativas de una legislación restrictiva (como que muchas mujeres mueran por abortos clandestinos). b) Que se trata de una cuestión privada en la que no existen víctimas, (delitos sin víctimas son normalmente las relaciones homosexuales consentidas entre adultos). c) La ilegitimidad del estado para controlar el cuerpo de la mujer.

Singer rechaza estos tres argumentos liberales siendo el tercero el más interesante a rebatir. El lema feminista  "Nosotras parimos, nosotras decidimos" implica una concepción del derecho basada en lo que se conoce como teoría de los derechos, según la cual lo que importa no son las mejores consecuencias (como en el utilitarismo) sino la potestad del que goza de un derecho de hacerlo valer sin ninguna otra consideración. El ejemplo imaginario que se detalla a continuación es tan solo uno más de los muchos (propios y ajenos) que se manejan en el libro, y aunque está centrado en un caso de violación, se pueden inventar variaciones con las mismas conclusiones que cubran los embarazos no deseados por ignorancia, descuido o fallo anticonceptivo.


"Judith Jarvis Thomson, por medio de una ingeniosa analogía, ha presentado un argumento que ha tenido mucha influencia. Imaginemos, dice ella, que una mañana nos despertamos en la cama de un hospital, conectados de alguna manera a un hombre inconsciente que se encuentra en la cama junto a la nuestra. Se nos dice que este hombre es un famoso violinista que padece una enfermedad renal. La única forma que tiene de sobrevivir es teniendo su sistema circulatorio conectado al de otra persona con el mismo grupo sanguíneo, y nosotros somos la  única persona con la sangre adecuada. De modo que una asociación de amantes de la música nos secuestró y llevó a cabo la operación de conexión. Como nos encontramos en un hospital con buena reputación, podríamos, si quisiéramos, decirle a un médico que nos desconectara del violinista; en cuyo caso el violinista moriría irremediablemente. Por otra parte, si permaneciéramos conectados durante sólo (¿sólo?) nueve meses, el violinista se recuperaría y podríamos ser desconectados sin poner su vida en peligro.


Thomson cree que si nos viéramos inmersos en esta situación inesperada, no estaríamos moralmente obligados a permitir que el violinista utilizara nuestros riñones durante nueve meses. Ayudar al violinista sería un acto muy generoso y amable de nuestra parte, pero decir esto, afirma Thomson, es bastante diferente de decir que  haríamos mal si actuáramos de forma contraria. 


Hay que resaltar que la conclusión de Thomson no depende de negar que el violinista sea un ser humano inocente, con el mismo derecho a la vida que cualquier otro ser humano inocente. Al contrario, Thomson afirma que el violinista tiene derecho a la vida, pero tener derecho a la vida, según ella, no implica el derecho  de utilizar el cuerpo de otra persona, incluso aunque no utilizarlo nos suponga la muerte.


[...]


La teoría de los derechos en cuestión se puede ilustrar con otro de los imaginarios ejemplos de Thomson: supongamos que nos encontramos desesperadamente enfermos y que lo único que puede salvarnos es que nos toque nuestra estrella de cine favorita con su fría mano en nuestra febril frente. Pues bien, Thomson dice que aunque tengamos derecho a la vida, no quiere decir que tengamos derecho a forzar a la estrella de cine a venir a nosotros, o que ésta se encuentre en ninguna obligación moral de venir a salvarnos, aunque sería muy amable de su parte que lo hiciera. De este modo Thomson no acepta que estemos siempre obligados a tomar la mejor línea de acción, una vez considerados todos los puntos, o hacer aquello que tenga las mejores consecuencias. En cambio, acepta un sistema de derechos y obligaciones que nos permita justificar nuestras acciones independientemente de sus consecuencias."


¿Un animal inteligente merece la misma protección que un feto humano?
Aunque nuestro filósofo australiano rechaza esta teoría de los derechos, llega a la misma conclusión por otras vías, es decir, Singer es favorable al aborto, pero desea subrayar que no es por las razones que esgrimen los liberales y las feministas. Congruentemente con el análisis de capítulos anteriores, el feto no posee las características esenciales para ser "una persona" completa, y por tanto él piensa que no se le debe dar “más valor a la vida del feto que a la vida de un animal no humano dado un nivel similar de racionalidad, consciencia de sí mismo, conocimiento, capacidad de sentir, etcétera.” Lo único que deberíamos tener en cuenta en favor del feto es que no sienta dolor, pues como ser sintiente sí tienes preferencias que debemos tener en cuenta. Por ello recomienda usar técnicas abortivas que no causen dolor al feto.

El valor de una vida en potencia (diferente de la viabilidad, de la que ya hemos tratado) es un tema que se suele presentar por los contrarios al aborto. Sin embargo, aunque Singer concede que es cierto que el feto es una vida en potencia, subraya que no hay ninguna regla racional que nos haga deducir que una vida en potencia tenga el mismo valor o derechos que una vida presente. "Meter una gallina  viva en una olla de agua hirviendo sería mucho peor que hacer lo  mismo con un huevo. El príncipe Carlos es el rey potencial de  Inglaterra, pero ahora no tiene los derechos de un rey." Defender la potencialidad de las vidas (vidas que pueden llegar a ser, pero que todavía no lo son) como crítica al derecho al aborto nos llevaría a absurdos difíciles de asumir. ¿Deberíamos condenar todo tipo de control de la natalidad porque igualmente elimina vidas potenciales? Y para rizar el rizo, si algunas vidas son reemplazables como asume el autor (ver final del capítulo anterior), ¿no sería una contradicción aceptar que una madre abortase porque decidiese ser madre en un momento posterior (lo que significaría que no está cancelando esa potencialidad sino retrasándola) y al mismo tiempo condenar a otras madres que abortan sin intención de ser madres después?

A estas últimas alegaciones en contra de la vida potencial se podría a su vez objetar que cada vida potencial, cada feto, es único. No puede ser sustituido por otro. Pero, si defendemos una postura contraria al aborto basándonos en la unicidad del feto, deberíamos estar dispuestos a aceptar el aborto en los casos que no son únicos, como podrían ser los casos de gemelos idénticos o el de un clon. Y parece algo absurdo permitir un aborto solo por el hecho de que ya exista un ser idéntico ya en el mundo.

 LA MATERNIDAD SUBROGADA

 

¿Maternidad subrogada o "vientres de alquiler"?
La maternidad subrogada es una cuestión polémica que contrapone diferentes enfoques de la ética, cuyos límites no son siempre nítidos, y precisamente por ello habría esperado que Singer hubiese tratado el tema con más detalle. La última edición que hay publicada en español es de 1993, pero la tercera de 2011 tampoco dedica ningún apartado al tema. 

Yo me saltaré toda la profusa introducción de técnicas y biología de la gestación para llegar directamente a las conclusiones que me interesan. Peter Singer aclara que se puede hacer uso del embrión en los laboratorios pero con dos restricciones: 1) solo hasta la semana 18 de gestación, porque a partir de ahí el feto es capaz de sentir dolor. 2) Sin comercializar, porque hay algunas cuestiones que tienen quedar al margen de libre comercio.

A mi modo de ver, indirectamente está también vetando la posibilidad de la gestación subrogada (o vientres de alquiler), pues la misma limitación sobre el libre comercio valdría también para la cuestión de los vientres de alquiler.
"Una vez llegados a este punto, puede que el dinero entre en juego. Algunos se preguntarán qué ocurre si una mujer se queda embarazada y pone fin a su embarazo no con objeto de salvar la vida de los que ama, sino porque recibe dinero a cambio de tejido fetal. ¿No se desprende de la argumentación sobre la autonomía que esto también debería decidirlo la mujer? ¿Realmente es peor quedarse embarazada y poner fin al embarazo para así recibir, digamos, 10.000 dólares, que pasar seis meses haciendo un trabajo repetitivo en una fábrica llena de ruido, peligro y polución por el  mismo dinero? 


A pesar de mi voluntad para facilitar el uso de tejido fetal, soy  mucho más reacio a aprovechar el libre mercado. Esto no se debe  a que crea que la mujer no es capaz de protegerse a sí misma de la explotación del mercado; en realidad no me parece una forma peor  de explotación que las que aceptamos en formas más habituales  de empleo. No me gusta la idea de un mercado libre de tejido fetal porque, como R. M. Titmuss argumentó hace muchos años  en el caso del suministro de sangre con fines médicos, cuando  elegimos entre una política social basada en el altruismo y otra  basada en el comercio, estamos eligiendo entre dos tipos diferentes  de sociedad. Puede que sea mejor, por una serie de razones, que  haya algunas cosas que no se puedan comprar con dinero; algunas  circunstancias en las cuales debemos confiar en el altruismo de las  personas a las que amamos, o incluso de personas a las que no  conocemos en esta sociedad. Yo apoyo los esfuerzos realizados  por no ceder a la progresiva comercialización de cada aspecto de  nuestras vidas y, por tanto, me resistiría a que se comercie con  tejido fetal."
De todo lo anterior podríamos deducir que Peter Singer se opone también a la maternidad subrogada. Sin embargo, hay un libro no traducido al español ("Making babies: The New Science and Ethics of Conception", 1985) en el que Peter Singer argumenta que el peligro de que existan abusos no es motivo suficiente para negarse a regular la libre elección de la gestante con las debidas garantías para las partes. No he encontrado un pronunciamiento más reciente del autor al respecto, y una contradicción tan evidente merecería una aclaración sobre una cuestión de tanta actualidad.


INFANTICIDIO: COMPARANDO LAS VIDAS DE ADULTOS Y NIÑOS


¿En qué momento se pasa a ser una persona con todos los derechos?
Si aceptamos que lo determinante es la autoconsciencia de los seres vivos, es fácil concluir que puesto que los fetos carecen de ella, no merecen la misma protección que los que sí la poseen. Sin embargo, si seguimos el argumento hasta sus últimas consecuencias se vuelve problemático: ¿Acaso un recién nacido tiene muchas más de esas características, un minuto antes de nacer que un minuto después? Entonces, ¿tiene un recién nacido el mismo derecho a la vida que un feto? ¿En qué se diferencian? En el caso de que no respetemos el momento del nacimiento, ¿dónde establecemos el límite? ¿Un día, un mes, los primeros pasos, la primera sonrisa? Una cosa es el aborto y otra muy diferente el infanticidio.

El autor admite que su propuesta ética nos llevaría a equipar un feto con un recién nacido, y aparentemente contrariado por ello, acepta aplicar un rasero diferente. Él asume que en estos casos es mejor “pecar de prudente” y ser garantista, y por tanto aceptar el nacimiento como frontera decisiva (aunque anteriormente la rechazaba a nivel teórico).
"Naturalmente sería difícil establecer a qué edad los niños empiezan a verse a sí mismos como entidades distintas existentes en el tiempo. Incluso cuando hablamos con niños de dos o tres años es normalmente muy difícil obtener de ellos un concepto coherente sobre la muerte, o sobre la posibilidad de que alguien  -y mucho menos ellos mismos- pudiera dejar de existir. No cabe duda de que la edad en la que los niños empiezan a entender  estos temas varía mucho, lo mismo que para la mayoría de las cosas. Pero que exista dificultad en trazar esta línea no es motivo para trazarla en un lugar evidentemente erróneo, al igual que la notoria dificultad de decir cuánto pelo tiene que haber perdido un hombre para que podamos llamarlo "calvo" no es motivo para decir que alguien con la cabeza tan lisa como una bola de billar no está calvo. Naturalmente, cuando los derechos están en juego, es preferible pecar de prudente. Está justificado el punto de vista de que, por motivos legales, ya que el nacimiento proporciona la única línea clara y fácilmente entendible, la legislación sobre el homicidio debería aplicarse inmediatamente después del nacimiento. Puesto que éste es un argumento a nivel de política pública y legislación,  es bastante compatible con el punto de vista de que, por motivos  puramente éticos, matar a un recién nacido no se puede comparar con matar a un niño mayor o a un adulto. De forma alternativa, al recordar la distinción de Hare entre los niveles crítico e intuitivo del razonamiento moral, se podría sostener que el juicio ético al  que hemos llegado se aplica sólo a nivel de la moralidad crítica. Para las decisiones diarias, deberíamos actuar como si un niño tuviera derecho a la vida desde el momento de su nacimiento. En el siguiente capítulo, sin embargo, consideraremos otra posibilidad: que debería haber al menos algunas circunstancias en las cuales el derecho a la vida totalmente legal entrara en vigor no en el  momento del nacimiento, sino poco después del mismo, quizá  un mes después. Esto proporcionaría el amplio margen en el que siempre acertaríamos que mencionamos anteriormente."

En el párrafo anterior lo que está haciendo es confesar sus limitaciones. Por una parte confiesa que su teoría le llevaría a aprobar el infanticidio generalizado, o a al menos considerarlo éticamente irrelevante, cosa que rechaza. Por otra parte tiene la honestidad de confesar que no sabe dónde está el límite y se acoge a una solución bastante práctica y comúnmente acertada (el nacimiento).
Es la constatación implícita de que la teoría utilitarista fracasa cuando hablamos de estos casos. La pretensión de Singer es crear una estructura coherente y racional, y parece que va poniendo parches aquí y allá para tapar los agujeros que él mismo reconoce que va dejando por el camino. Un ejemplo de esto es cuando, asumiendo también las limitaciones de su utilitarismo de preferencia, acepta que deba existir un nivel intuitivo de la ética mucho más práctico que el suyo. Puede que su propuesta ética sea la campeona de la razón, pero en la vida cotidiana no podemos estar constantemente haciendo cálculos complicados que al final nos mantendrían paralizados en un cálculo infinito de probabilidades y consecuencias. Es mejor, por tanto, fiarse de algunos principios e intuiciones que, en la mayoría de las ocasiones, nos llevarán a los mismos resultados que la complicada reflexión utilitarista. Por una cuestión meramente práctica, es necesario renunciar a su propuesta y guiarse por un norte mucho más pragmático. La pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿Puede un libro que se titula "Ética Práctica", renunciar a sus planteamientos porque sus resultados son precisamente poco prácticos?

El marco teórico del utilitarismo, y cada una de sus subsiguientes versiones, como el utilitarismo de preferencias, nos deja en constante duda. Parece que siempre está construcción, y depende de la argucia de quien lo pone a prueba, que se pueda encontrar una limitación o una mejora en permanente estado de hipótesis, esperando a que alguien la reforme a la vuelta de la esquina: ¿Qué es placer? ¿Qué placer pesa más? ¿Por qué una preferencia es mayor que otra?  ¿Son las consecuencias a secas o las consecuencias previsibles las que importan? ¿Es la regla la que debería ser útil más que el acto? Son muchas e interminables preguntas que le arrebatan la cualidad de "práctica" a esta filosofía divagante. En cambio, cuando se tiene un caso real entre las manos, el utilitarismo es mucho más sencillo y nos podemos dejar llevar por su lógica con bastante satisfación. Es el caso, por ejemplo, de rechazar el maltrato animal con el que Singer se hizo tan famoso el siglo pasado.

A pesar de sus limitaciones y contradicciones, el libro suscita cuestiones interesantes con las que poder filosofar ampliamente. Por ejemplo, a menudo se considera que matar a un niño es mucho peor que matar a un adulto, pero para Singer la razón no es que las vidas de los niños valgan más que las de los adultos. La razón es que la indefensión de los más débiles añade un plus de culpabilidad en el criminal. Por eso matar civiles y niños son delitos prohibidos internacionalmente incluso en conflictos armados. Pero resalta que eso atañe únicamente al juicio que tenemos del criminal, por su maldad y peligrosidad, pero no por el valor en sí mismo de la vida de la víctima, la cual seguirá teniendo el mismo valor que tenía antes.
"Es cierto que nos gustan los niños porque son pequeños y desvalidos, y no cabe duda de que hay buenos motivos evolucionarios de por qué  nos sentimos, de forma instintiva, protectores con ellos. También es cierto que los niños pequeños no pueden ser combatientes y que matar niños en tiempo de guerra es posiblemente el caso más claro de matanza de civiles, lo cual está prohibido por la convención internacional. En general, puesto que los niños son inofensivos y moralmente incapaces de cometer un delito, los que los matan no  tienen las disculpas que a menudo se dan cuando se mata a adultos. Nada de esto demuestra, sin embargo, que matar a un niño sea tan  malo como matar a un adulto (inocente). 

Al pensar sobre este tema deberíamos dejar a un lado los sentimientos basados en la apariencia pequeña, desvalida y, a veces, atractiva de los niños. Creer que la vida de los niños tienen un valor especial porque son pequeños y lindos está en pie de igualdad con creer que un bebé foca con su piel blanca y suave y sus grandes y redondos ojos merece mayor protección que un gorila, al cual le faltan estos atributos."
"Las mujeres y los niños primero", en la práctica no se sigue.
Pensemos por un momento en la típica frase que se dice en caso de naufragio: “Las mujeres y los niños primero”. El lema se hizo famoso tras el hundimiento del Titanic, y alude a la protección altruista de los más indefensos (al menos de los bebes, porque actualmente una mujer no está considerada como menos capacitada para nadar o ponerse a salvo). Pero cualquier hombre adulto que haya leído Ética Práctica podría preguntarse legítimamente: "¿Y por qué un bebé sin apenas consciencia antes que yo? ¿Vale mi vida menos?". Si estamos condenando la discriminacion por raza, especie, sexo,... también habría que incluir la edad, o al menos, hasta una edad mínima de consciencia propia. Si algún hombre adulto desea ceder su lugar y dar preferencia a mujeres o niños no habría problema, pero no debería darse por supuesto. ¿O sí? Si estamos hablando de niños, incluso de niños muy pequeños sin consciencia de sí mismos, ¿no contendrían las vidas de estos niños más dosis de felicidad que las de un anciano? Desde un punto de vista estrictamente utilitarista se perdería menos placer si muriese un anciano que un bebé (incluso sin tener en cuenta factores indirectos como el sufrimiento de los padres del bebé). De hecho, incluso a un nivel intuitivo como el que termina aceptando Singer, la gente suele decir en estas circunstancias: "él ya ha vivido su vida, el niño tiene toda una vida por delante". O "murió en la flor de su vida", en comparación con una muerte menos traumática si hubiese muerto cuando la flor de su vida estuviera mucho más marchitada por la edad.

¿Adónde quiero llegar con esta reflexión? Pues a que si seguimos la lógica utilitarista hay razones para pensar que las vidas de los bebés, aunque se parezcan mucho al feto, tienen mayor valor que las de un adulto. Y no por razones de una mayor estética, o derivadas de un mayor castigo al criminal, sino por razones de utilitarismo estricto que deberían haber sido comentadas por Singer. Al fin y al cabo, consideró la razón de la potencialidad del feto, que es un ser en potencia, ¿por qué no considerarla también cuando se comparan los valores de las vidas de niños y adultos que son seres realmente existentes?

La cuestión del infanticido ha perseguido a Singer durante décadas, y a mi juicio con razón. Quizás sea debido a que no ha sabido separar en su libro sus conclusiones filosóficas de sus recomendaciones prácticas. Si concluyes en grandes titulares que filosóficamente no debería haber fronteras entre aborto e infanticidio, pero aclaras en letra pequeña que en la práctica sí la hay (el nacimiento), estás ofreciendo en bandeja de plata tu cabeza para que te la corten.

Anticiparé que su análisis del infanticidio más polémico se circunscribe únicamente a bebés de muy corta edad y con graves enfermedades que impedirían tener un vida medianamente feliz al bebé. Esos son los casos en los que, en la vida real, considera aceptable saltarse el límite intuitivo del nacimiento. Su libro "¿Debería vivir al bebé? El problema de los bebés discapacitados" abordaba estas cuestiones, pero pertenecen en todo caso al capítulo siguiente, cuando se trata de cómo cesar el sufrimiento con la eutanasia.

Singer avisa que su comparación de ciertos bebés con fetos no implica que "alguien que vaya por ahí matando bebés esté en pie de igualdad con una mujer que aborte". Él sabe que tenemos que tener leyes que condenen el infanticidio, pero las razones de fondo no son por defender la vida de los bebés per se, sino por razones indirectas. Como por ejemplo, que se frustran las preferencias de los padres que quieren que sus hijos vivan. O porque la sociedad tiene derecho a castigar a los criminales que puedan matar a seres indefensos. Pero si faltaran esos factores externos, como sucede en el aborto y en el infanticidio de bebés deformes (que también defendían los antiguos griegos o romanos, que no son indígenas salvajes, sino los padres de nuestra filosofía occidental) se podría quitar la vida siempre que fuese de manera indolora.


CAPÍTULO 7: "QUITAR LA VIDA: LOS SERES HUMANOS" (EUTANASIA)

Básicamente existen dos tipos de eutanasia: la voluntaria y la no voluntaria. La primera es la que conocemos más habitualmente, y se trata de aquellas personas que deciden poner fin a una vida que ya no es digna ser vivida. Su justificación es mucho más fácil y menos polémica, pues se basa en la autonomía y libre decisión de las personas que no desean seguir sufriendo. Puede plantear problemas técnicos y garantistas para evitar abusos y errores, pero en lo básico no suscita mayores controversias. Lamentablemente muy pocos países garantizan la muerte digna, tan solo Holanda. Y resulta paradójico que los que se muestran indiferentes ante el sufrimiento animal, permitan por razones de compasión hacia los mismos, darles una muerte digna que se les niega a los humanos.

La no voluntaria comprende aquellos casos cuyos afectados no pueden tener una opinión sobre el asunto. No es que no puedan expresarla, sino que no tienen capacidad para comprender la importancia de esa elección. Comprende dos casos diferentes. Los que nunca tuvieron esa capacidad, y los que la tuvieron en el pasado pero ya no la tienen (y no dejaron constancia de su opinión). Son, en definitiva, casos en los que debemos decidir qué hacer con la vida de otro, cuando ese otro no tiene poder de elección. Nos centraremos en el primero de los casos, los que han nacido con graves discapacidades (generalmente bebés, aunque el análisis también vale para adultos cuya edad mental es y siempre ha sido la de un recién nacido).

 

Recién nacido con grave discapacidad irreversible
Los recién nacidos con graves discapacidades, al igual que el feto, no tienen autoconsciencia, y por tanto carecen de un derecho o preferencia como tal por la vida. La diferencia con respecto a un recién nacido sin discapacidad no es que uno tenga más derecho a la vida que otro, porque ya hemos visto que ambos carecen de consciencia de sí mismos. Dejando de lado el cúmulo de desgracia y sufrimiento que le espera a estos bebés, la diferencia que permite a Singer saltarse "la frontera del nacimiento" e ir un poco más allá (aunque no sabe concretar bien si llega al mes, a los 28 días, o si es mejor dejarlo a criterio del médico y los padres), es que los padres no desean al niño.

Estas discapacidades de las que habla Singer no son cualesquiera, sino tan graves que cuando el niño crezca le impedirá tener una vida normal y feliz, no habrá parejas dispuestas a adoptarlo y su destino será “languidecer en algún tipo de institución”. En términos de probabilidad y de previsibilidad, salvo excepciones, traerán más infelicidad que felicidad. Son casos tales como los de espina bífida grave. Mucha gente acepta que estos bebés no deberían seguir viviendo, pero no se atreven a proponer la eutanasia, y los dejan morir lentamente (eutanasia pasiva). Singer dice que eso no ético y defiende una eutanasia activa para ellos.

Hay otros casos, como los hemofílicos o los Síndrome de Down, en los que no podemos alcanzar la misma conclusión. Aunque sus vidas puedan ser algo más difíciles, con un cuidado adecuado y medios suficientes sus vidas pueden ser felices con bastante probabilidad. Por tanto la respuesta, en principio, debería ser que la eutanasia no voluntaria no tendría cabida en los casos de bebés hemofílicos o Síndrome de Down.

Digo "en principio" porque Singer al ser partidario del enfoque total, se pregunta si el bebé hemofílico podría ser reemplazado por uno que sus padres tuvieran en el futuro, libre de ese enfermedad. La versión total, recordemos, tiene en cuenta la felicidad total que se puede proporcionar al mundo, independientemente de que sea con un ser vivo o con varios. Es una especie de contabilidad que cuenta dosis de felicidad, en la que los seres vivos solo son meros contenedores de esas dosis. Si el balance de intercambiar unos seres por otros es positivo, entonces es correcto hacerlo.


Test prenatal para detectar malformaciones o enfermedades
Esta reemplazabilidad, que en principio parece controvertida y que yo personalmente me resisto a aceptar, es mucho más común de lo que se podría esperar. Así, por ejemplo, muchos padres parecen barajar cierto tipo de “potencialidad negativa” cuando prevén que un feto dañado no será feliz de adulto, y deciden abortar para poder tener un bebé sano en futuras ocasiones. Los test prenatales son práctica habitual antes de decidir un aborto. ¿Acaso no es eso reemplazar a un ser por otro? ¿Cuál es la diferencia?
 “Solamente existe una diferencia, una diferencia temporal: el momento en el que se descubre el problema y el de la consiguiente muerte del ser discapacitado. [...] Cuando la muerte ocurre antes de nacer, la reemplazabilidad no es incompatible con las convicciones morales generalmente aceptadas. Uno de los motivos ampliamente aceptados para abortar es la discapacidad conocida del feto. Sin embargo, a la hora de discutir el tema del aborto, vimos que el nacimiento no traza una línea divisoria moralmente significativa. No entiendo cómo es posible defender la postura de que se puede "reemplazar" el feto antes de nacer, pero no a los recién nacidos.”
Quizás la diferencia esté en que la gente sí que considera el nacimiento como una verdadera línea divisoria moralmente significativa, y no únicamente como una solución garantista de mínimos. ¿Por qué se sorprende tanto Singer cuando él mismo considera que el nacimiento como una frontera ambivalente (incorrecta en la teoría pero correcta en la práctica)? 

En cualquier caso, Singer dice que si eso es tan normal y correcto hacerlo con un feto, también debería poder hacerse con recién nacidos (pues no se diferencian del feto en aspectos cruciales). Según él, tanto un bebé sano como uno enfermo carecen de autoconsciencia, por lo que su muerte no supone ninguna pérdida intrínseca. La única pérdida a tener en cuenta es de tipo indirecto; la de los padres. Pero si esa pérdida no existe, es decir, si los padres no lo quieren, y además están en condiciones de traer un bebé sano al mundo, quizás podríamos hablar incluso de algún tipo de obligación de reemplazar.
 


¿Obligación de engendrar? ¿Obligación de reemplazar?
Puedo seguir la lógica del enfoque total hasta cierto punto. Puedo entender la reemplazabilidad en los casos de que la mente del ser vivo esté tan dañada que la sustitución por otro sano arroje un saldo positivo. Es una deducción coherente. Pero si partimos de la base singueriana de que la vida del feto (o del recién nacido, sano o no) tiene la misma relevancia que una planta, ¿por qué tendríamos que vernos obligados a sustituir una planta con otra?¿Por la felicidad potencial? ¿Acaso no rechazó anteriormente el argumento de la potencialidad? ¿Por qué antes no y ahora sí?. Lo mismo se podría decir  de cuando defiende que debemos dejar un planeta mejor a las generaciones futuras... ¿No es eso trabajar con unas vidas en potencia todavía a mayor escala? Quizás el problema de Singer con la potencialidad es que no la ha desmontado racionalmente, más bien la ha desdeñado por reducción al absurdo, y eso le deja ciertos huecos en que es muy tentador usarla a conveniencia.

Pero aún haciendo un esfuerzo y volviéndome a olvidar de este otro fallo, el de la potencialidad a conveniencia, la reemplazabilidad seguiría haciendo aguas. ¿No sería aplicable en realidad a cualquier recién nacido y por cualesquiera caprichosas razones? Si tuviese un recién nacido rubio y yo desease uno moreno, ¿podría sustituirlos indistintamente? En teoría sí. ¿Y si tuviese dos rubios y desease uno moreno? ¿Significaría eso que valdría más uno solo moreno que dos rubios? ¿Cuál es límite? ¿De cuántos niños recién nacidos y, éticamente irrelevantes, podría deshacerme tranquilamente hasta conseguir el que a mí me satisficiera? Una teoría con tantos condicionales, vaguedades, y ambigüedades termina siendo una discusión sobre el sexo de los ángeles. No me merece demasiada fiabilidad y, desde luego, ningún criterio práctico.

Algo parecido se podría decir de todo el esquema teórico del utilitarismo de preferencia


CAPÍTULO 8: "RICOS Y POBRES"

Pobreza absoluta: menos de 1,9 $ al día
Partimos de la premisa de que la pobreza no es un problema de producción sino de distribución. En el caso de la pobreza absoluta, un concepto que equivale a vivir con menos de 1,9 dólares al día, Singer se pregunta si nuestra permisividad ante dicha situación no es equiparable al asesinato. En el capítulo anterior rechazó que hubiese una diferencia moralmente relevante entre eutanasia activa y pasiva. Su razonamiento provenía de que la diferencia que existe una acción y una omisión que llevan a las mismas consecuencias, no debería marcar una diferencia. Si aplicamos el mismo razonamiento bajo el prisma de la pobreza absoluta llegaríamos a la conclusión de que ambas situaciones son moralmente equivalentes. La razón por la que no solemos identificarlas como equivalentes en nuestra sociedad es debido a que estamos acostumbrados a preceptos morales que prohíben acciones, pero ignoran omisiones (como por ejemplo, “no matarás”, frente a “no dejarás morir”).

“Por lo tanto, una ética que juzga los actos de acuerdo con que violen o no normas morales específicas debe dar gran peso moral a la distinción entre actos y omisiones. Una ética que juzga los actos por sus consecuencias no lo hará así, ya que las consecuencias de un acto y de una omisión a menudo serán, en todos los aspectos significativos, indistinguibles. Por ejemplo, dejar de dar antibióticos un niño con neumonía puede tener consecuencias no menos fatales que inyectarle una dosis letal.”
¿ESTAMOS, DE HECHO,  ASESINANDO A LOS POBRES?

Hay cinco diferencias entre tolerar la pobreza absoluta y el asesinato que se interponen en el camino de Singer.

  1. La motivación: puede que gastemos dinero en lujos, y que de haberlo empleado en una causa justa podría haber salvado a alguien, pero no se puede decir que ambas voluntades son equivalentes. Nos es lo mismo querer matar a alguien, que ser consciente de que nuestro egoísmo puede conllevar la muerte de alguien.
  2. El grado de heroísmo exigible: “no es difícil para la mayoría de nosotros actuar de acuerdo con una regla que vaya en contra de matar a la gente: es por otra parte muy difícil obedecer una regla que nos obligue a salvar todas las vidas que podamos.” O dicho de otra forma: la heroicidad no es una obligación.
  3. La certeza del resultado: “si apuntamos a alguien con una pistola cargada a cortar distancia y apretamos el gatillo es prácticamente seguro que esa persona morirá; mientras que el dinero que pudiéramos dar se podría gastar en un proyecto que no tenga éxito y no ayude a nadie.”
  4. El anonimato de las víctimas: si matamos a alguien conocemos a ese alguien y podemos conocer las consecuencias en su entorno personal. Cuando nos compramos un lujo “es imposible que sepamos a quien hubiéramos salvado si hubiéramos dado el dinero”.
  5. La responsabilidad por haber originado la situación: Al contrario que cuando apretamos el gatillo, no hemos creado la situación de hambre, no somos responsables de ello.
Singer da respuesta a cada una de las cinco diferencias previas.
  1. Es cierto que la motivación no es la misma, pero se asume la posibilidad del daño, y se sigue adelante. Es lo que se conoce en derecho penal como “dolo eventual”. El dolo es la intención directa de hacer un daño, pero cuando esto no se pretende pero se asume como posible, se le llama dolo eventual. No es una motivación directa y perseguida, pero sí una motivación que asume el daño potencial. Es cierto que no es la misma motivación, pero sigue siendo una motivación que conlleva responsabilidad.
  2. El heroísmo asusta, pero es mejor acercarse aunque sea un poco al ideal que ignorarlo por inalcanzable. Si ayudamos poco salvaremos a pocas personas, pero eso ya habría merecido la pena, es mucho mejor salvar alguna vida que no salvar ninguna. Entonces, la discusión debería estar en cuanto dinero donamos, no en sí donar o no.
  3. La incertidumbre sobre el destino de nuestras donaciones opera bajo la misma lógica del dolo eventual. Es cierto que en el ejemplo de la pistola el resultado es cierto, y que con las donaciones el resultado es incierto: si dono dinero al Tercer Mundo es posible que sirva de algo o no, en cambio la decisión de no apretar el gatillo es seguro que salvará una vida. Puede que el conductor que conduce temerariamente nunca llegue a atropellar a nadie, pero su conducta está lejos de ser aceptable, pues eventualmente podría terminar en resultados mortales (sean estos más o menos probables). Además, a menudo solemos autoengañarnos al preferir creer que el suceso más incierto sea el más probable. Sabemos que es posible que nuestro dinero se emplee mal o que finalmente no ayude a salvar ninguna vida, y hacemos que ese sea el titular. Pero lo cierto es que hay muchas más posibilidades de que la donación logre su objetivo, aunque sea parcialmente, de una manera u otra. Simplemente hacemos que una de las posibilidades sea la más destacable para justificarnos.
  4. El anonimato es otro tipo de excusa psicológica, porque las victimas seguirán existiendo aunque no conozcamos sus caras. Elevar a justificación moral el refrán de "ojos que no ven corazón que no siente" es pueril y desvergonzado. El hecho de que las víctimas sean anónimas y que eso nos calme, solo nos dice que tememos a nuestra conciencia, porque de haber conocido sus caras nos sería más difícil pasar por el alto la cruda verdad. Y esta es que, no nos importa el sufrimiento ajeno, y que para que siga siendo ajeno debe seguir siendo anónimo. Pero la realidad es que, anónimas o no, las víctimas morirán y nuestra responsabilidad no debería distinguirse por ese factor de anonimato. En todo caso debería motivarnos para rechazar la cobardía inherente al mismo.
  5. No importa quién originó la situación, sino la emergencia de la situación para la víctima y la disponibilidad para ayudar que tengamos. Si alguien cae desde el terrado de tu edificio y se queda en el quicio de tu ventana, nunca dirías que no tienes obligación de abrirle la ventana por el mero hecho de que tú no le empujaste. Cualquier persona con un mínimo de empatía y humanidad, ayudaría en tales circunstancias si no tuviese nada que perder (o muy poco en comparación con la gravedad de la situación). Si me encuentro con una persona que ha sido atropellada por un coche y que necesita ayuda, y pudiéndosela dar no lo hago alegando que yo no la he atropellado, estaría obviando una obligación moral. Y en España, además, estaría cometiendo también un delito, porque según el artículo 195 del Código Penal: "El que no socorriere a una persona que se halle desamparada y en peligro manifiesto y grave, cuando pudiere hacerlo sin riesgo propio ni de terceros, será castigado con la pena de multa de tres a doce meses." Pero incluso se podría poner en cuestión que nosotros no hubiésemos causado la situación. En el caso de la pobreza extrema de algunos países del Tercer Mundo, se podría defender que Occidente ha colaborado a dicha pobreza. Las políticas coloniales de muchos países occidentales que ahora viven bien están directamente relacionadas con la pobreza absoluta que ahora viven muchos países del Tercer Mundo.
Es necesario recordar que el enfoque consecuencialista de Singer juzga las acciones por sus resultados, haciendo que unas acciones sean equivalentes a otras si conducen al mismo desenlace. Pero eso, aunque parece algo paradójico, no convierte en asesinos a los que no hacen nada por luchar contra la pobreza absoluta.

"Vimos que  no existe una importancia intrínseca en la distinción entre actos y omisiones; pero desde el punto de vista de la motivación y lo apropiado de la culpabilidad, la mayoría de los casos en los que se deja de impedir la muerte no son equivalentes al asesinato."
LA OBLIGACIÓN DE AYUDAR

Todas las escuelas éticas están de acuerdo en un mínimo. Cuando el coste de la ayuda es nulo, o insignificante comparado con lo que se puede conseguir ayudando, tenemos la obligación de ayudar. No es una conclusión exclusivamente utilitarista. Los no consecuencialistas, si no hay ningún derecho individual que resulte violado y ninguna promesa incumplida, coincidirán en que ayudar es moralmente obligatorio.



Pongamos el caso ficticio preferido de Singer: él va camino de clase y se encuentra que un niño se está ahogando en un estanque. Si el único coste es el de mojarse la ropa o llegar tarde a una cita, cualquiera que sea la perspectiva ética que se adopte se llegará a la conclusión de que existe una obligación de ayudar. Es una conclusión fácil y compartida por todo el mundo. Pero extrapolar la conclusión al problema que nos ocupa, la pobreza absoluta, nos llevaría a un cambio radical.
"No obstante, es engañosa la apariencia poco polémica del principio de que tenemos que impedir lo que sea malo siempre que podamos, sin sacrificar nada que se le pueda comparar en importancia moral. Si lo tomáramos en serio y actuáramos en consecuencia, tanto nuestras vidas como nuestro mundo cambiarían fundamentalmente. Porque el principio se aplica no sólo a situaciones extrañas en las que hay que salvar a un niño de un estanque, sino a situaciones cotidianas en las que podemos ayudar a los que viven en la pobreza absoluta. Al decir esto, pienso que la pobreza absoluta, con su hambre y su desnutrición, falta de vivienda, analfabetismo, enfermedades, alta mortalidad infantil y baja esperanza de vida, es algo malo. Y pienso que está en manos de los ricos reducir la pobreza absoluta, sin sacrificar nada que se le pueda comparar en importancia moral. Si estas dos pretensiones y el principio que hemos estado analizando son correctos, tenemos una obligación de ayudar a los que viven en la pobreza absoluta que no es menos fuerte que nuestra obligación de rescatar de un  estanque a un niño que se está ahogando. No ayudar estaría mal, sea o no intrínsecamente equivalente a matar. Ayudar no es, como convencionalmente se piensa, un acto caritativo que es digno de elogio, pero que no está mal omitir; es algo que todo el mundo debería hacer."
A continuación Singer pone a prueba su conclusión presentando una serie de argumentos muy conocidos que ponen trabas a la obligación de ayudar.

5 ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA OBLIGACIÓN DE AYUDAR

1.- LA GOTA EN EL OCÉANO

En primer lugar está el argumento de la gota en el océano: “mi ayuda no marca ninguna diferencia, los países pobres seguirán siendo pobres, con o sin mi ayuda”. Singer contesta que no es necesario acabar con toda la pobreza absoluta en su conjunto, basta con reducirla parcialmente. La obligatoriedad moral no nace de que tengamos capacidad para erradicar el problema de un plumazo, sino de que tenemos capacidad para reducirlo en el alguna proporción. Singer no aclara en esa proporción, y por tanto deja vía libre a que pueda ser infinitesimal (de hecho así es en la mayoría de los casos).

"ya que la cuestión no estriba en si mi contribución personal surtirá un efecto considerable en la pobreza mundial en general (que, por supuesto, no tendrá), sino en si evitará parte de esa pobreza."

Pero, a mi juicio, este análisis corre un peligro que Singer ha ignorado. Si la responsabilidad de ayudar es proporcional a un resultado humilde o a una capacidad limitada, ¿no estaríamos entonces diluyendo la responsabilidad a una dosis inapreciable de compromiso que al final no compelería a nadie?

"Solo es una gota en el océano"
La cuestión, a mi modo de ver, no es tanto que estemos obligados a ayudar (aunque el resultado sea casi inapreciable) como que nuestra obligación puede llegar a marcar la diferencia si nos sumamos todos/as. Lo puedo explicar con un ejemplo inverso y más intuitivo: el granito de arena. Lo que nos empuja a ser solidarios no es tanto que nos contentemos con poner un granito de arena, sino que queremos predicar con el ejemplo para formar parte de una montaña.

Puede que hablando estrictamente en términos de responsabilidad personal, la explicación que da Singer al argumento de la gota en el océano pueda bastar; "yo pongo la proporción que me toca y ya está". Pero desde una perspectiva más política y activista, lo que motiva a la gente no es cumplir con su cuota sino sentirse que están dentro de un plan posibilista. Esto por supuesto, también tiene su lado negativo. Y es que si el granito de arena se basa en responsabilidades compartidas, dependerá en gran medida de las acciones de los demás. Nadie quiere ser el tonto útil, y si los demás no cumplen aflora el deseo de abandonar.

Sea como fuera, el hecho es que es este enfoque el que predomina en la sociedad. Al menos bajo mi percepción. Lo que anida en el inmovilismo es la semilla de la envidia. Por ilógico que parezca, no se trata tanto de verse fracasar o derrochar medios en empresas ineficaces, sino el miedo a actuar en solitario y que nos puedan acusar de cándidos, mientras otros "más listos" no han caído en la trampa de preocuparse por problemas sin solución. Ese aspecto colectivo y psicológico pesa mucho más a nivel práctico que cualquier cálculo sobre la verdadera utilidad del euro que he donado.

2.- CUIDAR A LOS NUESTROS

¿Ayudar a todos (propios y extraños) por igual?
Luego está el argumento de cuidar a los nuestros (única y/o preferentemente) aunque los pobres del Tercer Mundo estén mucho más necesitados. Es posible, como dicen muchos, que es natural y esté evolutivamente justificado, pero eso no significa que esté moralmente justificado. El criterio de que debemos ayudar primero y en cualquier circunstancia a los de nuestro país, raza, familia... es una arbitrariedad del mismo tipo que el racismo o el sexismo. Hay que evaluar las necesidades y los costes, y entonces emitir un juicio de urgencias.

"Sentimos las obligaciones de parentesco con más fuerza que las de ciudadanía. ¿Qué padres darían a otros su último tazón de arroz si sus hijos estuvieran muriéndose de hambre? Hacer esto no parecería natural y sí contrario a nuestra naturaleza como seres biológicamente evolucionados, aunque el que estuviera mal sería una cuestión diferente. En todo caso, no nos enfrentamos a tal situación, sino a una en la que nuestros hijos están bien alimentados, bien vestidos, bien educados, y ahora quisieran una  nueva bicicleta, un equipo de música, o su propio coche. En estas circunstancias, se ha satisfecho cualquier obligación especial que  pudiéramos tener con nuestros hijos, y las necesidades de personas  extrañas merecen más nuestra atención."

Singer se adelanta a la tentación de exagerar su argumento: él no sugiere que nos debamos preocupar todos por todos y de la misma manera. Para descartar esta interpretación maximalista subraya dos pertinentes matices. El primero es que el contexto es la pobreza absoluta. El segundo es que si pretendiésemos prescindir de esas preferencias acabaríamos con un sistema de apoyo comunitario (lazos familiares, de amistades... y todos los beneficios que hemos heredado de pertenecer a una tribu) que tiene una potente utilidad práctica, porque de no existir habría que inventarlo, y ninguna burocracia lograría hacerlo mejor. ¿Conclusión? La obligación de ayudar a extraños es compatible con cierto grado de cuidado hacia nuestros afines.

3.- EL DERECHO A LA PROPIEDAD

Los límites a la propiedad privada
El segundo argumento es el derecho a la propiedad. Un derecho a la propiedad, de corte exclusivamente individualista, no dejaría espacio para coexistir con la obligación de ayudar. Desde esta perspectiva ninguna persona que haya ganado su fortuna limpiamente está obligada a destinar su dinero a los pobres. Pero incluso en las sociedades más capitalistas existen obligaciones tributarias para ayudar a los más necesitados. En la Constitución Española, por ejemplo, la propiedad privada no ilimitada y está sujeta al interés social y la utilidad pública. Por tanto, un liberalismo que defienda que a nadie se le puede decir lo que hacer con su dinero, no es del todo pacífico ni tan sagrado como a veces se da a entender. El derecho a la propiedad no es absoluto y puede tener muchas limitaciones, sin necesidad de estar en un sistema socialista o comunista.

Aun así, Singer se pone en el peor escenario para su causa, y en aras del debate, acepta un derecho a la propiedad absoluto e intenta conciliarlo (fallidamente a mi juicio) con su tesis de ayuda obligatoria. Lo hace, a mi juicio, porque la superioridad del derecho a la propiedad está tan metida en nuestra psique, que intentar dinamitarla para favorecer la ayuda humanitaria es una tarea abocada al fracaso. Por ello opta por una tesis de compatibilidad, aunque al final reconoce que en caso de conflicto la obligación de ayudar está por encima del derecho a la propiedad.

4.- LA SUPERPOBLACIÓN Y EL BOTE SALVAVIDAS

Según Singer la “objeción más seria” es la superpoblación. Si ayudamos a que sobrevivan más pobres, se seguirán reproduciendo, y habrá todavía más pobres que si no les ayudásemos y simplemente les dejásemos morir. La consecuencia más extremista de este enfoque es que corremos el riesgo de hacernos más pobres nosotros en vez de hacerlos más ricos a ellos. Esta objeción, que a mí no me parece tan seria, se explica con la metáfora del bote salvavidas.

"en los países ricos somos como los ocupantes de un bote salvavidas que va a la deriva lleno de gente, en un mar en el que se están ahogándonos están muchas personas. Si intentamos salvar a los que se están ahogando subiéndolos a bordo, nuestro bote se hundirá por el exceso de peso y nos ahogaremos todos. Puesto que es mejor que sobrevivan algunos a que no lo haga nadie, deberíamos dejar que los demás se ahoguen."

Si todo eso fuera cierto deberíamos aceptar que es posible que sea mejor no comportarse con un mínimo de humanidad, porque de lo contrario provocaríamos más víctimas y más sufrimiento del que ahora mismo existe. El fallo de este argumento es que ni la premisa (la superpoblación es el problema) ni el resultado (la ayuda empeora la situación) son ciertas. Por una parte, la distribución es más problemática que la superpoblación. Por otra, algunas ayudas han demostrado ser útiles y se ha logrado reducir la población, mejorar la educación y la emancipación de la mujer etc... Esos datos han frustrado el argumento de que la ayuda sea contraproducente. Si apostáramos por una ética de selección brutal como la del bote salvavidas, estaríamos ignorando algunos de esos posibles éxitos y asegurando muchas certezas horribles (millones de personas muriendo de hambre y enfermedades). Un coste inaceptable.
En la I Guerra Mundial los heridos de los hospitales solo recibían ayuda si marcaba la diferencia entre la vida y la muerte: los que podían sobrevivir sin ayuda, y los que morirían de todas formas, pasaban a un segundo plano.

Antiguamente en los hospitales de guerra, con tantísima urgencia y tan escasísimos recursos, dividían a los pacientes entre los que sobrevivirían sin ayuda, los que la necesitaban para sobrevivir, y los que morirían de todas formas. La última categoría era abandonada a su suerte. Nótese que Singer, cuando aplica este paralelismo a los países pobres, rechaza por horrible el planteamiento de abandonar sin ayuda a millones de personas. Pero después reconoce que deberíamos contemplarlo seriamente para algunas excepciones... ¿qué pasaría si hubiese realmente un país que, con o sin ayuda, no pudiera limitar la superpoblación, y por tanto, condenado a perecer sin remisión? 

"Pero queda una cuestión difícil. ¿Qué hacemos con un país pobre y ya superpoblado que, por razones religiosas o nacionalistas, restringe la utilización de anticonceptivos y rechaza disminuir el  crecimiento de su población? ¿Le ofrecemos, de todas formas, asistencia para el desarrollo? ¿O condicionamos nuestra oferta a que se tomen pasos eficaces para reducir el índice de natalidad? Al  último interrogante, algunos objetarían que imponer condiciones a la ayuda constituye un intento de imponer nuestras propias ideas en naciones soberanas independientes. Y lo es, pero, ¿es esta imposición injustificable? Si el argumento que defiende la obligación de ayudar es válido, tenemos la obligación de reducir la pobreza absoluta; pero no tenemos la obligación de hacer sacrificios que, que sepamos, no tengan perspectivas de reducir la pobreza a largo plazo. De ahí que no tengamos obligación de prestar ayuda a los países cuyos gobiernos practican una política que hará que nuestra ayuda no sea eficaz. Esto podría ser muy duro  para los ciudadanos pobres de dichos países (porque es posible que no tengan voz en la política gubernamental), pero ayudaremos a largo plazo a más gente si utilizamos nuestros recursos donde son más eficaces."
5.- DEJARLO EN MANOS DEL GOBIERNO

Algunos objetan que los que deberían estar obligados a ayudar son los gobiernos, y que el peso moral de terminar con tanta pobreza y enfermedades no debería recaer en la voluntad altruista de los ciudadanos.

Bill y Melinda Gates, los altruistas más eficaces del mundo
Aunque la atribución de responsabilidad sea correcta, ambas ayudas son compatibles. Hay quien dice que las donaciones hacen que el estado no cumpla con su obligación. Desde la izquierda siempre se ha visto la limosna como un fallo del sistema, una versión barnizada de justicia que depende de la caridad, y no de la solidez de un sistema redistributivo que funcione de verdad. Cuando la fundación de Bill Gates o Amancio Ortega hacen grandes donaciones, siempre reciben críticas desde la izquierda que denuncian intereses ocultos y cortinas de humo. Para los más críticos las donaciones solo sirven para lavar la cara a un negocio de capitalismo desalmado que paga muy poco a trabajadores del Tercer Mundo. Pero Singer se pregunta si no podría darse el caso inverso. Las donaciones podrían forzar a que los lideres políticos sumen a sus campañas el criterio de ayuda para captar esos votos con sensibilidad altruista. Hasta que no se tenga certeza sobre cómo interaccionan una donación con la dejación de responsabilidad gubernamental, deberíamos usar las dos.

Lamentablemente abundan los hipócritas que defienden interesadamente que ambas ayudas son incompatibles. Pero lo hacen como mera excusa. Simplemente reclaman que el gobierno se encargue de esos temas porque ellos no quieren rascarse el bolsillo en absoluto.

6.- NO SOMOS SANTOS

San Antonio de Padua con los pobres
La última objeción a la obligación de ayudar es que requiere que nos convirtamos en santos. El nivel de imparcialidades demasiado alto y no está al alcance de los ciudadanos normales. Preocuparse por tantas personas, en su gran mayoría extrañas a nuestro entorno más cercano, es una tarea heroica no apta para todos los públicos. La altura del nivel determina tres vertientes de la objeción: que sea directamente imposible, que sea indeseable o que se sea desmotivador.

A) Es imposible por nuestra naturaleza. La evolución premia el egoísmo, hemos llegado aquí gracias a “el gen egoísta”, y se incluye a Richard Dawkins como representante de este argumento. Pero lo hace erróneamente, porque Dawkins celebra "los errores de la evolución" como el altruismo y el amor, y separa claramente la moral del hecho evolutivo, el ser del deber ser. Y esa es precisamente la mejor respuesta a los que dicen que no estamos programados evolutivamente para ser tan imparciales. Todo animal cuida de su prole, y no de su especie. Son los intereses de los míos y no los ajenos los que nos han empujado a llegar hasta donde estamos. Pero a menudo se olvida que existe otra evolución, artificial y racional que es la responsable de haber llegado a la civilización que tenemos. Es precisamente esa otra evolución cultural y política la que creó el estado de derecho o los servicios sociales para atender a los menos adaptados. De manera que no es imposible ser imparcial, la historia demuestra que incluso nuestra naturaleza nos permite ayudarnos muy por encima de lo que se esperaría de nuestro egoísmo evolutivo. También somos capaces de mayor destrucción y maldad, pero eso es un tema aparte.

B) Es posible, pero indeseable. Si llegásemos a ejecutar esa imparcialidad tan heroica con los extraños dejaríamos de lado las relaciones personales, algo muy valioso para nuestra forma de vivir y sentir. Pero la obligación de ayudar solo existe cuando no se pierde algo de un valor equiparable, y nuestro amor y amistad por los nuestros ciertamente lo es. Aquí debemos recordar que justamente cuando analizabamos el argumento de "cuidar de los nuestros" ya se dijo “que hay lugar, dentro del marco de una moral basada en la imparcialidad para reconocer algún grado de parcialidad con la familia y lo mismo se puede decir de otras relaciones personales íntimas”

C) Deseable pero desmotivador. Esta versión plantea que aún siendo posible y aún siendo deseable, lo cierto es que tendría un efecto derrotista. Es decir, quizás nuestra naturaleza nos lo permita y nuestras relaciones personales no se vean afectadas, pero al ser tan difícil comportarse como un santo, la gente tendería a darse por vencida ante tamaña empresa, y no prestarían ningún tipo de ayuda. Sin embargo, si estableciésemos un nivel más bajo de ayuda la gente tendría el incentivo de que cumplir con esta obligación moral (o al menos con una parte de ella) es una meta realista. Singer acepta hipotéticamente esta última objeción, y "acepta rebajarse" a defender públicamente niveles más bajos de ayuda, siempre y cuando no se pierda privadamente la meta de niveles mayores. Sería algo así como cuando se le dice a un niño que juega al fútbol que lo está haciendo muy bien, aunque sabemos que puede hacerlo mejor en el futuro, y para no desanimarle le incentivamos con felicitaciones. Es algo falso desde mi punto de vista, pero desde un punto de vista netamente consecuencialista está bien, pues ayuda a lograr un mejor resultado. En cualquier caso, el nivel bajo de ayuda que puede incentivar a seguir ayudando no es el de “unas monedas” sino bastante más de lo que una mera caridad ocasional supone. Singer saca a colación el famoso criterio de los antiguos diezmos que se daban a la Iglesia para ocuparse de los pobres, y propone que los ciudadanos de los países ricos (con matices dependiendo del caso) que tengan un salario medio, o algo más, deberían dar un 10% de sus ingresos.

CAPÍTULO 9: "LOS DE DENTRO Y LOS DE FUERA"

Singer se queja de que se presta muy poca atención a unos de los mayores dramas de nuestro tiempo: los refugiados. La ONU protege solo bajo la premisa de ayuda individual, pero el espíritu del art. 14 de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas era ayudar a migraciones masivas como las de la Segunda Guerra Mundial. Al establecerse un riguroso estudio de las solicitudes, caso a caso, se deja en la estacada a muchas personas que huyen en masa del hambre, la guerra, los disturbios civiles o simplemente la pobreza. Y ninguno de estos motivos están recogidos en el estatuto del refugiado de la ONU. Los que huyen de la miseria no pueden ser refugiados, aunque su necesidad de refugio es la misma o incluso mayor.
 
Los refugiados tocan a nuestras puertas aunque dejan intacta nuestras conciencias

Si aceptamos estudiar las demandas del refugiado que ya está aquí, pero ignoramos las del que está muy lejos de nosotros, estaríamos aduciendo criterios de proximidad que ya rechazamos en capítulos anteriores. Asimismo, la distinción entre una "deportación" y "no ofrecer asilo" puede explicarse bajo la tradición moral de acci-on/omisión que también hemos descartado anteriormente. No podemos justificar moralmente ofrecer ayuda a unos pocos necesitados (que están cerca) y denegársela a muchos más (que están lejos).

Los pocos gobiernos que se toman en serio sus obligaciones jurídicas con los refugiados, defienden su derecho decidir a quién acogerán. De esta manera, se examina las peticiones de reunión familiar, la pertenencia a un grupo étnico nacional, etc... Pero todo se hace desde un enfoque caritativo (ex gratia), pues depende de los sentimientos humanitarios y la pena que generan los refugiados. Eso es mejor que nada, pero lo cierto es que desde un punto de vista consecuencialista, es decir, para poder salvar el mayor número de vidas sin peligro equivalente propio, lo cierto es que debería ser una obligación moral y no una mera ayuda caritativa.

Singer expone una amplia gama de repercusiones que podría tener aumentar el número de refugiados que admitimos en nuestras sociedades (tomando como ejemplo Australia), y aún asumiendo que algunas podrían ser negativas, éstas se ven superadas por las repercusiones positivas que poseen mayor grado de certeza.


La introducción de este capítulo es un experimento mental brillante. Imaginemos que hay una guerra nuclear y estamos dentro de unos refugios que nos protegen de una muerte segura. Una vez instalados dentro, nos tocan a la puerta otros que no han sido tan afortunados, o no han sido tan previsores, y que si los dejásemos entrar veríamos afectadas nuestras comodidades (pistas de tenis, jardines y unos aposentos confortables que nos veríamos obligados a compartir o incluso remodelar para convertirlos en hogares de los refugiados). Ante esa tesitura, se nos plantea un referéndum en el que debemos elegir si dejamos entrar a un gran número de ellos, (el mismo número de lo que ya habitan el refugio anti-nuclear), a unos pocos solamente (un 5% aproximadamente para calmar nuestras conciencias y no perder casi ninguna de nuestras comodidades) o no dejar entrar a ninguno. "¿Por cuál de ellas votarías?"

CAPÍTULO 10: "EL MEDIO AMBIENTE"


Peter Singer defiende que debemos proteger el medio ambiente. Hasta ahí nada nuevo. Son muchos los ecologistas que hacen los mismo. La novedad es la argumentación por la que llega a conclusiones ecologistas. Al igual que con otras cuestiones, como el aborto, alcanza conclusiones liberales pero no comparte con los liberales sus razonamientos. En mi opinión, su exposición resulta algo forzada porque se nota que busca que encaje en sus esquemas utilitaristas. Ello puede tener un lado positivo, pues aporta nuevas perspectivas en la defensa del medio ambiente.

Para empezar, debemos reconocer que el valor de los espacios de ocio y recreo en la naturaleza no son los mismos antes que ahora. En el pasado se colonizaba el medio natural para crear ciudades, es decir, nos sobraba la naturaleza y la abandonábamos para crear urbes. Ahora el problema es justo al contrario. Tenemos demasiada urbe y los espacios naturales escasean, y por tanto su valor aumenta. Antes el valor del crecimiento económico y de construcción en una zona salvaje era mayor que el del mero esparcimiento en la naturaleza. Ahora hay espacios naturales que se declaran zonas protegidas simplemente por su belleza o estado salvaje.
Esto se hace en gran parte por interés de las generaciones futuras.


"¿Podemos estar seguros de que las generaciones futuras aprecien las zonas vírgenes? Quizás estén más contentos sentados en centros comerciales con aire acondicionado, delante de los juegos de ordenador más sofisticados que podamos imaginar. Es posible. Pero hay varias razones por las que no hemos de dar demasiada importancia esta posibilidad."

 

¿tenemos una obligación ecológica con la generaciones futuras?
En primer lugar la tendencia es esa, cada vez valoramos más los espacios naturales, puede que en en el futuro se invierta pero por ahora no es así. En segundo lugar, aunque los argumentos estéticos podrían ser fácilmente desdeñados por ser demasiado superficiales, no se piensa lo mismo cuando se defiende obras de arte antiguas, y no sabemos si las generaciones venideras las sabrán apreciar (en parte depende de nosotros).

Cuando se plantea anegar un valle para construir una presa y obtener energía eléctrica, los beneficios económicos en términos de progreso no están en cuestión. Lo que cuestiona el autor es que ese beneficio sea mayor que el interés científico o de recreo que puedan tener generaciones futuras. Incluso va más allá de las generaciones futuras humanas, pues se pregunta si los animales que morirían ahogados podrían sufrir por dicha obra (algo consecuente con su propuesta anterior de considerar también los intereses animales). El sufrimiento hemos visto que, como norma general e independientemente de la especie, debe evitarse. Basta con que pueda sufrir el animal para intentar evitar su dolor. Es posible que alguna situación incluye algo de placer, pero que en tomada en su conjunto, el balance final arroje un saldo de dolor. Así pues, deberíamos considerar el balance de placer/dolor de los animales a lo largo de sus vidas (de todos sus vidas, siguiendo el enfoque global adoptado por Singer), y no únicamente en sus muertes. ¿Hacia dónde se inclinará la balanza? ¿Tendrán una vida más placentera en su conjunto dentro de su hábitat natural o sería una vida de dolor y por tanto no compensaría hacer la presa? El propio autor confiesa que esos cálculos son absurdos. 

Lo mismo opina de alguna ecología que va demasiado lejos  al plantear si los árboles o la biodiversidad tienen interés en seguir existiendo. Singer rechaza el conservacionismo sacrosanto de la naturaleza, al que llama ecología profunda, pero defiende que merece la pena conservar las zonas vírgenes porque representan un valor mayor que el valor económico de su explotación. Alcanza las mismas conclusiones fundamentales que otras perspectivas más románticas del ecologismo, pero lo hace a través de un razonamiento mucho más presentable, y en ocasiones exitoso. Por ejemplo rechaza esa presunción holística de que la Tierra es un organismo vivo que desea conservarse a sí mismo (“incluso un átomo es tomado desde el nivel adecuado un sistema complejo que busca mantenerse a sí mismo”).

La ética medioambiental se basa en dos pilares. El primero el interés de las generaciones futuras que acabamos de ver. El segundo es el control del despilfarro, y Singer lo explica mejor que cualquier síntesis en los siguientes párrafos.



"Debemos examinar de nuevo nuestro concepto del despilfarro. En un mundo bajo presión, este concepto no se limita a una limusina con chofer y champán francés. Las vigas que provienen de un bosque suponen un despilfarro, puesto que el valor del bosque largo plazo es mucho mayor que el uso que se hace de las vigas. Los productos de papel desechable son un despilfarro, ya que los viejos bosques de madera dura están siendo transformados en viruta y vendidos a los fabricantes de papel. "Dar un paseo por el campo en coche" supone un despilfarro de combustible fósil que contribuye al efecto invernadero. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando escaseaba la gasolina, había carteles que preguntaban "¿Es realmente necesario su viaje?" El llamamiento a  la solidaridad nacional contra un peligro visible e inmediato era muy efectivo. El peligro sobre nuestro medio ambiente es menos inmediato y mucho más difícil de ver, pero la necesidad de suprimir los viajes innecesarios y otras formas de consumo innecesario es igual de grande.

En lo que se refiere a la comida el mayor despilfarro no está constituido por el caviar o las trufas sino por la ternera el cerdo y las aves de corral. Un 38% de la cosecha mundial de cereales se destina a la alimentación de animales así como grandes cantidades de soja. En este planeta hay tres veces más animales domésticos que seres humanos. [...] todo esto nos lleva una razón convincente además de la que desarrollamos el capítulo tres para seguir una dieta basada mayormente en plantas.

El énfasis la frugalidad y en una vida sencilla no implica que la ética del medioambiente desaprueba el placer sino que los placeres que valora no provengan de un consumo exagerado. Deben provenir de estrechas relaciones personales y sexuales de estar cerca de los niños y los amigos de la conversación del deporte y de esparcimiento que estén en armonía con nuestro medio ambiente en lugar de dañarlo; de una alimentación que no esté basada en la explotación de las criaturas sensibles y no tenga como coste la tierra;”
Parece ser que Singer abordó la cuestión del cambio climático en su última edición. Sorprendió a propios y a extraños, cuando un ateo como él, alabó a la ética cristiana por estar más preparada para el cambio climático que su propio sistema de ética preferencial.

CAPÍTULO 11: "FINES Y MEDIOS"

A Peter Singer le gusta trabajar con casos prácticos. Algunos son imaginarios y otros reales. En este capítulo, que por sí solo merecería un libro entero dedicado a él, Singer usa cuatro casos reales que confrontan la ética con la obediencia a la ley. El caso más famoso es el de Oskar Schindler, inmortalizado por Steven Spilberg en su película "La lista de Schindler". Quizás precisamente porque conocemos el caso (se salvaron vidas en una dictadura cruel), también nos resulte el menos polémico. ¿Quién se atrevería a defender que Schindler hizo mal saltándose la ley para salvar a tantos judíos del Holocausto? Sin embargo hay otros casos del mismo tipo (conflicto ley-conciencia) que no están tan claros, por ejemplo, el de los activistas pro-vida o los ecologistas que recurren a acciones violentas y destruyen propiedades ajenas. ¿El fin justifica los medios?

"No se puede dar respuesta a esta pregunta invocando la fórmula  simplista: "el fin nunca justifica los medios". Para todos excepto para el más estricto partidario de una ética de normas, el fin a veces sí que justifica los medios. La mayoría de las personas opina que mentir  está mal, aún así, en iguales circunstancias, creen que está bien  mentir para evitar causar una ofensa o vergüenza innecesaria, por  ejemplo, cuando un familiar cercano te regala un jarrón de dudoso gusto para tu cumpleaños, y te pregunta si te gusta. Si este fin  relativamente trivial puede justificar que se mienta, resulta incluso más evidente que un fin importante, como impedir un asesinato, o salvar a un animal de un sufrimiento grande, puede justificar que se mienta. De esta manera, se viola fácilmente el principio de que el fin no justifica los medios. Lo difícil no es si el fin puede a veces justificar los medios, sino qué medios están justificados por qué fines."


Henry D. Thoreau, padre de la desobediencia civil
Singer aprueba la tradición de la desobediencia civil que emana de los escritos de Henry Thoreau, pero la considera insuficiente porque decir que debemos seguir nuestra conciencia es ser demasiado impreciso. La incertidumbre no es detectar lo que consideramos injusto y queremos evitar, sino hasta qué punto estamos dispuestos a violentar la ley y qué es lo que tenemos que hacer.

Los beneficios de disfrutar de leyes son obvios, y la primera razón para respetar las leyes es la supervivencia del imperio de la ley que tanto nos ha costado conseguir. Pero aun existiendo leyes y siendo éstas democráticas, algunas situaciones que merecen ser atendidas con urgencia pueden seguir condenadas a perpetuarse, pues los cambios pueden resultar muy inciertos o lentos. Alguien puede defender que la lentitud es el precio a pagar por vivir en democracia y que pretender lo contrario saltándose las leyes es en realidad una dictadura, porque una minoría ilegitima se estaría imponiendo a una mayoría legitimada. Los partidarios de la desobediencia civil tienen dos contrargumentos.

El primero es que vivimos en democracias representativas, y asumir que cualquier desobediencia es rechazada por la mayoría, es una asunción que podemos cuestionar fácilmente. En la Guerra de Irak, el gobierno de España estaba a favor de la invasión aunque había una mayoría social aplastante en contra (no solo en España, sino en todo el mundo). Jurídicamente, al menos  de acuerdo con la legislación española (cosa diferente sería la legislación internacional), no existía ninguna ilegalidad. Sin embargo, sí existió un dilema moral. Entonces cabría preguntarse quién actuaba de manera dictatorial, ¿los ciudadanos que boicoteaban al gobierno o el gobierno que actuaba en contra de la mayoría de los ciudadanos?

El segundo es que la mayoría no siempre tiene razón: “Si es posible que un 49% de la población esté equivocada, es posible que el 51% también lo esté”. Pero eso tampoco “significa que la ley no tenga ningún peso moral. [...] el principio del gobierno de la mayoría sí que conlleva un peso moral importante. [...] El respeto a este principio no se demuestra con una obediencia ciega a lo que diga la mayoría, sino considerando que la desobediencia solo se justifica en circunstancias extremas.”

La verdadera desobediencia civil es la que se sustenta en el primer argumento, es decir, la que cuestiona que la ley sea respaldada por una mayoría de ciudadanos. Estos son los casos de resistencia pasiva y manifestaciones que tratan de llamar la atención sobre una mayoría de electores que viven desinformados sobre la hipotética injusticia. Su misión es persuadir y convencer, reforzar el sistema democrático, no destruirlo.


"La desobediencia civil es un medio apropiado para estos fines, cuando los medios legales han fracasado, porque, aunque sea ilegal, no amenaza a la mayoría ni intenta coaccionarla (aunque normalmente supondrá algún coste extraordinario para ésta, por  ejemplo a la hora de hacer cumplir la ley). Los que practican la  desobediencia civil, al no resistirse a la fuerza de la ley, practicando la no violencia y aceptando las penas legales que sus acciones conllevan, ponen de manifiesto tanto la sinceridad de sus protestas como su respeto por el imperio de la ley y los principios fundamentales de la democracia."

¿Pero en qué casos debemos desobedecer? El genocidio nazi es un caso demasiado fácil, pero la actualidad no propone retos más complejos: ecologistas, pacifistas, abortistas, objetores fiscales o médicos, o más recientemente la desobediencia de los partidarios del referéndum en Cataluña del 1 de octubre. Estos casos exigen un análisis más allá de la mera prohibición normativa. No se puede concluir que desobedecer la ley siempre estuvo mal, y siempre lo estará, sean cuales sean las circunstancias. La desobediencia puede estar justificada, y la moralidad o inmoralidad de la causa que se defienda tendrá mucho que decir en este asunto.

“Tenemos que sopesar la magnitud del mal que intentamos de tener la posibilidad de que nuestras acciones conduzcan a una disminución drástica del respeto por la ley y la democracia.” 

El uso de la violencia es otro factor a considerar. Algunas violencias están justificadas y otras no, algunas han sido beneficiosas y otras no, algunas van contra personas y otras contra cosas... la única que Singer declara merecedora de una condena absoluta y sin paliativos es el terrorismo. En una nueva vuelta de tuerca, cabría preguntarse si realmente esa afirmación es tan taxativa. ¿Estaría justificada la violencia (terrorismo asegún algunos) que Nelson Mandela practicó antes de convertirse en Premio Nobel y llevar a Sudáfrica hacia la democracia? ¿Y las acciones violentas para derrocar a un tirano? No he podido consultar la tercera edición del libro (solo en inglés), pero creo que contestar a estas preguntas requiere algo más que un capítulo. En definitiva estamos hablando de los requisitos para la guerra justa, de los que se ha habado y escrito mucho, y mucho antes que Singer llegara al mundo. 

No obstante, considero que los esfuerzos de Singer por desentrañar las cuestiones relativas a "fines y medios" son encomiables, y en la mayoría de los casos acertados.

CAPÍTULO 12: "¿POR QUÉ ACTUAR MORALMENTE?"


El punto de partida de Singer pretende ser racional al 100%. Esa parece ser la intención de alguien que dedica un capítulo entero (del que prescindo en gran medida en mi reseña por ser demasiado enrevesado) a la pregunta de "¿por qué actuar moralmente?". Me recuerda a la duda metódica de Descartes que terminaba esa famosa frase de "pienso luego existo", y que servía de base sólida sobre la que seguir filosofando. Sin embargo, contra todo pronóstico, el autor se dedica precisamente a desvincular la necesidad de la razón como guía ética. Resulta paradójico que un pensador tan racional como Peter Singer, renuncie a la razón en su capítulo final. Parece ser que la existencia de algunos psicópatas cuyas acciones pueden ser perfectamente racionales, desde sus particulares puntos de vista, hace que la razón sea un requisito imprescindible para la ética, pero no suficiente.

APÉNDICE: "SOBRE CÓMO SE ME IMPIDIÓ HABLAR EN ALEMANIA"

Peter Singer cierra su libro narrando la experiencia de cómo se le impidió hablar en Alemania sobre cuestiones que ya de por sí son polémicas, pero que en Alemania, por su pasado hitleriano, lo son aún más. Cuando se tratan cuestiones como la eutanasia, los fantasmas la política de racista y eugenésica nazi hacen que se confunda la aplicación humanitaria que algunos demandan implementar. Igualmente la consideración de discapacitados para referirse a seres prácticamente vegetales, sin consciencia de sí mismos, puede llevar a creer que Singer aboga por la eliminación de todos los discapacitados. Muy lejos de la verdad, en su libro aboga por tenerlos en especial consideración. Pero en Alemania no fue posible hablar con libertad ni con tranquilidad sobre estos asuntos. Se le presentó como un filósofo filonazi, a pesar de él mismo es descendiente de víctimas del Holocausto. Quizás por esa experiencia, siempre se ha mostrado partidario del debate y de la libertad de expresión.


"AUTOBIOGRAFÍA" de Bertrand Russell (1967, 1968, 1969)

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"Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación."
Con esta declaración, tan escueta como profunda, Bertrand Russell presenta su autobiografía a modo de anticipo existencial de lo que hallaremos en un libro de mil densas páginas.


Fue un tipo curioso y sincero, quizás demasiado para una época tan maniquea que no tragaba a una figura controvertida y abierta en cuestiones sexuales, políticas y religiosas, por lo cual despertó amor y odio a raudales. Sus pasiones más tempranas fueron las matemáticas, pero rápidamente pasó a preocuparse por cuestiones de lógica y conocimiento que le llevaron a ser reconocido en el área de filosofía. Tuvo una gran actividad pública, con intervenciones y cartas públicas y privadas para abordar las cuestiones más candentes de su tiempo. Trató las cuestiones sexuales con inusitada naturalidad para sus contemporáneos. Sin embargo, el mundo comenzaba a cambiar y lo que para unos era perversión para otros tenía el dulce sabor de escandalizar al puritanismo.

Pero quizás fue su faceta política la más brillante intelectualmente hablando. Entre su oposición a la I Guerra Mundial y su apoyo a la IIhay un gran viaje, geográfico e intelectual, que se resuelve con pausada coherencia. El drama de la guerra le afectó mucho, y pasó buena parte de su madurez como activista anti-guerra (aunque no pacifista integral, como veremos) e interviniendo públicamente para parar la locura de la Guerra Fría y el subsiguiente fin de la humanidad por culpa de las armas nucleares.

Su vida privada es narrada con naturalidad y sinceridad, haciendo que unas vicisitudes meramente personales encajen sin voyerismo ni egocentrismo en el marco de la lectura sobre un interesante personaje público. El libro consta de tres partes (tres libros publicados originalmente por separado) con pocos capítulos en cada una de ellas. Cada capítulo es convenientemente introducido por la pluma del ingenioso filósofo y seguido por una ingente cantidad de cartas que da cuenta de lo mucho que llegó a relacionarse con todo tipo de personajes de su época. El interés que sus opiniones, e incluso la mera mención de su nombre, suscitaba en el público del siglo XX lo sitúa como uno delos pocos intelectuales que eran escuchados por el público. Contrasta por tanto, la poca accesibilidad de sus primeros trabajos sobre matemáticas, llenos de silogismos y complicados razonamientos, con la atención mundial que recibió cuando se expresaba con máxima claridad y sencillez sobre asuntos mundanos.

Merece la pena subrayar que debido a su larga vida, casi 100 años, sus memorias son testimonio de los sucesos más importantes que conformaron nuestro tiempo: varias revoluciones (la rusa, las tecnológicas del s.XX, las de emancipación de la mujer y los derechos civiles) y guerras, (las dos mundiales, la de Vietnam y la Guerra Fría), etc... Temas, todos ellos, que suscitaban agrios desacuerdos, pero que no soterraron las elegantes formas aristocráticas con las que nuestro insigne intelectual se desenvolvía con facilidad.
SU ESTILO

Precisamente en esto último radique su peculiaridad y su éxito: en sus formas. Perteneciendo a la nobleza de su tiempo decidió poner sus aptitudes al servicio de otro mundo nuevo que estaba naciendo. No le importó abandonar los complicados silogismos de la lógica matemática para explicar a las claras la masacre imperialistas en Vietnam. No le importó tampoco quedarse sin trabajo y con problemas económicos cuando le impidieron enseñar por temor a que corrompiese a la juventud. Si el precio era callar, no estaba dispuesto a ser comprado. Se enfrentó a todo tipo de acusaciones y vituperios, pero su flema inglesa y su poderosa analítica contestaba cortésmente a todo el mundo. La falta de rencor y la elegancia argumentativade modales aristocráticos hacía que cuando se equivocaba en el fondo, salvase la cara acertando en la forma. Al fin y al cabo, la forma no deja de ser una táctica. Una vez, con ocasión del éxito que tuvo una manifestación a favor del desarme nuclear, comentaba:

"[...] toda clase de periódicos, -de aquí y del extranjero- solicitaron y publicaron declaraciones acerca de nuestra causa que, hasta entonces, habrían rechazado. También creo que el espectáculo, incluso en fotografías, de tanta gente seria que no tenía el aspecto desastrado que los periódicos afirmaban que tendría, convenció a muchos de que nuestro movimiento no podía ser tachado de estallido emocional histérico." [p. 891]

Quizás fue esta característica, la elegancia, y la sensibilidad que podía expresar su corazón ante un paisaje natural, lo que determinó que se le concediese un Premio Nobel de Literatura a un matemático que hasta entonces no había escrito ninguna obra de ficción. Se le otorgó por razones que hubiesen encajado más con el Premio Nobel de la Paz ("ideales humanitarios"), y ciertamente su dedicación fue para prevenir contra las guerras a un mundo que amaba, del que siempre esperó mucho más, aunque al final de su vida defendiera ese optimismo con menos convencimiento. A pesar de los golpes que la (in)humanidad le había infligido, no cesó en su aspiración de cambiar el mundo aportando su granito de arena.

El porte del sabio canoso que fumando en pipa y con un traje impoluto habla sobre lo que los poderosos no quieren oír, es la imagen y el legado que este gigante de la filosofía moderna nos ha dejado. Un gigante que no dudó en hacer sentadas con sus estudiantes para atacar con una divertida y fina ironía a la nobleza de la que provenía.

INFANCIA

Sus padres, intelectuales y políticamente activos, apoyaban el sufragio femenino, el control de la natalidad y mantenían a sus hijos lejos de "los males de una educación religiosa" [22]. Él mismo se implicaría personal y políticamente en esos mismos objetivos cuando creciese. Pero sus padres no lo verían pues murieron pronto a causa de enfermedades como la tuberculosis, y pasó a ser criado por su abuela que era una mujer piadosa y puritana, y que pese al ateísmo de Bertrand Russell, conformó en gran manera su forma de ser.

"A partir de los catorce años, las limitaciones intelectuales de mi abuela empezaron a resultarme difíciles de soportar, y su moralidad puritana comenzó a parecerme excesiva [...] Pero, en un examen retrospectivo, a medida que he ido envejeciendo, he comprendido cada vez más la importancia que ella tuvo en cuanto a moldear mi visión de la vida. Su intrepidez, su espíritu cívico, su desprecio por los convencionalismos y su indiferencia por la opinión de la mayoría siempre me han parecido buenos y han quedado impresos en mí como dignos de imitación. Me regaló una Biblia con sus textos preferidos escritos en la guarda. Entre ellos estaba éste: "No seguirás a una multitud para hacer el mal". El énfasis que ella ponía en este texto me llevó, más adelante en la vida, a no sentir temor por pertenecer a las pequeñas minorías."

Su infancia fue una fase muy placentera, sin embargo la adolescencia estaba llena de inseguridades hasta el extremo de que llegó a pensar en el suicidio.  [p. 60]

"Ha de entenderse que toda mi vida mental estaba profundamente sepultada, y que ni el más leve signo de ella asomaba en mis relaciones con otras personas. Socialmente, yo era tímido, infantil, torpe, bien educado y amable. Miraba con envidia a quienes se desenvolvían en el terreno social sin angustiado embarazo."
ADOLESCENCIA Y PERDIDA DE LA FE RELIGIOSA

Como a cualquier adolescente, el despertar sexual vino a acrecentar esas inseguridades, que sumadas a las prohibiciones de sesgo religioso, hicieron que viviese una lucha interna entre lo que pensaba y lo que se suponía que debía pensar. Se distraía continuamente con erecciones que no le dejaban concentrarse y cayó "en la práctica de la masturbación" por lo que se avergonzaba bastante. Espiaba a las doncellas y llegó a considerarse a sí mismo como un depravado y un monstruo. Y de alguna manera cuasi-freudiana, deja entrever que sus intereses más trascendentales, primero la poesía y la naturaleza, y después la religión y la filosofía, eran consecuencia de ese ímpetu sexual reprimido que necesitaba sublimar de alguna manera.

No me resulta difícil identificarme con la descripción del abandono de la fe. Meditado a temprana edad, lleno de inquietudes e indagaciones existencialistas que lo tenían sumergido en constantes debates internos y que reflejaba en un diario como sucedáneo de comunicación con el mundo. Allí reflejaba su angustia y búsqueda de la fe religiosa, pues quería racionalizar su creencia, pero le costaba y se resistía a verse como ateo, aunque lo sospechaba. Tampoco sería de extrañar que la gravedad con que la religión juzgaba la sexualidad  ayudará a su conversión en ateo. 

"A esa edad [quince años] inicié una investigación sistemática sobre los supuestos argumentos racionales  en favor de las creencias cristianas fundamentales. Pasé innumerables horas meditando sobre este tema; pero no podía hablar con nadie al respecto por temor a herir sus sentimientos. Sufría agudamente, tanto por la gradual pérdida de la fe como por la necesidad de guardar silencio. [...]Unos dos años más tarde llegué a la convicción de que no hay vida después de la muerte, pero aún creía en dios, porque el argumento de la "primera causa" parecía irrefutable. Sin embargo, a los dieciocho años, poco antes de ir a Cambridge, leí la Autobiografía de Mill, donde hallé un párrafo en el que refería que su padre le había enseñado que la pregunta "¿Quién lo hizo?" no tiene respuesta, ya que inmediatamente sugiere otra pregunta: "¿Quién hizo a Dios?". Esto me llevó a abandonar el argumento de la "primera causa" y a convertirme en ateo." [p. 57]

En dicho diario, "Ejercicios de griego", también se descubre tempranamente como utilitarista imparcial [p. 62], propenso a querer el bien de sí mismo tanto como el de un familiar o el de un extraño [p. 72]. Pero ese tipo de utopías no tardarían demasiado en caer. La experiencia de tener una familia, establecería sentimientos preferenciales difíciles de ocultar. Lo mismo ocurriría con el tipo de educación sin prohibiciones que intentaría con sus propios hijos: una cosa es querer una educación alternativa a la férrea ortodoxia educativa de su tiempo, y otra esperar que los niños usen el sentido común sin control parental, como veremos más adelante.

La universidad lo liberó de esa frustrante timidez. El hecho de poder expresar sus inquietudes más íntimas y que no se le respondiese "con horror o burla, sino como si hubiera dicho algo muy sensato, fue verdaderamente embriagador" [p. 93].

SU PRIMER MATRIMONIO Y SU ATEÍSMO "MÍSTICO"

Bertrand Russell se casó con la vecina de un tío suyo, Alys Pearsall, hija de cuaqueros y previsiblemente algo pacata en cuanto a sexo. Ambos llegaron vírgenes al matrimonio, y durante el mismo él intentó suavizar el rigor de su mujer en cuestiones religiosas y sexuales, cosa que según confiesa no tardó en lograr. Sin embargo, su enamoramiento no duró mucho y pronto se distanciaron tanto en la alcoba como en el cariño. Ella le seguía queriendo, pero él cada vez la veía más parecida a su suegra a la que consideraba "una de las personas más perversas" que había conocido [p. 222]. Parece ser que la madre de Alys maltrataba a su marido, y consideraba el sumun de la virtuosidad resistirse a los impulsos sexuales masculinos. Esa fobia sexual le hacía presumir de ser mejor que el resto de las personas, e incluso "llevaba ella el feminismo hasta tal extremo que le resultaba difícil conservar el respeto a la deidad, puesto que era varón".

Y aunque durante ese primer matrimonio no hubo descendencia, sí se germinó una de sus primeras obras y sin duda su más importante contribución a la disciplina matemática: "Principia Mathematica". A pesar del reconocimiento mundial, parece que pocas personas lo entendieron realmente. Quizás las aspiraciones de su obra magna estaban condenadas al fracaso. A través de lo que se conoce como filosofía analítica, intentó que las matemáticas pudieran ser deducibles y reductibles a algo todavía más puro que se escondía en sus principios básicos: la lógica. Para ello necesitaba desprenderse del mismísimo lenguaje, la gramática, como si esta fuera una capa engañadiza tras la que se escondían los principios lógicos que él buscaba.

Fue una época de angustia y "negra desesperación" [p. 217]. En lo personal él intentó volver a tener relaciones sexuales como medio para recuperar un amor que ya no sentía. En lo intelectual, sufría altibajos existenciales. Al tiempo que abrazaba el ateísmo se dejaba llevar por experiencias místicas, casi religiosas. No queda muy claro si la causa de estos episodios de desesperación espiritual fuera su matrimonio o su trabajo, o quizás una combinación de las frustraciones que le daban tanto uno como el otro. Trabajaba en un proyecto que buscaba la estabilidad y orden absolutos. Pensaba que existía una lógica a la que podíamos reducir todo, y como si de un gran puzzle se tratara pudiéramos combinar todas las piezas en una única e inequívoca combinación, que nos daría como resultado lo que conocemos como principios matemáticos. Todo ese orden y claridad a la que aspiraba, contrastaba con su tumultuosa vida personal. Quizás, como él mismo indica, su matrimonio hubiese adormecido su lamento existencial, distrayéndolo de un vacío vertiginoso.

Justamente cuando presenció que, en cuestión de cinco minutos, su querido profesor, amigo y colaborador, Alfred Whitehead, estuvo a punto de perder a su mujer, a la que amaba y de la que dependía en grado sumo, cayó en la cuenta de que en cualquier momento él también podía caer por ese mismo precipicio de soledad.

"Al término de aquellos cinco minutos me había convertido en una persona completamente diferente. Durante algún tiempo me poseyó una especie de iluminación mística. Tenía la impresión de conocer los pensamientos más íntimos de todo aquel con quien me encontraba en la calle, y, aunque sin duda se trataba de una ilusión, me sentía realmente en más estrecho contacto que antes con todos mis amigos y muchos de mis conocidos. Habiendo sido imperialista, en aquellos cinco minutos me convertí en probóer pacifista. Habiéndome preocupado durante años exclusivamente la exactitud y el análisis, me sentí rebosante de sentimientos semi-místicos respecto de la belleza, profundamente interesado por los niños y con un deseo casi tan hondo como el de Buda por hallar alguna filosofía que hiciese soportable la vida humana. Me poseía una extraña agitación, que contenía un agudo dolor, pero también cierto elemento de triunfo, en virtud del hecho de que podía dominar el dolor y hacer de ello, según pensaba, una puerta de acceso a la sabiduría. La penetración mística que me imaginaba poseer se ha desvaído grandemente, y el hábito de análisis se ha reafirmado. Pero algo de lo que creí ver en aquel momento ha permanecido siempre conmigo, determinando mi actitud durante la primera guerra mundial, mi interés por los niños, mi indiferencia por las desdichas de menos monta y cierto tono emocional en todas mis relaciones humanas." [p. 218]

Esta "conversión" de 1901, como él mismo la denominara décadas después, nos da una idea de la fraseología cuasireligiosa a la que le gustaba recurrir. A pesar de sus ataques a la religión, Bertrand Russell frecuentó la compañía de creyentes [p. 421] y tuvo como aliados en sus luchas antiviolentas a cuaqueros a los que admiraba. Nunca desechó el lenguaje religioso en su forma de expresarse [p. 693], del que veremos más ejemplos en esta reseña ("amor intelectual a Dios", búsqueda de Dios", etc...). Rehuía, y se reía, del anticlericalismo purista que rechaza el uso de símbolos y expresiones religiosas como si se trataran de un virus. Eso le costaría algún que otro malentendido que él despachaba con una ligera ironía. En la redacción de su famoso libro "Por qué no soy cristiano", nos cuenta una anécdota que revela con claridad, la despreocupación con la que se tomaba el asunto, para perplejidad de creyentes y ateos.

"El último pasaje de mi última conferencia en Columbia me trajo problemas. En él decía que lo que el mundo necesita es "amor, amor cristiano, y compasión". La consecuencia de utilizar la palabra "cristiano" fue un diluvio de cartas de librepensadores, que deploraban el uso  del convencionalismo, y de cristianos, que me acogían en su rebaño. Diez años más tarde, cuando el capellán de la prisión de Brixton me dio la bienvenida con las palabras: "Celebro que haya visto la luz", tuve que explicarle que se trataba de un malentendido total, que mis opiniones no habían cambiado en absoluto y que lo que él llamaba ver la luz yo lo denominaba buscar a tientas en la oscuridad. [...] He hecho  todo lo que he podido para consolar a los no cristianos por el dolor que involuntariamente les infligí al utilizar laxamente el sospechoso adjetivo. [p. 731]"
Más agnóstico que ateo, aunque tal distinción no parecía preocuparle demasiado a la vista de que se calificó de las dos maneras en varias ocasiones, Bertrand Russell venía de la tradición del escepticismo, y rehuía aquello que pudiera sonar a dogmático. A pesar de sus conocidos escritos y citas en contra de la religión, contra la que se mostró explícito y directo, nunca llegó a ser un anti-teísta activista. Muy al contrario, no le importó en reconocer la huella que su educación religiosa había dejado en él. Durante un viaje a Grecia en 1952, siendo un amante de la filosofía de la antigua Grecia, nos confesaba sin complejos lo siguiente:

"Nunca antes había estado en Grecia, y lo que vi me pareció sumamente interesante. Sin embargo, hubo algo que me sorprendió. Después de la impresión que me habían causado las grandes obras que todo el mundo admira, me encontraba en una pequeña iglesia correspondiente a la Grecia del imperio bizantino. Ante mi gran asombro, me sentía más a gusto en esta pequeña iglesia que en el Partenón o en cualquiera de los demás monumentos griegos de la era pagana. Comprendí que la visión cristiana del mundo influía en mí más de lo que había pensado. El influjo no era sobre mis ideas sino sobre mis sentimientos. Pensé que los griegos se diferenciaban del mundo moderno principalmente por la ausencia del sentido del pecado, y advertí con asombro que a mí también me afectaba en mis sentimientos, aunque no en mis ideas. Algunas obras griegas, no obstante, me emocionaron profundamente. Entre ellas, lo que más me impresionó fue el hermoso y compasivo Hermes de Olimpia." [p. 787]

Una última muestra de que, a pesar de ser firme y contundente a la hora valorar la religión como fuente de conocimiento, era flexible en su vida diaria con el hecho religioso la podemos ver en su decisión de darle dinero a su yerno, un misionero que se iba a predicar el Evangelio a Uganda.

"Hacía mucho tiempo, desde mi último viaje a Estados Unidos, que no los veía. Desde entonces, mi yerno se había convertido en ministro de la Iglesia Episcopaliana [...] y se llevaba a toda su familia a Uganda, adonde iba designado misionero. Mi hija también se había vuelto muy religiosa y compartía absolutamente las aspiraciones de su marido. Yo, naturalmente, no simpatizaba mucho con ninguno de los dos en este punto. Cuando quise enviarles una suma de dinero antes de su viaje a Inglaterra, y para ello fui al Bank of England para ordenar la transferencia, mi solicitud fue recibida con sonrisas y a veces hasta con risas al ver a un ateo tan antiguo y empedernido deseando ayudar a alguien a convertirse en ministro del Evangelio. Pero estábamos de acuerdo en muchas cosas, en especial sobre política liberal, y yo amaba a mi hija y quería a su familia."
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL O COMO PERDER LA FE EN LA HUMANIDAD

Sus vaivenes interiores no solo fueron en torno a la fe o al matrimonio, también lo siguieron hasta la I Guerra Mundialque lo marcó profundamente. Al ver cómo nos dejamos llevar por pulsiones de muerte y destrucción, se vio obligado a reconsiderar la naturaleza bondadosa de los seres humanos [p. 346] y tuvo que aceptar que en su mayoría estamos poseídos por una honda infelicidad que se desahoga en odios destructivos [p. 377]. Al principio, pensaba que la guerra estaba orquestada por dirigentes locos que tenían engañado a un pueblo amante de la paz. Sin embargo, con el tiempo, su opinión sobre el pueblo cambiaría.

En una carta al periódico Nation el 15 de agosto de 1914, denunciaba:

"Y toda esta locura, toda esta ira, toda esta maldita muerte de nuestra civilización y nuestras esperanzas, se debe a que un conjunto de caballeros dirigentes, de vidas lujosas, la mayoría estúpidos y todos sin imaginación ni corazón, han decidido que esto suceda antes que sufrir, ni uno solo de ellos, el más ínfimo desaire al orgullo de su país. [...] Limitados por formalismos que les impedían hacer o aceptar las pequeñas conclusiones que podrían salvar al mundo, al final se apresuraron, por ciego temor, a lanzar sus ejércitos a la tarea de la mutua carnicería."

Igualmente, en una carta abierta al presidente Wilson, escribía:

"Puede que parezca extraño que la opinión pública apoye todo lo que las autoridades hacen para proseguir la guerra. Pero este parecer es enormemente engañoso. La continuación de la guerra es activamente abogada por personas influyentes y por la prensa, que en todas partes se halla bajo control del gobierno. En otros sectores de la sociedad el sentimiento es muy diferente del que se expresa en los periódicos, pero la opinión pública permanece en silencio y desinformada, ya que aquellos que podrían servir de guía están sujetos a penas tan severas que pocos se atreven a protestar abiertamente, y los que lo hacen no tienen acceso a una amplia audiencia. Desde mi considerable experiencia personal, reforzada por todo lo que aprendo de otros, creo que el deseo de paz es prácticamente universal, no solamente entre los soldados sino también en las clases asalariadas, especialmente en la zonas industriales, a pesar de los altos salarios y el pleno empleo. Si se realizara un plebiscito nacional con la pregunta de si deben iniciarse negociaciones, estoy convencido de que una inmensa mayoría estaría a favor de esa alternativa, y lo mismo sucedería en Francia, Alemania y Austria-Hungría."

Sin embargo, para la fecha de publicación de este segundo volumen de su autobiografía, Lord Russell confiesa con hondo pesar que su visión de la humanidad es mucho más lúgubre:

"Ingenuamente, yo creía lo que afirmaban la mayoría de los pacifistas: que las guerras eran impuestas a la fuerza por gobiernos despóticos y maquiavélicos a una población reticente. [...] Con toda inocencia, yo pensaba que cuando el público descubriera cómo le habían mentido, se enfadaría; en lugar de ello, se mostró agradecido, ya que lo habían librado de la responsabilidad moral." [p.344]
Su pacifismo no era absoluto, como el de Gandhi, ya que consideraba que había guerras que merecía la pena lucharlas. No era equidistante, deseaba que Alemania perdiese. No apoyar a su país en la I Guerra Mundial (cosa que sí hizo en la segunda), no fue fácil para él ya que tuvo que superar "sentimientos de patriotismo" que hacían que su "amor por Inglaterra" fuese probablemente "el sentimiento más fuerte" que tenía [p. 347]. No soportaba la deriva bélica y nacionalista de todas los países, incluido el suyo, y no quiso ser cómplice "del crimen cometido por todas la naciones en guerra [p. 379]". Llevó su opinión hasta el final y pasó por la cárcel.

En el clima prebélico que se gestaba, su opción pacifista era una exigencia moral para distanciarse de la escalada de odio e ignorancia que se palpaba en las calles. Un pueblo que parecía que en principio no quería ir a la guerra terminó zambuyéndose en ella de manera ciega y entusiasta, demonizando al enemigo inmisericordemente. Cuando Bertrand Russell proclama que "no tiene ningún sentido pensar que los alemanes son unos malvados" [p348] recibía ovaciones entre el público. Pero después del hundimiento del Lusitania, la gente cambió de opinión y prevaleció el lenguaje de enfrentamiento. Los que abogaban por el apaciguamiento terminaron siendo vistos como cobardes o traidores, y fueron vilipendiados. Muchos terminaron siendo encarcelados, entre ellos nuestro insigne profesor, que aunque reconoce que en general la prisión es una experiencia traumática, él la supo aprovechar para sumergirse entre libros.

Toda su lucha en contra de la guerra no sirvió de mucho, como el mismo reconoce, pero al menos puso en práctica la enseñanza que su abuela le inculcara años atrás: disentir sin importarle las opiniones mayoritarias en contra. Eso le dio una entereza necesaria para liberarse de ciertos corsés, tanto políticos como intelectuales. Se libró de sí mismo, "del catedrático y del puritano", y se libró también de las falsas promesas de Wilson y de la Rusia bolchevique [p.379]. También empezó a escribir otro tipo de libros menos académicos, y en definitiva vio un nuevo renacer, "una nueva juventud".

Se cierra en este volumen una etapa de pesimismo existencialista, más influido por la desorientación un escéptico adolescente que despierta a un mundo hostil, que por la madurez del sabio que ha logrado comprender que vivir una vida mejor implica también luchar por un mundo mejor. El texto fue actualizado justo antes de su publicación en 1967, y se nos indica a pie de página que algunas de esas sombrías conclusiones ya no son compartidas (por ejemplo, su alusión al intelecto femenino que no encontraba o su dictamen de que la naturaleza significa más para él que sus seres queridos). Pero es de su redacción original, la dictada a su secretaria en 1931 [p. 555], de donde se saca una idea más exacta de lo que supuso esa sinsabor existencial que lo abrumaba, y que se acentuó con la llegada de la I Guerra Mundial. Cuando ésta llegaba a su fin, lejos de sentirse plenamente feliz, descubría que su activismo e incluso sus amores solo eran una excusa para rellenar el profundo vacío existencial que arrastraba desde pequeño. Un vacío lleno de constantes pensamientos de muerte, inseguridad, soledad, timidez y el descubrimiento de "la amarga verdad" que le impedía comunicar sus angustias para no ofender a un mundo que no se adaptaba ni a su forma de ser ni de pensar.

Cuando el resto de la gente celebraba el ansiado Armisticio, Bertrand Russell se hundía de esta forma [p. 375-376]:

Ya entrada la noche me quedé solo en las calles observando el humor de la muchedumbre, tal como había hecho en agosto cuatro años atrás. La multitud seguía siendo frívola, no había aprendido nada de este periodo de horror excepto aferrar poco de placer con mayor desenfreno que antes. Me sentí extrañamente solitario en medio del regocijo general, como un fantasma caído por accidente desde otro planeta. Es verdad que yo también me alegraba, pero no sentía nada en común entre mi alegría y la de la muchedumbre. Toda mi vida he deseado sentir esa unión con una gran masa de seres humanos que experimentan los integrantes de multitudes entusiastas. A menudo, este deseo ha sido tan fuerte que me ha llevado a la decepción personal. Me he imaginado sucesivamente como liberal, socialista y pacifista, pero, en el sentido más profundo, jamás he sido nada de esto: siempre el intelecto escéptico, cuando más deseaba su silencio, me ha susurrado la duda, me ha arrancado del fácil entusiasmo de los otros y me ha transportado a una soledad desoladora. Durante la guerra, mientras trabajaba con cuáqueros, no-resistentes, socialistas, mientras estaba dispuesto a aceptar la impopularidad y la incomodidad propias de compartir opiniones impopulares, les decía a los cuáqueros que en mi opinión muchas guerras a lo largo de la historia se justificaban, y a los socialistas que le tenía terror a la tiranía del Estado. Me miraban con recelo, y aunque continuaban aceptando mi ayuda sentían que yo no era uno de ellos. Detrás de todas las actividades o placeres que sentido desde mi primera juventud, siempre ha estado al acecho el dolor de la soledad. He escapado de él casi por completo en los momentos del amor, pero incluso entonces, pensándolo bien, me doy cuenta de que esta huida ha sido en parte una ilusión. No he conocido mujer alguna para quien la llamada del intelecto haya sido tan absoluta como lo es para mí, y cuando intervenía el intelecto, descubría que faltaba la comprensión el cariño que busco en el amor. Aquello que Spinoza llama "el amor intelectual a Dios" ha sido para mí el mejor motivo para vivir, aunque no he tenido siquiera el dios vagamente abstracto -que Espinosa se permitía- a quien dedicar mi amor intelectual. He amado a un fantasma, y al hacerlo mi ser más profundo se ha vuelto espectral. Por lo tanto lo he ido enterrando más y más hondo, bajo capas de jovialidad, afecto y alegría de vivir. Pero mis sentimientos más profundos han permanecido siempre solitarios y no han encontrado compañía en las cosas humanas. El mar, las estrellas, el viento nocturno en parajes desolados, significan más para mí que los seres humanos que más quiero, y soy consciente de que para mí, en el fondo, el afecto humano es un intento de escapar de la vana búsqueda de Dios."

Paradójicamente, la razón de ese pesimismo no era sino la profunda necesidad de creer en el ser humano. Ese amor intelectual a dios, no es sino una manera de decir que estaba enamorado de la bondad humana, de la belleza, de la música, del arte y de todo lo que le demostraba que podíamos ser dichosos. En ese sentido, Bertrand Russell tenía fe en la humanidad, pero la I Guerra Mundial la fue erosionando. Russell no podía disfrutar de su existencia si previamente no hacía las paces con el mundo. Buscaba cierto tipo de justicia trascendente, una especie de promesa de que un mundo mejor era posible. A falta de una creencia religiosa, usaba una jerga mística en momentos de desesperación como la guerra, pero también en momentos de paroxismo como cuando disfrutaba de la naturaleza. Dentro de su familia lo recuerdan por esos momentos de delectación ante la naturaleza, y no por sesudas reflexiones filosóficas.

En una carta a su amante Constance Malleson (Colette) volvía a dejarnos un bello párrafo que nos indica que hay cosas más importantes que el amor personal, y que precisamente si las conseguimos, también salvaremos ese amor que tanto nos importa. Si tenemos una sólida paz interior, (que en el caso de Russell dependía de la paz en el mundo) seremos capaces de transmitirla a nuestros seres queridos. El amor por el mundo debe ser el comienzo de un camino que termina en el amor personal, no a la viceversa. Para el filósofo inglés, amor a una persona no podía significar casarse y encerrarse a ser felices en una casa de campa alrededor de la chimenea. Muy al contrario, significaba que su amor le ayudase a descubrir que uno también puede amar al mundo, a la humanidad. Dicho de manera más sencilla, que la existencia merece la pena. Estos escritos podrían considerarse el germen de los actuales de autoayuda, aunque sin la sospecha de ser un fraude intelectual o predicar las pseudociencias.

"He odiado a muchas personas en el pasado. Aún hablo con facilidad el idioma del odio, pero ahora ya no odio verdaderamente a nadie. El fracaso es lo que hace que uno odie a la gente, y ahora ya no tengo la sensación de fracasar en nada. Nunca nadie tiene por qué ser derrotado. Está en uno mismo el hacerse invencible. [...] 

Pero existe un mundo de paz, se puede vivir en él sin dejar de hacer frente a todo lo malo del mundo. ¿Sabes cómo a veces caen todas las barreras de la personalidad y uno queda libre para absorver el mundo entero? La noche, las estrellas y el viento, todas las ilusiones y pasiones de los hombres, la lenta evolución a lo largo de los siglos, y hasta los fríos abismos del espacio se tornan amistosos. <E il naufragar m´e dolce in questo mare> [naufragar me es dulce en este mar]. Y a partir de este momento una especie de paz fundamental invade todos nuestros sentimientos, hasta nuestros sentimientos más apasionados. Lo sentí la otra noche, a la orilla del río; pensé que tú me dejarías; sentí que si lo hacías yo perdería lo más maravilloso que jamás me ha sucedido, y sin embargo mantenía esa paz fundamental, final, si no la hubiese mantenido, te habría perdido entonces. No puedo soportar la pequeñez y el encierro de las cosas meramente personales. Quiero vivir siempre abierto al mundo, quiero que el amor personal sea como un faro de fuego que ilumine la oscuridad y no un tímido refugio del frío, como lo es a menudo.

VIAJE A RUSIA O COMO PERDER LA FE EN EL COMUNISMO

Situado más bien en la izquierda, pero nunca seducido por el marxismo, se atrevió a creer en utopías y posibles mundo alternativos, pero quiso hacerlo con los pies en la tierra, y por eso viajo al país que prometía liberarnos de tiranías económicas y políticas. Su visita a Rusia fue iniciada asumiendo que se encontraría con "el sufrimiento físico, la incomodidad, la suciedad y el hambre, todo ello soportable gracias a un ambiente espléndido, lleno de esperanzas para la humanidad [p. 481]". Pero lo trataron  con todo tipo de lujos, y vio todo tipo de miserias bajo una atmósfera de opresión que hacía el aire tan pesado como el plomo. Quería creer en las promesas revolucionarias, pero no lo conseguía del todo. Le asaltaban dudas sobre si el fin justificaba los medios, pero él, que nunca había pasado hambre, le costaba criticar a unos hombres que, aunque pendencieros y llenos de "teorías simplistas y explicaciones fáciles para todo" [p. 482], habían conseguido dejar atrás el antiguo régimen tan detestable de los zares.

"¿Pero acaso el hambre y la necesidad conducen a la sabiduría? ¿Acaso hacen al hombre más capaz de concebir la sociedad ideal, inspiración obligada de todo reformista? No puedo evitar pensar que más que agrandar el horizonte lo estrechan, pero me queda una incómoda duda que me deja dividido..."

Se quedó fascinado por "el amor de los bolcheviques por la producción en serie" y la constante organización para todo. El frío no solo era climatológico. La maquinización y el "evangelio de industrialización y trabajos forzados" [p. 483] estaba creando una sociedad helada de puro utilitarismo, "indiferente hacia el amor, la belleza y la vida impulsiva" [p. 482]. Sus críticas a Rusia fueron muy duras, y pensó si debía publicarlas o no, ya que "escribir algo en contra de los bolcheviques era, claro está, hacerle el juego a los reaccionarios [p. 505]". Pero el que no cedió ante las presiones del patriotismo tampoco cedería a los temores de ser acusado de antirevolucionario. Al fin y al cabo, tampoco se puede decir que lo fuera [p. 564], ni en la práctica ni en la teoría. El título de su libro, producto de su visita a la URRS, así lo atestigua: "La práctica y la teoría del bolchevismo".

En la práctica se limitaba a reconocer que la revolución rusa fue un experimento para salir del antiguo régimen. Pero a pesar de todo lo que vio en Rusia en 1920, mantenía su apoyo a los sueños utópicos soviéticos, aunque tapándose la nariz y mirando hacia el horizonte donde deberían germinar los dulces frutos de las amargas semillas que ahora se estaban plantando. En la teoría sería mucho más contundente. Muchos filósofos marxistas han condenado el "experimento comunista" como una praxis fallida, dejando incólume los elementos fundacionales. Bertrand Russell no. Él estaba convencido de que la mismísima teoría marxista estaba profundamente equivocada. Creía en el libre comercio desde muy joven ("El libre comercio es para mí la última pieza de sano internacionalismo que nos queda; si desapareciese, me sentiría inclinado a cortarme el cuello" [p. 255]). Lo expuso muy tempranamente en 1896, y posteriormente en su libro "¿Por qué no soy comunista?" de 1956, (que contenía textos anteriores de 1954 bajo el título de "El fraude Marxista"):

"Por lo que a mí respecta, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y pienso que la práctica de sus máximas aumenta inconmensurablemente la miseria humana. Los principios teóricos del comunismo provienen, en su mayoría, de Marx. Mis objeciones a Marx obedecen a dos motivos: uno, que era una mentalidad confusa; otro, que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado por el odio. [...] La teoría de Marx era bastante mala; pero el desarrollo que ha experimentado con Lenin y Stalin la ha hecho mucho peor."

Tan solo cuatro años después de su viaje a Rusia, escribió que el dirigente revolucionario le pareció algo dogmático y cruel, pero que eso era importante para un gran hombre de estado como él, y que en cualquier caso tenía "una mente ordenada y creativa".Sin embargo, en 1967 (la introducción al capítulo de Rusia data de esa fecha salvo algún párrafo convenientemente referenciado [p. 467], parece que guardaba un mal recuerdo de Lenin, el cual le decepcionó por sus "limitaciones intelectuales" y su estrecha ortodoxia maxista [p. 485]. Estos virajes denotan un paulatino desencanto. Sus esperanzas en la URSS terminaron definitivamente cuando "la fría e inhumana cordura del Kremlin de Stalin" empezó a rivalizar con la Alemania nazi de Hitler [p. 356].

En 1941 escribiría:

"No me cabe duda de que el Gobierno soviético es aún peor que el de Hitler, y sería una desgracia que sobreviviera [p. 689]. [...] Yo consideraría el socialismo, en su forma más suave, como un desarrollo natural de la tradición cristiana. Pero Marx está junto a Nietzsche como apostol de la ruptura, y por desgracia el marxismo ha triunfado entre los socialistas [p. 691].

[...] En 1948, las potencias occidentales se propusieron la creación de una unión que debería ser el germen de un Gobierno Mundial. El Partido Conservador lo aprobó y deseaba que Gran Bretaña se adhiere al proyecto. El Partido Laborista, después de ciertas dudas, se opuso al plan, pero dejó a sus afiliados libertad para aprobarlo a título personal según lo creyeran conveniente. Yo me uní al proyecto, atacando, tal vez en exceso,  a uno de los escasos comunistas presentes en el congreso internacional reunido en La Haya para debatir el plan. En su discurso, el hombre sostuvo que los comunistas poseen una ética más elevada que el resto de la gente. Esto tenía lugar justo después de la caída del gobierno democrático de Checoslovaquia [...].

Incluso algo más tarde, cuando EEUU tensaba la carrera armamentística, Russell concedía que la peligrosa Rusia debía ser incluida en las negociaciones de desarme, aunque siempre se mostraría receloso de hacerle el juego a los comités pacifistas financiados por la URSS que trataban de imponer una agenda política en Occidente. Quizás la muerte de Stalin, o quizás más probablemente, la histeria anti-comunista del macartismo que se respiraba en EEUU durante la Guerra Fría, ayudó a que rebajase su lenguaje anti-comunista. Poca gente conoce que su libro "¿Por qué no soy comunista?" tenía un título original muy parecido, pero diferente en matices; "¿Por qué soy anti-comunista?

En mi opinión, los extractos que añado a continuación dan una idea de cómo, al menos inicialmente, Russell compatibilizó la repulsión de un sistema con la necesidad del mismo.

"Tolero el régimen actual porque odio el anterior, pero por sí mismo nunca llegará a gustarme. Sin embargo, me reprocho el que no me guste. Tiene todas las características de los comienzos impetuoso. Aunque lleno de energía constructiva y fe en el valor de lo que está creando, es brutal y desagradable. Dedicado a construir una nueva maquinaria para la vida social, solo tiene tiempo para pensar en máquinas. Una vez construido el cuerpo de la nueva sociedad habrá tiempo suficiente para pensar en darle un alma." [p. 481]

[...] "mi estancia en Rusia fue una pesadilla en continuo aumento. [...] Crueldad, pobreza, sospechas y persecuciones [...] escuchabamos disparos y sabíamos que estaban matando a los idealistas encarcelados. [p.475] [...] Astrakan me pareció lo más cercano al infierno que jamás haya imaginado. [p. 477]"

[...] "aborrezco a los bolcheviques, mi estancia en Rusia ha sido muy penosa, a pesar ser una de las cosas más interesantes que jamás he hecho. El bolchevismo es una tiranía burocrática y cerrada, con una red de espionaje más elaborada y temible que la del zar y un aristocracia igualmente insensible e insolente compuesta de judíos americanizados. No queda ni un vestigio de libertad para pensar, hablar o actuar. Me sentí ahogado y oprimido bajo el peso de la maquinaria, como si una bóveda de plomo se tratara. No obstante, creo que es el mejor gobierno que Rusia pueda tener en estos momentos." [p. 501]
Posteriormente, no tardaría en condenar todo el sistema sin paliativos, incluso apoyar una amenaza de guerra nuclear preventiva para conseguir que la URSS se desarmara y dejase de ser un peligro para la humanidad [p. 713]. Sin embargo, y al margen de que negara haber dicho esto (todavía parece que hay polémica en torno al asunto), suavizaría su postura anti-comunista para atacar a EEUU durante la Guerra Fría, como veremos cuando analicemos la época de las movilizaciones por el desarme nuclear.

CHINA


Su viaje a China, en 1922, fue mucho más feliz. Para empezar fue con su amante, Dora, y los chinos la trataron como si fuera su mujer sin mayores preguntas. Los "primeros meses en Pekín fueron una época de total y absoluta felicidad [p. 509]. Y por lo visto también fue mucho más productiva, pues mientras en Rusia no consiguió cambiar nada, en China al menos con sus conferencias "había logrado que los enfurecidos chinos pensaran que no todos los ingleses eran viles" [p.512]. A todo ello colaboró el humor chino que le "resultaba muy agradable", aunque quizás, especulaba Russell mucho tiempo después, en 1967, "el comunismo lo haya matado". Incluso la religión china le resultaba simpática:

"La religión china es curiosamente alegre. Al llegar a un templo le dan a uno un cigarrillo y una taza de aromático té. Luego le muestran el lugar. El budismo, que uno considera ascético, es aquí bastante alegre. Los santos tienen grandes barrigas, y se los describe como personas que disfrutan a fondo de la vida. Nadie parece creer en la religión, ni siquiera los sacerdotes; sin embargo, se ven muchos templos, nuevos y ricos."

Pero tanta simpatía podía suponer demasiada ligereza a la hora de enfrentar peligros futuros. Aunque Bertrand Russell en 1922 no pudiese saber que China se convertiría en comunista a mitad de siglo XX, su advertencia les podría haber servido:

"Los chinos me recuerdan constantemente a Oscar Wilde en su primer juicio, cuando creyó que con humor uno podía salvarse de cualquier situación y se encontró con las garras de una gran fiera que no daba ninguna importancia a los valores humanos [p. 529]."
No se sabe si fue producto del humor, la mala intención o una deficiente traducción, se le dio por muerto durante un par de días. Aún siendo cierto que había estado gravamente enfermo de una pulmonía, lo que casi le mata es ver su defunción anunciada en un periódico japones.

SU SEGUNDO MATRIMONIO Y LA PREOCUPACIÓN POR LA EDUCACIÓN INFANTIL

Fue con su segunda esposa, Dora, con quien tuvo su primer hijo en 1921. Antes de eso sus inquietudes, eran estríctamente intelectuales. En el área matemática soñaba a lo grande, como "descubrir algún sabio secreto" que poder contarle al mundo para hacerlo un lugar mejor. No solo por el mundo, sino también por él mismo, para sentir que su vida no había sido en vano. En lo social, debido a la guerra y al desencanto con Rusia, había atemperado sus esperanzas de que el ser humano pudiese encontrar la forma de ser feliz sin dañar al prójimo.

"Sin embargo, poco a poco, el ardor se fue enfriando y las esperanzas desvaneciendo; no cambié mis ideas respecto a cómo ha de vivir el hombre, pero las sostuve con menos ardor profético y menos expectativas de tener éxito en mi campaña."

Desde que se convirtió en padre, los siguientes diez años se centraron en su paternidad que trató de ejercer con felicidad y responsabilidad. Pero en sintonía con su forma de ser, trató de hacerlo rompiendo tabúes y convencionalismos en materia educativa. Junto con su nueva mujer, fundó una escueladonde experimentaría una nueva pedagogía muy diferente a la que reinaba en su tiempo. Quisieron alejarse de las rígidas restricciones a la libertad y la inspiración religiosa que abundaba en Nueva Inglaterra, aunque dirigir y mantener una escuela de ese tipo siempre tenía a Russell en vilo pendiente de nuevos ingresos.

"En el año 1927, Dora y yo decidimos, [...] fundar una escuela propia donde nuestros hijos pudieran educarse como mejor quisiéramos. [...] de un lado nos disgustaba la gazmoñería, la instrucción religiosa y las muchas restricciones a la libertad que se dan por supuestas en las escuelas tradicionales; de otro, no estábamos de acuerdo con la mayor parte de los educadores "modernos", que no daban importancia a la instrucción escolástica y defendían la teoría de prescindir totalmente de la disciplina. Entonces, nos propusimos juntar un grupo de unos veinte niños, de edades parecidas a las de John y Kate, con la idea de contar con los mismos niños a lo largo de todos sus años escolares."

El autor se queja de que uno de los motivos del fracaso de dicha escuela era que les tocó "una proporción de niños problemáticos mayor de lo normal":

"Tendríamos que haber estado en guardia frente a esta trampa, pero al principio agradecíamos la llegada de cualquier niño. Los padres que estaban dispuestos a probar nuevos métodos eran aquellos que habían tenido problemas con sus hijos. [...] Cualesquiera que fueran las causas, los niños eran crueles y destructivos. Dejarlos en libertad era los mismo que establecer un reino del terror en el que los fuertes hacían sufrir y temblar a los débiles. Una escuela es como el mundo: sólo el gobierno puede evitar la brutalidad y la violencia. [...]

En retrospectiva, creo que mucho de los principios que regían la escuela eran erróneos. Un grupo de niños pequeños no puede estar feliz sin una cierta medida de orden y rutina. Dejados a su aire, se aburren y se vuelven agresivos y destructivos. En su tiempo libre, siempre tiene que haber un adulto que les proponga un juego o una diversión, proporcionándoles la iniciativa que no se puede esperar de niños de corta edad.

Otro aspecto que salió mal fue que se creía que había más libertad de la que en realidad existía. Por ejemplo, no la había cuando se trataba de salude higiene. Los niños tenían que bañarse, lavarse los dientes y acostarse a la hora indicada. Es cierto que nunca dijimos que habría libertad en ese tipo de cosas, pero la gente necia, en particular los periodistas en busca de sensacionalismo, creían o decían que nosotros defendíamos una total ausencia de limitaciones y obligaciones."
Antes de la escuela de Beacon Hill, la preocupación de Russell por la educación se plasmó en un libro de gran acogida popular en 1926 que se titulaba "Sobre la educación en la primera infancia". Curiosamente, aunque ambos proyectos, la escuela y su libro sobre la educación, versaran sobre la misma cuestión, en sus memorias no es tan exigente con su libro, del que solo dice que era algo optimista y que:

"[...] en cuanto a sus valores no encuentro nada de que retractarme, aunque pienso que los métodos que proponía para los niños pequeños eran excesivamente severos."
Pocos años después, en 1929, publicaría su libro "Matrimonio y moral" que supondría un golpe a las costumbres sexuales y roles de género que imperaban en su época. En él se defendía que la fidelidad no era ningún deber, y que las aventuras sexuales debían tolerarse mientras los cónyuges pudieran seguir siendo amigos. Coherentemente, tanto él como Dora tuvieron aventuras extramatrimoniales. Los más puritanos lo consideraron algo pecaminoso, y afilaron sus plumas para atacar a quien estaba corrompiendo a los jóvenes con sus libros. Esta fue la base de una querella que pretendió, y consiguió, que no le contratasen en Nueva York. Esto lo veremos posteriormente..

Parece ser que la falta de compromiso y la infidelidad tenían sus límites, y lo que antes era virtuoso pasó a ser intolerable. Cuando Dora quedó embarazada, no una, sino dos veces de otro hombre, Russell decidió abandonar la escuela, divorciarse, y casarse por tercera vez con su amante, Patricia Spence, que para desesperación de Dora era la encargada de sus niños en la escuela.

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: UN PACIFISTA APOYANDO UNA GUERRA

Después de reconocer que había fracasado como padre, se le despertó de nuevo el hambre de asuntos públicos, allá por finales de los años 30. Oficialmente seguía siendo un pacifista, pero sus esfuerzos se centraban más en conseguir un gobierno mundial que impidiese, si fuera necesario por la fuerza, las guerras entre Estados. Para entonces Alemania estaba resurgiendo de sus cenizas como un peligroso pájaro de fuego, y eso pondríaa prueba su activismo pacifista. La doctrina de la no violencia solo es eficaz si los que ejercen el poder conservan un mínimo de empatía, "y es evidente que los nazis sobrepasaron dicho límite" [p. 604].

Tener que apoyar una guerra mundial, cuando hacía décadas ya había rechazado otra, le supuso tragar con ruedas de molino [p. 674, 684, 686].

"Todo mi ser se hallaba implicado en la oposición a la primera guerra mundial, mientras que al apoyar la segunda, mi yo estaba dividido [p. 605]."
[...]
 "Antes había sido capa de considerar la posibilidad de una supremacía de la Alemania del Káiser con reticente aquiescencia; pensaba que, aunque fuese algo malo, no era tan malo como una guerra mundial y sus secuelas. Pero la Alemania de Hitler era otra historia. Los nazis me parecían repugnantes, eran crueles, fanáticos y estúpidos. Moral e intelectualmente también me resultaban odiosos. Pese a que me aferraba a mis convicciones pacifistas, cada día me era más difícil mantenerlas. [...] decidí, de una vez para siempre y con plena conciencia, ayudar en todo lo necesario para conseguir la victoria en la segunda guerra mundial, por más difícil que resultara conseguirla y por más dolorosas que fueran sus consecuencias."

Esta transformación no fue de la noche a la mañana, y en realidad tampoco fue tan grande, sólo fue "un cambio cuantitativo y un desplazamiento del énfasis". Al fin y al cabo él nunca se adscribió al "credo de la no violencia de manera absoluta". Tampoco fue exclusivamente de corte pacifista, pues también abandonó otros ideales imposibles: la libertad sexual sin celos y la ausencia de autoridad en la educación de los más pequeños.

"En la escuela comprobé que para evitar la opresión de los débiles era necesario el firme y decidido ejercicio de la autoridad. [...] En mi segundo matrimonio, intenté observar ese respeto a la la libertad de mi mujer que yo consideraba que me imponían mis creencias. Sin embargo, comprobé que mi capacidad de perdonar y de aquello que puede llamarse amor cristiano no estaba a la altura de mis exigencias, y que insistir en un empeño imposible me hacía mucho mal, sin que por ello se alcanzara el bien deseado para los demás. Cualquiera me hubiese podido decir esto de antemano, pero yo estaba totalmente cegado por la teoría [p. 604]."
NORTEAMÉRICA 1938-1944 Y EL CASO CONTRA RUSSELL
En 1938 zarparon rumbo a Norteamérica donde encontró trabajo en Chicago, y luego en Los Ángeles, donde se hizo catedrático. Sus hijos John y Kate, que tuvo con Dora, fueron a visitarle con tan mala suerte que estalló la Segunda Guerra Mundial y se quedaron atrapados en EEUU. Russell dejó su trabajo en Los Ángeles por una oferta mejor en Nueva York, pero cuando se enteró de que el de Nueva York no era firme, escribió para recuperar su trabajo en la Universidad de California. Era demasiado tarde, el rector había visto el cielo abierto cuando Russell dijo de irse, pues sus contribuyentes cristianos no deseaban financiar a un filosofo que no era partidario de castigar a los niños pequeños que son pillados masturbándose [p. 644]. Él también estaba atrapado en EEUU. A cargo de la educación de tres hijos, y sin sustento pues ya nadie quería contratarlo debido a una caza de brujas que se montó contra él: el caso de Bertrand Russell contra el College of the City of New York dio la vuelta al mundo. Católicos y judíos no perdonaban la naturalidad con la que hablaba sobre sexo antes del matrimonio, y una mujer aprovechó la coyuntura para interponer una querella al ayuntamiento (del que dependía la institución), como responsable de querer contratar a un filósofo promiscuo y extranjero que corrompería a su hija. Merece la pena señalar que las asignaturas que tenía previstas enseñar, eran de lógica, ajenas por tanto a sus opiniones sexuales.

La comunidad académica laica salió en su defensa, pero eran muchas más las influencias de ese "satélite del Vaticano" que supo organizar las huestes de católicos e irlandeses, en periódicos, iglesias, municipios, revistas y allá donde podían tener influencia.

"Los propietarios de las salas se negaban a alquilarlas para mis conferencias, y dondequiera que hubiese aparecido en público probablemente hubiese sido linchado por turbas de católicos con la total aprobación de la policía."

El resultado fue que durante un tiempo, el conde Russell estuvo privado de ingresos en EEUU y tampoco tenía acceso al dinero que de Inglaterra pues la guerra lo impedía. El que ostentara un título nobiliario daba una falsa impresión de sus posibles y en alguna ocasión Lord Russell tuvo "que viajar a Nueva York con el billete de ida y pagar la vuelta con los honorarios de la conferencia" [p. 649] y estuvo dispuesto a aceptar "cualquier trabajo honrado que le [me] procurase el sustento básico para tres personas" [p. 693].

Entre tanto llegó un éxito repentino e inesperado de su libro Historia de la Filosofía Occidental, que se convirtió en su "principal fuente de ingresos durante muchos años" [p.649]. Algunos cuestionaron su imparcialidad, pero él decía que ésta no existe, y que es más honesto reconocer los sesgos y que "los lectores insatisfechos busquen opiniones contrarias" [p. 650].

Décadas más tarde, aquellas acusaciones ridículas sobre el peligro de corrupción moral que representaba Bertrand Russell, seducirían a la juventud que acudía a sus charlas esperando oír alguna expresión escandalosa del viejo iconoclasta que estaban deseando aplaudir frenéticamente. La revolución sexual estaba en marcha, y ya era imparable.

EL GOBIERNO MUNDIAL

Una vez se vislumbraba el final de la guerra, incluso mucho antes, Bertrand Russell soñaba y trabajaba por la instauración de un gobierno mundial que monopolizase el uso de la fuerza. Solo en defensa de ese gobierno estaría dispuesto a prestar su apoyo para reprimir a los rebeldes nacionalistas que pudieran querer cambiar el nuevo orden mundial. Obviamente esto nunca llegó ni siquiera a plantearse seriamente por parte de los ganadores de la guerra, pero por lo visto era un tema recurrente entre los intelectuales de entonces.

En 1942, en una carta privada a Ely Culbertson, reconocía que ese era "de lejos el asunto más importante del momento" [p. 696] y estaba dispuesto a apoyar cualquier plan que pudiera tener éxito para la constitución de dicho gobierno. Para que ese proyecto tuviese posibilidades hacía ciertas consideraciones, que de manera casi premonitoria, fueron muy parecidas a las que se tuvieron en cuenta cuando se creó la ONU. Pero eso distaba mucho de ser lo que él defendía con la expresión "gobierno internacional" o "gobierno mundial". La ONU fue una forma de organizarse los vencedores, muy parecida a como se organizaba la previa y fracasada "Sociedad de Naciones" que fue incapaz de frenar la II Guerra Mundial. La ONU "por sí misma, no es apropiada para trabajar por la paz. [p. 952]".

ARMAS NUCLEARES, VIETNAM Y LA GUERRA FRÍA

Terminada la guerra, su principal preocupación fue luchar arduamente hasta el final de sus días contra las armas nucleares. Para él era evidente que era cuestión de tiempo y probabilidad ("una certeza estadística" [p. 894, p. 973] que se desatara una guerra atómica que acabara con toda la civilización. Y se sentía frustrado porque habiendo tanta gente que compartiese su razonamiento no pasara a la acción, y se sentara a observar el desenlace final como si este fuera inevitable. Argumentos tales como que "el hombre no será tan necio", después de haber sucedido Hiroshima y Nagasaki, desesperaban al atemperado inglés. Muchos le aplaudían, pero pensaban que era una cuestión que deberían arreglar la futuras generaciones [p. 712], cuando el temía precisamente que exterminaran el futuro mismo.

Había conseguido un trabajo en Cambridge, y lejos quedaban las sospechas de ser un elemento pernicioso para la juventud o un traidor filo-soviético. Era una "persona grata para el gobierno británico ya que, si bien estaba en contra de la guerra nuclear, también era anticomunista" [p. 717].  Hasta tal punto gozaba ahora de la confianza del gobierno, que le dieron la Orden del Mérito y su fuerza dialéctica fue puesta al servicio de su majestad la reina, mandando al antimilitarista a dar charlas a las tropas. Incluso lo vistieron de militar en Berlín [p. 716]. 

Ese lavado de imagen ante su gobierno sin embargo, no tenía ningún valor en sí mismo para el filósofo, y en cuanto tuvo ocasión puso en el punto de mira a Occidente y su carrera armamentística. Hubo quien lo acusó de pro-soviético, olvidando todo lo que había escrito de Rusia.

Para EEUU, inmersa en la Guerra Fría, toda crítica era sospechosa de provenir de Rusia: "o estás conmigo o estás contra mí", esa era la respuesta de aquellos tiempos. Y hasta cierto punto, sigue siéndolo. Exponer el imperialismo estadounidense, ya fuera a cuento de la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos o por la carrera armamentística, era un pecado que había que pagar haciendo pasar al disidente como traidor. Pero para cuando esos sucesos tenían lugar, Russell ya había cambiado sus prioridades, y EEUU rivalizaba con la URSS en cuanto que a peligro de guerra nuclear.
"Más adelante, después de la muerte de Stalin, en 1953, y de la prueba nuclear en Bikini, en 1954, llegaría a estar más a favor del comunismo, y poco a poco le atribuiría menos a Rusia, y más a Occidente, a Estados Unidos, el peligro de guerra nuclear. Este cambio se apoyó en los acontecimientos que sucedían dentro de Estados Unidos, como el macartismo y la restricción de los derechos del individuo."
Su valoración de la Guerra de Vietnam [p. 997] fue muy severa, y ayudó a constituir el Tribunal de Crímenes de Guerra (más conocido como el Tribunal Russell), una plataforma de intelectuales, simbólica y popular, que venía a sustituir la inacción de los verdaderos tribunales de justicia. Se trataba de juzgar mediáticamente a EEUU por sus crímenes. Los tiempos en los que Bertrand Russell se ponía de parte de EEUU y en contra del comunismo se habían acabado.

"[...] no puede dejar de pensar en las vicisitudes de mi vida, en los crímenes que he visto [...]. Soy capaz de rememorar muchas guerras y mucha es la injusticia que ha ocurrido en silencio durante estos decenios, pero en mi experiencia, no encuentro ninguna situación comparable con la actual. No puedo recordar ningún pueblo tan atormentado y, sin embargo, con tan pocas debilidades frente a sus atormentadores. No conozco ningún otro conflicto en que la disparidad de fuerzas físicas haya sido tan grande. No guardo recuerdo de ningún pueblo tan tenaz, ni de ninguna nación con un espíritu de resistencia tan inagotable."[p. 1007]

"Se ha alegado que durante los primeros nueve meses de 1966 la fuerza aérea de Estados Unidos ha arrojado dos mil toneladas de bombas diarias sobre Vietnam. De continuar así, hacia finales de año el total constituirá una cantidad mayor de explosivos que la que se descargó en toda la zona del Pacífico durante la segunda guerra mundial. La zona que sufre este bombardeo no es mayor que los estados de Pennsylvania y Nueva York." [p. 1008]

En su correspondencia con Lord Gladwyn, miembro del Partido Liberal y primer Secretario General de la ONU, discutió algunos aspectos de la Guerra Fría, como Bahía de Cochinos o la crisis de los misiles en Cuba. Su análisis fue esperadamente contrario a la ortodoxia occidental:

"Usted me critica porque aparentemente sostengo que Occidente siempre tiene la culpa y la Unión Soviética es inocente. De ninguna manera es así. En época de Stalin, su política me parecía abominable. No hace mucho tiempo, protesté enérgicamente contra las pruebas que los rusos efectuaron antes de firmar el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, y actualmente me dedico a denunciar los malos tratos que padecen los judíos en la Unión Soviética. Solamente en algunos aspectos, entre los cuales Cuba ha sido el más destacado, creo que la mayor parte de la culpa recae sobre Estados Unidos." [p. 975]
Teniendo en cuenta que su obsesión era la hecatombe nuclear, cualquier incursión militar de EEUU (y tuvo muchas en comparación con las que tuvo la URSS en el siglo XX), suponía una provocación suicida:
"Solíamos pensar en la maldad de Hitler al tratar de matar a todos los judíos, pero Kennedy, Macmillan y otros más, tanto en el Este como en el Oeste, siguen políticas que probablemente nos conduzcan no sólo a la muerte de todos los judíos sino también a la de todos los demás. Ellos son mucho más malvados que Hitler y esta idea de la armas de exterminio masivo es total y absolutamente abominable, es algo que ninguno persona con una pizca de humanidad puede tolerar, y yo no estoy dispuesto a obedecer a un gobierno que está organizando la masacre de toda la raza humana." [p. 899]
"Se supone que hay dos bandos que defienden cada uno su propia causa. Esto es una ilusión; Kennedy y Kruschev, Adenauer y De Gaulle, Macmillan y Gaitskell, todos persiguen el mismo fin: el final de la vida humana." [p. 901]

LA DESOBEDIENCIA CIVIL

Como telón de fondo a su oposición al exterminio nuclear estaba una cuestión que lo llevaba absorviendo "de una forma u otra, especialmente desde 1914: la relación entre el individuo y el Estado, la objeción de conciencia, la desobediencia civil." Se mostró partidario de todos los desobedientes que esgrimían una buena causa, como los objetores al servicio militar o a la guerra de Vietnam. Sostuvo la valía de unos miembros de la comunidad que aún en tiempos de guerra se siguen rigiendo por sus "dictados de humanidad" [p. 723]. Los contrarios a la conscripción no solo tenían el valor por su integridad, también eran útiles para el noble objetivo de terminar con todas las guerras [p. 289].

Expuso las incoherencias del poder al subrayar que "quienes nos censuran por desobedecer órdenes son exactamente los mismos que castigaron a los alemanes en Nuremberg por no desobedecer órdenes" [p. 906]. Este ingenio y facilidad para manejar el registro histórico ha sido retomado por Noam Chomsky, cuyo famoso póster de Bertrand Russell enseña orgulloso a cualquier periodista que se pasa por su despacho.
"Los jueces de Nuremberg estimaron que los alemanes deberían haber practicado la desobediencia civil en nombre de la dignidad humana. Es poco probable que éste hubiese sido su opinión si en lugar de a sus enemigos hubiesen estado juzgando a sus propios compatriotas. Y creo que esto es válido para amigos y enemigos. La línea divisoria entre la desobediencia civil aceptable y la inaceptable la señala, creo yo, el motivo por el cual se practica: la gravedad del fin por el que se comete y la profundidad de la creencia en su necesidad." [p. 724]
Probó en sus carnes las consecuencias de la desobediencia civil, y pasó algún tiempo en la cárcel. Fue una sentencia condenatoria de seis meses, en 1918, que el mismo deseaba para dar legitimidad a la causa [p. 420, 900]. Mucho más tarde, en 1961, se volvería a enfrentar a una pena de cárcel, y volvería a buscar una condena, pero esta vez intentó asegurarse con su abogado de que no fuese ni muy larga ni tampoco una absolución. "No más de quince días" [p. 856] para él y su mujer, esas fueron sus instrucciones. Aunque al final le condenaron a dos meses, que debido a los certificados médicos quedaron en una semana para cada uno.

Bertrand Russell entendía la desobediencia civil no solamente como un signo de integridad moral, sino como una medida táctica de visualización. La opción constitucional a veces es demasiado "lenta y difícil" [p. 889], y junto con el rodillo de los medios de comunicación leales al status quo apenas dejan oportunidad para conocer los hechos más importantes que nunca llegarían a conocerse [p. 891].

En su panfleto del 15 de abril de 1961, contestó a algunas objeciones de la desobediencia civil. Frente a quienes decían que se estaba haciendo uso de la fuerza de una minoría para obligar a una mayoría, Russell contestaba:

"Este argumento me parece uno de los más inverosímiles y absurdos que jamás he escuchado. ¿Cómo puede una minoría de gente desarmada y comprometida con la no violencia imponer su voluntad contra todas las fuerzas establecidas respaldadas por la apatía pública? El obispo dice además que estos métodos pueden conducirnos a la anarquía o a la dictadura. Los comunistas en Rusia y los nazis en Alemania son el ejemplo más notable, pero sus métodos fueron violentos. Los nuestros, que no lo son, sólo pueden tener éxito mediante la persuasión."

Cuando se les trataba de disuadir alegando que parecían unos radicales y que asustaban a quienes compartían objetivos pero preferían métodos más tradicionales, la respuesta era tan pausada como inteligente:

"No tengo el menor interés de ver a todos los oponentes al armamento nuclear practicando la desobediencia civil no violenta. Creo que es bueno que existan ambos tipos de organizaciones, las que practican la desobediencia civil no violenta y las que se abstienen, para ajustarse a los distintos temperamentos. No creo que la existencia de una organización que practica la desobediencia civil no violenta impida a nadie adherirse a otra organización que no lo haga. Puede que algunos digan que los disuade  el disgusto por los fanáticos extremistas, pero creo que son gente que en cualquier caso encontrarían un motivo que los disuadiera. Por el contrario, creo que nuestro movimiento tiene un vigor un magnetismo que atrae a numerosas personas que de otro modo permanecerían indiferentes."

Por último, quedaban los que concedían alguna justificación a la desobediencia civil, pero solo en regímenes totalitarios, nunca en una democracia.

"Este tipo de argumento es deliberademente ciego ante hechos muy evidentes. [...] Consideremos de nuevo cómo se forma la opinión en un país nominalmente democrático. Los grandes periódicos pertenecen a los ricos y poderosos. La televisión y la radio tienen razones de peso para no ofender al gobierno. Si dijeran la verdad, la mayoría de los expertos perderían su puesto y su salario. [...] En todo gran estado moderno existe un vasto mecanismo creado para impedir que no sólo el público sino también el gobierno conozca la verdad. Todo gobierno se hace aconsejar por expertos e inevitablemente prefiere a aquellos que halagan sus prejuicios. Quienes han estudiado imparcialmente el tema se han quedado atónitos ante la ignorancia de los dirigentes políticos respecto de los armamentos nucleares, y esta ignorancia va goteando desde los dirigentes hasta convertirse en la voz del pueblo. Contra esta ignorancia amasiva y artifical dirigimos nuestra protesta."
EN CASA Y DE VIAJE

Mientras tanto, su relación con "Peter", Patricia Spence, se fue abandonando, o al menos esa es la sensación que da ya que no profundiza demasiado en cómo ni por qué se gestó un nuevo divorcio. El capítulo lo inicia directamente presentando a su nueva compañera, Edith Finch, la cuarta (amén de otras amantes anteriores, siendo la escritora Collette O´Neilla la más famosa) y última esposa. Ella era americana, y ya se conocían desde hacía décadas a través de una amistad en común que Russell frecuentaba en sus muchos viajes a EEUU.

"Nuestra amistad maduró rápidamente, y al poco tiempo no podíamos soportar que el atlántico nos separara. Ella se instaló en Londres, y como yo vivía en Richmond, nos veíamos con frecuencia. Los momentos que pasábamos juntos eran maravillosos. Richmond Park estaba plena de reminiscencias, muchas de las cuales se remontaban a mi niñez más temprana. Relatarlas reaviva su frescura, y me parecía volver a vivir el pasado con una sensación de alivio, alegre y renovador. Inmerso en el gozo de la remembranza, casi me olvidé del peligro nuclear."
Allá por 1955, todavía seguía en pie la aspiración de un gobierno mundial (recordemos que la ONU se creó en 1945, nada más terminar la II Guerra Mundial, y su primer y más importante fruto fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tres años después en 1948). Dos asociaciones que tenían como fin ese Parlamento Mundial, celebraban mítines conjuntos en Roma a los que Bertrand Russell fue invitado. Producto de esas reuniones el filósofo inglés quiso impulsar el proyecto internacionalista formulando una declaración suscrita por reconocidos científicos, tanto del bloque comunista como del capitalista.

"Sin embargo, antes de tomar ninguna medida, escribí a Einstein para saber lo que pensaba de semejante plan. Me respondió con entusiasmo pero diciéndome que, dado que no se sentía bien y apenas podía respetar los compromisos contraídos, él personalmente no podía hacer más que ayudar, enviándome una lista con nombres de científicos que creía que simpatizaban con la causa. Me pedía, no obstante, que continuara con mi idea y redactara yo mismo la declaración. [...] había enviado la declaración a Einstein para que la aprobara, pero aún no sabía l o que pensaba de ella y si estaría dispuesto a firmarla. Mientras volábamos de Roma a París, [...] el piloto anunció la noticia de la muerte de Einstein. Yo me sentí desfallecer, no solo por motivos obvios, sino también porque veía que mi plan fracasaría sin su apoyo.Pero al llegar a mi hotel, en París, me encontré con una carta suya en la que decía estar de acuerdo en firmar. Fue uno de los últimos actos de su vida pública."
Fue una época de mucha producción en casa y muchos viajes al extranjero: Roma, París, Escocia, problemas familiares, vacaciones en Gales, cartas, discursos, visitantes, etc. Él mismo confiesa que no comprende cómo "los días y las noches me bastaban para conseguir hacer todo lo que hice." [p. 797]. Muchos son, por tanto, los asuntos que me dejo en el tintero, no solo de este capítulo, sino de todo el libro. A modo de sucinta enumeración, para nada exhaustiva, dejo aquí unos cuantos para el lector curioso:

-Educación religiosa [p. 22]
-Expresiones religiosas [p. 693, 730]
-Miedo a la muerte [p. 29]
-Religion [p. 280, 361, 376, 421]
-Felicidad en la infancia [p. 42]
-Miedo a las masas de la democracia [p. 694]
-Inseguridad [p. 44, 58]
-Suicidio [p. 60]
-Sufragio femenino mayor oposición que ejerciendo el pacifismo [p. 229]
-Libre comercio [p. 255]
-Periodismo como una profesión menor [p. 245]
-Amor desinteresado [p. 269]
-Conocer las tragedias ajenas [p. 281]
-Utilitarismo [p. 235]
-Servicio militar obligatorio, conscripción [p. 289, 414, 722]
-El amor personal y el amor al mundo [p. 433]
-Nacionalismo [p. 383, 364, 911]
-Pacifismo [p. 674, 683 en españa, 684 todavía con dudas de apoyar a los aliados en la IIGM] 
-Brutalidad policial [p. 866]
-ONU [p. 619, 689 691]
-Socialismo [p. 691, 433]
-Problemas económicos [p. 693, 688, 649, 696]
-Eugenesia, a favor [p. 836]
-Guerra nuclear [p. 889]
-Guerra Fría [p. 969, 975]
-Asesinato de Kennedy [p. 977]
-Vietnam [p. 997, 1007], más bombas que en la IIGM [p. 1008]
-Desobediencia civil [p. 420, 889, 891]
-El movimiento Pugwash [p. 809, 813]
-El juicio de los Rosenberg [p. 805]
-El conflicto de Suez [p. 808]
-La Declaración de Viena [p. 811]
-El conflicto israelo-palestino [p. 957] que lo veía menos complicado que tener un Berlín dividido.
-El "picnic anual" en el que se convirtieron las protestas antinucleares [p. 839]
-La película de Stanley Kubrick "¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú" [p. 846]
-La crisis de los misiles de Cuba [p. 868]
-La manifestación a favor del desarme nuclear que tuvo lugar en Trafalgard Square [p. 858]
-Las limitaciones del conocimiento para construir una ética racional [p. 734]
-Ferocidad natural del hombre [p. 954]
-Una nutrida correspondencia y/o menciones a múltiples intelectuales y políticos de todo tipo, algunos de los que me han resultado más llamativos son: Kruschev [p. 836, 964], G.B. Shaw [p. 113, 283, 414, 449, 564, 393], Aldous Huxley [p. 655], A.J. Ayer [p. 877], Wiitgenstein [p. 472], Einstein [p. 619, 773], John Dewey [p. 665], Keynes [p. 568], Erich Fromm [p. 962], Nasser [p. 957]...

LEGADO

Al finalizar el prólogo con el que iniciamos esta reseña, Bertrand Russell nos da una lección de esperanza que nada tiene que ver con ilusiones vacuas o ánimos infundados, sino con la perseverancia de sus principios.

"El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.
Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad."

En la misma línea, la posdata final del libro incluyen unos párrafos que apuntan con amargura a la necesidad de perseverar en las metas trascendentales de toda vida inteligente.

"He visto a muchas personas, en esta época nuestra tan peligrosa, que parecen enamoradas del sufrimiento y de la muerte, y que se enfandan cuando se les sugiere esperanza. Piensan que las esperanza es irracional y que, instaladas en su cómoda desesperanza, simplemente confrontan la realidad. Yo no estoy de acuerdo con ellas. Conservar la esperanza en este mundo requiere nuestra inteligencia y nuestra energía. Quienes desesperan, con frecuencia es porque carecen de energías.
[...]
Puede que haya creído que el camino hacia un mundo de hombres libres y felices era más corto de lo que se está revelando, pero no me equivoqué al pensar que ese mundo es posible, y que merece la pena vivir con mirar a volverlo realidad. He vivido en pos de una ilusión, social y personal. Social, por imaginar la sociedad que se ha de crear, en la que los individuos crezcan libremente  y donde el odio, la codicia y la envidia desaparezcan porque nada hay para alimentarlos. Personal, por valorar lo que es noble, lo que es hermoso, lo que es bueno; por permitir que los instantes de lucidez impregnaran de sabiduría los momentos más mundanos. Creo en todas esas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, no me ha hecho cambiar de parecer."


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"LOS DERECHOS DEL HOMBRE DE THOMAS PAINE" de Christopher Hitchens (2006)

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Thomas Paine fue uno de esos locuaces oradores que activaron las conciencias revolucionarias para formar los Estados Unidos de América. Algunos dicen que más dotado para la agitación que para la organización, suministró con su lenguaje llano y provocador, un entendimiento más profundo de las cuestiones básicas que permanecían opacas para el vulgo pre-revolucionario. Mientras la gloria de la Guerra de la Independencia se la llevaron figuras como George Washington, Thomas Paine todavía no tiene un monumento en la capital estadounidense. Este libro es un intento de reivindicar la figura de Paine por la que el autor, Christopher Hitchens, sentía una gran admiración al ser un padre fundador de EEUU no reconocido oficialmente.


Pero, un libro sobre otro libro debe instar a la lectura de éste último, de otra manera se puede considerar un libro fallido. En ese sentido este libro lo es. Lo mismo podría decirse de cualquiera de mis reseñas. Leer es un placer, y tanto por la forma como por el fondo, los buenos libros forman a los buenos lectores para que actúen como proselitistas y portadores de un virus que contagia el sano hábito. Otra cosa es el valor académico o de investigación que el análisis pueda tener, y ahí quizás Christopher Hitchens puede haber tenido más éxito con este libro. Hitchens analiza este clásico del derecho político, Los derechos del hombre, así como la vida de su autor con gran profusión de detalles que puede hacer las delicias del estudioso, pero que no llega a trasmitir el brío que Hitchens imprimía a sus obras, y por tanto, tampoco empuja a curiosear entre las páginas de ese clásico.

Podría haber sido un libro más sencillo y que despertase mayor interés por el tema a tratar, pero la narración es constantemente interrumpida por inoportunas referencias de todo tipo de las que su autor presume para mayor gloria de sí mismo. El punto fuerte de Christopher Hitchens no es dar fluidez a una narración histórica, al fin y al cabo él nos enseñó mucho pero no fue profesor. Su especialidad era la confrontación de ideas, el debate desde el pugilato, despellejar al contricante y provocar al lector. Y aquí es donde Hitchens encuentra interesante, hasta el punto de escribir un libro, las guerras panfletarias entre dos idealistas de una época revolucionaria: Thomas Paine y su adversario intelectual Edmund Burke. A pesar de la admiración por el primero, no niega las virtudes del segundo, y se puede apreciar la fruición que Hitchens sentía, como buen amante de la polémica que era, al revivir los debates entre estas dos figuras a las que les tocó vivir una época de cambios radicales.

Thomas Paine era hijo de un cuáquero, y aunque nunca desarrolló esa pasión por el más allá de sus padres, siempre trato la religión con respeto a pesar de que algunos aspectos de la misma le repelían. No fue ateo, pero sí deísta. Un matiz que poco importó a sus contemporáneos, que vieron en su libro La edad de la razón un ataque a la religión, "cosa que no era" según Hitchens. Nunca olvidó el poder que el influjo religioso ejercía sobre las masas, y llegado el momento la usaría en sus arengas como veremos más adelante. Su padre fabricaba corsés, legado del que quiso escapar desde edad muy temprana, pero terminó estableciéndose en Londres como supervisor de cargas aduaneras; se encargaba de "vigilar a los contrabandistas" poniendo un sello oficial a los fardos que se descargaban. Tras una serie de polémicas que no vienen demasiado al caso, lo expulsaron de su cargo, y mientras estaban decidiendo si lo admitían de nuevo o no, él contacto con Benjamin Franklin, "un hombre que personificaba la alianza entre la investigación científica y el pensamiento libre". Franklin vio el espíritu inquieto de Paine y le escribió una carta de recomendación abriéndole las puertas de América.

Pero para cuando llega al nuevo continente, "la crisis colonial de las relaciones con la madre patria británica estaba ya subiendo de tono". Rápidamente rechazó el comercio de esclavos con estas palabras:

"El hecho de que algunos miserables estén dispuestos a secuestrar y esclavizar seres humanos mediante la violencia y el asesinato para obtener beneficios es más lamentable que extraño. Pero que mucha gente civilizada - más aún, bautizada- lo apruebe y está implicada en esta práctica salvaje, resulta sorprendente".

Se puso decididamente del lado de las aspiraciones de independencia, y cuando la duda asaltaba a los americanos él aconsejaba aprovechar el momento de una ocasión histórica. La sociedad, y no el estado al que se toleraba como un mal necesario, era lo importante. La sociedad era anterior al estado y la nueva sociedad de América merecía un estado propio.

"A continuación les hablaba en el tono del único libro que todos ellos tenían en común: la Biblia cristiana (aunque la que conocía era la versión inglesa del "rey Jacobo"). Intentaba demostrar que el Antiguo Testamento no contenía justificación alguna de la monarquía, al tiempo que se las arreglaba para dar a entender, con el propósito de halagarles, que un lugar en el que no había jerarquías, como era el Paraíso, tenía su réplica en el Nuevo Mundo. Por supuesto, no se complicaba la vida con aquellos pasajes de la Sagradas Escrituras en los que se sugería que los poderes existentes habían sido conferidos por Dios."
Ya iniciada la guerra por la independencia Paine publicaba El sentido común, un panfleto que venía reforzar lo único que podía y debía hacerse, según Hitchens, en aquel lugar y tiempo, a saber, oponerse por todos los medios a la dominación inglesa. Era un llamamiento a una tierra prometida que destilaba un espíritu claramente revolucionario y que después se volvería en su contra en manos de los más conservadores.

"Se especula mucho sobre la autoría del panfleto, y en los personajes más conservadores hubo algunos que se sintieron muy incómodos. En particular, John Adams detestaba el tono subversivo y la implícita exaltación del vulgo que percibía en el texto. (Las peleas posteriores entre Adams y Jefferson, que marcaron los primeros años de la República y establecieron los puntos de referencia para las futuras disputas de la "izquierda" contra la "derecha" en el marco de la política estadounidense, siempre fueron, de manera abierta o encubierta, discusiones a propósito de Thomas Paine). Sin embargo, al cabo de unos pocos meses el Congreso Continental acordó hacer una irrevocable Declaración de Independencia, y para su redacción había nombrado una comisión que entre sus miembros incluía a Adams, Jefferson y Franklin. Fue Jefferson el designado para reunir las distintas tendencias en una sola versión, resulta obvio que había leído El sentido común y aprobaba su contenido. (Incluso introdujo un párrafo en el que se denunciaba el tráfico de esclavos, pero el Congreso lo eliminó antes de que el documento fuera aprobado y publicado.)"

Una vez terminada la guerra George Washington trató de establecer una compensación a Paine por sus servicios voluntarios, aunque no lo consiguió. El estado de Nueva York sí le dio una granja y una casa de un tory que había huido. Y allí podía haberse jubilado, sin embargo se embarcó de nuevo para Europa en busca de financiación para un proyecto de un puente: la ciencia y la ingeniería era también un lugar común en los políticos de la Ilustración, y Paine, básicamente autodidacta, quiso seguir haciendo historia por ese camino. Sin embargo, el azar haría que volviese a caer en un lugar y momento histórico de una nueva revolución: la Revolución Francesa.

Cuando explotó la Revolución Francesa, Paine ya era partidario de la misma como una continuación de lo que había vivido al otro lado del Atlántico. No sería el único revolucionario internacionalista; Thomas Jefferson también hizo sus pinitos en la orilla europea participando en la redacción de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. En esta nueva estancia en Inglaterra y buscando emplazamiento para su puente, conoció y se hizo amigo de Edmund Burke. No sabemos si hablo mucho o poco con él sobre la inminente guerra que se atisbaba en el horizonte francés. Lo cierto es que Burke publicó "Reflexiones sobre la revolución en Francia" que es según Hitchens, "una de las más exacerbadas peroratas contrarevolucionarias de todas las épocas".

"Por consiguiente, es importante tener en cuenta que la obra, Los derechos del hombre, tiene su propia dimensión privada y emocional: una nota de amargo disgusto por parte de un antiguo admirador que en algunos momentos puede sonar casi como la voz de un amante desdeñado."
En torno a este duelo gira buena parte del libro, precisamente la que me parece menos trascendente. Burke pretendía mantener la autoridad de la Iglesia para frenar el ateísmo y el deísmo, mientras que la obsesión de Paine era socavar los cimientos intelectuales de monarquía y de la propiedad como justificantes del ejercicio del poder. El primero representaban los intereses de la tradición, el segundo los del sufragio (no del femenino, por cierto), porque "son los vivos y no los muertos los que tienen que adaptarse". Sus dimes y diretes, sus afiladas plumas con cuestiones y nombres coyunturales han perdido su interés con el paso del tiempo. Mucho más interesante resulta saber cómo se desenvolvió durante la Revolución Francesa, y cómo se enfrentó a lo que algunos dicen que fue el primer debate moderno entre la izquierda y la derecha.

Paine no fue un ingenuo y supo ver que la revuelta que se estaba gestando en Francia estaba llena de resentimientos que harían difícil contener a la turba, pero aún así apoyó el proyecto revolucionario. Esperaba de alguna manera que los principios de Filadelfia, de 1776 y 1786, se reprodujeran de alguna manera en el París de 1789. Lo que determinó su apoyo incondicional fue la misma piedra angular sobre la que giraron sus esfuerzos en EEUU: cuestionar la legitimidad de la monarquía e instaurar la emancipación del pueblo basándose en su propia soberanía. En cambio lo que lo desanimó fue ver que la revolución estaba engendrando el Terror, y que los principios y las letras solo servían para buscar desesperadamente a quién decapitar el próximo día.

Cuando Danton propuso eliminar el sistema judicial e instaurar "tribunales del pueblo", Thomas Paine, que había sido invitado al parlamento por sus éxitos en la Revolución Americana, trató de persuadir mediante interprete (el no hablar francés obstaculizaba sus labores constantemente) que la vía correcta era una separación de poderes tipo americana. Pero falló en su empeño. También falló cuando aconsejaba solo emplear el castigo como vía para enseñar y no por venganza. Eran los tiempos de Marat, y esas palabras no estaban de moda. Y volvió a errar de nuevo cuando de la mano de su amigo Condorcet, uno de los personajes más amables, ilustrados y comedidos de toda la Revolución Francesa, se puso a redactar una constitución demasiada larga, densa y razonable.

No fueron errores en sentido estricto, sino desencantos. Como aquel que se produjo cuando ejecutaron a Luís XVI. Él no era partidario de ejecutarlo, en parte porque había sido aliado de la independencia norteamericana (interesadamente, por supuesto, para desgastar a Inglaterra), y en parte porque la avidez por castigar podía pervertir la mejor de las leyes. En los aledaños del Terror que se veía venir, Thomas Paine tuvo el coraje y la honestidad de defender un juicio justo para el Capeto. Los ecos de su primer llamamiento contra los tiranos en El sentido común, ahora se volvían disertaciones sobre la conveniencia táctica de no ejecutar al tirano francés:

"Quien desee asegurar su propia libertad deberá proteger de la represión incluso a su enemigo, porque si viola este deber, establece un precedente que le alcanzará a él mismo."

Este tipo de razonamiento utilitarista, que volvería a usar cuando defendiese su postura económica liberal para evitar guerras y señalar el fin de cualquier gobierno ("el bienestar general"), no era incompatible con una postura de principios. No consideraba que las ejecuciones fueran una solución, todo lo contrario, eran un problema heredado del Antiguo Régimen, y comparaba su erradicación con el logro revolucionario de abolir la monarquía. 

Al Capeto finalmente se le ejecutó por un voto de diferencia, y a Paine que ya estaba señalado por sus tibiezas se le arrestó en la prisión de Luxembourg. Cuando las masas demandaban cabezas para cortar, se salvó por un error al señalar su celda con tiza para ser ejecutado al día siguiente. Por lo visto, el guardia hizo una marca mientras la puerta estaba abierta, y al cerrarla, ya no se pudo ver desde fuera. El pueblo pedía sangre, y en una de aquellas desenfrenadas matanzas, el mismísimo Robespierre fue enviado a la guillotina tan solo cuatro días después. A Paine lo salvaría una intervención diplomática de última hora a cargo de James Monroe, futuro presidente de EEUU.

Un año antes, Paine que ya se había descolgado de los sueños revolucionarios franceses, y escribía a Thomas Jefferson en abril de 1793 lo siguiente:

"Si esta revolución hubiera sido dirigida de forma coherente con sus principios, habría sido muy posible extender la libertad por la mayor parte de Europa; pero ahora ya he abandonado esta esperanza." 
Enterrados como estaban sus sueños de libertad, le dio la bienvenida al "enterrador de la Revolución", Napoleón Bonaparte. Justificó el golpe del nuevo emperador como un justo contrapeso contra el intento de Londres de reinstaurar la monarquía en Francia. Al final su desprecio por la monarquía inglesa le pudo más que su instinto político, y cerró su etapa revolucionaria de la peor manera, dándole la mano a un megalómano que despreciaba al pueblo. Napoleón lo invitó a cenar y lo llenó de halagos declarándose admirador de Los derechos del hombre. Parece que Paine se dejó seducir porque nunca publicó nada en contra de Napoleón, más bien al contrario, se le conocen "indulgentes observaciones ocasionales" sobre el emperador. Aunque hay testimonios que aseguran que dijo que Napoleón era "un charlatán"ávido de sangre y sin ni siquiera un proyecto político en mente.

Desencantado por completo con todas las vueltas que estaba dando la Revolución Francesa, aprovechó la oportunidad que su amigo Thomas Jefferson, ya Presidente de EEUU, le ofreció para volver a la tierra de su primera revolución. A EEUU volvería un revolucionario importado de Inglaterra, que había militado en el lado izquierdista de la independencia estadounidense, pero que en Francia se había visto abocado a militar en el lado de la derecha, hasta el punto de terminar justificando el orden napoleónico.

Aunque su legado ha inspirado a políticos de todo tipo, siempre se declaró partidario del libre comercio, admiraba la obra de Adam Smith y desconfiaba de las injerencias gubernamentales. Veía "las desigualdades económicas como si estas fueran naturales o inevitables" por lo que es poco probable que hubiese sido socialista, deduce Hitchens. Aunque "realizó el primer esbozo de un moderno estado del bienestar" y su obra maestra Los derechos del hombre fue una temprana apuesta por los derechos humanos.

Esta tentación de juzgar a autores pasados con las lentes del presente es casi inevitable, pero también los son los errores que se comenten al hacerlo, especialmente con clásicos cuyas obras se produjeron en momentos muy críticos de la historia. Los héroes de las revoluciones nunca dejan de ser héroes y todo el mundo puede llevarlos a su terreno, como de hecho hicieron Obama y Reagan, por poner dos casos de políticos muy diferentes que defienden el orden establecido. Pero lo cierto es que a Thomas Paine siempre se le ha considerado un radical, un agitador, y en ese sentido encaja más en la tradición de izquierdas. La escasa llama que mantuvo vivo el legado de Paine vino de todo tipo de revolucionarios e izquierdistas. Noam Chomsky, tótem máximo de la izquierda más ácrata y menos sectaria,lo reivindica también para sus filas como fuente de inspiración anarcosindicalista, junto con todos los clásicos que han sido reinterpretados para justificar el statu quo (incluyendo al mismísimo Adam Smith).

Merece la pena terminar la reseña con algunas de las frases más famosas de Thomas Paine. Si se tiene en cuenta la época en las que se dijeron, se podrá entender por qué se le considero un radical, tanto el peor como en el mejor sentido de la palabra.

-"La edad de la ignorancia comenzó con el sistema cristiano."

-"El que no se atreve a ofender no puede ser honesto."

-"La mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio junto a nosotros."

 -"Mi país es el mundo, y mi religión es hacer el bien."

-"Es la obligación del patriota proteger a su país de su gobierno."

-"La religión Cristiana es una parodia de la adoración del sol, en la cual se puso a un hombre al que llamaron Cristo en el lugar del sol, y le ofrecieron la adoración que originalmente se ofrecía al sol."

No sería justo ignorar otros grandes y famosos aforismos de Edmund Burke:

-"Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada."

-"Quien lucha contra nosotros, fortalece nuestros nervios y agudiza nuestra habilidad. Nuestro antagonista es nuestro ayudante."

-"El mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco."

"LA DESFACHATEZ INTELECTUAL" de Ignacio Sánchez-Cuenca (2016)

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La desfachatez intelectual es un libro tan sencillo como atrevido. Pone en absoluto ridículo algunos de los intelectuales más respetados en los medios de comunicación españoles. La tesis central del libro queda sobradamente demostrada, tanto en su desarrollo como en su desenlace final de la séptima edición que incluye réplicas de los aludidos. A saber, que por muy intelectuales que sean meten mucho la pata, particularmente cuando opinan a la ligera sobre temas que no están informados.

También es necesario señalar que su autor, Ignacio Sánchez-Cuenca, no hace una enmienda a la totalidad de sus obrasni mucho menos a su persona. Al contrario, insiste cansinamente en que muchos de los que crítica son merecedores de extensos elogios por sus obras. Sin embargo, usan su fama a modo de patente de corso para pontificar sobre asuntos que no controlan en absoluto.

Ignacio-Sánchez-Cuenca es un David frente a muchos Goliats jaleados por multitud de incondicionales. El público y los medios de comunicación suelen ser acríticos, esperan de la élite intelectual no solo que opinen de todo, sino que acierten en todo. El autor aprovecha tanta ingenuidad y seguidismo para lanzar piedras con extrema sencillez y habilidad contra los puntos débiles de estas vacas sagradas que tanto admiramos.
Y no es por quitarle mérito al autor, pero si resulta una tarea sencilla es por los tremendos traspiés de la flor y la nata de nuestra élite intelectual. ¿Cómo es posible esto? ¿qué credibilidad puedo tener yo o Sánchez Cuenca para decir que los más prestigiosos intelectuales españoles son torpes o mantienen posiciones ridículas?
Para contestar esa pregunta habría que entrar en materia y analizar una a una cuáles son las torpezas en concreto. Tendría que reproducir párrafos y párrafos enteros de manera literal, por eso mejor remitir al lector al leer el libro, el cual no tiene desperdicio. Cada dos o tres páginas me he encontrado pensando para mí mismo la claridad y razonabilidad que encontraba en casi todos los temas abordados. No obstante, para seguir la tradición de este blog, intentaré con esta reseña encontrar matices o imperfecciones que me han llamado la atención.

Debido a mi antigua adoración al filósofo Fernando Savater, y quizás también debido a que quizás siga siendo el intelectual más reconocido en nuestro país, me permitiré extenderme de más para hacer de abogado del diablo y defenderé, solo hasta cierto punto, la figura mi querido filósofo.

SÁNCHEZ-CUENCA PATINA CON SAVATER

Sánchez-Cuenca escoge una intervención televisiva de Savater que incluye en su introducción, de manera injusta a mi modo de ver, como ejemplo de todo lo que está por venir. En las primeras páginas, justo después del impresentable ejemplo de Jon Juaristi que hemos visto, caricaturiza a Savater en una entrevista en la que éste defiende la tauromaquia diciendo que la vida (no la muerte) que lleva un toro bravo, criado entre algodones, haría las envidias de cualquiera de nuestros parados.





Y digo que es una caricatura por tres razones.

1) Savater no trata de deshumanizar a los parados comparándolos con animales sin dignidad que se dejen torturar con tal de que los dejen en paz.... esta es la interpretación que Sánchez-Cuenca pone maliciosamente en boca de Savater. Pero lo cierto es que solo trataba de defender la tauromaquia. Ese es el fondo del asunto. Sánchez-Cuenca lo minimiza en la misma medida que maximiza su retorcida interpretación de una metáfora,... desafortunada, atrevida, provocadora, pero que en ningún caso pretendía denigrar a los desempleados. Estoy seguro que entre miles de artículos y posiciones políticas, encontraríamos que Savater implícita o explícitamente, guarda más empatía con el desempleo que la que mostró en aquella entrevista. No cabe pues hincar la banderilla a Savater por opiniones como esta. Además, habiendo tantos otros patinazos del filósofo, también era innecesario.
 
2) Colocar la crítica a Savater justo después del nefando ejemplo de Jon
Juaristi, quizás el más brutal de todos los denunciados en el libro, es también algo malicioso. Jon Juaristi publicó un artículo en el ABC que describía un drama humanitario desprovisto de toda humanidad. Se trataba del niño sirio que apareció ahogado en las costas de Turquía. Las imágenes de ese niño muerto aparecieron en toda Europa, sirviendo como llamada de atención al drama humanitario de los refugiados. Pero para Juaristi todo fue poco menos que un montaje de los padres del niño, que estaban decididos a sacar provecho de la muerte de su hijo para despertar una compasión inmerecida.

Poner en la misma categoría ambos ejemplos es no comprender la diferencia entre una falta de empatía y una metáfora gamberra. Curiosamente, en la réplica de Savater a este libro, se mostró ofendido por haber sido metido en el mismo saco que Losantos (queja injustificada pues el propio Sánchez-Cuenca se extraña de la confluencia (p.81) demostrando que no los considera a todos iguales). Lástima que no haya sentido tanta indignación por haber sido presentado junto al ejemplo de insensibilidad humanitaria que escribió su amigo Jon Juaristi.

3) Quizás hubiese sido más oportuno ir al fondo del asunto, porque aunque tanto Savater como Sánchez-Cuenca lo ignoren, la calidad de vida del toro y la ausencia de sufrimiento es una razón a considerar (en absoluto "monstrenca") para juzgar la ética de la tauromaquia. Peter Singer, filósofo y fundador del movimiento animalista, considera que, desde una perspectiva utilitarista, si algunos animales tienen una vida placentera y una muerte indolora (supuesto contemplado por Savater, aunque sea como hipótesis improbable para el caso de los toros de lidia), podríamos criarlos y comerlos sin temor a estar colaborando con ningún tipo de sufrimiento.

SAVATER PATINA CON SÁNCHEZ-CUENCA

Pero este patinazo de Sánchez-Cuenca no puede esconder los otros muchos que Savater ha tenido con Sánchez-Cuenca. Y no solo con Sánchez-Cuenca. 

Fernando Savater y su libro Contra el separatismo
Fernando Savater fue mi referente máximo durante algún tiempo: desde las páginas de El País hasta libros ya clásicos como "Ética para Amador", pasando por conferencias y charlas a las que he podido asistir, siempre quedé fascinado por su ironía, vitalismo y su capacidad para enseñar a pensar. Gracias a él conocí a otros autores, y ese creo que es el mejor piropo que se le puede decir a un profesor. Pero luego se metió en la refriega política de la mano de UPyD, hermanado con Rosa Díez por la causa anti-terrorista que ambos sufrieron por culpa de ETA. Casi todos coinciden en señalar que Savater imprimió brío y dignidad a la voz de las víctimas del terrorismo, pero también que lo hizo alejándose de antiguas posiciones políticas. Apenas prestaba atención a otros problemas políticos, desdibujaba las fronteras izquierda y derecha y todo lo que pasaba lo interpretaba a través del prisma anti-nacionalista en el que estaba encerrado.
Hace nueve años me aventuré a criticar ligeramente a mi ídolo. Ahora, después de leer La desfachatez intelectual, corroboro que no iba desencaminado: de haber tenido acceso a estos textos y críticas habría sido más contundente. 

Es una lástima que Savater no haya aprovechado la ocasión para contestar en serio, y haya patinado tanto limitándose a ataques personales. Habría sido interesante saber qué opina del giro copernicano que denuncia Sánchez-Cuenca. Algunas de las frases de Savater que Sánchez-Cuenca saca a la luz  resultan realmente inverosímiles hoy en dia viniendo del azote del nacionalismo. Digo que las saca a la luz porque efectivamente estaban en la oscuridad. Yo, que he leído unos cuantos libros de Savater y que le he seguido durante años nunca pude leer algo semejante, ni siquiera buscando la literalidad de las frases se pueden encontrar en Internet, salvo en los artículos originales. De no ser porque tenemos acceso a la hemeroteca de El País, podríamos pensar que son un bulo de mal gusto. Reproduzco tres de ellas (1979, 1980, 1981 respectivamente). En la primera, Savater escribía sobre unos parlamentarios de Herri Batasuna para los que se pedía un suplicatorio y así poder juzgarles.

"quienes es indudable que no han hecho sino expresar el sentir y el pensar de sus votantes, suponiendo estos un número nada desdeñable de ciudadanos, pues fue, por cierto, suficiente para alcanzar representación parlamentaria. Intentar acallar esas voces en lugar de aprovecharlas como expresión e índice de uno de los puntos de vista más decisivos en el conflicto vasco equivale a fomentar el diálogo de las metralletas".
 [...]
"La violencia terrorista no es la prolongación del nacionalismo abertzale por otros medios, ni mucho menos su cifra y ápice"
 [...]
"Cualquier solución de alto el fuego debe procurar la colaboración de los elementos de Herri Batasuna, muchos de los cuales no son partidarios apriorísticos de la violencia y la justifican manos cada día."


Ignacio Sánchez-Cuenca
Sánchez-Cuenca da en la diana y se pregunta cómo es posible conjugar está flexibilidad en los tiempos más duros de ETA junto con una cerrazón antinacionalista cuando se estaba más cerca de un proceso de paz (lo mismo podría decirse del tratamiento jurídico del Tribunal Supremo y del tratamiento mediático de la cuestión etarra [p. 108]). Nunca sabremos si el filósofo donostiarra se reconoce en sus palabras o si encuentra cierta justificación en un contexto de viabilidad de la Transición... nunca lo sabremos porque el profesor nunca ha querido auto-examinarse. Es verdaderamente decepcionante como una persona tan brillante es incapaz de mantener el tipo y pierde los papeles insultando a su contrincante: ¡incluso lo llama cochino! Eso sí, lo hace con una bilis y artificio volteriano que convierte la salida de tono en una divertida lectura. Pero no se trataba de un concurso en el arte de insultar, sino en desbaratar el argumento contrario con un mínimo de seriedad. Yo esperaba mucho más del Savater que conocía.

Además, con su airada respuesta Savater le da la razón a Sánchez-Cuenca cuando escribe contra él sin nombrarlo. La desfachatez anticipa que los intelectuales aludidos casi nunca mencionan los nombres de los que se atreven a discrepar públicamente con ellos. En un gesto de soberbia, contestan desde su atalaya pero sin mirar hacia abajo, temerosos de que al hacerlo pudieran estar dando una inmerecida categoría (la suya) a quienes se atrevieron a rechistarles desde abajo. Esa estrategia no solamente revela cierto clasismo en la élite intelectual, sino pautas muy viejas, pues hoy en día con Google la ocultación esta destinada al fracaso. Y además es contraproducente, porque incita a mirar hacia abajo, hacia el lugar que se quiere esconder buscando ponerle acara a esa especie de Anonymous con careta misteriosa. Convierten la lectura en una pesquisa que añade cierta intriga, y cuando finalmente se haya el nombre que se pretendía ocultar, algunos lectores pueden tener la sensación de haber descubierto algo. Ellos, los intelectuales, son los que han elevado a categoría de tesoro escondido, lo que podría haber sido una simple critica. 

Sin embargo, sigo pensando que Savater es aún muy valioso, como filósofo y profesor, cosa que el propio Sánchez-Cuenca podría compartir. Pero también creo que lo es como mero tertuliano, y ahí es donde la tesis principal de Sánchez-Cuenca podría tener alguna pequeña fisura. Así que volveré a hacer de abogado del diablo.

REIVINDICACIÓN DEL OPINÓLOGO Y SU PÚBLICO

Sánchez-Cuenca crítica que, habiéndose ganado una merecida fama en sus respectivas disciplinas, algunos intelectuales se han creído semidioses y opinan de casi todo, sabedores de que nadie se atreverá a señalar sus errores porque andan protegidos por su fama. Esta es la tesis de Sánchez-Cuenca, defendida con verdadera brillantez y acierto, y que por lo general comparto. Pero permítaseme hilar un poco más fino: ¿por qué culpamos al intelectual y no a nosotros? Me da la sensación que es cómo cuando el marido engaña a su mujer, y esta se obsceca con la amante como si fuera la principal responsable. Me explico.

Si un intelectual al que apreciamos comete errores de bulto, y anda paseándose por los medios de comunicación repitiéndolos uno y otra vez, entre el aplauso de unos y el silencio de otros, sin que nadie le afee su opinión... ¿quién es más responsable? ¿El intelectual, los medios, o el público? Si pensamos que el más responsable es el más
poderoso le deberíamos exigir más al intelectual o al medio. Pero sin el endiosamiento que el público le otorga al endiosado este último no sería nadie. ¿Y a quién debemos más fidelidad al autor o a nosotros mismos? Creo que Sánchez-Cuenca carga las tintas contra los intelectuales y no pone ninguna traba al apetito del público por conocer las opiniones de sus héroes. Y ese apetito es muy subjetivo, difícil de señalar, polémico en su origen porque no se sabe si fue antes el huevo o la gallina. Y precisamente porque no se sabe claramente, planteo estas preguntas algunas retóricas y otras sin respuesta, al menos para mí.

¿Qué hay del público? ¿Soy culpable de que me interesen las opiniones de Albert Einstein sobre
asuntos tan dispares como el sionismo, el socialismo, la religión o la guerra nuclear?¿Deberían ignorar los medios y el público las ideas de Stephen Hawkings sobre la existencia de Dios? Por muy sabios que fueran estaban fuera de su campo, y aún asumiendo que fuera su campo, no dejan de ser opiniones que el publico encumbra por otros méritos. ¿No existe un interés legítimo y un resultado productivo en publicar este tipo de opiniones? Y si es así, ¿donde ponemos el límite para diferenciarlas de algún tipo de desfachatez intelectual? ¿Entraría dentro de la misma categoría las opiniones de Antonio Marina sobre Cataluña, que las de Roger Waters sobre Donald Trump? ¿Es necesario investigar demasiado la telebasura antes de opinar en contra de ella? Salvando las formas y la nostalgia del lugar, ¿son muy diferentes los contenidos de las tertulias del café Gijón de las que actualmente asisten nuestros intelectuales? ¿No es al final el público el que debería establecer la línea divisoria entre intelectual, tertuliano, opinólogo y figurón?

LOS ESCRITORES

El libro se divide en tres partes. La primera trata sobre los escritores literarios, que están especialmente facultados para criticar y ridiculizar los defectos de los demás, y que de hecho cumplen una función muy positiva cuando se trata de denunciar abusos y defender valores, pero que meten la pata hasta el fondo cuando se empeñan en diseñar sus propias soluciones. Porque las soluciones son en definitiva la política, y eso  requiere "otro tipo de registro argumental". Las reflexiones en positivo siempre son más calmadas porque construir es más complejo que destruir. No podemos diseñar políticas a base de clichés y caprichos, como por ejemplo que la educación bilingüe es una gilipollez indebidamente importada de yankilandia (Juan Manuel de Prada p. 62), o la permanente queja de que la educación está en decadencia contradiciendo todos los estudios que tenemos sobre el tema (Feliz de Azúa, p. 58), o que en relación a la salud no hay datos científicos que justifiquen la prohibicion de fumar (Francisco Rico, p. 71).

Javier Marías, Mario Vargas Llosa y Javier Pérez-Reverte
El autor no crítica que los escritores intervengan en tribunas públicas, lo que crítica es que lo hagan opinando de cualquier cosa sin molestarse en informarse primero de ello. También se queja de que algunos se exceden en las formas. Por ejemplo "el matonismo verbal" (p.50) de Pérez-Reverte es bien conocido cuando se emplea a fondo en lo que Sánchez-Cuenca considera una "demagogia antipolítica" (p. 49), de la que Javier Marías y otros también participan. Efectivamente, parece que siempre tenemos barra libre para meternos con todos los políticos. Si te cruzas con el vecino en un ascensor, además del tiempo siempre puedes hablar mal de los políticos, que si el comentario es lo suficientemente abstracto, nadie rechistará. Pero incluso el autor entiende que "hay un registro literario con respecto a la política que resulta especialmente saludable y hasta necesario, el de la sátira y la burla, que funciona como válvula de escape" (p.73): ¿por qué entonces no incluye esa "prosa cargada de testosterona" tan faltona de Pérez-Reverte, o esa letanía quejumbrosa de Javier Marías por "los males del país" como una necesaria válvula de escape? ¿Acaso pretenden estos autores que sus estallidos de indignación sean más analíticos que cualquier estudio de investigación? Yo creo que no. Si Javier Marías dice que somos "un país de idiotas", está poniendo sobre el papel algunas cosas que todos hemos dicho o pensado en alguna ocasión, por diferentes causas, incluso incompatibles entre sí, pero que actúan como él dice a modo de válvula de escape. Si un escritor famoso que me gusta, dice algo que yo pienso, pero lo dice cien veces mejor que yo, me gusta leerlo. En lo que quizás lleve razón Sánchez-Cuenca, es en que por el hecho de que lo escriba un reconocido escritor no lo convierte en ninguna investigación. Sigue siendo un exabrupto compartido, una licencia de la marca Camilo José Cela, y no debería salir de esa categoría.

LA OBSESIÓN NACIONAL
https://ctxt.es/es/20180110/Politica/17255/nacionalismo-populismo-estado-espana-catalunya.htm
El segundo capítulo se centra en una de las obsesiones que ha cegado a tantísimo intelectual, la causa anti-nacionalista, que ha llegado a su cenit con la cuestión catalana mucho más que con la vasca, a pesar de que el terrorismo no está en el escenario político catalán. "La acusación de indignidad" a todo aquel que profesa cualquier grado de nacionalismo se ha vuelto una constante que proviene especialmente de antiguos camaradas que se han derechizado (p.25). La obsesión por la esencia del país no contempla posibles medias tintas, o se está con España o se está contra ella, a lo George Bush. Desde luego que cabe encontrar lo mismo en la otra trinchera, pero el autor se centra en los más grandes de España que suelen ser los más castizos. Desmonta de manera brillante algunos de los histrionismos que se predican contra el nacionalismo catalán aprovechando la debilidad del adversario precisamente donde él es más fuerte: en ciencia política. Él lleva investigando y publicando sobre estos temas desde hace muchos años, y personalmente me ha parecido la aportación más razonada y razonable en este laberinto de banderas en los que nos hayamos desde hace unos años. 

"[El manifiesto de los libres e iguales] daba a entender que el proyecto de separación de Cataluña es profundamente antidemocrático. Se pueden afirmar muchas cosas sobre un proyecto secesionista: que es insolidario, que es empobrecedor, que tendría efectos económicos negativos, que es inconstitucional, etc., pero ¿realmente puede decirse que es antidemocrático? [...] mi libertad no queda menoscabada por el hecho de que Cataluña se constituya como un Estado propio, de la misma manera que no soy más o menos libre por el hecho de que existan Francia o Camerún. [...] Podría ocurrir que dentro de una Cataluña con condición plena de Estado, las libertades fueran menores que en España... o mayores.
[...]
Añade el texto que la independencia "arrincona como extranjeros en su propio país a un abrumador número de ciudadanos", lo que resulta un poco exagerado, pues dichos "extranjeros" gozarían de los mismos derechos que el resto de catalanes; si la extranjería se refiere más bien a los sentimientos identitarios, a quienes se sintieran españoles y no catalanes, entonces habrá que conceder que lo mismo sucede en la actualidad con aquellos que se sienten exclusivamente catalanes y no españoles y están condenados a vivir como ciudadanos españoles. No veo por qué una "opresión" deba pesar más que la otra, salvo que demos un peso injustificado al statu quo."

Sánchez-Cuenca, que no es nacionalista, aborda con imparcialidad y sosiego las objeciones más comunes y chirriantes que se le hacen al nacionalismo. Por ejemplo, se identifica el nacionalismo con el fascismo, algo que hacemos impulsivamente como sinónimo de violencia, "con espíritu denigratorio", pero que no es acorde con la ciencia política, disciplina que el autor enseña en la Universidad. ETA no era fascista (como sí lo fue el terrorismo italiano), sino socialista.

 "Con todo, no veo claro qué ganamos asimilando todos los nacionalismos al fascismo, ni siquiera si nos limitamos a hablar de los nacionalismos violentos dejando al resto de nacionalismos (mucho más frecuentes) al margen. Ha habido tantas formas de opresión, violencia y construcción nacional a lo largo de los siglos que disolverlas todas ellas en la etiqueta genérica de "fascismo" parece poco clarificador."

Se apela a que sea precisamente la izquierda, tradicionalmente internacionalista, la que se oponga al nacionalismo. Pero la izquierda y el nacionalismo no han sido incompatibles a lo largo de la historia [p.143] Tampoco es correcto derivar el terrorismo como consecuencia inevitable de cualquier nacionalismo.

"Que si no hubiera conciencia nacionalista en el País Vasco no habría surgido ETA, como de hecho no surgió en Murcia o en La Rioja, por mencionar dos comunidades autónomas sin dicha conciencia, es indudable. Como indudable es que si no hubiera hombres, no habría violencia machista. Ahora bien,  ¿quiere eso decir que el nacionalismo, de alguna forma, acaba conduciendo al terrorismo?"
A menudo olvidamos que suelen ser los nacionalismos con estado los que niegan, a los que todavía no lo tienen, exactamente lo mismo que reclaman para sí. En las democracias actuales, incluida la nuestra "hay una premisa nacional excluyente". La Constitución otorga derechos y deberes a los españoles, "no al género humano", y no por ello se convierte en un texto fascista o que conduzca al terrorismo. Los que critican con tanto fervor a los nacionalistas separatistas no son tan diferentes de ellos. La diferencia básica entre los independentistas catalanes y los unionistas españoles es que los primeros aspiran a un tener un estado que los segundos ya tienen. El resto de diferencias dependerá de los mismos factores que hacen diferentes a unos gobiernos de otros, a unos partidos de otros, a unos países de otros. Pero en lo que su derecho a constituirse se refiere, comparten similitudes inconfesables.

En cuanto a los derechos históricos y las acusaciones de que "España nos roba", Sánchez-Cuenca las rechaza por ser mitos, falsedades, y argumentos zafios. Pero no por ello podemos ignorar "una voluntad ampliamente extendida de separación (p. 138). En otras palabras, el proyecto secesionista no tiene que ser un derecho positivo (pocos países han nacido ejerciendo el derecho) para ser legítimo, basta con que nazca de "un proyecto político con legitimidad democrática" (p.137). 

Son muchos los tópicos que el autor desmonta con naturalidad sobre el nacionalismo. Quizás el más original es uno que yo mismo he compartido. Consiste en decir que el nacionalista es un cateto, un provinciano que no ha salido de su aldea, y que por tanto el nacionalismo tan solo es una enfermedad que se cura viajando. Dejando de lado el ubicuo problema filosófico de privilegiar a los nuestros (nuestros hijos, nuestras víctimas, nuestros compatriotas), el problema de acusar de tribalismo solamente al nacionalista sin estado, es que es una afirmación que se suelta a la ligera, sin conocer realmente si los nacionalistas viajan o no. Sánchez-Cuenca ha analizado los currículum de muchos de ellos (Xaviar Sala-i-Martí, Andreu Mas-Colell, Carles Boix, Jordi Galí) y no hay pruebas de que sean menos viajados que muchos de los castizos españoles que defienden la causa anti-nacionalista (p.134).

El profesor de la Universidad Carlos III de Madrid no desea ser malinterpretado y advierte que no es partidario de un derecho universal de los pueblos (p.128) pero cree que algún tipo de consulta debería autorizarse. No podemos cruzarnos de brazos simplemente porque las fronteras sean inmutables por imperativo constitucional. Los estados estables y democráticos como Reino Unido y Canadá, con un nivel económico que garantiza que no habrá violencia, deben escuchar sin miedo.

Me dejo mucho en el tintero, pero no puedo cerrar esta cuestión sin citar la opinión personal de Sánchez-Cuenca (p. 147) que cuando la he leído, me he sentido felizmente representado.

"Con este repaso del debate no he pretendido concluir que los nacionalistas o los independentistas llevan razón. Si tuviera que expresar mi opinión personal, diría que hay que deslindar dos planos de análisis. Por un lado, qué pienso, como ciudadano español, sobre la separación de Cataluña. Y, por otro, cómo creo, en cuanto demócrata, que debe procesarse una demanda de independencia. Sobre lo primero, considero que los nacionalistas catalanes han sobreactuado, han generado expectativas políticas imposibles de satisfacer y han exagerado artificialmente las diferencias entre Cataluña y el resto de España, a menudo deformando o manipulando la historia y la economía. Además, estoy convencido de que sería empobrecedor y costoso para las dos partes proceder a la separación.

Ahora bien, como demócrata, entiendo que se trata de una demanda legítima, que debe procesarse y debatirse sin taparla con la Constitución, y que ello requiere la celebración de un referéndum que establezca con claridad cuál es el nivel de apoyo popular a la causa de la independencia. Si dicho nivel es suficientemente elevado, no quedará otra opción que negociar con Cataluña, tratando de evitar su marcha. Pero si dichas negociaciones no fructifican y hay un apoyo masivo a la separación, no habrá más remedio que pactar los términos de la misma. Igualmente, como demócrata, lamento profundamente que los independentistas catalanes hayan seguido adelante después de las elecciones del 27 de septiembre de 2015, cuando fue palmario que no contaban con suficientes apoyos para iniciar la vía secesionista."
LA CRISIS

La última parte del libro nos presenta las ocurrencias de algunos intelectuales para explicar la crisis económica. Me limitaré al que dedica más paginas, Antonio Muñoz Molina y su libro Todo lo que era sólido,que tuvo una gran aceptación. En él se defiende la idea de que nuestros políticos son el origen de la crisis, pues son elegidos y reelegidos con "unanimidades norcoreanas". Pero basta echar un vistazo al caso del PSOE y sus primarias y comprobamos que no es cierto (Borrel, Zapatero, y casi Carmen Chacón). Más concretamente Muñoz Molina dice que los gastos en fiestas populares son la causa principal de la crisis. De nuevo Sánchez-Cuenca tira de números y demuestra que es una idea sin contrastar. 

Lo mismo podría decirse de Savater, que alabó el libro, sacando de nuevo su obsesión anti-nacionalista y responsabilizando a los independentistas de la crisis. Son ideas que suenan bien en la barra de un bar, y que muchos podemos pensar en privado hastiados por tanta necedad y corrupción, pero que no resisten una revisión con datos en la mano. Por ejemplo, se suele oír recurrente aquello de que tenemos demasiados políticos. Se dice que son unos 300.000, pero ese dato esconde que el 90% de los concejales no cobran un euro por su servicio público. Y tampoco es cierto que los políticos españoles tengan un nivel formativo menor que sus colegas europeos. Es una idea que cuaja intuitivamente cuando ves a algunos políticos en acción, pero si vas a publicar un libro, como el economista Garicano, y dejas caer esa tesis hay que hacer los deberes y cotejar los datos antes: España está junto a Grecia, Italia y Portugal a la cabeza de los que tienen ministros con más títulos universitarios, España tiene un 95% frente a Dinamarca con solo un 65%.

El libro termina con un añadido en la séptima edición que recopila las respuestas a las múltiples reacciones que tuvo la publicación de La desfachatez. La recopilación bien merece, como fue mi caso, comprar la séptima edición a pesar de tener otra anterior (todas las referencia de páginas pertenecen a esta edición del 2017), y hacerle un hueco en mis lecturas a este autor que me parece un intelectual muy analítico y con bastante sentido común.

"POR QUÉ DEJÉ DE SER DE IZQUIERDAS" de Javier Smalo y Mario Noya (2008)

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He estado pensado si escribir una reseña de un libro que me parece una pérdida de tiempo casi en su totalidad. Pero me enseñaron a considerar seriamente a tu interlocutor, evitando la tentación de hacer caricaturas que distorsionan la verdadera comprensión del contrario. Todos estos señores (solo hay una señora) vivieron una época que yo no viví, y su punto fuerte no es tanto la explicación teórico-política de una conversión, sino la narración de una forma de vivir la política muy concreta en un país y una época muy concretas. Todo indica que de haberlos extraído de sus circunstancias, no podrían justificar sus giros copernicanos. Algo que, bien pensado, es lo normal, tanto si creemos o no en el materialismo histórico.



Lamentablemente las personas que conozco protagonistas de este libro, son en su mayoría biliosas y no representan por lo general a otras personas de derechas que pudieran despertar más admiración. Es como si hubiesen cambiado todo excepto el ardor guerrero y machacón que caracteriza al pelmazo marxista. Se han quedado, por tanto, como unos rebeldes sin causa, con muy diferentes grados de ingenio, cultura, sensibilidad, etc... No escondo que mi incompresión pueda provenir de mi propio sesgo, pero pienso que no hay mucho aprovechable. Si quieres saber por qué algunos dejan la izquierda para engrosar las filas de la derecha ultramontana, no pienses que este libro te va ayudar a entender ese proceso. Quizás algunas de las obras de los autores sí, pero este libro, con un formato de narración y entrevista algo confuso, definitivamente no.

A pesar de todo, pienso que ninguno de ellos son los sátrapas desalmados o nazi-fascistas que desde la izquierda se dice que son. Puede que a veces se merezcan enérgicos reproches morales, pero no me parecen que sean ciudadanos intrínsecamente inmorales. Todos conocemos a alguien apreciado con los mismos planteamientos que estos personajes. Expresan sus mismas opiniones, con menor erudición y más toscamente, pero existen en nuestro entorno y no son los monstruos que todavía están por llegar: cuando realmente haya nazis o KKK en nuestros parlamentos nos habremos dado cuenta de que no hemos dejado un nombre que asignar al verdadero demonio.

JIMÉNEZ LOSANTOS

Sus fuentes no fueron la del comunista ortodoxo, sino que se impregnó de una estética que hacía sinergia con el psicoanálisis y un momento en el que estaba de moda apuntarse al antifranquismo, leer literatura disidente y tontear con el PCE nada más llegar a la Universidad. No había, en ese momento de su vida nada más que un dejarse llevar. El antifranquismo no era sincero, el único que era útil era el del PCE en la clandestinidad, al cual él nunca accedió. Cuando se murió Franco había alcanzado un mejor conocimiento del marxismo al que compara con la religión, que va llenando los huecos dejados por esta.

Losantos critica la conversión de la izquierda hacia el nacionalismo, concretamente para tolerar el catalanismo. "En ese momento si eras de izquierdas de toda la vida no podías ser nacionalista." Resta importancia a la izquierda como artífice de la Transición, y le da el papel a la derecha pues fueron los herederos de Franco los que impulsaron el referéndum de la Reforma Política. Su diatriba anticatalanista tuvo el mérito de dejarse ver desde mucho antes de convertirse a las filas de la derecha. Y para esa conversión le fue de ayuda su viaje a China, para conocer el verdadero rostro del comunismo y no esa versión de salón parisina, snob y sesuda, de la bebían los izquierdistas en occidente. Supuestamente también abandonó las lecturas maoístas light cuando accedió al  "Archipiélago Gulag" que le abrió la luz para comprender que el comunismo español era más parecido a Pekín que a París.

La obsesión anticatalanista viene muy de lejos, y ya en 1981 Federico firma un manifiesto, conocido como el de los 2.300, en el que se denuncia el riesgo de compadrear con la política lingüística de Jordi Pujol que ya por aquellos entonces acosaba al castellano. Según esta visión, cualquier avance de tinte autonómico era la primera grita de la escisión que ahora muchos verán como una profecía confirmada a la vista del referéndum del 1 de octubre en Cataluña.

Pero si de algo sirve leer a Jiménez Losantos es para entender que algunas de sus hipérboles encuentra explicación en su historia. No es ninguna tontería que te secuestren y te peguen un tiro por tus ideas políticas, por muy crispadas que estas sean. Los autores del atentado contra el periodista fueron pillados pero se zafaron (o escaparon directamente) con penas ridículas. Todo eso solo hizo avivar la llama que ya prendía vigorosa en la mente de un articulista brillante, culto sin duda, pero cuyo talento se ve frustrado por sus reiteradas fijaciones, exageraciones y manipulaciones.

AMANDO DE MIGUEL

Al contrario que el anterior, Amando de Miguel no militó en ningún partido, y considera que el Franquismo no tuvo un marcado componente político. Al contrario, el régimen intentaba que la gente disfrutase de pequeños avances económicos que te ponían la Coca-Cola al alcance de la mano, sin cuestionarse la política de fondo. Esa época de bonanza hizo que el mayo del 68 resultase estéril en España, pues además, el franquismo, al ser un movimiento autoritario (no totalitario) dejaba margen a cierto grado de libertad. Podías ser de todo menos comunista y la censura no era seria, no del tipo nazi que se podría esperar en la Alemania de Hitler, sino más bien algo gris, casposa e incluso graciosa según el autor. Para el sociólogo los policías que le ponían en sus reuniones políticas eran parecidos a un personaje simpático de una película de Berlanga.

Su primer referente fue Primo de Rivera, "enemigo de los liberales casi tanto o más que de los comunistas". Luego, se fijó en Joaquín Ruíz Jiménez, un ministro de Franco que tras ser destituido pasó a fundar "Cuadernos para el Diálogo", una revista con ideas para las élites intelectuales desde una óptica democristiana, que llegaba a criticar al franquismo y que fue la cuna de muchos futuros políticos. Más tarde se quedó prendado de Enrique Tierno Galván del que dice: "Tierno no parecía socialista, creo que nunca fue socialista y que por razones accidentales se hizo del PSOE, pero no había visto un obrero en su vida." Curiosamente, unos párrafos más tarde dice que el más famoso alcalde de Madrid era un extremista, al compararlo con Zapatero. Su idilio con el PSOE terminó con Felipe González, y empezó porque pensaba que el PSOE traería el ideal falangista de igualdad. Con ideas tan peregrinas como estas, cuesta entender cómo pudo este sociólogo ser tan respetado en todos los medios españoles. En mi juventud leía algunos artículos suyos, y recuerdo que no me gustaban especialmente, pero tampoco me parecen tan retrógrados como me los parecen ahora. En 2015, El País le publicaba un artículo, después de años de distanciamiento con Prisa, quizás como gesto hacia un ilustre personaje, ahora arruinado y ninguneado.

A mi juicio Amando de Miguel tiene formas mejores que Losantos, y un pasado de ensayista que lo hace merecedor de ser escuchado, al menos más que otros.

PÍO MOA

Llegamos al que quizás sea el más detestable, Al menos así me lo parece porque ni siquiera su pasado izquierdista guardo un mínimo halo de romanticismo que sí tienen los demás. Es el que ha dado el salto más grande de un extremo al otro. En los demás casos, se percibe un cambio que aunque no se comparta, se puede seguir. Pero con Pío Moa su izquierdismo llegó a la militancia más dura en el PCE y a coger las armas. ¿Cómo puede no sentirse rechazo ante un cambio tan radical? Por la misma razón que puedo empatizar con la historia personal de Jiménez Losantos no puedo empatizar con la de Pío Moa.

"Comunista fervoroso" hasta los 30 años, Pío Moa se dejó llevar por el mundo de la izquierda por culpa de un trabajo precario según nos cuenta. Llegó al PCE y pronto se dio cuenta de que Carrillo era un tibio reformista, y eso no iba con él, por eso se metió en la Organización Marxista de Leninistas Españoles de cuyo rigor y purgas rememora con una mezcla de ironía y nostalgia. Tras las últimas sentencias de muerte del franquismo, su nueva organización, el PCE-r (Partido Comunista de España Reconstituido), tomó sus propias represalias matando a cuatro policías de un banco.

Pío Moa y los autores del libro, se esfuerzan en aclarar que él no fue quien remató a uno de los policías a golpes, sino otro compañero suyo. Además, no se usó un martillo, sino la culata de una pistola que se encasquilló. Sin embargo , su compañero de andanzas revolucionarias "no era un hombre insensible, sino todo lo contrario, de lo más humano entre nosotros. 

Detalles como estos son narrados con cierto estilo gansteril aun después de haber sufrido la metamorfosis de terrorista marxista a defensor del franquismo. Sin asomo de sonrojo se meten breves comentarios con las pistolas todavía humeantes sobre si habían hecho bien o no en matar a un "pobre diablo" de la pasma. Comentarios que parecen cobardes disculpas a las que siguen golpes de pecho igualmente insinceros: "Por otra parte, quienes estábamos en la dirección de un partido así éramos responsables de los actos que cometiera el grupo, aún si no participábamos directamente en ellos"... ¿cómo se podría participar de manera todavía más directa?

Esta transformación parece mucho más artificiosa que las de sus colegas. A Pío Moa parece seguirle la sombra del bruto matón que con una birra en la mano nos arenga sobre grandes estructuras opresoras. Ciertamente debe estár más preparado que cualquier ignorante analfabeto, pero precisamente por eso tiene mayor responsabilidad a la hora transmutar lo blanco en negro sin  matices de grises. Su mayor reflexión política parece ser su libro "La sociedad homosexual", una mala digestión de doctrina marxista que termina enlazando con chorradas sobre sexualidad. Quizás la única coherencia en su trayectoria haya sido cierto exceso testosterónico en su forma de escribir. Como si de un carnicero se tratara, el escritor despieza al animal que se le pone por medio y luego lo reconstruye creando su propio Frankenstein. Una vez que insufla vida a su creación, se dedica a acusar a los demás de monstruos. Huelga decir que no hay ningún romanticismo en este agreste Prometeo.


 CARLOS SEMPRÚM

Al igual que su hermano Jorge, de cuya sombra no terminó de escaparse nunca, Carlos Semprún justifica su pasado izquierdista como "resabios de romanticismo revolucionario". Pasó de estalinista, a trotskistas, antiyanki, anti-imperialita, anti-URSS, pro-EEUU, y todavía en ese estadio se consideraba anticapitalista y rechazaba la izquierda porque conducía a sistemas  totalitarios contra el proletariado.

"Los explotados tenían derecho a rebelarse, incluso por las armas, contra su explotación. No es que piense hoy que los explotados no tengan derecho a rebelarse contra su explotación, y más aún los ciudadanos  contra las tiranías: lo que poco a poco puse en tela de juicio fueron los objetivos y métodos de esas rebeliones o revoluciones, que siempre que triunfaban conducían a dictaduras o, aún peor, al totalitarismo.. Y eso, de Lenin a Castro."

Aunque más dotado para la escritura que los demás, a mi juicio, este escritor cae en errores muy parecidos, lagunas y saltos argumentativos. Por ejemplo, se queja de que los anti-estalinistas dentro de la izquierda siempre terminaban del lado de los comunistas, en vez de al lado de la derecha...¿pero acaso se podía esperar otra cosa? Quiso ser un ácrata sin compromiso intelectual pero solo llegó a ser una burda imitación ibérica de Christopher Hitchens, lo cual ya es mucho decir a su favor. 

También creyó ver una ambivalencia de la izquierda frente al nazismo, que variaba según el estado de la agresión nacionalsocialista a la URSS, pero se le pasa por alto que los países capitalistas hicieron lo mismo. La estrategia estuvo en ocasiones por encima de la antítesis ideológica entre comunismo y nazismo, y eso no es ninguna novedad. Incluso Churchill pasó por esa fase antes de convertirse en mártir de la democracia liberal, cosa que no se le podía escapar a Hitchens pero sí a Carlos Semprún.

HORACIO VÁZQUEZ-RIAL

"Yo no voy a pedir perdón por mi pasado. Pienso que es tan absurdo como pedir perdón por haberme casado con mi primera mujer: lo hice, pensé en ese momento que era lo correcto, creía que la amaba incluso; ahora sé que no es cierto, tardé muchos años en saber que no era cierto, tuve que enamorarme de verdad para saberlo."

De esta manera tan poética describe Horacio Vázquez-Rial su desencanto con la izquierda. Vuelve a sonar  aquí el eco de Hitchens aún con mayor fuerza, pues coinciden sus visiones trotskistas y sus epifanías post 11-S. Vázquez-Rial pensaba que el trotskismo era una escuela de pensamiento de carácter más judío que comunista, por aquello de cuestionarlo todo, y que gracias al trotskismo se liberó de los trotskistas. De igual manera, el 11S supuso una catálisis de algo que se llevaba gestando desde hacía años, la total ruptura con sus compañeros de viaje en el tren izquierdista, incluso la sobre reacción de pasarse a colaborar con aquellos que se habían considerado como enemigos hasta hacía no mucho tiempo atrás.

JUAN CARLOS GIRAUTA

Aquí, la iniciación al ideario marxista parece más vivencial que otra cosa. En la familia Girauta, con su abuelo amargado por ser republicano, y un Juan Carlos que parece navegar equidistante entre dos mares para evitar la peliaguda cuestión de la  memoria histórica, finalmente se moja inconscientemente al confesar que la causa de su abuelo estaba equivocada. 

Parece que cayó en las redes del rojerío cuando de pequeño los jesuitas lo empaparon con esos esquemas de opresores-oprimidos, explotadores-explotados, riqueza-pobreza, y todo aquello del 0,7%. El político, ahora en Ciudadanos, lo cuenta como si hubiese tenido mala suerte al toparse con esos temas en su educación. Pero parece más un error suyo el haberlo desaprovechado que un error del sistema educativo. Para Juan Carlos Girauta eso parecía una siembra perniciosa que se vio agravada por la moda de "las banderas catalanas o pegatinas con el martillo y la hoz sin mucho criterio sobre si son chinos o soviéticos". Empezó a romper con todo ese batiburrillo cuando se decepcionó con la figura de Jordi Soletura y también con el PSOE. Su padre denunció la corrupción y recibió solo ostracismo de la prensa afín socialista. El anti-socialista ya había nacido. El anti-nacionalista surgió al ver como se silenciaban las críticas a los que atentaron contra Federico Jiménez Losantos. Luego llegaron las lecturas de uno de los libros que más caídas del burro comunista han producido, "Archipiélago Gulag" de Alexandr Solzhenitsyn. Y por supuesto, Karl Poper.

JOSÉ MARIA MARCO

El más insulso de todos, solo cuenta que en su familia había de todo y que se llevaban bien... demasiado personal como para explicar ningún giro político. Me da la sensación de que el peso intelectual de este escritor parece ser minimizado en este capítulo, en el que se echa de menos alguna retrospectiva que de fe de la trayectoria más internacional y política de este madrileño. 

Un dato anecdótico es que recientemente, mucho después de la publicación de este libro, José María Marco se presentó como candidato de Vox al Senado, y es anecdótico porque él es homosexual y el partido homófobo.

CRISTINA LOSADA

Única mujer y quizás también único ejemplo de mesura, al menos al comparla con sus compañeros. Pero coincide con los demás en algunas sensaciones que sean probablemente ciertas: el marxismo como religión frente a la orfandad ideológica para afrontar el franquismo, el miedo (más que la euforia) tras el asesinato de Carrero Blanco, que las calles no eran tan contestarias como la universidad, que el antifranquismo era más chillón ahora que antes, que en el PCE había más coraje que en el PSOE, que ser antisistema se viene abajo cuando visitas un país sin sistema.

Pero sus fuentes vienen a ser Amando de Miguel y Carlos Semprún. Cuando revisa la Guerra Civil se deja influenciar por Pío Moa, un personaje que deja mucho que desear como hemos visto antes, y que como historiador (que no lo es) ha sido cuestionado por casi todo el mundo académico en España y en el extranjero. 

Otro lugar común en el que cae esta escritora es el 11-S.  Muchos suelen presentar este suceso como determinante para cambiar de la izquierda a la derecha, pero me parece que esos cambios ya estaban en curso. Criticar a EEUU durante esos momentos, o por la Guerra de Irak, no siempre es síntoma de anti-americanismo. Todavía recuerdo el "con nosotros o contra nosotros" de George W. Bush, y como se decía que Michael Moore o Amnistía International eran amigos de Saddam Hussein. Comprar esos argumentos, debería ser motivo suficiente para rechazar a un intelectual como tal. El antiamericanismo ciego existe, y prolifera entre las filas de la izquierda, pero caer en tomar la parte por el todo es un error imperdonable para alguien a quien se le supone cierta inteligencia. Quizás no sea casual, que todos los que usan estas críticas ya estuvieran inmersos en sus propios capullos de metamorfosis, y por tanto, estos sucesos solo sean la excusa perfecta para salir al exterior totalmente renovados y alejados de su antigua naturaleza izquierdista.

Los casos de José García Domínguez y Pedro de Tena cierran este libro sin aportar mayores novedades ni cuestiones interesantes para comprender el abandono de una ideología por otra.

"GUERRAS DE AYER Y DE HOY" de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo (2016)

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Hay algunos libros que te hacen ver con claridad lo ignorante que eres. Este es uno de ellos. Leemos y vemos las noticias para comprender el mundo que nos rodea, pero nunca llegamos a contactar con el que redacta y vive la noticia. Recibimos mini-cápsulas de información, a veces filtrada, y con la duración correcta entre dos bloques publicitarios. Estos dos autores nos ofrecen un diálogo sereno, una comprensión creíble de lo más terrible de la humanidad. Se podría decir que debido a su trabajo como corresponsales de guerra, tienen la guerra en la sangre, pero no hacen sangre con su retórica, son extrañamente moderados.

Su relato, en forma de pregunta y respuesta, y con el tono de un viejo sabio que ya ha visto de todo, me recuerda a maestros enciclopédicos como Robert Fisk, analizados anteriormente en Lecturas Porcinas. Pasados de todo, algo en su dura piel les empuja a no pasar de la guerra y seguir contándola. Y siguen agitando las conciencias con citas como esta: "La pregunta moral no es qué hizo el fotógrafo, es qué está haciendo usted en su sofá."


Sobre la Guerra de Irak ambos comparten que fue el avispero a partir del cual se agravó todo lo demás. Ahora, lo que se dijo o se hizo son batallitas de progres para muchos jóvenes. Yo sí recuerdo esas manifestaciones, las más grandes del planeta. Todos esos acalorados debates, cargados de razón, o eso pensábamos, y que décadas después el tiempo nos ha dado la razón de manera más dramática de la que imaginábamos. Para algunos son solo datos anecdóticos perdidos en artículos que ya nadie lee. Los autores se encargan de rescatarlos y conectarlos con las guerras del actual Oriente Medio.

Ramón: [...] Tony Blair decía que el mundo es más seguro, pero yo cada vez me siento más inseguro. Cada vez hay más argumentos para ello.  Y hace 10 años, Oriente medio no era así.
Mikel: Podemos concluir que todo nace de la invasión de Irak.
Ramón: Es la madre del cordero.
Mikel: Y no porque fuera una guerra ilegal que lo era o porque la invasión estuviera mal planificada sino porque todo lo que se hizo en la posguerra fue un desastre.

A lo largo de ciento treinta y pico páginas, en un formato de bolsillo literalmente hablando, nos hablan con soltura y sencillez de temas omnipresentes como el de la religión, una especie de alfombra sobre la que todo se mostraba y que ahora se ha convertido en un manto que todo lo tapa, o emponzoña como diría Hitchens.

Ramón: Creo que tenemos varios problemas con el islam. El primero es que no tenemos ni idea del islam.
Mikel: No tenemos ni puta idea.
Ramón: Saben mucho más ellos de nosotros que nosotros de ellos. No conocemos su punto de vista.
[...]
Mikel: [...] En las guerras que yo vivo ahora, Sobre todo en Oriente medio, el factor religioso es un mi presente, pese a que es algo reciente. Antes era una región mucho más laica.
Ramón: ¿Has visto esa evolución en alguien que conozcas?
Mikel: Me ha pasado con mucha gente en Gaza. Gente educada en el extranjero, con recursos y posibilidades, que ha ido transitando hacia lo que ellos llaman el camino a Dios.

Sobre Israel no se muestran condescendientes tampoco, aunque confiesen que no saben por qué es el único país junto con Irán, que no reciben ataques de Estado Islámico o Al Qaeda:

Mikel: [...] Israel es un país para judíos. Allí la primera pregunta no es cómo te llamas, ni cuántos años tienes, ni de dónde eres. La primera pregunta es si eres judío. Yo siempre les pregunto a ellos donde nacieron y eso descoloca algunos.  Me dicen: "Nací en Australia… pero mi alma es judía".  Todo lo que era el sionismo de izquierdas, el que dio origen al estado de Israel, ha pasado a ser un sionismo religioso, y han empezado utilizar los conceptos del derecho, pero no del derecho sobre la tierra, del derecho legal, sino del derecho divino. Por primera vez en la historia del país, el jefe de la policía, el jefe del ejército y el jefe de inteligencia llevan Kipá. Es una cosa que no se había visto nunca. La influencia de la religión en todo Oriente medio no es ajena Israel.
La relación de Erdogan con Estado Islámico puede que no sorprenda a quienes piensan que "todos los moros son iguales". Pero quienes sabemos de los incansables intentos de Turquía por pertenecer a la Unión Europea, y de los compromisos de esta para mantener ese horizonte, cuesta entender estas cosas:

Mikel: El ejército turco está descabezado justo cuando es más importante. Están todos metidos en los cuarteles. Durante la noche del golpe, lo que veías en la calle eran barbudos con dagas y cuchillos. Por las calles de Estambul, que no estamos hablando de Raqqa, la capital del Estado Islámico en Siria. Turquía daba miedo esos días. Los medios públicos turcos tienen un uso del lenguaje muy específico. A Estado Islámico, por ejemplo, no se refieren como grupo terrorista. La etiqueta "terrorista" la usan con los kurdos, pero no con Estado Islámico. Tampoco los llaman hermanos, pero la línea divisoria es muy difusa. Lo cual para el Occidente puede ser bueno, como puente hacia un aliado potencial al que acercarse; Occidente, al final, va a tener que negociar de alguna forma como Estado Islámico o con lo que venga detrás.
Según Ayestaran, la UE abraza ese tipo de golpes y dictaduras militares desde el minuto uno. Antes Europa era garante de la moral en los asuntos internacionales, pero ahora hace mero seguidismo de tendencias sin tener opinión propia. Y de España no se puede decir nada diferente.

Los atentados terroristas nos escandalizan, pero los autores nos recuerdan que hay muchos más de los que salen en nuestras televisiones. Hasta el punto de que la gente los normaliza en su días a día. Y lo que significa la lucha contra el terror para nosotros, básicamente contra el yihadismo, para otros lugares del planeta significa luchar contra los drones de EEUU y los aviones franceses que bombardean Siria. Hay dobles raseros que los medios de comunicación ni siquiera detectan porque han sido diseñados bajo esas premisas sesgadas. No solo en Occidente. Los autores daban cierta credibilidad a la cadena catarí Al Jazeera, pero con la guerra en Siria y el doble discurso dependiendo de si emiten en su versión inglesa o no, han perdido su reputación. Y los periodistas han perdido el norte en un mundo donde ya no se sabe quiénes son los buenos y los malos. Antes, con la II Guerra Mundial sabíamos que era la democracia frente a los nazis. Ahora hay una tranza de muertos y alianzas, culturas y materias primas, imposible de desmarañar. La clásica guía política de izquierda-derecha es inútil, o en todo caso decepcionante.

Mikel: A nivel ideológico, creo que en el contexto de la Primavera Árabe y de lo que ha pasado después hay una confusión grave, sobre todo en los sectores más de izquierdas. Hubo gente que pensaba que Gadafi era el adalid de la democracia y de los derechos humanos, simplemente porque la OTAN lo estaba atacando. ¿Cómo se puede defender a ese dictador? A muchos periodistas que hacían coberturas con los rebeldes decían que eran unos vendidos a la OTAN. Y pasa algo parecido con Asad en Siria.
Ramón: Tenía un compañero en El País, de Comisiones Obreras, que me decía que Slobodan Milosevic era un comunista y que yo era un antiserbio. ¿Pero cómo va a ser comunista Milosevic? Es un oportunista. Fue una delegación de Izquierda Unida a verlo. Si criticabas a Milosevic, eras un facha. La izquierda tiene una visión muy pobre de los conflictos. Como dices, se observa ahora con la guerra siria y el régimen de Asad.
La conversación continua hasta el final del libro, intercambiando experiencias en zonas de conflicto, incluso discutiendo sobre si una paz momentánea merece llamarse paz. Algunos episodios dramáticos, terribles, quedan grabados en la memoria del lector. Como cuando un colega de Ayestaran le ofreció su chaleco antibalas porque tenía un cáncer terminal y le quedaban meses. O como cuando Ramón Lobo encuentra a un niño sacada a cuchillazos del vientre de su madre muerta, y decide ayudarlo. Lobo buscó la complicidad de alguna organización que se hiciera cargo de salvarle la vida, porque ellos se iban y solo con dinero no hubiese sido suficiente. Unicef le falló y lo denunció en un artículo que llevo a mediar a Jesús Ceberio, director de El País, con el presidente de Unicef. Estas historias, que ponen al corresponsal, reportero o enviado especial de guerra  en el dilema de seguir siéndolo o tomarse una pausa e implicarse en alguna de las historias que pasan por sus manos, son especialmente conmovedoras e inquietantes. Aunque da la impresión, dicen los autores, de que las consumimos como una aventura más, otro artículo más, pero que a nadie le importa realmente. 

Creo que, por muy bien que escriban deberían afrontar que nunca conseguirán transmitir la intensidad de una vivencia. Ningún escritor puede. Su misión no es llevarnos a la guerra sino llevar una parte de la guerra a nuestros salones. Si lo consiguen, y conmigo lo han conseguido, ya pueden darse por satisfechos. El resto depende de cada cual.

Como prueba de lo anterior, cierro la reseña con una de esas historias que no dejan indiferente al lector. Ojalá los podamos seguir leyendo, y no caigan como tantos colegas suyos en el camino. 

Cuando estaba a punto de terminar esta reseña, me entero, de que a la familia de Jose Couso le han dado hoy mismo la razón por haber sido abandonada por el gobierno español cuando buscaban esclarecer la verdad del asesinato del cámara de Telecinco a manos del gigante de EEUU. Le dedico a su familia esta reseña, por su perseverancia, y por la memoria de quien disfrutó su vida en esa profesión. Ni él ni su familia parece que sean de los que se quedan en el sofá. No parece que lo vayan a hacer por unos cuantos miles de euros.

Ramón: Hay una historia que no puedo olvidar. Fui a un hospital en Tuzla (Bosnia) en abril de 1993. Había una sala llena de niños heridos de Srebrenica. La ONU los acababa de evacuar. Unos estaban cojos de un pie, otros mancos, otros tuertos. Me fijé en una niña que estaba entera.  Era blanca, muy pálida, parecía que le habían puesto una bombilla dentro. La directora del hospital me explicó que no era de Tuzla y que tenía leucemia. Se llamaba Sabrina Musi. Nunca olvidaré su nombre. Un tipo de Save the Children tenía apalabrado un helicóptero militar británico para evacuara la niña a Split o Rijeka (Croacia). El tratamiento costaba 10.000 marcos (unos 5.100 euros). Era exactamente la cantidad que yo tenía escondida debajo del pantalón para pasar un mes en Bosnia. Dudé. ¿Qué hago? ¿Le doy el dinero a la niña y le digo al periódico que me han robado aunque quede como un gilipollas? Era mi primer viaje a una guerra, aparte del bombardeo de Bagdad en enero de 1993. Tras unos segundos eternos decidí que mi trabajo era contar su historia, no darle esos 10.000 marcos. Le di la mano (aún guardo en la memoria la impresión de esa mano fría) y salí del hospital. Escribí la historia y la mandé al diario. Esta noche cené en Tuzla con Bianca Jagger. Le conté lo de Sabrina. Ella había ido a sacar a un niño con problemas cardiacos. Apuntó el nombre. Volví a Tuzla un año después. Le dije al traductor que nuestra primera misión era averiguar qué había pasado con la niña. Fuimos al hospital y recorrimos pasillos y salas. En un despacho, una médica reconoció el nombre y empezó hablar. Como pasaban los minutos pensé que había historia. Imaginé que tras la evacuación habrían ocurrido muchas cosas: quizá la habían llevado a Italia y había recibido su tratamiento. Quizá se había salvado. Al salir del despacho, el traductor no dijo nada. Llegamos a su coche, encendimos un cigarrillo y me contó que la niña fue evacuada y murió un día después. "Tu dinero no lo habría salvado", dijo. “Puede ser, pero yo no le di el dinero“, contesté. Es una historia que me ha marcado. La tengo ahí metida.
Mikel: Joder.
Ramón: (Se emociona).


"LA SUPERIORIDAD MORAL DE LA IZQUIERDA"

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Un título deliberadamente soberbio para un libro que resulta ser bastante cauteloso. Nótese que estamos hablando en el plano de la filosofía y no en lo político o lo personal. En el plano filosófico es legítimo pensar que no todas las ideas tienen el mismo peso moral. Lo que ocurre es que en el fuero interno de cada ser humano anida una autojustificación moral de sus actos. Por lo general, no se pasa ningún escrutinio racional a nuestra forma de ver el mundo, asumimos nuestra realidad y no cuestionamos nuestras ideas salvo que se vean confrontados por algún hecho fortuito. Es como la abuela que dice que todos sus nietos son igualmente listos y guapos, aunque ella sepa que no es cierto. Ignacio Sánchez-Cuenca prescinde de las abuelas y del relativismo moral y coge al toro por lor cuernos, sin complejos. La razón nos dota de suficientes elementos para poder arrojar un juicio de valor sobre determinadas acciones, y de la misma forma que condenamos con mayor pena un asesinato que un robo, podríamos deducir que es más loable la igualdad que la desigualdad, la solidaridad que el individualismo, el bien de muchos que el bien de unos pocos.



De alguna manera, la derecha sabe esto. Y aunque use la expresión que da nombre al libro únicamente para ridiculizar la soberbia de la izquierda, lo cierto es que en lo más hondo de la derecha anida un complejo por no poder igualar esas buenas intenciones de la izquierda. Dejando aparte arrogancias personales, y subrayando méramente el plano ideológico, resulta revelador que la derecha nunca haya pretendido gozar de más moral que la izquierda

"¿Por qué la derecha no lo revindica para sí? Si todas las ideologías estuvieran moralmente en pie de igualdad, cada una debería presumir frente a las otras de ser más perfecta desde un punto de vista moral o, por el contrario, ninguna debería hacerlo. El hecho de que no sea así, de que solo identifiquemos la superioridad moral en la izquierda, aunque sea de forma crítica, nos pone sobre aviso de que los principios de la izquierda son, o al menos pretenden ser, moralmente más potentes que los del resto."

Las certidumbres de Sánchez Cuenca son menores de lo que pudieran parecer, y por ello avisa de que no hay una "prueba lógica definitiva, es más bien un asunto de razonabilidad que de racionalidad." Confiesa que, a diferencia de otros trabajos que hemos analizado en este blog ("La desfachatez intelectual"), este no viene con "ropajes académicos", y por tanto tampoco es tan pretencioso como cabría pensar de su título.
 "El esquema de mi argumentación es muy sencillo: en cuestiones de moralidad no cabe el relativismo, hay ciertos principios sobre los que es justo decir que son superiores a otros. [...] el comunismo no es sino la proyección política, llevada al límite, de la intuición moral que late en el impretivo categórico kantiano. El comunismo puede entenderse, efectivamente, como el reino político de los fines [la realización  de la justicia hasta sus últimas consecuencias. La izquierda busca eliminar toda forma de opresión, explotación e injusticia, de manera que todas las personas tengan los mismos medios materiales y sociales para desarrollar  sus capacidades, autorealizarse y vivir en libertad. Es un ideal imbatible, se mire como se mire.
Otras ideologías ofrecen ideales con menor poder de inspiración, pues diluyen su atención entre valores moralmente menos fundamentales, como la obediencia a la autoridad, el orden y la estabilidad."

Esta creencia de que un cambio a mejor es factible, contrasta con el ideal más conservador de que esos cambios no son posibles, y todo lo más que se puede hacer, es organizar la realidad que tenemos y no rechazar sacar provecho de ella si se nos ofrece la opotunidad.


Los desacuerdos políticos tienen su génesis en diferentes fuentes de valores. La indignación política y la concuente movilización depende de la sensibilidad que se tenga ante la injusticia. Si tu sistema de valores está siempre subido de tono, es normal que te sientas superior y ese exceso de moralidad en el ámbito político hace que la izquierda está siempre dispuesta a poner más carne en el asador. Dicho de otra manera, el coste social que la izquierda está dispuesta a correr es generalmente mayor, y eso paradójicamente, juega en contra de los fines que persigue.

A veces los desacuerdos están muy vinculados con un sistema de valores. Por ejemplo el salario mínimo puede estar muy vinculado al valor igualdad, y cualquier discusión sobre el tema en concreto deriva en un cuestionamiento sobre el ideal. Es un mundo de trincheras, exacervado por el aislamiento digital de relacionarse con aquellos que comparten tus ideas.

"Los dos grupos ideológicos vendrían a ser algo así como esferas incomunicadas. Los miembros de cada uno de estos grupos tienen sus diarios digitales de referencia (aquellos de los que se fían), amigos o seguidores en las redes sociales con una filofofía política similar (aquellos que valen la pena) y hasta pareja y familia que comparten las mismas premisas ideológicas (aquellos con los que cabe desarrollar una vida en común).
Esta tendencia al aislamiento antes solo se daba en personas con unos principios ideológicos muy intensos. El comunista clásico, por ejemplo, construía su propio mundo de referencias políticas, culturales y hasta personales y de ahí apenas se movía. Sus convcciones eran tan graníticas que no concebía que hubiera nada valioso fuera. [...] Pero es que incluso cuando nos tomamos la molestia de leer lo que se escribe desde la trinchera opuesta, nos sirve para reafirmarnos sobre los errados que están quienes piensan de manera diferente."

Aunque algunos de estos desacuerdos puedan llegar a ser irresolubles, siempre tenemos la democracia que dirime la cuestión votando. Las ideologías ofrecen un paquete completo que nos permiten una primera aproximación a los problemas (que esos problemas sean un conjunto de alianzas motivadas por el interés propio, que sean contradictorias o que sean meramente una formade minimizar el coste de información que supondría analizar los problemas por separado es una cuestión más académica que dejamos al lector descubrir por sí mismo).

De igual manera la ciencia política ha dedicado algunos estudios a demostrar la relación entre genética e ideología, estudios que pueden ser entretenidos para quien desee profundizar en ellos pero que terminan sin conclusiones claras e incapaces de explicar las trayectorias cambiantes que muchos tienen en sus vidas. Entonces, ¿por qué la gente escoge una ideología u otra?  Sánchez-Cuenca, tras algunos análisis estadísticos rechaza la razón más sumida de todas: los intereses de clase. Antiguamente los partidos de izquierda defendían los intereses de la clase trabajadora, y los partidos más conservadores defienden los intereses de los más ricos.

"Sin embargo, con el paso del tiempo, [...] las relaciones entre intereses de clase e ideología se han debilitado, principalmente por la expansión de una clase media que, debido a su tamaño, es necesariamente heterogénea. Así, en las sociedades posindustriales avanzadas tanto la figura del obrero de derechas como la del profesional progresista son bien conocidas."

Parece ser que Sánchez Cuenca se decanta por la visión de David Hume de que nuestras inclinaciones políticas no son tanto producto de nuestro intelecto, como podrían defender Jeremy Bentham o Immanuel Kant, sino producto de nuestras intuiciones morales, una especie de elemento visceral que sin importar si tiene un origen genético o ambiental, cultural o racional, el caso es que existe.

¿Cuál es el núcleo moral de cada ideología? Uno de los grandes candidatos para responder a esta pregunta es la libertad. Pero el autor no lo cree así. Piensa que la libertad es valiosa para ambas ideologías. Para la izquierda se trata de una libertad positiva, la cual requiere auténtica autonomía para tomar las decisiones y que conduzca a la autorealización más profunda del ser humano: cultura, arte y tiempo libre para las relaciones personales eran fines últimos que Marx valoraba por encima de la economía, y el capitalismo era un medio para alcanzar ese fin. El defecto del capitalismo era que no sabía cuando parar, y se convertía en un fin en sí mismo.

La derecha en cambio entiende la libertad en su vertiente negativa, es decir, una ausencia de injerencias o regulaciones del estado.

"Por descontado, dentro de la derecha hay versiones muy distintas de la libertad negativa: desde el llamado libertario que entiende como interferencias arbitrarias del estado la educación obligatoria o la obligació de vacunar a los niños, hasta el conservador que demanda protección de valores tradicionales frente a un uso irrestricto de la libertdad (y rechaza por ejemplo, instituciones como el matrimonio homosexual o derechos como el del aborto). El mayor consenso en el seno de la derecha se da con resptecto a las libertades económicas, que se consideran fundamentales e irrenunciables."
Simplificando mucho se podría decir que alguien de derechas encuentra libertad si nadie le impide hacer lo que quiera, mientras que alguien de izquierdas se sentirá libre si goza del entendimiento (y los medios materiales) que le permitan llegar a ser quien quiere ser... Interesante, pero no es la apuesta de Sánchez-Cuenca.

En cambio, la distinta percepción del origen de las injusticias sí marca una diferencia. Lo que a la izquierda le puede parecer una realidad intolerable por culpa de un sistema que necesita corregirse, para la derecha es producto del azar o de las acciones individuales. ¿Los pobres son pobres porque el sistema los ha hecho así o lo son por culpa de sus inacciones? ¿Estudia el que quiere o el que puede? Si los pobres no tienen acceso a la cultura para entender lo necesario que es estudiar, son ellos los responsables de sus destinos o es el sistema que ya le ha diseñado un destino dificilmente inalterable?

La ideología de izquierdas se basa en un sentido fuerte de la empatía (y débil de la responsabilidad individual) que obliga a plantear preguntas sobre las medidas que sería necesario tomar para corregir las injusticias. La ideología de derechas se basa en un sentido fuerte de la responsabilidad individual (y débil de la empatía).

"Lakoff subraya que las ideas de derechas no son necesriamente egoístas, puesto que la solidaridad con los desafortunados es frecuente siempre y cuando sean víctimas de situaciones que escapan a su responsabilidad personal. Si el sufrimiento es consecuencia de una debilidad de carácter o de una personalidad anárquica que no reconoce la autoridad, la sociedad no debería hacerse cargo del problema. Así pasa con el parado que no hace lo suficiente para encontrar trabajo, la mujer soltera con hijos a su cargo, o el joven fracasado en sus estudios.
 [...]
Entre la izquierda y la derecha queda una postura intermedia, la del liberalismo: este no concede demsaida importancia a los valores típicamente conservadores (lealtad, autoridad y santidad) ni a los típicamente progresistas (la atención hacia aquellos que sufren privaciones o injusticias): su filosofá política gira casi exclusivamente en torno a la idea de libertad negativa. A mi entender, esto le acerca en mayor medida a la derecha, pues comparte su bajo nivel de empatía (y, por tanto, un sentido débil de la justicia social)."
El profesor de ciencia política se esfuerza en defender dos posiciones minoritarias: la vigencia de la dualidad derecha-izquierda y la moralidad como un elemento netamente marxista.

Estas diferentes visiones del mundo no son algo contingente que nació en la Revolución Francesa, de manera aleatoria, sino algo consustancial a la política, y por tanto ineludible mientras esta exista. Pienso que mientras que existan ricos y pobres, habrá quienes defiendan los intereses de esos ricos o esos pobres. La empatía (ese ángel civilizador de Steven Pinker al que alude Sánchez Cuenca y que ya analizamos hace unos años en nuestro blog) puede hacer perfectamente que algunos ricos apoyen los intereses de los pobres. Lo podríamos denominar de diversas formas, ricos-pobres, izquierda-derecha, pero en el fondo siempre existirán esas dos aproximaciones hacia las injusticias. Con toda probabilidad, y esto es totalmente de mi cosecha, ninguna es cierta en toda su extensión, y siempre hay casos que se solapan y se pueden explicar con rasgos de una o de otra. Nadie conoce la composición de la mezcla perfecta que logre un equilibrio ideal, como una llave maestra que sirva de guía para todos los casos, y eso nos fuerza a tener que juzgar caso a caso. Para el autor, la social-democracia sería una buena solución que combinaría lo mejor de cada extremo.

Para poder casar su tesis, centrada en la moral, Sánchez-Cuenca necesita negar la tradición marxista que siempre ha rechazado la moral dentro de la obra de Marx. Aún sin ser ningún especialista en la materia, comparto esa perspectiva, que a su vez ya había expuesto en este blog a la hora de reseñar el libro de Terry Eagleton, "Por qué marx tenía razon". Eagleton, por razones diferentes, también comparte esa visión minoritaria que incluye el factor moral dentro de la obra de Marx.

Así pues, lo que descansa bajo la ideología izquierdista es un principio que se da incluso entre los primates, que está en toda religión y sistema básico de convivencia, y este es el principio de universalidad. Sánchez lo reformula como el principio de reciprocidad, o regla de oro y que viene a decir que "no hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti". Se trata de un principio moral bastante primitivo y sobre el que se podría desarrollar mucho más, pero es a menudo olvidado tras marañas políticas. Este principio está íntimamente relacionado con el imperativo categórico kantiano: "Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal."

Kant se centra en la aspiración de universalidad más que en las consecuencias de recibir una reciprocidad. John Rawls, otro teórico bien conocido por los estudiantes de derecho, se centra más en la imparcialidad con su famoso "velo de ignorancia": se trata de una venda en los ojos de aquellos ciudadanos que tendrían que configurar las leyes sin saber previamente que posición ocuparían en esa sociedad (no sabrían su sexo, su raza, su cultura ni riqueza, etc...). Esas leyes serían lo más justas posibles.

"[...] lo que me gustaría argumentar a continuación es que los ideales de la izquierda son la traslación política de los principios morales de los que se nutre la teoría de la justicia.  Es justamente en este sentido en el que la izquierda puede reclamar con razón que tiene una superioridad moral con respecto a otras ideologías: encarna unos objetivos que son la consecuencia de llevar hasta sus últimos extremos políticos los principios morales basados en la universalidad y la imparcialidad."

La utopía comunista, basada en estos principios, retrató un futuro de riquezas y un paraíso donde todos estrían liberados de opresiones injustas y todos podrían realizarse dedicándose a lo que más le placiera, sin división del trabajo y sin discriminaciones de ningún tipo. El problema para los comunistas es que esto tenía más de utopía que de comunista. Pero lo que le interesa a Sánchez-Cuenca es que aunque fuera imposible, aunque su puesta en práctica trajera más problemas que los que pudiera solucionar, el caso es que es la base moral de la motivación izquierdista "es moralmente imbatible".

Y por eso mismo los izquierdistas se enojan tanto cuando se dan cuenta de que no pueden cambiar el mundo, porque sus aspiraciones son tan grandes, su empatía tan inabordable, que todo les parece un obstáculo a derribar para conseguir el bien supremo. Ven enemigos por todas partes. En los casos más extremos actúan como unos fanáticos religiosos, ignorando la realidad, dando mayor crédito a la promesa de un mundo mejor. Esto también explicaría porque hay tanta escisión, y por qué se emplea tanto tiempo y esfuerzo para ver quien es más de izquierdas que otro. Las purgas y asesinatos en ese ambiente de purismo ideológico no han sido infrecuentes, y todavía hoy en día, se puede afirmar que cuanto más pequeño sea el partido más probabilidades hay de que surgen divisiones internas. Sin embargo, si hay posibilidad de gobernar, las diferencias se limarán en aras de un bien mayor que todos ellos llevan en su ADN.

Paradójicamente, lo que comienza con una buena intención termina con muy mala uva. Y es ahí donde las críticas al comunismo tienen éxito. La incoherencia de predicar un paraíso en la Tierra y terminar convirtiendo en un infierno lo que estaba a su merced. Efectivamente ha habido innumerables asesinatos y masacres bajo el yugo del comunismo, pero ello no disputa la tesis central que se trata de demostrar aquí. A saber, la motivación moral de la que se nutre la ideología comunista. No existe contradicción alguna en afirmar que algo empieza bien y que termina mal. Sí existiría, si por ejemplo, se intentase el mismo planteamiento con el nazismo. El origen moral sobre el que se fundamenta el nacional-socialismo era una superioridad racial y nacional, circunscrita a un país muy concreto, y con un horizonte final que solo contemplaba la felicidad de unos pocos a costa de muchos más. Si hacemos algo de politica ficción, el final del nazismo, tras un par de siglos negociando con Europa y la URSS podría haber terminado civilizándose, como tantas veces ha pasado en la historia. Pero eso no quitaría que la moral de la que partía era execrable. El comunismo en cambio, partía de lo contrario y su proyección de futuro era mucho más incluisva y ambiciosa para toda la humanidad. Su fracaso no es por una falta de moralidad, como en el caso del nazismo, sino por un exceso de ella.

"La represión comunista, en cualquier caso, no es fruto de un vaciamiento moral de la izquierda, sino todo lo contrario. Es una represión saturada de moralidad en la medida que se justifica a partir de los objetivos últimos de justicia, igualdad y libertad. El comunista considera que quienes se oponen a sus proyectos son enemigos de la humanidad. Su causa es plenamente universal, pretende rescatar hasta el último parias de la tierra.
[...]
Este universalismo explica que, pese a un pasado repleto de fracasos, de traiciones a los ideales en nombre de esos mismos ideales, y con una insoportable carga de crímenes políticos a sus espaldas, el comunismo como ideal (lo que podríamos llamar genéricamente el ideal socialista, para distinguirlo de los regímenes comunistas realmente existentes) siga despertando ilusión entre mucha gente."

Si del número de asesinatos, genocidios, invasiones, hambrunas, colonialismos y esclavismos varios.... etc, tuviesemos que derivar la moralidad o inmoralidad de una ideología, el capitalismo tendría más que explicar que el comunismo (como bien nos recordaba Chomsky tras la lectura en profundidad de "El libro negro del comunismo"). Condenar una forma de pensar izquierdista como antesala inevitable del Gulag es tan equivocado como pensar que el capitalismo lleva indefectiblemente a las cámaras de gas. Más allá de un contador de muertes de interés histórico, estas cuentas no sirven para juzgar ninguna ideología. En el pano de la filosofía, y ese es el plano en que estamos aquí, solo con una idea se puede desmontar otra idea. En el plano de la política, las casuísticas, retóricas y otros muchos factores se entremezclan para complicarlo todo mucho más.

Pero entonces, vayamos con la madre del cordero que son los resultados en la vida real. ¿De qué le sirve al izquierdista decir que su ideología tiene una raices más bondadosas que el capitalismo, si en la práctica, éste obtiene mejores resultados? No vivimos de sesudos análisis filosóficos, sino del pan. No es la moral, sino la economía la que deberíamos cuidar como guía política. Esto puede siempre matizarse, pues los excesos del capitalismo merecen ser denunciados y corregidos. Pero ese control no significa que debamos entregarnos a una deriva comunista que solo apela a sus bienintencionadas promesas. Cuando entregamos la economía de un país a unas manos responsables, queremos que sean grandes gestores más que grandes filósofos.

Y es aquí, en la economía, donde la derecha es superior a la izquierda tradicional, porque las instituciones expertas en economía no dejan espacio para aprendices de Marx, y los que terminan formandose mejor son los que abogan por el neoliberalismo o el conservadurismo. Las arengas marxistas de explotación son ecos que resuenan con fuerza moral en los medios, como Pepito Grillo, a modo de conciencia lejana. Pero con el pan, sobre todo con el pan de hoy, no se juega. En general, y en cuanto a programa económico, son obviadas como las utopías que son.

"[...] el derechista se mueve con comodidad en una política de inmanencia. Como  su reino es de este mundo, se mueve con una mayor seguridad en el espacio político, adoptando un tono de superioridad intelectual frente a su rival que, cargado de buneas razones, critica las injusticas de nuestro tiempo pero en lugar de plantear soluciones prácticas, se remite a un orden social nuevo.De ahí esa percepción tan extendida de que los izquierdistas pueden estar en posesión de los valores adecuados, mas no son gestores solventes. Su crítica ideológica está muy elaborada, pero sus recetas políticas para el aquí y el ahora son superficiales: proporciona buenas diagnósticos, no acierta con los tratamientos."
El autor, claramente de izquierdas, propone un plato de su gusto. Salva esta carencia de realismo izquierdista defendiendo que hay otro tipo de izquierda más moderna: la socialdemocracia. Esta, que sí tiene experiencia de gestión, "cuenta con un saber aplicado sobre las políticas públicas para combatir la desigualdad, y se olvida de las brumas discursivas típicas de la izquierda más radical."

Incluso Lenin reconocía que algunos comunistas eran poco prácticos al renunciar meterse en la instituciones para propiciar un cambio. El purismo de sus sueños revolucionarios les hacían actuar de manera algo infantil y poco pragmática.

"A pesar de sus limitadas ambiciones, el pragmatismo socialdemócrata ha hecho posible que ésta haya sido la corriente política con un mayor impacto positivo en la vida de las personas a lo largo del siglo XX. Precisamente porque ha estado dispuesta a acomodarse en el sistema ha podido cambiarlo como ningún otro partido de izquierdas. 
Debemos a la socialdemocracia no solo el estado de bienestar, sino también un cierto consenso sobre la cohesión social y la igualdad en la sociedades desarrolladas."

Los logros de la socialdemocracia fueron asimilados incluso por las demás fuerzas políticas, haciendo sus frutos muy duraderos. Eran los tiempos dorados de la socialdemocracia, la derecha no ofrecía soluciones y la izquierda venía con Keyness en la mano conquistando toda la gestión económica. Esta victoria nunca se vio como tal realmente, no al menos desde ua óptica de izquierdas clásica. Paradójicamente, el éxito de la socialdemocracia venía de su incapacidad para producir una mayoría obrera, y por eso tuvieron que conceder y negociar muchas cosas con el capitalismo. Ese reformismo, lejos de la revolución que anidaba en sus origenes marxistas, dio los mejores frutos. Y eso no eran fantasias filosóficas de nostálgicos comunistas. Desafortunadamente, ese equilibrio productivo entre revolucion y reformismo, está perdiendo su brío desde hace décadas, cuando la socialdemocracia se ha acomodado demasiado en su pilar más obediente con el capitalismo. Consecuentemente, desde los años 80, las socialdemocracias están perdiendo apoyos entre el electorado.

"La socialdemocracia no ha conseguido ofrecer una alternativa creíble a ese conjunto de políticas se ha visto obligada a realizar concesiones importantes, asumiendo una parte considerable de la doctrina neoliberal, de manera parecida como los partidos conservadores y liberales se vieron forzados, por falta de alternativas y presión de los sindicatos, hacer políticas keynesianas durante los años 50 y 60."
El declive de los sindicatos que ha perdido margen para negociar directamente con el capital, "el paso de los salarios como porcentaje de la renta nacional, las presiones de la globalización, la deslocalización, la desigualdad, todo esto es un reto al que la socialdemocracia debe enfrentarse.

A juicio del autor, el corazón comunitarista (que no comunista) que anida en la socialdemocracia (y no en el liberalismo), es lo que ha dejado de latir en los parlamentos. Comenzó en los años 80. Si antes el esquema básico era poner todos un poco para poder disfrutar de unas instuciones y servicios públicos fuertes, ahora"la socialdemocracia ha terminado adoptando parte del modo de pensar y de las recetas neoliberales."

"Es la época en la que, a lomos de un neoliberalismo pujante, se introduce en sospechas generalizables sobre el sector público, sobre el funcionamiento de la toma democrática de decisiones y sobre la propia capacidad de los electorados para entender los asuntos económicos y políticos les afectan. Los gobiernos, socialdemócratas o no, se fueron llenando de economistas y la política pasó a convertirse en un asunto de incentivos, gestión y eficiencia. El lenguaje tecnocrático y científicista de los economistas ha ido reemplazando progresivamente los elementos comunitaristas del discurso original socialdemócrata, hasta el punto de que se justifican las políticas sociales redistributivos no tanto por realizar un esquema básico de justicia, sino porque producen ganancias en eficiencia."
Aunque el futuro no sea muy halagueño y el neoliberalismo tenga todas las de ganar, Sánchez-Cuenca parece apuntar tímidamente y con bastante desconfianza hacia los nuevos políticos que están a la izquierda de la actual socialdemocracia. Esta izquierda representada por Pablo Iglesias (no se si también por Iñigo Errejón que prologa el libro pero que ya no comparte filas con Pablo Iglesias) en España, y por Sanders en EEUU, Corbyn en UK (el libro es anterior a su caída), Mélenchon en Francia... todos ellos, entiende el autor, solo proponen más socialdemocracia de la de verdad, de la que todavía no se ha vendido a las fórmulas del neoliberalismo. Sus medidas, analizadas una a una, no difieren demasiado de lo que la socialdemocracia proponía en los años 70. La diferencia, la única variacion necesaria para conquistar al electorado sería la formula populista que propone una nueva relación más íntima del electorado con el partido. Esa palabra que tan de moda se puso esta pasado año, el empoderamiento. "Ese sentido de comunidad política (de pueblo) que es justamente lo que la socialdemocracia ha perdido."








"LA ILUSTRACIÓN: Y POR QUÉ SIGUE SIENDO IMPORTANTE PARA NOSOTROS" de Anthony Pagden (2013)

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Una brillante exposición de la génesis de nuestra civilización moderna. ¿Qué existía antes de ella? ¿Pasamos del salvajismo a la civilización porque somos muy buenos, o precisamente por lo contrario, para protegernos de nosotros mismos? ¿Podemos llegar a borrar las fronteras o es una quimera bienintencionada? ¿Qué clásicos se atrevieron a desmontar la autoridad eclesiástica y con qué argumentos?



No quiero engañar al lector. Este libro se disfruta más si tienes cierto conocimiento previo de historia. El autor tiene la habilidad de contarnos episodios que enlazan a unos personajes con otros, y contextualizarlos como si fueran cuadros ordenados por hazañas, filias y fobias. Uno se olvida de estar leyendo un sesudo libro de historia o filosofía, y parece que pasa páginas como si fueran capítulos de una adictiva serie de TV cuyos personajes habíamos casi olvidado. Pero incluso para el lector al que no le suenen de nada estos personajes, las presentaciones que este catedrático de Ciencia Política e Historia hace de ellos son verdaderamente buenas. Como primera toma de contacto, es mucho mejor que una búsqueda caótica en Internet... Internet, ¿qué habrían dicho de eso los creadores de la Enciclopedia? ¿Sueño o pesadilla del conocimiento?

Una lectura muy recomendable para el amante de la filosofía política, y para todo aquel que desee profundizar en la aventura del saber que nos ha traído hasta donde estamos.
 

INTRODUCCIÓN

Condorcet, eminente matemático cuyo cálculo diferencial todavía se enseña hoy, y entusiasta de la Revolución Francesa en sus comienzos, tuvo una visión adelantada a su tiempo: defensor de la igualdad de la mujer, las razas, los pueblos, y firme creyente en aplicar las matemáticas a la historia para predecir "con grandes probabilidades los acontecimientos futuros" puede decirse que fue el precursor de la ciencia política moderna. Era muy optimista sobre el potencial civilizador que auguraban sus tiempos, y nunca obvió el saqueo de África o Asia. Por todas estas virtudes y la fe que tenía en el progreso que nos traerían los nuevos tiempos políticos, y las nuevas ciencias, encarna quizás mejor que nadie el espíritu de la Ilustración.

El autor confiesa que se trata de un concepto ubicuo, y que muchos pensadores a lo largo de los siglos y los países han opinado sin llegar a ningún acuerdo. La importancia de la Ilustración en todos los demás movimientos modernos (modernismo, posmodernismo, universalismo, imperialismo y multiculturalismo) ha provocado que el debate en torno a su concepto se haya prolongado hasta nuestros días. Ni siquiera se puede decir que fuera la suma de todas las ideas sino la manera en la que todas esas ideas llegaron a formarse, un proceso intelectual o un estado de madurez mental y cultural que permitió que la crítica eclosionara en el "siglo de la filosofía".

"Al contrario que el Renacimiento o la Reforma, la Ilustración no empezó queriendo recuperar un pasado sacralizado, sino atacándolo en provecho del futuro.[...] Fue una época que quiso destronar toda premisa intelectual, todo dogma, todo prejuicio (una de las palabras favoritas) que previamente hubieran ejercido alguna influencia en el espíritu humano."

Y a continuación cita a Kant en Crítica de la razón pura:

"[La nuestra] es un auténtica época crítica y a la crítica ha de someterse todo.  La religión por sagrada y legislación por su carácter majestuoso se han creído exentas, y con ello se han ganado la lógica desconfianza de los demás. Por tanto, no pueden pretender el genuino respeto que la Razón garantiza solo las cosas capaces de soportar un examen público y libre."

Los primeros críticos de la Ilustración fueron los románticos. Denuncian que aquella promesa de un mundo mejor, a la vista de las guerras, el hambre y la frialdad tecnológica, había sido un timo. El imperio de la Razón les había fallado.

"Aquello que antes se consideraba un instrumento de libertad pasó a considerarse una forma de esclavitud; lo que antes servía para desenmascarar la confusión intelectual y los engaños de la religión y de la entrega acrítica a las costumbres, pasó a considerarse una forma de engaño en sí misma. La razón humana, se decía, era, en el mejor de los casos, un instrumento lleno de imperfecciones para entender la condición humana; y la fe supuestamente acrítica que la Ilustración depositaba en ella había conducido a formas de esclavitud que en épocas pasadas la historia humana no se había atrevido siquiera a imaginar."

Tras la Segunda Guerra Mundial, con una Europa sembrada de iniquidad (racismo, imperialismo, socialismo científico, nazismo, capitalismo feroz, eugenesia, neo darwinismo, y el colofón de Auschwitz), algunos intelectuales dispararon su munición contra la Ilustración. Todavía hoy perviven "algunas versiones menos pintorescas" de aquellas acusaciones, y que son según el autor los poscolonialistas y los enemigos de la globalización que desconfían del FMI, del Banco Mundial "y un buen número de instituciones globales de carácter solidario". 

Al igual que sus antepasados románticos, se quejan de que la Ilustración:

"[...] en nombre de la ciencia, destruye el ambiente, despoja a los pueblos indígenas de su dignidad moral y sus derechos legales y, siempre que puede, de su identidad cultural; y que condena a más de dos tercios de la población mundial a la penuria y la miseria para satisfacer las necesidades excesivas del otro tercio."
La introducción no termina con una definición sencilla de Ilustración. El autor se ufana en recopilar citas, tendencias y valoraciones cruzadas de unos autores respecto de otros. El resultado es un libro trufado de citas y contra-citas que aparecen justo en el momento oportuno, y que se disfrutan aunque se percibe que son muestras algo artificiosas de la erudición del autor. 

Quizás me quedaría con la definición que se ofreció precisamente en una reseña en Revista de Libros por alguien mucho más entendido en estos temas que un servidor. 


"Ilustración es una actitud o disposición intelectual y vital a adquirir conocimiento al margen, o en contra, de las creencias imperantes, las consagradas por la tradición o el argumento de autoridad. Una cuestión, en el fondo, de valor o de entereza: atreverse a saber usando autónomamente la propia razón y salir así de la puericia mental, de la dependencia y subordinación en que vegetaba la humanidad, o la parte europea de ella."
CAPITULO 1: TODA COHERENCIA PERDIDA

El profesor Pagden usa el relato de Alex de Tocqueville, aristócrata liberal y uno de lo padres de la democracia estadounidense, para recordarnos que la semilla de la Ilustración ya anidaba en la Reforma Luterana. D´Alambert también opinaba igual. D´Alambert fue junto a Diderot el creador de la obra más ambiciosa del conocimiento humano, la Encyclopédie, publicada en varios volúmenes y redactada por varios autores con la intención de abarcar la totalidad del conocimiento humano, desde la filosofía hasta la hidrografía". Ambos opinaban que la atmósfera que respiraban Descartes y Bacon, los dos grandes filósofos que sentaron las bases para la revolución científica, venía del Renacimiento y la Reforma. Estos procesos abrieron grietas en un sistema granítico que después supieron aprovechar otros.

Naturalmente, no fue, como Tocqueville y D´Alambert querían hacernos creer, la obra de dos hombres.Desde Bacon hasta Descartes, deberíamos añadir entre otros, al físico italiano Galileo Galilei, astrónomo matemático francés Pierre Gasendi, a Isaac Newton y a los filósofos John Locke y Thomas Hobbes. Al humanista holandés Hugo Grotius y al judío hereje y filósofo Baruch Spinoza se les reconocen también sendas aportaciones decisivas.

Y naturalmente que existía una conexión de índole religiosa, no debería extrañar a nadie. La Reforma supuso una ruptura con un rígido sistema monopolizador del conocimiento. Por primera vez en la historia del cristianismo se demostró que se podía imaginar y construir algo diferente. Pero ese algo, en realidad, no era tan diferente, pues era igualmente religioso. Su valor para la Ilustración fue probar la mera posibilidad de ruptura, abrir un precedente. La inspiración religiosa de la Ilustración que nos cuenta Pagden no va más allá de eso. No puede confundirse con una voluntad ilustrada, porque esa no fue nunca la intención de Lutero. Ahora la Iglesia desea apuntarse el tanto de su particular contribución a la ciencia moderna, subrayando que los grandes de la ciencia eran creyentes en su mayoría. Este argumento es tan válido como recordar que también fueron hombres. Pero no fue su sexo ni sus creencias religiosas las que los dotaron para entrar por la puerta grande de la historia. Que nadie se lleve a engaños, tanto Lutero como Calvino eran unos fundamentalistas cuya mayor virtud fue una crítica liberadora contra otro gigante si cabe más fundamentalista. Los ilustrados tuvieron que luchar con la misma vehemencia o discreción contra el protestantismo. No fue gracias a la religión, como ahora algunos pretenden reivindicar, sino a pesar de ella que la Ilustración se abrió camino. 

Se libró una batalla contra la teología, y en particular contra la forma de enseñarla, la escolástica y la hermenéutica. Aunque, según Pagden no era necesario ser ateo, la mayoría de los grandes del siglo XVIII eran politeístas. Creo que hay una contradicción entre lo anterior y sostener que la Ilustración en general fue antirreligiosa. En cualquier caso, no fueron los científicos los que les robaron a los Papas su poder político, sino las guerras de religión que derrumbaron el sistema de poder eclesiástico.

Al destronar la confianza religiosa de los europeos, su mundo y su comprensión física y moral del mismo quedaron huérfanas. Se cernía un mar de dudas al que había que sumar el mundo nuevo que había en la otra orilla: América. Había otra forma de vivir muy diferente a la europea, y eso generaba muchas dudas sobre el centro gravitatorio que antes representaba la religión en Europa. El escepticismo amenazaba con reaparecer tras siglos de soterramiento.

La pregunta básica de "¿cómo puedo yo saber algo?" entronca con Carnéades, que allá por el s. I a. C. negaba la posibilidad de un conocimiento seguro y que nos teníamos que conformar con probabilidades. El escepticismo que representaba era algo paralizante,pero el aspecto más interesante para los ilustrados era que partía de la observación. Era también muy persuasivo, como demostró en una visita que hizo a Roma y en la que defendió con éxito tanto una cosa como su contraria. La primera de las dos posiciones antitéticas que expuso Carnéades era la que defendía los estoicos; la segunda, los epicúreos.

"En cierta ocasión célebre (año 155), Carnéades, que llegó a Roma con una misión diplomática, pronunció dos discursos en dos días sucesivos. En el primero argumentó la existencia de un orden natural en un cosmos regido por una ley natural, cuya réplica era la sociedad humana. Nosotros empleamos la razón para descubrir ese orden, y esto, concluía, es la justicia. El segundo día argumentó que no existe orden alguno en el cosmos, que de hecho el cosmos no es más que un conjunto de átomos y que puesto que existe una sociedad civil, esta ha de ser una creación puramente humana. La razón sirve para establecer un acuerdo entre los seres humanos sobre lo que es justo. Así pues, la justicia no es otra cosa que lo posible y lo útil. En ambas ocasiones fue aclamado a gritos y conducido en triunfo alrededor de la ciudad por un público que era básicamente el mismo. Esto provocó su inmediata expulsión de Roma para proteger la moral de la juventud. El escepticismo nunca ha estado bien visto por los que defienden algún tipo de autoridad."
Volveremos a estas dos corrientes en el siguiente capítulo. Pero lejos del escepticismo pirrónico, que niega la posibilidad de conocer el mudo exterior, la mayoría de los filósofos del s.XVII fueron escépticos en el sentido menos ortodoxo del término, básicamente negando el argumento de autoridad. Esto significaba en la práctica negar el derecho natural. El derecho natural venía a ser la ley que estaba a mitad de camino entre la ley divina creada por el sumo arquitecto, y las leyes que los hombres habíamos creado en la Tierra. De esa manera, el derecho natural solo ponía de manifiesto hechos que estaban fuera de toda discusión. Pero lo cierto es que nunca se alcanzó acuerdo sobre lo que significaba. Estaba claro que matar y robar eran cosas antinaturales para cualquier ser humano, pero la ley natural no alcanzaba a dilucidar si tener dos esposas o eructar tras la comida era o no natural. Al final, tal y como decía Pascal, si no podemos fiarnos de lo que es cierto a un lado de los pirineos del otro, poco podremos decir sobre lo que significa la naturaleza en China. "La justicia y el mantenimiento de los pactos son las únicas cosas que ponen de acuerdo a los hombres" en palabras de Locke.

Y el filósofo que más hizo por instaurar el acuerdo como la piedra angular de la convivencia fue Thomas Hobbes. Lo hizo de una manera pesimista y quizás desalmada. La Ilustración, podría considerarse como "el intento de ampliar y humanizar la despiadada teoría del inglés sobre la naturaleza humana y la conclusiones a las que inexorablemente conduce." A Hobbes se le conoce por una cita que no era suya pero que popularizó: "el hombre es un lobo para el hombre". Es de la pocas frases que recuerdan incluso los estudiantes menos aventajados de filosofía. Y la recuerdan porque explica de manera muy plástica cómo Hobbes entendía la naturaleza humana. Somos tan malos que aceptamos, como mal menor, que haya un Estado poderoso que nos controle, con tal de que también controle al vecino. Era mejor darle el monopolio de la violencia a un ente abstracto que dejarla en manos de todo el mundo. 

Sin Estado, regresaríamos a lo que tuvo que haber antes de la civilización; un estado de naturaleza. Para Hobbes el estado previo a la constitución del Estado tuvo que ser necesariamente la ley de la selva. Lejos de mitologías cristianas, romanas y griegas, que idealizaban sus orígenes de manera idílica, Hobbes defendía que en el principio existía el caos. La obediencia absoluta al gran Leviatán, que no tenía que ser necesariamente una monarquía, era una obligación autoimpuesta en interés propio. Nada tenía que ver Dios, solo "un hombre o asamblea de hombres" que entregarían sus voluntades para ser súbditos. Y todo ello sin necesidad de negar el derecho natural, que podía seguir estableciendo sus limitaciones localmente aceptados en cada país (la defensa propia, por ejemplo, y otros derechos que posteriormente serían calificados como derechos humanos), con tal de que se sustituyese la divinidad como fuente del derecho por el pacto civil de sus súbditos.

CAPÍTULO 2: LA RECUPERACIÓN DE LA PIEDAD

Para los ilustrados que le sucedieron, (Pufendorf, Rousseau...) el planteamiento de Hobbes cometía una reducción imperdonable: además del evidente egoísmo humano también existían la bondad, la compasión y un conjunto de buenos sentimientos que empujaban al hombre por el camino de la civilización y la virtud. Los ilustrados quisieron rescatar esa faceta ausente del pensamiento hobbesiano, pero respetando su gran logro de mantener a Dios lejos del gobierno. 

Hobbes, junto con Grocio y Locke, eran los epicúreos del siglo XVII.  Posteriormente Shaftesbury, Pufendorf y Kant jugaron en la liga contraria de los estoicos. Pero la iportancias de ambos adjetivos no era porque definiese el pensamiento de esos filósofos, sino más bien porque a acusar a alguien de  epicúreo era una forma velada de llamarle descreido, materialista, desalmado... por contra el estoico creía no solo en la bondad de los humanos sino también en la de los dioses. Ambas etiquetas eran caricaturas y en realidad "si el epicúreo no corresponde a la definición original del Hombre vividor, el estoico no define un Hombre sin emociones."

Epicuro fue conocido por defender que lo que importa de verdad es la búsqueda del placer y la evitación del dolor. Vivía en una casa con jardín donde estableció su escuela rodeado de afines e impermeable a la influencia externa, tanto política como religiosa. Se dedicaron a una vida hedonista. Para ellos el cosmos tenía un origen material, y nada místico había tras esta vida contemplativa que debíamos aprovechar contra reloj antes de que llegase a su fin. Este modo de ver la vida (algo simplificado aquí pues habría que profundizar en el concepto de placer epicúreo que era mucho más profundo), se basaba en una perspectiva individualista y egoísta. La tradición ilustrada apostó más por la tesis contraria, la escuela del estoicismo. 

El estoico sabio utiliza la razón para guiarse en la vida y ve en el mundo un todo armonioso con una finalidad clara y trascendental. Al contrario que los epicúreos, y que Hobbes (quien les sigue en esto), el estoico empieza por el cosmos, no por el individuo. Evita los peligros y las emociones perjudiciales y sobre todo trata de ver el mal que pueda afectarle como algo externo a su ser. De cara a las emociones más fuertes o a los peores problemas -o a los mayores placeres- el estoico sabio permanece impasible. Es la doctrina de la ataraxia, o ausencia de ansiedad y preocupación, y, hay que decirlo, de la indiferencia, no solo hacia el sufrimiento o el placer propios sino también hacia los ajenos [...] Porque el estoicismo creía también que el mundo natural era un todo armonioso con una finalidad concreta y trascendental. En el núcleo de esta creencia reside la idea de que todos los seres humanos, en tanto que humanos, con independencia de su cultura o de su fe, comparten una misma identidad.  [...] las personas sabias aman por encima de toda su familia y amigos, en segundo lugar a los miembros de su sociedad o nación y, finalmente, a la humanidad entera. [...] Esto como veremos constituye la base de lo que más tarde se llamaría "cosmopolitismo".
A pesar de la profunda antipatía que si tuvieron las unas a las otras, estas escuelas antiguas no se diferenciaban tanto. Ni tampoco eran del todo coherentes. [...] Sin embargo, y pese a tanta fusión y confusión, a finales del siglo XVII y principios del XVIII, las etiquetas de "epicúreo" y de "estoico" se aplicaban, como hacía Pufendorf, para caracterizar, por un lado, a los "racionalistas" hobbesianos, y por otro, a los que como el propio Pufendorf concedían mayor importancia al "sentimiento" y a la autonomía moral [...]
No se trata de que las principales figuras de la Ilustración fueran auténticos estoicos desde un punto de vista formal. En todo caso, serían eclécticos: estoicos en la mayor parte de los casos, aunque no pocas veces epicúreos y casi siempre escépticos.

Así pues, cuando se decía que Hobbes era epicúreo, lo que se quería acentuar era que era un cenizo con respecto a las virtudes humanas. Y de manera subrepticia y maliciosa, acusarlo de ateo. Los ilustrados compartían esto último. Pero seguían pensando que tenía que existir algo más potente que el miedo y que hacía que los humanos se organizaran en sociedades, que progresaran y destacaran cada vez más en virtudes antes ni siquiera soñadas. Todas esas ideas sobre la naturaleza piadosa del hombre pasaron a formar parte de una visión cosmopolita de la sociedad, la cual es el verdadero núcleo del pensamiento ilustrado.

Pero para afirmar con mayor rigor que toda esa bondad (y no solo y únicamente el miedo y el egoísmo que los ilustrados también admitían) era parte consustancial de nuestra naturaleza era necesario construir unas ciencias del hombre. Los que admiraban el método científico no podían conformarse con hablar de corazonadas o impresiones a primera vista. Rousseau, Hume, Diderot, Shaftesbury, Hutcheson, etc... necesitaban certificar de alguna manera su convencimiento a través de unas ciencias del hombre que hundiesen la lupa del conocimiento en las entrañas de la sociedad y sus individuos. Lo veremos en el capítulo cuarto, pero antes echemos un vistazo a la orfandad en la que nos dejó la teología cuando perdió su papel como madre de las ciencias.

CAPÍTULO 3: EL MUNDO HUÉRFANO

Los arquitectos de la revolución científica apostaron por una explicación del mundo al margen de la casta sacerdotal y consiguieron apartar a la teología como fuente de las ciencias. El mundo religioso tuvo que cambiar de estrategia y recurrir a razonamientos más sofisticados para defender sus posiciones. Bajo la idea circular de un diseño inteligente los teólogos quisieron poner un dique de contención frente a la descreencia que arrastraba la filosofía ilustrada. La idea, en realidad, no era nueva, pues ya desde santo Tomás de Aquino se decía que la Revelación no era necesaria para identificar la existencia de algo superior. De esta manera, la Iglesia decidió hacer frente a sus enemigos con la razón. Y ahí es donde perdió la batalla.

Los ilustrados ya habían minado la credibilidad del Antiguo Testamento con sus mofas irreverentes. Diderot ironizaba sobre el sospechoso paralelismo entre los mitos paganos y los cristianos. ¿Por qué nos reímos de un Zeus que se convierte en cisne para copular con Leda y mostramos respeto a una paloma que consigue embarazar a una virgen? Por su parte, Voltaire fue inauditamente incisivo y mordaz con las incoherencias, chiquilladas, crueldades e invenciones que encontraba en la Biblia. En referencia a las más de dos mil especies que llevaba el Arca de Noé, Voltaire decía: "Los que escribieron esto no eran, como puede verse, grandes físicos". Aunque fue Hume quien cogió el toro por los cuernos y desmontó la creencia en los milagros. A Hume no le preocupaba tanto la coherencia del relato bíblico, sino la renovada pretensión teológica de meter sus manos en el mundo natural.

A la hora de sopesar la credibilidad de un testimonio que narra un milagro, Hume tiene en cuenta la solidez de dos tipos de normas. De un lado, las leyes de la naturaleza (fieles a las leyes físicas), y de otro, el recto proceder de los humanos (fieles a la verdad, la memoria, la inteligencia etc...). Concluye que es más probable que se quiebre el segundo que el primero. Tiene una manera, algo burlesca a mi juicio, de decirlo, pues tal y como se redacta deja la posibilidad abierta de que el milagro pueda suceder, pero a poco que se profundice se nota que es mera retórica: "Solo en el caso de que la falsedad del testimonio fuese más milagrosa que el hecho que relata podría pretender lograr mi confianza y opinión".

Hume, junto a Holbach, fueron realmente de los pocos que se podría llamar ateos. Paul Henri Thiry, barón de Holbach, "Rico, culto e ingenioso, dedicó gran parte de su vida y una parte considerable de su fortuna personal a editar publicaciones anónimas o casi anónimas dirigidas a desmantelar todas las versiones de la fe religiosa. Mantenía el salón quizá más famoso de París y se le llamaba cariñosamente «el principal maître d'hôtel de la filosofía»". Sirvió a la causa ilustrada quizás como ninguno otro, pues gracias a sus reuniones muchos filósofos pudieron conocerse e intercambiar pareceres.

No obstante, y pese a todas estas críticas y mofas de la religión,salvo Hume, Holbach y sus colegas de salón,no se puede decir que la mayoría de los ilustrados fueran ateos, no en el sentido literal de la palabra. La propuesta de Anthony Pagden es que la Ilustración, puede decirse que fue "una forma de cristianismo secularizado", pues surgió dentro del mundo cristiano y fue compatible con las creencias cristianas de buena parte de sus creadores. El autor justifica esta expresión porque la Ilustración surgió en un marco exclusivamente europeo, "que nunca habría podido surgir fuera de un mundo claramente cristiano" y que nunca quiso tampoco llegar tan lejos como Hobbes, no quería un estado todopoderoso, solo uno liberal, un Estado que no machacase la religión sino que la ningunease.

Al margen de cierta confusión del autor con los términos deísmo y teísmo, parece cierto que muchos de los que se dedicaron a criticar la religión no se consideraban a sí mismos ateos. Voltaire a pesar de su mordacidad y sus ataques no era totalmente materialista ni ateo, y proponía que imitásemos la religión de los chinos. La mayoría optó por el deísmo, lo que les permitió concebir la idea de un país al margen de la religión, de una función meramente social de la religión, una moral sin dios, pero sin necesidad de negarlo. Mucho más místico, el mismo Adam Smith, se negaba a aceptar "la sospecha de un mundo huérfano" y confiaba a un sentimiento de simpatía universal la hermandad de todos los hombres de la Tierra. Un sentimiento que no tendría sentido a menos que todos creyésemos en algún tipo de "gran director del universo" que si permitía la malda, es porque de alguna otra manera insondable para los mortales había previsto una contrapartida bondadosa.

Dejando de lado las obras específicamente anti-religiosas, se podría decir que la principal preocupación de los pensadores ilustrados en torno a la divinidad no fue la existencia de dios, sino su injerencia en los asuntos del Estado. Por problemas de espacio no podemos incluir las interesantísimas reflexiones que recopila Anthony Pagden en este capítulo sobre temas como la teodicea, la utilidad de la religión como cohesionador social (lo que Rousseau llamó "religión civil"), el libre albedrio, la existencia del mal, el relojero celestial, la moralidad de una nación secular sin creyentes (como soñó Benjamin Franlin que algún día llegaría a ser EEUU), etc...

CAPÍTULO 4: LA CIENCIA DEL HOMBRE

La ciencia del hombre pretendía rellenar una laguna existente tras la explosión de conocimiento que tuvo lugar durante el siglo XVII. La física, la astronomía, la anatomía... todas esas disciplinas se ensancharon gracias al método científico. Sin embargo, el ser humano todavía se resistía a ser estudiado científicamente. Hasta entonces, los intentos por comprender la naturaleza humana se centraron en comprender la causa primera de su existencia (la teología). Ahora se trataba de comprender las causas secundarias (su comportamiento, su organización, sus costumbres, su moral, etc...). 

En una primera fase, se consideró a los humanos como pertenecientes a un mismo conjunto, con una naturaleza común e inmutable. Ya los griegos y los romanos tenían una palabra para eso, anthropos y humanitas respectivamente. "Las diferencias más que patentes que existían entre un francés, un hurón, un indio, un persa y un tahitiano eran solo atribuibles a circunstancias externas, tales como la educación, el clima y la cultura. En ningún caso eran estructurales". Los pueblos se habían dividido por azares del clima o las guerras, y de ahí sus diferencias contingentes. Esta declaración de igualdad no impidió que algunos ilustrados escribieran frases verdaderamente supremacistas: Hume escribió en una nota a pie de página que los negros "son inferiores a los blancos por naturaleza", el misógino Rousseau dudaba de las facultades de los negros y los lapones, y el mismísimo Kant en su época más joven (luego se desdijo) opinaba igual de los indios y los africanos a los que consideraba inferiores y por eso, según él, no destacaban en nada relevante.

En una segunda fase, se dejó atrás la inmutabilidad para defender que, al igual que el cosmos, el ser humano era cambiante. Esto chirreaba a la Iglesia, pues en lo tocante al hombre defendía que nada había cambiado desde el séptimo día de la creación. George-Louis Leclerc, director de los jardines reales de París, y más conocido como conde de Buffon, fue especialmente perseverante en su idea de que el ser humano era cambiante. Publicó una "voluminosa Historia natural, aparecida en treinta y seis volúmenes entre 1749 y 1789" que "se convirtió en uno de los libros más leídos del siglo XVIII con una influencia considerable en la nueva ciencia del hombre". La historia natural era muy cambiante, y los fósiles desmentían la cronología bíblica, y no había un final previsible para lo que estaba en continua transformación. Lo mismo se podía predicar de la historia del hombre. Deducía erróneamente Buffon, que si los animales recién descubiertos en el Nuevo Mundo eran más pequeños que sus homólogos europeos, era normal que todo lo americano (nativos o no) fuese más pequeño que lo europeo. Thomas Jefferson le envió a Francia un alce de siete pies para demostrarle lo equivocado que estaba, aunque nunca llegó a verlo.

Al margen de la anécdota, "sus ideas sobre la presencia humana en el tiempo y sobre la capacidad de los hombres para controlar el futuro" influyeron mucho. Buffon no fue el único. Se hicieron otros muchos esfuerzos por investigar la historia del hombre: Voltaire, William Robertson y Hume escribieron sus propias versiones. Hume escribió su famosa Historia de Inglaterra. Y a pesar de que sus títulos hacían mención a países concretos, su contenido era más ambicioso:

"[...] no sentían apego alguno a la tierra, al parentesco, al rey y a la religión. [...] pocas tenían la intención de reforzar las tradiciones o de crear identidades nacionales al estilo de los grandes escritos históricos del siglo XIX. La mayor parte de ellas, y desde luego  las más importantes, estaban dedicadas al estudio comparativo de las actuaciones y los comportamientos de los seres humanos. La estrategia consistía en utilizar la historia de un pueblo en concreto o de un momento específico para ilustrar algún aspecto de la historia de la especie en su conjunto."

Todas estas historias no eran sino las ciencias del hombre a las que se refiere Pagden, y tenían la finalidad de liberar al hombre de sus prejuicios y conocer sus potencialidades. No se trataba de una recopilación de hazañas repletas de carnicerías que a lo sumo podrían ser útiles para niños en edad escolar. Se trataba de profundizar en la especie humana a través del estudio de los pocos humanos que conocíamos. Como dijo D´Alambert "la ciencia de la historia cuando no está iluminada por la filosofía, es la última de las ciencias humanas."

Kant propone la imaginación como detonante que supera a ese hombre hobbesiano que es un lobo para sus semejantes. Rousseau por su parte, creía al igual que Kant, que su versión del "salvaje" requería también de sentimientos de fraternidad que le empujasen a construir un progreso piadoso, más allá del que construiría un hombre egoísta y en permanente estado de miedo. Es cierto decía Kant, que el hombre no puede soportar a sus semejantes, pero tampoco puede prescindir de ellos. Sus deseos no son únicamente por adquirir más recursos y poder, también necesita más aprecio.

"Según esto, el «salvaje» vive ensimismado; en cambio, el hombre sociable sólo es capaz de vivir en la opinión ajena, por así decirlo «extrae el sentido de su propia existencia de la opinión de los otros». [...] El solitario de la isla desierta no es nadie. El origen de la vida civil está en la búsqueda de un reconocimiento continuo, no de protección.[...] A Rousseau la sociedad civil les parece una calamidad. El salvaje feliz, aunque ignorante y perezoso, se ha visto forzado por la lógica de su humanidad a rendir su bien más preciado: la libertad; Kant, en cambio, no encuentra ningún bien en la primitiva libertad bovina de esos «hombres y mujeres despreocupados», de ese «noble salvaje» eternamente feliz y siempre igual a sí mismo."

Se acepta universalmente que el fin de la sociedad debe ser la felicidad, pero Kant va más allá. No es que no esté de acuerdo, pero él tiende la felicidad a través de la autorrealización, como algo más profundo y complejo que un estado contemplativo en ausencia de dolor y donde la saciedad es perpetua. La respuesta de Kant, y la de la Ilustración también, es que el fin último del ser humano es la cultura. Solo la cultura le lleva a crecer, a moverse, a saltar de la isla para ir al continente y allí edificar un imperio. El salvaje primitivo de Rousseau puede que fuese feliz pero no era plenamente humano por qué no experimentaba ninguna mejora ni siquiera aspiraba a ella. Es cierto que, tal y como decían los románticos, en esa tarea pueden hacer infelices a muchas personas. Pero el esfuerzo ilustrado merece la pena, a la vista del progreso universal que hemos conseguido. Es además, inevitable, porque al estar en nuestra naturaleza, siempre nos sentiremos empujados a una constante mejora. Esa es la verdadera clave de la naturaleza humana, Y los enemigos del progreso solo pueden ralentizarlo, pero al final, esa contención estallará por algún sitio.

El cuarto capítulo termina con ingeniosas investigaciones, a veces puras elucubraciones, sobre si los diferentes estados de naturaleza, los estados preciviles, aquellos que Hobbes o Rousseau imaginaron, pudieron ser reales alguna vez en el origen de los tiempos, o si por el contrario, son solo experimentos mentales. La conclusión es que no importa demasiado, lo importante es que pudieron existir.

"Basta con que el lector imagine lo que habría sido su vida si el mundo se hubiera encontrado alguna vez en una situación de guerra sin control, para comprender de inmediato la necesidad de llegar a un acuerdo vinculante capaz de proporcionar una situación de paz." 


CAPÍTULO 5: EL DESCUBRIMIENTO DEL HOMBRE EN LA NATURALEZA

En cuanto la tecnología permitió que la navegación llegase lo bastante lejos, los viajeros nos trajeron historias de tierras lejanas. Algunos filósofos quisieron ver en aquellas latitudes los paraísos perdidos que ellos mismos habían imaginado. Cada libro de viajes se convertía en la enésima prueba de que un mundo alternativo no solamente fue posible en el pasado, sino que además lo era en el presente.

Pero esos libros muchas veces exageraban y mentían o se centraban en lo más superficial o llamativo, como el erotismo de mujeres exóticas, el canibalismo, el incesto, la poligamia... y no se podían considerar investigaciones antropológicas ni sociológicas serias. Hoy en día, los estudiosos de la antropología dan por sentado que es necesario un trabajo de campo, es decir, convivir durante un tiempo con quienes son objeto de su estudio. Pero en aquellos entonces, "muchos escritores viajeros eran todo menos científicos observadores y desapasionados. Según Rousseau, pertenecían a una de estas cuatro categorías: marineros, comerciantes, soldados y misioneros." Pero esas eran las únicas ventanas al mundo que existían.

Posteriormente nacieron los viajes científicos que perfeccionaron lo anterior, el ejemplo más famoso fue la expedición del Beagle, donde Charles Darwin empezaría a vislumbrar la idea más revolucionaria de todos los tiempos. Pero Darwin no fue el único. James Cook, el barón de Lahontan o Louis Antoine de Bougainville llenaron el imaginario occidental con datos y datos de experiencias de ultramar. Fue este último quien llevó a Occidente el mito de Tahití.

"[...] el libro consagró la imagen de Tahití como un paraíso exótico… y erótico. Ninguna de las descripciones anteriores de un pueblo «primitivo» había demostrado tan a las claras que en algún lugar del mundo cabía la posibilidad de vivir una vida plena sin dogmas religiosos, sin leyes y sin convencionalismos sociales; sin guerras y sin estrecheces. Los polinesios parecían la prueba palpable de cómo había vivido el hombre «natural», «primitivo», antes de la creación de la sociedad civil."

A pesar de que no transcurrió demasiado tiempo antes de que el mito se tambaleara, la seducción de un paraíso en la Tierra era demasiado potente como para olvidarlo tan pronto. Se supo que las gentes del Pacífico eran muy religiosas y que vivían en sociedades fuertemente jerarquizadas. La supuestamente inocente promiscuidad de sus mujeres era en realidad una forma de comercio que tenían con los europeos. Ni siquiera el asesinato del Capitán Cook, a manos polinesias durante su última expedición, apenas pudo erosionar la idealización de tierras lejanas que todavía perdura en nuestros días.


Tanto Bougainville como Cook trajeron a Europa sendos hombres salvajes que socializaron con la élite francesa y británica respectivamente, y ambos fueron objeto de estudio y debate (todo indica que voluntariamente). El primero se llamaba Aotourou y visitó la opera y se codeo con la realeza francesa pero murió de sarampión al volver a su tierra. El segundo se llamaba Mai u Omai y tuvo una trayectoria muy parecida al anterior pero en Inglaterra. Este sí consiguió regresar a su país en 1977, y cargado de regalos y supuestamente enriquecido por su periplo europeo "se despidió del capitán Cook en la cubierta del Resolution y no dejó de llorar hasta alcanzar la orilla." No se supo la causa pero falleció dos años después.

De ambos se escribieron muchas historias, a veces ciertas y a veces algo aficionadas. No es difícil imaginar que el morbo circense europeo los llevase más lejos de lo que la mera curiosidad científica y cultural habría exigido. Pero eso relatos sirvieron para cuestionar algunos tabúes de la sociedad europea. Para el imaginario de muchos, estos dos hombres salvajes, nos daban garantías de que había otros mundos posibles... ¿pero serían mejores? La respuesta se atisba tímidamente en forma de versos, como los dedicados por el poeta William Cowper a Omai:


"¡Oh, tú, gentil salvaje! A quién no por amor a ti o a lo tuyo, sino por curiosidad quizá o por alguna otra gloria vana, sacamos de tu estado natural para mostrarte aquí. ¡Con que superior pericia abusamos de los dones de la Providencia y malgastamos la vida! El sueño pasó y tú volviste a tus cocos y tus bananas, tus palmeras y tu ñame, al hogar que habías dejado atrás. Pero ¿recobraste sus antiguas delicias? Después de ver nuestros estados, nuestros palacios, nuestras mujeres y nuestros fastos, nuestras carrozas, nuestros jardines y nuestros juegos; después de oír nuestra música, ¿te es tan querida como antes la sencillez de tus amigos, de tu alimento, de tus deleites? ¿Nada han perdido tus placeres en comparación con los nuestros?"
Anthony Pagden nos lo confirma con una prosa más inequívoca:

"El atractivo de la civilización era inevitable. Se puede uno apartar, como hizo Rousseau. Se puede mantener a raya durante un tiempo, pero una vez visto ya no se puede olvidar. El Tahití de Diderot no pretendía ser un retrato permanente para el hombre civilizado, sino una lección. «¿Qué podemos hacer?», pregunta «A» al final del Suplemento, «¿volver a la naturaleza? ¿aceptar las leyes?». Y «B» replica: «Debemos criticar las leyes absurdas hasta que se reformen y, mientras tanto, respetarlas».  En efecto, no hay elección. La cultura es un viaje de una sola dirección. Creer que existe una alternativa viable a las absolutamente imperfectas sociedades humanas y a sus acostumbradas divisiones, como quiso decir la literatura dieciochesca del «buen salvaje», es ni más ni menos que una ilusión. Sí, como dice «B», Tenemos que «mejorar las leyes», necesitamos comprender a partir de qué fundamento se redactaron. Solo y únicamente en eso tiene mucho que enseñarnos «las costumbres y los hábitos» de los «salvajes». La evocación que Diderot hizo de Taití, moralizante, irónica y reflexiva por turnos, no es como se ha querido decir a veces la visión de un mundo mejor y más deseable, sino la imagen de un pueblo situado al principio del proceso que le conducirá inexorablemente a la civilización."
CAPÍTULO 6: LA DEFENSA DE LA CIVILIZACIÓN

La narrativa que llevaba a los salvajes desde su primigenio estado de naturaleza hasta la civilización se dividía en cuatro etapas:

1) Cazadores-recolectores: Aquellos salvajes incapaces de reunirse en algo más complejo que la propia familia y mucho más violento de lo que Rousseau había imaginado, tenían una vida "brutal, monótona y breve."  Cuando aumentaron en número y los alimentos escasearon tuvieron que emplear su imaginación buscando otros recursos.
2) Pastores: La colaboración que exigía domar y cuidar a los animales rebasaba las lindes familiares, requería de una hospitalidad recíproca de unas familias con otras. Había nacido la semilla de la sociabilidad. Nació también el lenguaje, aunque se debatió tanto si la sociedad creó al lenguaje o viceversa que la Sociedad Lingüística de París prohibió esas discusiones por infructuosas. La escritura dio estabilidad y fiabilidad a lo que antes era mera transmisión oral de costumbres que se pasaban de generación en generación.
3) Agricultores, que más que la domesticación de los animales consiguieron la transformación del entorno. Tanto para Rousseau como para Locke había nacido la propiedad, y con ella las ciudades, las fronteras y las naciones. El excedente de alimento que la agricultura proporcionaba fomentó el ocio, el arte, las ciencias y el dinero.
4) Comerciantes: la división del trabajo nos llevó a un comercio y sentó las bases de lo que en nuestros días como la globalización. Y todavía hoy se defiende el sueño de esta cuarta fase: el mundo progresando indefectiblemente allá donde existe el libre comercio, una regla casi mágica y universal que sería la bandera de muchos defensores de la Ilustración.


Hay otra versión de esta cuarta fase, que entiende que todo ese relato del mercado como guía moral del estado es una mera borrachera de capitalismo, pues lo que para uno son necesidades para otros puede ser codicia. Y no siempre ha existido un justo equilibrio entre las necesidades de muchos y la codicia de unos pocos. El mismo concepto de "mano invisible" de Adam Smith puede tener una lectura muy diferente de la que se enseña en ciencia política (leáse el análisis de Noam Chomsky). Los clásicos de la Ilustración que ahora se aclaman para justificar el capitalismo realmente existente tenían planteamientos por los que hoy en día pasarían a ser considerados como radicales de izquierda. Puede que sea una exageración. Pero algo de verdad tiene que haber en esa interpretación disidente del padre del capitalismo cuando uno de los mayores expertos que tenemos en España sobre Adam Smith, Carlos Rodríguez Braun, autor de un erudito prólogo de La riqueza de las naciones, titula una de sus entradas en su blog de la siguiente manera: "Adam Smith sí era liberal, con matices".

La Ilustración fue un proceso de hombres y para hombres. Solo algunas mujeres de determinada clase y cultura se beneficiaron de la misma. Y solo algunos hombres procuraron atención específica a la emancipación de las mujeres. Por lo general la feminización se veía como un ablandamiento de la voluntad donde la valentía y valores marciales imperaban como símbolos masculinos. Por tomar un ejemplo, para Rousseau, quizás el más misógino de todos los ilustrados, los rasgos de su idealizado salvaje, brutal a la par que inocente, estaba muy por encima de todo tipo de feminidad, que igualaba a una suerte de refinamiento corruptor de todo lo que podía considerarse heroico.

China fue considerada durante algún tiempo como el ejemplo de una sociedad avanzada pero sin el peligro de la guerra. Los chinos, se decía, tenían una moral comunitaria superior a la europea. Esas mistificaciones provenían de los relatos que importaron los jesuitas desde el siglo XVI, que en sus misiones evangelizadoras encontraron mucho valor en la complejidad de la sociedad china, así como en su tecnología. Incluso en relación a la moral,  Leibniz consideraba que deberían haber sido los chinos los que mandaran misioneros a Europa, para enseñarnos una ética sin metafísica ni especulación teológica que había evitado los baños de sangre con las únicas armas de la conversación y la educación. Incluso Voltaire pensaba que los chinos "eran lo que los europeos habían intentado ser tantas veces sin conseguirlo casi nunca: verdaderos estoicos."

Fue Montesquieu quien se encargó de desmontar el mito de China. El despotismo oriental que reinaba en China estaba tan aislado del resto del mundo, era tan autárquico, que no había podido producir grandes guerras como las europeas. China tenía una opinión de sí misma como algo tan puro y perfecto que salir al exterior era sinónimo de contaminación. Los súbditos chinos no eran gobernados por los emperadores sino poseídos. Ni siquiera era verdad que no hubiese guerras en China, lo que sucedía era que los "infinitos conflictos civiles" no producían cambios de gobierno y por eso desde el exterior parecían pacíficos.

CAPÍTULO 7: LA GRAN SOCIEDAD HUMANA

Imaginemos varios círculos concéntricos, el más pequeño sería el individuo, el siguiente la familia, el tercero la patria y el último la humanidad. Todos los ilustrados, y muchos clásicos antes que ellos, han configurado sus teorías teniendo en mente algún esquema similar que une al individuo con los diferentes grados de afinidad que encuentra en sus congéneres. Montesquieu decía:

"Si conociera algo beneficioso para mí y perjudicial para mi familia lo rechazaría.  Si conociera algo bueno para mi familia y no para mi país, lo olvidaría.  Si supiera de algo beneficioso para mi país y perjudicial para Europa o beneficioso para Europa y perjudicial para la humanidad, lo consideraría un delito."
Aunque sea esa sensibilidad internacional y esa ambición humanista la que late en el proyecto de la Ilustración, lo cierto es que de todos esos círculos, solo la nación terminó cuajando. Quizás como nos recuerda Hume con su habitual escepticismo:

 "«el interés general de la humanidad se alcanza mejor» cuando cada individuo se compromete más con «el bien de su propia comunidad» que con «una vaga idea del bien de la especie, de la cual no resulta ningún hecho beneficioso para un objetivo debidamente circunscrito sobre el que sí se pueda actuar»."

Desde los emperadores romanos hasta sus sucesores cristianos, y luego también los reyes europeos, ha existido una identificación, directa o indirecta con la voluntad divina que justificaba al monarca en el trono. Esta imagen se consolidó tras la Guerra de los Treinta Años en una Europa que, paradójicamente harta de guerras religiosas, le quitó el halo sagrado al clero para pasárselo al rey. Al fusionar tres conceptos como Rey, Nación y Dios en una misma entidad Europa ganaba en estabilidad política, aunque perdiese en participación. El caso de Ingletaterra fue diferente porque allí germinaron las ideas de Hobbes, Locke y Rousseau de basar la sociedad en un contrato al margen de la religión. La justificación del poder era racional, emanaba de un acuerdo entre los hombres.

Los reyes poco a poco comprendieron que identificarse con dios era problemático. Así pues, pasaron a explicar sus puestos de mando como el ejercicio de un padre. Pero ya fuera padre de la nación o del pueblo, seguía irritando, y eligieron el papel de servidores o administradores,"mantenedores del bien público".

"No obstante, la mayoría de esos monarcas continuó practicando el despotismo y el absolutismo en sus muchas formas. Por muy ilustrados que fueran, eran también reyes absolutos y despóticos, cuyo poder se hallaba por encima de la ley."

Pagden intenta hacer, no con demasiado éxito, una clarificación de términos que él mismo reconoce escurridizos: patria, nación, patriotismo... Existe algún consenso académico en torno a los elementos que debe tener una nación (territorio, religión, lengua, cultura…) pero el verdadero patriotismo no debe confundirse con el amor ciego a nuestra nación, pues eso conlleva el desprecio a las demás. Voltaire nos advertía de que "el buen patriota es un enemigo del resto de la humanidad". Sin embargo, para Adam Smith el "ciudadano del mundo" de Voltaire podría ser uno de esos "moralistas llorones y melancólicos" que predican el "amor a una humanidad impersonal".

Efectivamente el patriotismo, considerado por Samuel Johnson en su famoso aforismo como un "refugio de canallas (aunque no queda clara si se refería únicamente a Edmund Burke, y en todo caso no es una cita de ningún escrito suyo sino que proviene de su biógrafo John Boswell), es un concepto que ha servido para una cosa y su contraria. Si aceptamos la versión más chovinista de que el patriotismo es al amor al país "con razón o sin ella", se convierte en una payasada intelectual. Incluso si lo aceptamos como sinónimo de "amor a las leyes", como el patriotismo constitucional del s. XX alentado por Habermas, seguiríamos cayendo en sobrevalorar lo nuestro solo por el hecho de ser nuestro. Resultaría difícil de justificar por qué la ley del lugar en el que he nacido es más justa que la de cualquier otro. Para Richard Price eso era igual que el tribalismo. Él pensaba que aunque existía un deber de amar al país, ello no implicaba ninguna creencia en superioridad alguna. En todo caso se debería amar a las leyes justas y libres. En otras palabras, se debe amar la justicia y la libertad. Pero esos también términos escurridizos.

El autor dice que si se ha logrado ampliar el circulo para pasar de los más cercanos a los más lejanos se lo debemos a Adam Smith, pero no explica por qué. Las conocidas metáforas de Adam Smith de la mano invisible del mercado (según la cual favoreciendo el mercado local terminas favoreciendo a todos los países) o la del panadero y el carnicero (que me aseguran mi cena por mucho que solo pretendan venderme sus productos) son útiles para explicar alguna teoría económica, pero resultan algo místicas si se quiere derivar alguna responsabilidad moral. ¿Por qué habríamos de agradecer a alguien que solo miró por sus intereses? Los méritos morales de una teoría se derivan de sus motivaciones, no de su desenlace histórico. Si buscamos valorar el pacifismo de Albert Einstein tendremos que analizar sus textos más sociales y entrevistas más políticas, y no el efecto disuasorio que tuvo la invención de la bomba atómica en la guerra fría o en la II Guerra Mundial. Igualmente, si de las bondades del comercio se derivó un mayor bienestar del conjunto de la sociedad, es algo que le deberemos agradecer a la mística o la casualidad, pero no a quien solo pretende su propio beneficio. Sería como agradecer a los criminales que el estado haya conseguido perfeccionar la técnica jurídico-penal.

De cualquier manera, parece que en los tiempos de Adam Smith el amor a un "prójimo lejano" empezaba a cobrar peso como obligación moral. Antes, con el cristianismo o el islam, al amor al prójimo en realidad se refería a un prójimo conocido, y cuya recompensa era en interés propio. Las ciencia del hombre se habían desarrollado bajo el prisma de una auténtica ligazón con el género entero de la humanidad. Desinteresadamente, sin dádivas divinas, de manera razonada y consensuada. Pero quizás la expresión de "ciudadano del mundo" tuviera algo de oxímoron ya que sin leyes, sin polis o civitas, no dejaba de ser un deseo bienintencionado. O incluso malintencionado.

"El amor al género  humano puede ser, como denunciaba Rousseau con acritud, un invento ingenioso de «esos pretendidos cosmopolitas que... se jactan de querer al mundo entero para disfrutar de la ventaja de no querer a nadie»" [...] «Esos cosmopolitas que buscan en la distancia de sus libros los deberes que no se dignan a cumplir entre los suyos»[...] «Tales filósofos aman a los tártaros para no tener que amar a sus vecinos»."
Los ilustrados sortearon esas carencias dándole la vuelta a la tortilla y maximizando sus ambiciones universalistas. Si ser ciudadano del mundo no era posible debido a que había muchos países diferentes, ¿por qué no hacer un solo país formado por todos los países?

CAPÍTULO 8: LA INMENSA REPÚBLICA DE LA NATURALEZA

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La aspiración a una "república del mundo" nació en tiempos de Cicerón pero fue Christian Wolff quien en época más moderna escribió sobre un Estado Mundial ideal. Y lo hizo tomando como referencia a China pues "estaba convencido de que los chinos habían conseguido organizar su vida de una forma que los europeos deberían imitar". Pero el problema era consensuar una leyes con todas las naciones del planeta. La respuesta pragmática era aceptar que las mejores leyes de las naciones civilizadas serían las que todos los demás habrían llegado a aceptar de haber sido tan civilizadas, en otras palabras, que las leyes europeas fuesen las que rigiesen para el resto del mundo. Pero quedaba el pequeño detalle de que no se podía llamar universal a lo que en realidad era solo europeo.

La verosimilitud de la civitas maxima, al igual que la de los estados de naturaleza del capítulo cuarto, son irrelevantes. Lo importante es su utilidad para el filósofo. Si no dirigimos la mirada hacia el horizonte humanista que incluya a todos los círculos concéntricos, y no solo al nuestro, el esfuerzo ilustrado será estéril. Si no hubiésemos soñado mirando a la Luna no habríamos llegado nunca allí. Y podríamos haber fracasado en semejante epopeya, pero el esfuerzo y todo lo que descubrimos en el camino habría mereció la pena.

Puede que las visiones de Hobbes y Rousseau puedan prolongar el debate sobre si fue el miedo o la sociabilidad lo que empujó a los hombres a constituirse en naciones. Pero lo que está claro es que después de esa formación hubo mucho odio. Según el diplomático suizo Emer de Vattel, la solución era la interdependencia natural que creaba el comercio y que nos conducía a una paz interesada.

"La situación de beligerancia y de conflicto incesante que definía a las naciones del momento solo podía considerarse inhumana y antinatural. De ser así, ¿qué hacer para despertar la natural afinidad que sentimos unos con otros hasta unir de algún modo, por impreciso que fuera, a los pueblos del mundo, sin necesidad de que los individuos regresarán al estado de naturaleza (cosa imposible, como reconocía hasta el propio Rousseau) o renunciaran a sus vínculos nacionales? La respuesta más sencilla, de nuevo, era el comercio. Vattel veía en el comercio, igual que la mayoría de los pensadores de la Ilustración, el estadio final del proceso civilizador y el único medio eficaz de refinar las relaciones humanas."
Evidentemente, por mucho comercio que hubiese, las guerras se seguían produciendo. Cabe preguntarse si con mayor ahínco como parecía pensar Rousseau. Hume, en cambio, despreciaba ese prejuicio de "desconfianza del comercio" que hacía "mirar el progreso de sus vecinos con ojos de sospecha, a considerar rivales a todas las naciones comerciales y a suponer que estas no pueden desarrollarse si no es a sus expensas". 

Kant escribió Hacia la paz perpetua y propuso que la guerra solo era una fase preparatoria para la paz. Así pues, es la guerra la que nos ha permitido que progresemos y aprendamos al mezclarnos, invasores e invadidos. Si todos fuésemos aislacionistas no hubiésemos progresado. No se trata de un ejercicio de cinismo gratuito. Kant no era partidario de la guerra, barajaba el poder disuasorio al igual que otros pensadores de su época, y se esforzó por buscar argumentos a favor de la paz. No obstante, Kant no era pacifista. Tampoco lo fueron muchos de sus colegas que hablaron de "derecho de gentes" o "derecho de naciones" para intentar dirimir conflictos transfronterizos. Kant quería superar ese ius gentium con su derecho cosmopolita. Y para ello era necesario construir una sociedad de naciones

Por explicarlo en términos hobbesianos, teníamos que superar esa especie de estado naturaleza inter-naciones que regulaba el mundo, y para ello deberíamos construir un gran Leviatán. Kant prefería llamarlo de otras maneras: república universal, liga de pueblos, estado internacional, etc... Y no se impondría por la fuerza, sino por imitación, al comprobar su utilidad. Tampoco con una democracia en sentido literal. Kant desconfiaba de la democracia porque temía al vulgo, y si el despotismo ilustrado de Federico II de Rusia era detestable porque se erigía en "servidor", la democracia era peor porque "todo el mundo... pretende ser un gobernante". En realidad a Kant se le concede el título de padre de las democracias liberales, que son las que tenemos en la mayoría de occidente. Y estas se asemejan más a una aristocracia que a una democracia de la Grecia clásica

"[...] las clases políticas reproducen con exactitud lo que Aristóteles habría considerado «los mejores», los más ricos, los más poderosos y (a veces) los más formados. Los que aclamaban a Kant por ser el primero de los liberales modernos y en sostener que la democracia liberal moderna estaba destinada a convertirse en la constitución que todo pueblo ilustrado y civil tendría que adoptar, no se equivocaban mucho."

La revolución francesa pilló por sorpresa a Kant en su paseo diario que interrumpió para ir a comprar periódicos. Supo ver desde el principio el potencial universal que esa revolución podía suponer. Cuando se enteró del acontecimiento en 1792 parece ser que exclamó: «Señor, permite a tu siervo irse en paz, porque he vivido para asistir a este día extraordinario». Se le ofreció ayudar a la nueva república que podía ser dirigida por filósofos aunque fueran extranjeros, pero Kant lo rechazó para no enredarse a su avanzada edad en la práctica de la política. Él prefería la afinidad teórica, hasta el punto de que defendió que la Revolución Francesa no fue una verdadera ruptura con el sistema legal, sino una reforma hacia un mundo cosmopolita. 

"Según el parecer de Jachmann, la actitud de Kant hacia la Revolución, incluso su silencio sobre los excesos del Terror, se debió a un intenso deseo de asistir a «la realización de su ideal», y no por vanidad personal, sino por «la simpatía impersonal de un ciudadano del mundo y de un filósofo independiente que observa la construcción de un Estado basado en la razón, igual que el científico observa un experimento destinado a confirmar su hipótesis».

Kant creía que la nueva república francesa podría ser el germen de su soñada Republica Universal, una especie de "inmensa república de la naturaleza" que nunca llegó a ver, y que probablemente nunca llegaremos a ver nosotros.

CONCLUSIÓN: LOS ENEMIGOS DE LA ILUSTRACIÓN

Los posrevolucionarios pensaban que el Terror que siguió a la Revolución Francesa era  consecuencia de una borrachera de razón que nos hizo creernos más infalibles que dios. Los hombres sustituyeron a Dios por la diosa Razón, abandonaron la tradición y la religión que durante milenios habían ayudado a construir nuestras sociedades. Desde Johann Georg Hamann hasta Johann Gottfried Herder, el primero desde la religión y el segundo desde el nacionalismo, las críticas a la Ilustración se centraron en que semejante atrevimiento debía ser corregido. El principal culpable intelectual era Rousseau. Al fin y al cabo su Contrato Social fue homenajeado por todo lo alto, y su cuerpo desenterrado para conducirlo al Panthéon durante el periodo revolucionario francés.

Anthony Pagden no lo tiene tan claro.

"No obstante, por evidente que parezca, no existe una relación causal entre la Ilustración, la Revolución y las Guerras Napoleónicas que siguieron. [...] Los liberales de la época postrevolucionaria, Alexis de Tocqueville, Benjamin Constant y John Stuart Mill, vieron en la revolución […] un mal necesario que en última instancia había abierto camino al orden liberal-democrático que sustituyó al antiguo régimen en todo Europa."

El ideal de un Gobierno Mundial, o de una agrupación de naciones, siempre fue considerado precisamente como eso; un ideal. Aunque para Kant se trataba de una posibilidad remota, los "Estados Unidos de Europa" han resucitado en nuestros días como un sueño finalmente hecho realidad. Tras la experiencia nazi, el nacionalismo es muy poco popular en Europa, y en EEUU aunque existe una mayor exacerbación de los símbolos y las banderas que en Europa, prefieren usar el término patriotismo. El nacionalismo tuvo su época y sirvió para liberarse de imperios extranjeros, pero hoy en día ni siquiera es reclamado por el islamismo político. Salvo "escasas excepciones, los experimentos nacionalistas de los estados postimperiales no han conocido un final feliz."

El comunitarismo de Alasdair MacIntyre sería otro de esos enemigos de la Ilustración. MacIntyre pensaba que es algo arrogante pensar que alguien va a poder contar una historia objetiva de toda la humanidad. Nosotros somos hijos de nuestra cultura y no al revés. Es la comunidad a la que pertenecemos la que nos moldea y no al revés. Nuestra cultura ha sido formada a partir no de nuestra racionalidad, sino de nuestros relatos. Al fin y al cabo "el hombre no es una criatura racional, sino un contador de historias, un Homo fabulans." Los grandes documentos fundadores de Francia o EEUU son en realidad producto de historias concretas, y tienen un gran peso en los ciudadanos de esos países aunque no los hayan leído jamás. Tienen su sentido dentro de una comunidad, y nada tienen que decirnos a los demás. Los prejuicios que tanto condenaban los autores ilustrados "eran en realidad las costumbres y las creencias comunes que construían la vida ética de una comunidad". Intentar destruir esa ética para imponer a fuerza de razón y despreciando los valores sobre los que se sostenía la civilización no solo era arrogante, sino que estaba condenado al fracaso.

Los posmodernistas tenían y tienen un discurso muy parecido, pero en vez de usar la cultura usan el lenguaje. Para el posmodernista somos hijos del lenguaje, que es parcial, sesgado e incapaz de captar la realidad más allá de nuestra propia subjetividad. "No podemos liberarnos de nuestro lenguaje o de las expectativas culturales de la comunidad a la que nos hemos visto «arrojados» más que de la propia piel." Derrotados por semejante limitante, aceptan que incluso la ciencia es una creación subjetiva de seres humanos, y por tanto, no es confiable. Ni siquiera cristianos o musulmanes, tampoco los comunitaristas, llegaron tan lejos.

La religión que está de moda en nuestros tiempos es "un fenómeno caótico, milenarista, intuitivo, patológico", que venera a Jesucristo pero que no sabe quién es San Pablo. Germina en zonas pobres y de escasa cultura, al contrario que el ateísmo que es más propio de una élite educada y rica (solo el 11% del mundo en 2007). La religión se ha convertido en una forma de barnizar una protesta que en realidad tiene otros motivos.

"Los que proclaman el «fracaso de la Ilustración» -que pretenden asociar a un fracaso de la modernidad- suelen tener en la cabeza la caricatura de un proyecto para reducir la vida humana a un mero conjunto de cálculos racionales. […] Pero, como hemos visto, fue mucho más. Se trató de crear un mundo de valores morales, sociales y políticos basados en una forma escrupulosa e imparcial de entender -hasta donde la mente humana es capaz- lo que significa ser humano. […] cree en la posibilidad de mejorar el mundo en el que vivimos mediante la ciencia y el conocimiento […] aunque no niegan la importancia de las culturas ni el respeto a las diferencias, solo las aceptan cuando esas culturas se atienen a unos niveles mínimos de ética que todo ser racional es capaz de entender. […] La Ilustración fue un tiempo de transformación y consolidación, no de revolución, por eso la menospreciaron los románticos y la menosprecian sus herederos, los marxistas y los neomarxistas."

En el mundo islámico se perdió batalla por la Ilustración cuando el clero musulmán declaró la guerra a la filosofía y Averroes tuvo que exiliarse en Marruecos. Se dejaron de traducir los textos griegos y los esfuerzos recopiladores de muchos filósofos y científicos árabes dieron al traste junto con lo que hubiese sido el "Renacimiento árabe".

En Occidente la Ilustración perfiló de manera determinante el concepto de ciudadanía que inventaron los griegos. Igual se puede decir de las democracias liberales que disfrutamos (o sufrimos) hoy en día. Y el derecho internacional, expresión de Jeremy Bentham no por casualidad, es también deudor de ese sueño de cosmopolita. Tenemos instituciones cosmopolitas que todavía distan de ser un gobierno mundial con un cuerpo jurídico vinculante (ciertamente algo ruinosas y muchas veces ineficaces) pero también tenemos a la Unión Europea que se parece a la Liga de las Naciones kantiana.

"Los realistas, muy en su papel, clamarán que muchas de estas instituciones (salvando la Unión Europea) son simples foros en los que la gente se reúna charlar, pero la conversación sirve en este momento los estados de la práctica más que nunca. A otro nivel, hay pocos occidentales que puedan o quieran vivir su vida al margen de la que viven unos seres humanos muchas veces radicalmente distintos a ellos. El universo de seres comunicados que Kant creía necesario para sentar las bases de un futuro mundo cosmopolita puede estar lejos, pero está mucho más cerca hoy que, por ejemplo, en 1945."













"WALDEN" de Henry David Thoreau (1854)

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Termino este libro cuya acción se desarrolla en un confinamiento en la naturaleza, mientras estoy confinado en mi casa por culpa del Coronavirus. Leer Walden siempre fue oportuno. La crítica de la sociedad todavía tiene vigencia y el poder inspirador de la naturaleza es atemporal.

En 1845 Henry Thoreau se apartó de la sociedad para realizar un experimento. Se construyó una cabaña en mitad del bosque, y permaneció allí dos años, lejos del mundanal ruido pero cerca de un mundo que tenía mucho que decirle. Pretendía vivir con lo mínimo, y sin embargo, aspirar a lo máximo. Su libro Walden es un clásico americano, que muy al contrario de lo que suele pensarse, no es un cúmulo de ñoñerías sensibleras para nostálgicos y bucólicos, sino una crítica radical a los cimientos de la civilización que nos sostiene y nos esclaviza a partes iguales.


Vivir de una manera tan intensa la soledad y la naturaleza no es sinónimo de ser un alma cándida sin juicio crítico. Thoreau tenía mala leche y una ironía muy fina, a veces casi imperceptible. Era muy consciente de que su experimento no sería fácilmente imitable por sus conciudadanos. Pero no por ello iba a dejar de intentarlo. Y si con ello molestaba al sistema establecido entonces, disfrutaría incordiando con su ejemplo, como el gallo mañanero que despierta al perezoso.

ECONOMÍA

No es casualidad que el primer capítulo de Walden trate de la economía. Un predicador de la austeridad necesita explicar sus cuentas y siendo una persona que sueña con un mundo al margen de lo establecido, la economía mayoritaria debía suponerle un gran obstáculo. Y es que la sociedad organizada, trabajando de forma sinérgica ha logrado un grado de civilización difícil de negar. Pero también es cierto que ese logro trae consigo cierta deshumanización. No es ninguna contradicción. Como tampoco lo es que Adam Smith, que veía las bondades de la división del trabajo, advirtiese del peligro de hacer a los trabajadores cada vez más estúpidos.

Thoreau decide escribir en parte porque percibía el interés que provocó su experiencia en los bosques. Una vez regresado a la civilización muchos le preguntaban por sus ingresos. Su respuesta es que un escritor, y cualquier persona, que quiera transmitir una experiencia auténtica, debe vivirla. Ese es el mejor consejo, y eso no se puede contar. Tampoco debe hablar de la China, sino de sus paisanos y sus alrededores. Lo que él vio es que los trabajadores de talleres, oficinas y campos estaban encadenados a sus trabajos. Vivían para trabajar en vez de trabajar para vivir. Las herencias de granjas, casas y corrales echaban sobre sus espaldas unas tareas que los hipotecaban hasta la tumba. En cierto sentido, sus trabajos eran peor que los doce trabajos de Hércules, que al menos tenían un final.

"El jornalero carece día tras día de respiro que dedicar a su integridad; no puede permitirse el lujo de trabar relación con los demás porque su trabajo se depreciaría en el mercado. No le cabe otra cosa que convertirse en máquina."
"Si pudiéramos estudiar los viejos dietarios mercantiles, para saber cuáles eran las verdaderas necesidades básicas, quizás podríamos escapar a esa inquietud y ansiedad. De ahí la ventaja de "vivir una vida primitiva".
Esas necesidades básicas en torno a las cuales sería justificable que nos esclavizásemos son: alimento, habitación, vestimenta y calor.

Los lujos que van más allá "no sólo no son indispensables, sino obstáculo cierto para la elevación de la humanidad". Toda filosofía que no se apegue a estos mínimos será una traición al espíritu vital que debe ser nuestro norte. De nada sirve crear una escuela de filosofía si no eres capaz de vivir una vida más esencial que la de tus contemporáneos; ¿qué les podrías enseñar?

En Walden podemos encontrar los dos tipos de pensamiento que han inspirado a generaciones enteras. Por una parte, bellos paisajes que han sembrado los cimientos de los movimientos ecologistas y conservacionistas. Por otra, las diatribas contra la sociedad consumista y enajenada que inspiró a los anti-militaristas y objetores de conciencia. En ambos casos el poder de convicción de sus escritos radica en su forma y autenticidad, y no tanto en su coherencia. A veces los párrafos de Walden son cristalinos y expresan inequívocamente lo que pensaba sobre economía, política, incluso ciencia, porque sus observaciones eran las propias de un naturalista. No en vano, leyó y defendió en público "El origen de las especies" de Charles Darwin. Pero en una ocasión le ofrecieron ser parte de una sociedad científica y lo rechazó argumentando que él era más místico que científico. Así mismo, es bien conocida su postura en contra de la esclavitud y a favor de la desobediencia civil. Sin embargo, su rechazo de la violencia no era incondicional: cuando vio que la Guerra de Secesión se estaba gestando abrió la puerta a otro tipo de acciones. Le gustaban los inventos modernos, valoraba el progreso, pero cree que el mundo necesita una catarsis espiritual antes que nuevos inventos.

Como podemos ver, su punto fuerte no era un sistema coherente de ideas, sino vivir cada día como si fuera el primero, con la misma curiosidad que un niño, y todo lo que te apartara de ello condenarlo como artificioso. Conformarse con vivir en un mundo dentro de otro, ese parece ser un consejo algo conformista, como quien se limita a rezar sin hacer nada más. Sin embargo, se sabe por sus diarios que ayudaba a que los esclavos se escapasen. Tenía tanta fe en el potencial del individuo, o al menos en el suyo propio, que se resistía a la impotencia que desvelaba la realidad.


A estas incoherencias y extravagancias se les añade las múltiples "oscuridades" y metáforas que dejan su mensaje enterrado bajo un lenguaje excesivamente críptico. Y sin embargo, por su entereza y honestidad, su resplandor nos sigue deslumbrando. La metáfora que más me llamó la atención decía así:

"Hace tiempo perdí un perro, un bayo y una tórtola, y aún sigo su rastro. He hablado de ellos con muchos viajeros, les he descrito sus rasgos y la llamada a la que responden. He encontrado a uno o dos que han oído al perro y el trote del caballo, e incluso han visto desaparecer a la paloma tras una nube, y que parecían tan ansiosos por recobrarlos como si los hubieran perdido ellos mismos."

¿Qué quiso decir con eso? ¿Era la paloma la capacidad de imaginar, o de creer en dios? Mucho se ha escrito sobre ese párrafo entre los estudiosos de Henry Thoreau, y nadie parece haber llegado a una conclusión clara.

Dependemos demasiado de la moda y de la opinión de los demás. En cambio no damos importancia a nuestro interior. Si lo hiciéramos, únicamente cambiaríamos de ropa como algunos animales cambian de piel, tan solo tras una profunda metamorfosis.

"Con el tiempo, nuestras prendas se parecen cada vez más a nosotros y revelan el carácter de su usuario, hasta el punto de que vacilamos en deshacernos de ellas, lo que al fin hacemos no sin resistencia y con la misma solemnidad y aparato que acompañaría el renunciar a nuestro propio cuerpo. Ningún hombre ha merecido merma alguna en mi estimación por llevar un remiendo; y, sin embargo, estoy seguro de que por lo común es mayor la ansiedad que causa el deseo de disponer de vestidos a la moda, o por lo menos limpios y sin parches, que de tener una conciencia cabal."
La superficialidad de las modas textiles es tan potente, está tan arraigada en nuestras mentes, que incluso aunque pasáramos por una trituradora la cabeza del mono de París que hace que los monos americanos se pongan el mismo gorro, todavía quedaría algún huevo que haría germinar la misma tendencia en algún otro sitio. No es que sea intrínsecamente malvado cuidarse la vestimenta, es que resulta desmesurado lo que invertimos en ello y la ligereza que dedicamos a amueblarnos bien la cabeza.
 
"Vestid un espantapájaros con vuestro último traje y deteneos desnudos a su lado, ¿quién no saludará antes al espantapájaros?"

El objetivo detrás de todo esto, y quizás esta sea la apreciación más marxista que podamos encontrar en Thoreau, "no consiste en que la humanidad vaya honesta y adecuadamente vestida sino, evidentemente, en procurar el enriquecimiento de las empresas."

En cambio, en términos generales, con el hogar sí parece ser más generoso y le concede categoría de "verdadera necesidad". Aunque no sin matices.

Nos cuenta que durante mucho tiempo, y durante determinadas épocas del año, la casa no era más que un lugar donde pasar la noche, no se hacía vida dentro de los hogares porque se prefería el exterior. Por ejemplo, las tiendas donde se guarecían los indios podían ser tan acogedoras como cualquier casa inglesa y su ventaja era que tardaban muy poco en montarse y desmontarse. Además, el mero hecho de que sus hogares los hicieran con sus manos, y no ningún arquitecto con exclusividad de conocimiento, era mucho mejor. Si dejamos que otros nos construyan las casas, nos cocinen y nos limpien, ¿no terminaremos también dejando que otros piensen por nosotros? En nuestras ciudades construidas por contratistas y donde nos inducen a consumir ciegamente, las casas tardan décadas en pagarse, y a veces se llega a la tumba sin haberlas terminado de pagar. O incluso se heredan con ansiedad por no saber cómo mantenerlas o terminar de pagarlas.

"En las ciudades y pueblos grandes, donde predomina la civilización, el número de quienes poseen habitación propia apenas si asciende a una pequeñísima fracción de la comunidad. El resto paga una cantidad anual por esta prenda, la más externa, que se ha hecho indispensable tanto en invierno como en verano, y cuyo coste bien podría bastar para adquirir un poblado entero de chozas indias, aunque ahora no hace sino mantenerlos en estado de indigencia durante toda la vida. No deseo insistir en la desventaja que lleva el alquilar frente al poseer, pero es evidente que el indio es dueño de su habitación porque ésta cuesta poco, mientras que el hombre civilizado generalmente alquila la suya porque carece de medios con qué adquirirla; y si me apuran, diré que, a la larga, esos tampoco le bastan para sufragar la renta con desahogo."

Malinterpretaríamos a Thoreau si resumiéramos que su propuesta habitacional es que cada uno se haga su tienda de campaña, y todos tan felices. Lo que él resaltaba es que el callejón sin salida con el que los bancos amenazan es un arma que hemos entregado acríticamente al poder financiero. Porque existían otras posibilidades, no solo más asequibles, sino también más auténticas.

"Pero ¿cómo se explica que aquel de quien se dice que disfruta de estas cosas sea, en general, un hombre civilizado pobre, mientras que el salvaje, que carece de ellas, sea rico en su condición de tal? Si se afirma que la civilización representa un adelanto real en la situación humana—y creo que, en efecto, lo es; aunque sólo el sabio sabe aprovecharse de ello—debe demostrarse que ha producido mejores viviendas sin hacerlas más costosas; porque el costo de una casa es la cantidad de lo que llamaré vida que hay que dar a cambio, en seguida o a la larga. [...] habrá pasado más de la mitad de su vida adulta antes de que haya ganado su albergue. Si, en cambio, suponemos que paga una renta, su elección entre dos males resulta más bien dudosa. ¿Sería cuerdo que en estas condiciones el salvaje cambiara su jacal por un palacio?"
Es cierto que gracias a la civilización la mayoría pueden comprar o alquilar una casa, pero resulta paradójico que esa civilización no haya podido enriquecer primero a los albañiles antes que a sus creaciones. No hemos sido capaces de crear hombres y mujeres mejores, solo hemos invertido en sus casas. No hemos sido capaces de otorgarle un vivienda mejor al salvaje que se preocupa y ocupa de cuestiones de vitales, y hemos privilegiado a los que se entretienen en asuntos accesorios. 

Los adornos con que la gente amuebla sus casas, son también los que ocupan espacio en sus mentes y que impiden pensar más radicalmente, haciéndonos un poquito más pobres cada vez que enriquecemos nuestro hogar con cualquier fruslería.

"Yo tenía tres pedazos de piedra caliza sobre el escritorio y con gusto me libre de ellos al ver, espantado, que era necesario quitarle el polvo cada mañana, cuando el mobiliario de mi mente no se había desprovisto aún del suyo. [...] Cuando pienso en cómo se construyen y pagan -o no se pagan- nuestras casas, me maravillo de que el piso no ceda bajo los pies del visitante mientras este admira las chucherías que adornan la mesa del comedor, y dé con él en el sótano, donde, por lo menos, irá a parar a una base de tierra tan sólida como honesta." 
Al hablar de la educación y de cómo se construyen los colegios, nos dice que no sería mala idea que los niños colaborasen a poner los cimientos para entender el valor del lugar en el que estudian. El estudiante que se fabrica su propia navaja la cuidará más y se cortará menos que el que se presente con un cortaplumas regalado por su padre. No se puede pretender enseñar economía política solo estudiando a Adam Smith o Ricardo, mientras se aleja a los estudiantes de vivir la economía de primera mano.

Hay algo de anti-ilustrado en su discurso, no solo porque a veces piense que "el comercio maldice todas las cosas que toca", sino porque niega las bondades evidentes del progreso:

"Como con nuestros colleges, igual ocurre con un centenar de «mejoras modernas»; hay mucho de ilusión y no siempre se trata de progreso auténtico. El diablo sigue exigiendo hasta el final interés compuesto sobre su primera acción y sobre las innumerables inversiones posteriores. Nuestros inventos suelen ser juguetes bonitos que distraen nuestra atención de cosas más serias. No son sino medios mejores para llegar a un fin que no ha mejorado y que nunca ha dejado de ser de logro demasiado fácil, como asequibles resultan hoy Boston o Nueva York por vía férrea. Tenemos prisa en construir un telégrafo magnético entre Maine y Texas; pero puede que Maine y Texas no tengan nada importante que comunicarse"

En este capítulo presenta muchas y detalladas cuentas, centavo a centavo, de lo que le cuesta una cosa y de lo que gasta en otra, para demostrar lo poco con lo que se podía vivir, y lo mucho que se podía disfrutar con el tiempo libre que le dejaba su falta de ataduras:
"[...] descubrí que podía atender a todos los gastos de mi subsistencia trabajando unas seis semanas al año. Todo el invierno y la mayor parte del verano me quedaban libres y desocupados para dedicarlos a mis estudios. [...] mi mayor virtud es conformarme con poco [...] encontré que la ocupación de jornalero era la más independiente de todas, en especial porque se requerían sólo de treinta a cuarenta días al año para poder subsistir."
Cuando Thoreau dejó los bosques, algunos se interesaron por si había practicado la caridad con sus vecinos acogiendo a una familia pobre. Pero contrariamente a lo que se podría esperar de un tipo tan sensible y concienciado, la caridad no entraba en sus planes. Aquellos pobres, nos cuenta, vivían mejor que él (con la salvedad de que su pobreza era voluntaria y la de sus vecinos no). Para practicar la caridad, hay que tener cierto carácter que no iba con él, pero tampoco se atrevería a interponerse ante alguien que la practicase de corazón. Simplemente no creía que pudiera salvar al mundo de esa manera, más bien al contrario, argumentaba, si se les da dinero a los pobres es muy probable que lo gasten en nuevos harapos. Este es un argumento bastante extendido, especialmente en el individualismo reinante de la sociedad estadounidense. Pero también es verdad que la limosna lava la conciencia de un problema mayor que a menudo se evita tratar. La caridad es un arma de doble filo.
"Hay mil podando las ramas del mal por cada uno que se dedica a erradicarlo; y aún es posible que quien más tiempo y dinero vuelca en los necesitados sea quien por su modo de vida contribuye a la miseria que trata en vano de socorrer. Es el pío tratante de esclavos que dedica los réditos de cada décimo a comprar un domingo libre para los restantes. Algunos manifiestan su bondad con los pobres empleándolos en sus cocinas. ¿No serían más buenos si trabajaran ellos mismos en ésas? Presumís de dedicar la décima parte de vuestros ingresos a la caridad; quizás fuera mejor gastar nueve veces más y acabar de una vez con ella."
Desconfiaba de la caridad por la misma razón que otros muchos lo hicieron antes y después que él:  por la hipocresía que algunas veces conlleva. Téngase en cuenta que muchos dueños de plantaciones eran esclavistas a la vez que participaban en obras benéficas, y eso era algo que el activista por la abolición no perdía de vista.

Pero también porque su forma de hacer el bien era muy diferente, mucho más radical que la típicamente filantrópica. Aseveraba, con la ironía que le caracterizaba, que si supiera que un hombre se dirigía a su casa para hacerle el bien saldría como alma que lleva el demonio. De poco sirve que vayan a tu casa para regalarte unas habichuelas, si tú sigues padeciendo la falta de ánimo que te impide gozar de la experiencia de plantarlas tú mismo. La filantropía debería ser algo más útil y duradero que la mera intención de hacer el bien o amar al prójimo. Con este planteamiento Thoreau, al igual que hizo con la desobediencia civil o con la ecología, se podría considerar como un visionario del altruismo eficaz.

No obstante, se sabe que cuando su amigo Amos Bronson Alcott, padre de la autora de "mujercitas", cayó en desgracia, acordó con sus amigos crear una renta anual para ayudarlo. Esto parece indicar que por muy gruñón e inflexible que le gustase pintarse así mismo en sus escritos, era capaz de saltárselos cuando la ocasión lo requería. Algunos han querido ver en el gesto que Emerson tuvo con Thoreau el motivo por el que reflexionó sobre la filantropía en su libro Walden. En esa lógica, el rechazo de Thoreau se predicaría de las donaciones de dinero, pero no de los actos filantrópicos que se comparten con el prójimo.

DÓNDE VIVÍ Y PARA QUÉ

Antes de encontrar el lugar en el que construyó su cabaña, Thoreau estuvo inspeccionando granjas y parcelas varias. Su búsqueda no era para comparar precios, sino para experimentar la tierra. Para él, tocar la tierra, olerla, incluso sembrarla o limpiarla, aunque fuese gratuitamente no era una pérdida de tiempo. No solo conocía mejor la tierra que tenía intención de comprar, sino que en el caso de no comprarla, había disfrutado del trato y del conocimiento que la tierra le había regalado.

En unas declaraciones de intenciones asevera que fue al bosque para desnudarse de superficialidad y enfrentar a la vida en su estado más esencial, para "ver si era capaz de aprender lo que aquélla tuviera por enseñar". Su manía por las ropas en realidad solo era reflejo de la animadversión que sentía por las diferentes pieles con las que escondemos nuestra verdadera personalidad y humanidad.
"Quería vivir profundamente y extraer de ello toda la médula; de modo tan duro y espartano que eliminara todo lo espurio, haciendo limpieza drástica de lo marginal y reduciendo la vida a su mínima expresión. [...] ¡Sencillez, sencillez, sencillez! [...] ¡Simplificad, simplificad! En lugar de tres comidas al día, si es preciso tomad sólo una"
La artificiosa complejidad que nos hemos construido hace que los niños vivan más auténticamente que los adultos, que "se creen más sabios por su experiencia, es decir, por sus fracasos. [...] "Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací". Puede que fuera verdad, pero los niños viven ajenos a la realidad. Esa objeción tampoco le importaba, en su obstinación se preguntaba ¿qué beneficio sacamos de leer una y otra vez los muertos por accidente, asesinatos o robos? Con tal que sepamos una sola vez de lo que somos capaces es suficiente. Por eso no creía que ni los periódicos ni el correo le hubiese traído casi nunca nada mejor que el valor del papel o de los sellos.

Las constantes alusiones a dios, puede hacernos pensar que la intención del filósofo era encontrarse con alguna divinidad... y en cierto modo, así es. Pero no nos dejemos engañar, a pesar de haber sido criado en el unitarismo, sus creencias religiosas no estaban más cercanas de Jesucristo que de Zoroastro. Para él cualquier profundidad espiritual de origen hindú, persa o judía, o meramente poética, tenían la misma validez si sabían encontrar a dios en cualquier parte. En ese sentido era un panteísta más que un creyente.

Cualquiera que, sobrecogido por la belleza de un cielo estrellado, se haya sentido privilegiado por tanta dicha, y haya sentido la necesidad de agradecer esa superioridad que nos trasciende, podría formar parte de la misma tribu religiosa de Thoreau. Una tribu tan abierta, que en ella caben desde los indios norteamericanos hasta los calvinistas más estrictos, incluso los ateos más científicos.

"Cada mañana me traía una nueva invitación a conferir a mi vida igual sencillez, y me atrevo a decir inocencia, que la de la Naturaleza misma; he sido un adorador de Aurora tan sincero como lo fueron los mismos griegos. Me levantaba temprano e iba a darme un baño en la laguna; era un verdadero ejercicio religioso [...] La mañana, el más memorable estadio del día."
Tampoco se puede decir que todo esto fuese una sorpresa para él. Cuando Thoreau decide irse a los bosques, ya había desarrollado todas esas sensibilidades trascendentales. De alguna manera, tenía una motivación política, en el amplio sentido de la palabra, por la cual pretendía demostrar que era posible vivir de un modo diferente. Y que aunque fuese más duro, era una forma más humana. O dicho con otras palabras, que el mundo se estaba alejando de su humanidad, y que todavía estábamos en condiciones de recordarlo tal y como era. Su "experimento", como él lo llamó, quería ser un reto, o como mínimo una mosca cojonera:
"Como he dicho, no me propongo componer una oda a la melancolía, sino alardear con igual alegría que el gallo mañanero en su palo, aunque solo sea para despertar a mis vecinos."
LEER

Del cómic "Thoreau, una vida sublime"
Se nota que Henry Thoreau fue un tipo culto y formado por sus constantes alusiones a los autores clásicos. Pero su inflexible purismo hace que desprecie las traducciones que de ellos se hacen en las imprentas, y apuesta por una lectura de la lengua original que estaba, en mi opinión, y está ahora más que nunca, destinada al fracaso. Incluso cuando recomienda aventuras clásicas, como las de Homero o Esquilo, lo hace "sin riesgo de disipación ni lujo".
"Será rica sin duda alguna la época en que las reliquias que llamamos clásicos [...] cuando los Vaticanos  estén repletos de Vedas y Zandavestas y Biblias, de Homeros y Dantes y Shakespeares, y los siglos por venir hayan ido depositando sucesivamente sus trofeos en el foro del mundo. Con esta pila, podemos esperar, al fin, escalar el cielo."
Las "Lecturas Fáciles" nos llevan a un conocimiento mínimo y primario, y no llegamos nunca a ser más que "pigmeos y marionetas", lo cual no significa que los lectores sean tan estúpidos como algunos de sus libros. Lo que plantea para solventar este problema es darle oportunidades al ciudadano y crear bibliotecas y escuelas que estén a la altura de los clásicos, y si es posible, evitar intermediarios y editores que nos tutelan lo que debemos leer.

SONIDOS

Hay una diferencia abismal entre conformarse con poco y tener una riquísima vida interior, como la de Henry David Thoreau. Él percibía como una aventura cualquier tarea que le tuviese preparado el día. Desde barrer hasta filosofar, deleitarse con los sonidos de los animales (búhos, vacas, ranas, chotacabras...) o el ferrocarril cuya regularidad le recordaba la salida del sol. 
"Tenía una ventaja al menos en mi modo de vida sobre los que estaban obligados a mirar al exterior en busca de diversión, a la sociedad y al teatro: que mi propia vida se convertía en una diversión y no dejaba de ser una novela."
SOLEDAD Y VISITAS

"Considero saludable estar solo la mayor parte del tiempo. Estar acompañado, incluso por los mejores, pronto resulta fatigoso y disipador. Me encanta estar solo. Nunca he encontrado un compañero tan sociable como la soledad."
Del cómic "Thoreau, una vida sublime"

Un párrafo como el anterior es lo que se podría esperar de un tipo que se aísla en una cabaña en mitad de bosque. Contrariamente a lo que suele pensarse, Thoreau recibía a muchos visitantes. Algunos de los cuales atendía con sumo gusto. ¿Está eso reñido con el placer por recibir visitas? Juzgue el lector por sí mismo si el siguiente párrafo es una contradicción con el anterior, o si simplemente sacaba lo mejor de cada circunstancia.
"Creo que me gusta la compañía como al que más y estoy dispuesto a aferrarme como una sanguijuela a cualquier hombre sanguíneo que se cruce en mi camino. No soy por naturaleza un ermitaño y podría sentarme con el más rudo parroquiano de un bar si mis asuntos me llevaran allí."
Le visitaron filósofos, comerciantes, parejas en busca de un paseo, curiosos, niños, leñadores...etc. ¿Fue su experimento de vivir en los bosques publicitado? No sé porque era lo suficientemente conocido su experimento de aislamiento como para generar tantas visitas, pero en cualquier caso según nos cuenta él mismo, atendió a muchas visitas.

En la cabaña de Thoreau la hospitalidad era interpretada según los valores de su anfitrión. Se ofrecía la experiencia, pero no se ofrecía pan, aunque hubiese. La austeridad propiciaba un intercambio fructífero de opiniones. Con los sentidos alerta es cuando se saca lo mejor de cada uno, y no cuando los tenemos adormecidos tras una comilona. Esos anfitriones que te agasajan con manjares y comidas copiosas no te quieren realmente en sus casas, y él no volvería a un sitio donde le recibieran de esa manera: "No necesitáis fundar vuestra reputación en la comida que dais".
 
Portada de la primera edición de 1854
En torno a la charla también crea un halo de misticismo, según el cual las cuatro paredes de una habitación no dejan que las palabras circulen libremente, es mucho mejor hacerlo al aire libre como solía hacer con un visitante muy parecido a él mismo. Se trata de Alek Therien, un leñador canadiense también adepto a la escasez, "sencillo y natural" al que le gustaba Homero porque le habían enseñado algo de los clásicos de pequeño, aunque no había conseguido completar ninguna lectura de esas realmente. Considerada a su amigo como la inocencia personificada y le encantaba su felicidad, su fortaleza física y la falta de aspiraciones que lo hacían asemejarse al espíritu de los animales. Toda esa falta de sofisticación lo hacía "tan sabio como Shakespeare o tan ignorante como un niño".

Otro caso que estima digno de mención es el de un retrasado mental que fue a decirle que deseaba vivir como él, lo dejó estupefacto al confesar que se sabía diferente y carente de inteligencia. Si aplicase realmente sus propios criterios de prioridades, ese tonto parecía ser muy listo:
"Era un puzzle metafísico para mí. Rara vez he conocido a un semejante tan prometedor, pues cuanto decía era sencillo, sincero y verdadero: y lo cierto es que, en la medida en que parecía humillarse, se enaltecía. Al principio no advertí que no era sino el resultado de una sabia conducta. Parecía que sobre la base de verdad y franqueza que el pobre débil mental había dispuesto nuestro trato pudiera superar al de los sabios."
No siempre coincidió con sus visitantes, en muchas ocasiones le ponían pegas a su forma de vivir. Decían que no era productivo, o que corría peligros innecesarios al situar su domicilio lejos de un médico. Pero el peligro de no vivir conforme a sus propios designios era todavía peor:
"El viejo y el débil y el tímido, de cualquier edad y sexo, pensaban en la enfermedad, en un accidente súbito y en la muerte [...] Esto equivale a decir: si un hombre está vivo, siempre hay peligro de que muera, aunque debe admitirse que el peligro es menor cuando empieza a estar vivo-y-muerto."
A pesar de la mala leche que Thoreau destilaba contra la falsedad y superficialidad de la sociedad, y por mucho empecinamiento que tuviera en demostrar que otro mundo era posible, su solemnidad no era ilimitada, y no se consideraba un ejemplo a seguir. Frases como la siguiente dan cuenta de un fino sentido del humor que usaba para desmitificarse a sí mismo:
"Tuve más visitantes mientras viví en los bosques que en cualquier otro periodo de mi vida: quiero decir que tuve algunos."
EL CAMPO DE JUDÍAS

La mística en torno a la naturaleza se hace más expresa cuando habla de la agricultura, y más concretamente las judías que cultivaba, a las que quería e interpelaba como si fueran compañeras de vida.
"Me unían a la tierra y así adquiría fuerza, como Anteo. Pero ¿por qué debía cultivarlas? Solo el cielo lo sabe".
Escuchaba estoicamente los comentarios de quienes le veían cultivarlas fuera de temporada o sin seguir las pautas aceptadas para esos cultivos. Eso solo le servía para encariñarse cada vez más con sus judías. No le daba una utilidad práctica. Le dolía venderlas o cambiarlas a pesar de que tampoco le gustase mucho su sabor.
"A diario las judías me veían llegar en su rescate armado con una azada y diezmar las filas de sus enemigos, con los que llenaba las trincheras."
Todo lo que enturbiase esa intimidad bucólica, casi pastoral, debía ser ninguneado o parodiado:
"En los días gala, la ciudad dispara sus grandes cañones, que resuenan en los bosques con pistolas de aire comprimido, y ocasionalmente llegan hasta allí ciertos extravíos de música marcial [...] me sentía como si pudiera escupir de gozo a un mejicano"
Y termina filosofando, en el sentido más popular de la expresión, sobre si podríamos dedicarnos todos a cultivar "semillas como la sinceridad, la verdad, la sencillez, la fe y la inocencia". La agricultura era considerada entre los clásicos como un arte sagrado, la única actividad que te hermana con el suelo pero que hemos violentado al usarla como medio para poseer "grandes granjas y grandes cosechas".

 LA CIUDAD
La aversión del anacoreta por una sociedad que emponzoña todo lo bello y valioso del mundo no evitaba ciertas excursiones a las ciudades. Las visitaba con la misma curiosidad que observaba "pájaros y ardillas" por el bosque, pues podía encontrase con toda una sala de noticias y chismes que los hombres se afanaban en producir y repasar una y otra vez.

Pero el mero hecho de visitar la ciudad más cercana, Concord, llevaba pareja la posibilidad de perderse por el camino, cosa que lejos de resultar un problema era una oportunidad para reflexionar sobre lo que supone perderse y volver a encontrarse. Cuando la nieve o la oscuridad dificultaban encontrar el camino de vuelta a su cabaña, era como despertarse de un letargo y tener que avivar los sentidos para volver a encontrar los puntos cardinales. Thoreau sublimaba cualquier experiencia sensorial alrededor de su laguna como si con ello buscara una brújula moral que diera sentido a su existencia.
"Hasta que no nos perdamos o, en otras palabras, hasta que no perdamos el mundo, no empezaremos a encontrarnos a nosotros mismos y a advertir donde estamos y la infinita extensión de nuestras relaciones."
Cuando volvía a su hogar no veía que nadie le hubiese robado nada. Se daba cuenta de que los cerrojos en las puertas solo eran necesarios en las ciudades donde había tantas fruslerías y joyas almacenadas en las casas. En su ausencia había gente que había entrado a ver qué ropa tenía, o con qué reservas de comida contaba, o simplemente a descansar y echar un vistazo, cosa que al dueño no le importaba. Solamente una vez le faltó un libro, al que espera que alguien le diese un mejor uso.
"Estoy convencido de que si todos los hombres vivieran con tanta sencillez como yo hice, el hurto y el robo serían desconocidos"
LAS LAGUNAS
Cuando Thoreau describe la belleza de las lagunas que rodean su morada, nos damos cuenta de que era una persona con una sensibilidad superlativa. Su capacidad para sentirse dichoso caminando entre abedules lo diferencia de la mayoría que simplemente ve un vulgar paseo mientras él percibía una fusión con el entorno. En su mundo no existía la monotonía que tanto le molestaba de la ciudad. En sus lagunas cada momento era único y vibrante. En este capítulo su pluma se esmera más en la parte estética que en la filosófica: una noche pescando en un bote a la luz de la luna, los cardúmenes de percas que se vislumbran en la profundidad de las aguas cristalinas, el color de las aguas entre azulado y verdoso dependiendo del lugar desde donde se las observe, todas ellas son "experiencias memorables".
"Tal vez en aquella mañana de primavera cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, la laguna de Walden ya existía [...] Un lago es el rasgo más hermoso y expresivo del paisaje. [...] Walden es un perfecto espejo del bosque, rodeado de piedras tan preciosas para mis ojos como si fueran escasas o raras. No hay nada tan hermoso, tan puro y, al mismo tiempo, tan grande como un lago en la superficie de la tierra. Agua del cielo.[...] Al remar suavemente hacia uno de esos lugares, me sorprendió encontrarme rodeado por una miríada de pequeñas percas [...] En aguas tan transparentes y en apariencia insondables, con el reflejo de las nubes, me parecía estar flotando en el aire, como en un globo, y su natación me hizo imaginar una clase de vuelo y revoloteo, como si una bandada de aves pasara por debajo de mí a derecha e izquierda, moviendo sus aletas como si fueran alas."
Ese respeto reverencial hacia el paisaje, y las lagunas son la máxima expresión de los paisajes, le lleva a cuestionarse si las lagunas no se merecen nombres más dignos que los de un simple granjero. No queda claro si el origen del nombre de Walden proviene de una leyenda india o de un negocio de azafrán que se sembraba por la comarca, mucho tiempo atrás antes de que él la habitara. Esta segunda posibilidad, el mero hecho de que el dinero pudiera haber ensuciado tan sacrosanto lugar, debió parecerle una afrenta semejante como la que tuvo que soportar Jesucristo cuando se levantó contra los mercaderes en el templo.
"¡La laguna de Flint! Nuestra nomenclatura es pobre. ¿Qué derecho tenía el sucio y estúpido granjero, cuya granja lindaba con esta agua celestial, a darle su nombre tras haber desnudado sin piedad sus riberas? No es para mí el nombre de un avaro que prefería la resplandeciente superficie de un dólar o de un centavo nuevo, en la que podía ver su propia cara dura; que consideraba intrusos a los mismos patos salvajes que anidaban allí y cuyos dedos habían crecido hasta convertirse en garras curvas y callosas por el hábito de agarrar las cosas como una arpía. No voy allí a ver ni a oír hablar de alguien que nunca ha visto la laguna, ni se ha bañado en ella, ni la ha amado, ni protegido, ni pronunciado una palabra a su favor, ni agradecido a Dios que la creara. Démosle más bien el nombre de los peces que nadan en ella, de las aves salvajes o los cuadrúpedos que la frecuentan, de las flores silvestres que crecen en sus orillas [...] No respeto su trabajo ni su granja, donde todo está tasado. Ese hombre sería capaz de llevar el paisaje y a su Dios al mercado si pudiera obtener algo a cambio; su Dios es el mercado, por eso va allí; nada crece libremente en su granja: sus campos no dan cosechas, sus prados no dan flores, sus árboles no dan fruto, sino dólares. No ama la belleza de sus frutos; sus frutos no están maduros para él hasta que se convierten en dólares. Dadme la pobreza que disfruta de la verdadera riqueza. Los granjeros se vuelven respetables e interesantes para mí en la medida en que son pobres, pobres granjeros."
 LEYES SUPERIORES

Hay algunas leyes que están por encima de las humanas y que nos convendría seguir. Estas leyes tratan básicamente de qué comer y qué beber, aunque también se refieren a la pureza, el trabajo y de la subsistencia.... de vez en cuando su desprecio de los placeres y su ansia de sencillez nos recuerda a la mojigatería de los Amish.

Sin embargo, confiesa que no le gusta llevar la religión a la mesa, no la bendice. Parece que esas leyes emanan de una sinergia, mitad religiosa y mitad terrenal. Mas allá de las constantes referencias religiosas, cuando se lee Walden se capta la sacralización de su mundo natural, entendible desde la supervivencia y austeridad, desde el trabajo y el deber, desde lo salvaje y lo bestial, desde la reflexión y la espiritualidad. Existe en su mundo una omnipresencia de la moral.
"Toda nuestra vida es sorprendentemente moral. No hay un instante de tregua entre la virtud y el vicio".
Sus ensoñaciones de fusionarse con el hábitat de los animales salvajes a veces llega a un clímax enfermizo. En una ocasión vio una marmota que corría y sintió la necesidad de correr tras ella para comérsela incluso cruda, como si dentro de sí despertara un lobo interior. Esa faceta suya más salvaje es compatible con otra más espiritual. De hecho, según su visión, la primera es una fase preparatoria para la segunda.

Es verdad que "la liebre llora como un niño en su agonía" y que "ningún ser humano, pasada la irreflexible época de la juventud, dará muerte gratuitamente a una criatura que tiene el mismo derecho a la vida que él". Pero, de algún modo, en aras de una elevación del ser humano justificaba la caza. A los niños no se les debería impedir coger una escopeta y cazar de vez en cuando, porque eso los acercará a la naturaleza y cada vez estarán más maduros para abandonar esa fase y terminar incluso rechazando comer carne.

Todo indica que Thoreau no le importaba tanto el bienestar animal como la superación personal del ser humano. Esa superación requería pasar por fases embrionarias previas. No contiene su filosofía una lógica animalista como la de las sociedades protectoras de animales (aunque las menciona como amigos de los animales, a la misma altura que los verdaderos cazadores que respetan a sus presas). Para Henry Thoreau, como en el caso de muchos vegetarianos, evitar la carne no supone ningún sacrificio pues han desarrollado cierta repulsión ante su ingesta. No tiene mérito evitar lo que se percibe como "sucio". En el caso de Thoreau, además, se añade la identificación de la dieta carnívora con alguna forma de despilfarro.
"En mi caso, la objeción práctica al alimento animal era su suciedad y, además, cuando había cogido, limpiado, cocinado y comido mi pescado, no me parecía que me hubiera alimentado esencialmente. Era insignificante e innecesario y costaba más de lo que era. [...] Creo que cualquier hombre que se proponga seriamente conservar sus facultades superiores o poéticas en las mejores condiciones se inclinará por abstenerse de tomar alimento animal o demasiado alimento de ninguna clase. [...] Cualquiera que fuera mi práctica, no dudo que sea una parte del destino de la raza humana, en su mejora gradual, dejar de comer animales, tan seguro como que las tribus salvajes han dejado de comerse entre sí al entrar en contacto con las más civilizadas."
El consumo de alcohol, café, té, incluso la música es analizada bajo el mismo prisma de que la escasez es honrosa. Los postulados de Thoreau a veces nos recuerdan a los Amish.
"No es el alimento que entra en la boca del hombre lo que lo mancha, sino el apetito con que lo toma. No es la calidad ni la cantidad, sino la devoción a los sabores sensuales; cuando lo que comemos no es una vianda para sostener nuestra parte animal o inspirar nuestra vida espiritual, sino alimento para los gusanos, nos posee."
Prefiere beber agua por la misma razón que prefiere "el cielo natural al cielo de un comedor de opio". Esas bajas tentaciones han hecho caer civilizaciones, y cree que lo volverán a hacer. El apetito desmedido de cualquier tipo, ya sea la glotonería o el sexo, pero también la pereza, son peligros contra los que tenemos que luchar para ser más puros. Citando a los Vedas avisa de que "el dominio de las pasiones y de los sentidos exteriores y las buenas acciones son indispensables para acercarse a Dios". El perezoso que se tumba en el sofá sin estar cansado, o come más de lo estrictamente necesario, o se deja llevar por cualesquiera distracciones que lo alejan de la supervivencia más básica y lo acercan a las comodidades modernas, es una persona impura que se aleja de estas leyes superiores.

VECINOS ANIMALES

Los ratones que se metían en su cabaña, y que terminaban comiendo de su palma de mano, o los patos que amenizaban en Walden llegaron a ser considerados como vecinos. Thoreau describe con afán de naturista muchos encuentros con animales: perros, gatos, somormujo... quizás el más entusiasta sea el que tuvo lugar cuando vio que dos ejércitos de hormigas se enfrentaban hasta la muerte. La escena es narrada como si de una batalla épica se tratase, o como un documental de David Attenborough.
"No llegué a saber qué bando resultó victorioso ni la causa de la guerra, pero pasé el resto del día con mis sentimientos excitados y atormentados por haber presenciado la lucha, la ferocidad y la carnicería de una batalla humana ante mi puerta."
CALENTAR LA CASA


En este capítulo se describe la llegada del otoño y cómo su morada puede considerarse un lugar de merecido descanso para guarecerse del inclemente viento. Thoreau nos dice que se puso a estudiar albañilería para poder construir una chimenea y lo consiguió. Nos cuenta con minuciosidad todo el proceso y cómo le gustaría tener una casa más grande, pero en consonancia con su filosofía, "sin adornos superfluos" y "que consista en una sola habitación" en la que pudieran refugiarse los viajeros de la intemperie.

PRIMEROS HABITANTES Y VISITAS DE INVIERNO

Thoreau siente la necesidad de investigar un poco y conocer quiénes eran y qué vida llevaron los que ocuparon los bosques antes que él. Había un viejo soldado que había estado en las guerras napoleónicas, un alfarero y varias familias de esclavos con vidas muy tristes, aunque no llegó a saber de nadie que construyese una casa sobre el terreno que él construyó la suya.

Las visitas de inviernos, parece que merecen un capítulo aparte (ya hay un capítulo anterior dedicado también a las visitas) porque en el invierno era necesario superar el frío y andar por la nieve para llegar a su cabaña. Así, había un granjero tozudo que quería mantener cierto trato social, y un poeta que llegó desde más lejos todavía. Solo un poeta, según Thoreau, estaba capacitado para superar con mayor facilidad los obstáculos porque actúa por amor. Sin embargo, también valora muy positivamente las visitas de dos filósofos, uno con el que guardaba una gran amistad (Amos Bronson Alcott) y otro que, aparte de ser su mentor, fue quien le regaló la parcela sobre la que construiría su cabaña (Ralph Waldo Emerson). Ambos fueron precursores del transcendentalismo.

ANIMALES DE INVIERNO

La blancura de la nieve, que servía de mayor aislamiento de Concord, estaba adornada de sonidos de animales: graznidos de gansos, ladridos de zorros, pisadas de ardillas, dientes de conejo, gritos de rajos, zumdos de alas de perdices, y hasta el crujido del hielo rompiéndose.

A menudo se encontraba con cazadores que iban detrás de estos animales. Una vez uno llegó preguntando por su sabueso que había perdido. Thoreau intentaba responder a sus preguntas para ayudarle a encontrar a su perro, pero la sorpresa del cazador al saber que Thoreau vivía solo en mitad de bosque era tal que no atendía a las respuestas de Thoreau, y no dejaba de preguntar: "¿Qué hace usted aquí?" Thoreau reflexiona con el humor y la profundidad que nos tiene acostumbrados: "Había perdido un perro y encontrado un hombre".

LA LAGUNA EN INVIERNO

Thoreau era uno de esos hombres a los que les gustaba conocer todo de primera mano, y especialmente habilidosoy multidisciplinar. Aquí nos cuenta lo que ideó para constatar de manera fiable la profundidad de la laguna Walden. No era cartógrafo, ni topógrafo, ni tampoco albañil. Pero su forma de entender el mundo implicaba practicar alguna vez en la vida todas esas disciplinas. Al fin y al cabo, si cazaba ¿por qué no podría llamársele cazador? Y si fracasa en el intento, ¿no le uniría mucho más esa experiencia a esa disciplina que si la hubiese contratado a un tercero?

Narra con estoicismo cómo más de cien irlandeses "con capataces yanquis" iban a su laguna para llevársela en bloques congelados. Esos témpanos se perdían en muchas ocasiones, al caerse del transporte y tardaban mucho en descongelarse, como si estuvieran hechos de un agua especial. El 25 por ciento de ese hielo nunca llegaría a su destino. Otro tanto por ciento, abandonado en la orilla como sobrante del mercado, se terminaba derritiendo, y así, para consuelo de Thoreau, volvía a ser parte de la laguna.

PRIMAVERA

Esos hombres, obsesionados con llevarse pedazos sólidos de la laguna, no podían jugar y gozar de la laguna como lo hacía el escritor estadounidense. Él iba a golpear el hielo con la cabeza de su hacha para oír sonar la piel de un tambor hecho de agua, y que reverbera como como un gigantesco gong. Horas más tarde los rayos de sol surtían su efecto y hacían desperezarse a la laguna del invernal letargo con crujidos que duraban hasta el anochecer.

Solo una persona que haya palpado el hielo y la tierra, y que haya cazado sobre ella para sobrevivir, que haya practicado la agricultura mimando unas simples judías, podrá tener una conexión espiritual más profunda con la tierra. Lejos de considerarlo el suelo que pisa, la tierra se convierta en una extensión de sus pies que lo sustenta.
"Un motivo para venir a vivir en los bosques fue tener tiempo y oportunidad para ver llegar la primavera. [...] me siento desconcertado, como si, en cierto modo, estuviera en el laboratorio del artista que creó el mundo [...]. Cuando el sol se retira la arena cesa de fluir, pero, por la mañana, las corrientes reaparecen y se ramifican en una miríada. Tal vez veáis aquí cómo se forman los vasos sanguíneos. [...] La tierra no es un mero fragmento de historia muerta, estrato sobre estrato como las hojas de un libro para ser estudiada sólo por geólogos y anticuarios, sino poesía viva como las hojas de un árbol, que preceden a las flores y al fruto; no una tierra fósil, sino una tierra viviente,"
Aunque toda está experiencia es una búsqueda de la verdad, uno de los valores superiores, la fascinación que siente por la naturaleza parece todavía mayor. Aunque tengamos un ansia de explorar y aprender de la naturaleza, esta debe seguir siendo misteriosa para que podamos seguir estremeciéndonos con sus secretos que deberían seguir siendo insondables.

CONCLUSIÓN

Consecuentemente, la verdadera exploración no es la del bosque, sino la de la mente: "seamos un Colón para enteros continentes nuevos y mundos dentro de nosotros; abramos canales nuevos, no para el comercio, sino para el pensamiento.

La vida en los bosques tampoco es una una forma de vivir para siempre. Declara que dejó los bosques por la misma razón que fue hacia ellos: "tenía más vidas que vivir". Se esforzó en demostrar que si perseguimos nuestros sueños encontraremos más dicha que si los desterramos como inalcanzables. El camino que se transita en esa persecución debilita al gigante de la soledad y la escasez. El temor a ser visto como un extravagante y a explorar el mundo, y con ello a nosotros mismos, solo depende de los acorralados que nos tengan.

Y quizás una actitud omnipresente es esta obra, como es la simplicidad, vuelve a ser resaltada dentro de las conclusiones.

"Cultivad la pobreza como un jardín de hierbas aromáticas, [...] No debe preocuparos lograr más cosas, sean vestidos o amigos. Dad la vuelta a los viejos; volved a ellos. Las cosas no cambian; cambiamos nosotros. [...] La humildad, como la oscuridad, revela las luces celestiales. [...] Aunque la pobreza restrinja vuestra esfera de acción y no podáis comprar libros ni periódicos, por ejemplo, quedaréis limitados a las experiencias más significativas y vitales; os veréis obligados a tratar con la materia prima que proporciona más azúcar y vigor. Cuando la vida está en los huesos es más dulce. Entonces ya no podéis ser frívolos. Nadie pierde en un nivel inferior por la magnanimidad en uno superior. La riqueza superflua sólo puede comprar cosas superfluas. No hace falta dinero para comprar lo que el alma necesita."

Ver a un viejo amigo es un buen consejo, pero ¿por qué iba a ser mejor que otro nuevo? Podemos reciclar la ropa, pero ¿debemos aspirar a la pobreza como medio para enriquecernos interiormente? La principal pega que se le puede poner a relato de Thoreau es que sus propuestas transcendentalistas son poco prácticas. Requieren un estado de ánimo y una abstracción que no todo el mundo tiene. Parece una propuesta destinada al fracaso, o como mucho, dirigidas a personas con un nivel superior de espiritualidad y coraje. El mundo de Thoreau se nos antoja demasiado inalcanzable. Puede que lo admiremos, pero lo vemos como algo extravagante y lejano a nuestras vidas. El reto vivencial y la moral que propone está a un nivel demasiado alto.

Sucede como con Gandhi: nos quitamos el sombrero por su fe y perseverancia, y por las cosas que consiguió con sus métodos pacifistas, pero a la hora de la verdad, poca gente acepta que le den una paliza para despertar el corazón de su agresor. No es casualidad que Gandhi y Martin Luther King leyesen la obra sobre la desobediencia civil de Henry Thoreau. Thoreau, y Gandhi especialmente, tienen ese halo de maestros que predican con el ejemplo, pero que están en su mundo de anacoretas de las montañas, con una ejemplaridad muy difícil de imitar.

Pero también ambos eran conscientes de que sus sermones no eran aptos para todos los públicos. Gandhi solo pretendía convencer al que tuviese dentro una valentía encomiable. Thoreau solo al que se siente desdichado o perdido en este mundo. En el primer capítulo advertía lo siguiente:

"No pretendo prescribir reglas a las naturalezas fuertes y valientes, que cuidan de sus asuntos en el cielo o el infierno y quizá levantan construcciones más magníficas y gastan con mayor prodigalidad que los ricos sin empobrecerse ni saber cómo viven, si, en efecto, tales naturalezas existen, como se ha soñado; ni a quienes hallan su coraje e inspiración precisamente en el actual estado de cosas y lo aprecian con el afecto y entusiasmo de los amantes, entre los que me cuento hasta cierto punto. No hablo a quienes están bien ocupados, en cualesquiera circunstancias, y saben si están o no bien ocupados, sino a la masa de hombres que están descontentos y se quejan ociosamente de la dureza de su suerte o de su tiempo cuando podrían mejorarlos. Algunos se quejan más enérgica e inconsolablemente que otros porque están, según dicen, cumpliendo con su deber. También pienso en aquella clase, aparentemente enriquecida, pero suma y terriblemente empobrecida, de los que han acumulado escoria, pero no saben cómo usarla o librarse de ella y han forjado así sus propios grilletes dorados o plateados."

A pesar de la desafección que pueda provocar Walden en el común de los mortales, no podemos negar su poder deslumbrador. Puede que el mensaje interior de austeridad no llegue a todas las mentes, pero su paroxismo por la naturaleza contagia a cualquier corazón. Solo hace falta molestarse un mínimo en contemplar sin prisas los procesos naturales que nos rodean para despertar una curiosidad que casi todos podemos compartir. Thoreau tiene la virtud de elevar eso a entusiasmo, y a conectar intrincadas inquietudes personales con el simple mundo natural. No está claro si fue antes el huevo o la gallina: ¿Es la belleza de la naturaleza la que nos hace valorar nuestro interior? ¿O es una profunda introspección personal la que nos permite apreciar la grandeza de lo que nos rodea? Quizás esa incógnita sea otra de las muchas virtudes de este clásico estadounidense.
"Todo el mundo ha oído contar la historia que circula por Nueva Inglaterra del fornido y hermoso insecto que salió de la tabla seca de una vieja mesa de madera de manzano y que había estado en la cocina de un granjero durante sesenta años, primero en Connecticut y luego en Massachusetts, de un huevo depositado en el árbol vivo muchos años antes, como se vio al contar las capas anulares a su alrededor. Lo oyeron roer durante semanas, tal vez empollado por el calor de una cafetera. ¿Quién no siente fortalecida su fe en la resurrección y la inmortalidad al oír esto?"

ENLACES EN INGLÉS

Análisis y notas en inglés del texto completo, por Ken Kifer, un tipo curioso que recuerda a Thoreau: era autodidacta y disfrutaba de la naturaleza en solitario, allá donde lo llevara su bicicleta (murió atropellado por un conductor borracho).

Una reseña que subraya las incoherencias y los puritanismos que se pueden encontrar en Walden


Otra reseña que destripa a Thoreau: "Todo el mundo odia a Henry"

Edición de 2014 a cargo de la Universidad de Yale con anotaciones.

Cómic "Thoreau, una vida sublime", con una entrevista muy interesante a Michel Grange. (muestra promocional)

"APOROFOBIA, EL RECHAZO AL POBRE: UN DESAFIO PARA LA DEMOCRACIA" de Adela Cortina (2017)

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Los filósofos no cosechan grandes éxitos de ventas en las librerías. Algunos pocos, sin embargo pasan a ser conocidos popularmente por sus posiciones políticas o por sus colaboraciones en los medios. El caso español más llamativo es el de Fernando Savater. Pero también están Victoria Camps, José Antonio Marina y Adela Cortina que, con la publicación de este libro, abarcó a un público mucho mayor del que solía tener tras casi 40 años de libros dedicados a la ética y la filosofía.

La tesis del libro es bien sencilla. El racismo y la xenofobia están mal diagnosticados porque debajo de todas esas fobias late una fuerte repulsión por los pobres que nunca termina de analizarse. Realmente no rechazamos al extranjero ni al negro por ser quienes son, sino por tener los bolsillos vacíos. Los datos de aceptación de los turistas que nos invaden para gastar su dinero, de alabanzas a los árabes de los petrodólares, a los asiáticos dueños de equipos de futbol, o a los famosos gitanos cantaores de flamenco así lo acreditan. No es la piel, ni la nacionalidad, ni la cultura sino el dinero lo que marca la diferencia.


CAPÍTULO 1: UNA LACRA SIN NOMBRE

Una vez que nos paramos a pensarlo, parece una hipótesis tan sencilla como evidente. Me sorprende que no se haya escrito nada sobre el tema antes de que Adela Cortina comenzase a escribir sobre esto allá por 1995. Fue entonces cuando le puso nombre a una fobia que, por lo visto, hasta el momento había pasado desapercibida. La aportación de Cortina  ha sido el ponerle un nombre a algo de lo que todo el mundo ha oído hablar, o ha pensado en algún momento, pero que nunca se había señalado como entidad propia. Y señalar algo por su nombre es primordial para identificarlo, analizarlo y desmontarlo.

No es que no exista el racismo; siempre habrá gente que, por ignorancia o por miedo, crea en la inferioridad de otras razas. Siempre habrá quien se sienta realizado humillando públicamente, o simplemente riéndose en privado, a alguna minoría... Pero el problema de nuestras sociedades no parecen ser los racistas del Ku Klux Klan, sino esos que tratan estupendamente a los ricos de otras razas y los desprecian si son pobres. ¿Hasta qué punto puede decirse que son más racistas que aporófobos? 



CAPÍTULO 2: LOS DELITOS DE ODIO AL POBRE

Cortina subraya que a menudo se culpabiliza al que sufre la discriminación como causante de la misma. Así, los antisemitas no se cansan en decir que la conducta de los judíos es lo que propicia su odio, lo cual no deja de ser una coartada. El libro parte de la misma hipótesis: el problema mental lo tiene el aporóbofo, no el pobre.

Cortina analiza los datos del Observatorio para Delitos de Odio contra Personas sin Hogar ("Hatento") y nos desvela un panorama desolador. El derecho penal, a diferencia de otras áreas del derecho, está muy limitado por el principio de legalidad. Esto quiere decir que solo se puede castigar lo que está registrado en la ley y el legislador tiene que afinar muchísimo para tipificar exactamente la conducta delictiva. Si alguien comete una acción muy parecida a lo descrito en el código penal, pero que no coincide exactamente con lo allí descrito, entonces no podrá ser juzgado por la vía penal y no podrá ir a la cárcel. Si a esto le sumamos, que debe quedar probado que dentro de la mente del autor debe existir una determinada motivación, que es lo que tiene que probarse en los delitos de odio, todo se complica más.

Pues bien, hoy en día la aporofobia no aparece  en ningún tipo penal. Como siempre, la ley va por detrás de la realidad social, y aunque el término aporofobia sea usado por los gobiernos de turno reconociendo así su utilidad, el caso es que el delito de odio al pobre, como tal, no existe. Incluso existe una circular de la Fiscalía General del Estado aclarando que no entra dentro de los delitos de odio tipificados en el artículo 510 del Código Penal español. Promover el odio contra los homosexuales sí está tipificado, al igual que la agravante por razones de orientación sexual... quizás porque la palabra homofobia llevaba décadas usándose correctamente cuando se aprobó el Código Penal.

El reto legal no está en combatir la obviedad asumida por todo el mundo de que un malnacido que quema a una sintecho en un cajero merece la cárcel. El reto está en equiparar ese odio aporófobo a cualquier otro de índole machista, racista, homófobo, etc...  Me resulta sorprendente que Cortina no mencione esas carencias de nuestro Código Penal.

Para que sea un delito de odio la motivación para elegir la víctima debe ser su pertenencia a un colectivo. Es decir, no basta con matar o humillar a alguien que pertenece a un colectivo protegido por el código penal, sino que además debe ser precisamente esa la motivación y no ninguna otra. De tal forma, que las víctimas puedes ser intercambiables. Adela cortina lo explica muy bien haciendo alusión a la fábula del lobo y el cordero:

"—...Y sé que de mí hablaste mal el año pasado.
—¿Cómo pude hacerlo si no había nacido? —dijo el cordero—. Aún mamo de mi madre.
—Si no fuiste tú, sería tu hermano.
—No tengo.
—Pues fue uno de los tuyos: porque no me dejáis tranquilo, vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Me lo han dicho: tengo que vengarme.

Allá arriba, al fondo de los bosques se lo lleva el lobo, y luego se lo come. Sin más juicio que ése."
Pero ser pobre no es algo inherente a la persona. No es como ser gay, negro o mujer. Tampoco es una opción libremente elegida. La pobreza es involuntaria y tiene sus orígenes últimos en causas exógenas al individuo que la padece. Llegar a esta conclusión nos ha costado muchos años de análisis social y económico. Hemos tenido que superar esa visión simplista de que el pobre lo era porque él se lo había buscado, y, que de alguna manera, se lo merecía. Esa visión ultraliberal se debe al endiosamiento del dinero. Vivimos en un mundo material, como diría Madonna, y por eso nos abrimos a los ricos tanto o más como nos cerramos a los pobres. 

CAPÍTULO 2: EL DISCURSO DEL ODIO

Una cosa es cometer una acción, y otra una omisión. Una cosa es hacer algo y otra decir algo. Pero a veces el decirlo se puede convertir en una invitación directa a hacerlo, y se puede acordar que determinados discursos sean en sí mismos regulados como una acción propiamente dicha. Entender este trabalenguas requiere mucho más espacio y conocimientos jurídicos del que tiene este reseñador. Pero para contextualizar lo que nos dice Cortina, baste con señalar que estas complejas tensiones entre los delitos de odio y la necesaria libertad de expresión depende de cómo entendamos la democracia.

A estos efectos Adela Cortina nos explica que hay tres tipos de democracias: democracias tolerantes, intransigentes y militantes. El mejor ejemplo de las primeras sería EEUU donde la libertad de expresión goza de la mayor protección, donde se puede negar el Holocausto porque la virtud de poder decir casi cualquier cosa es mayor que la de censurar el odio. Entre las democracias intransigentes estarían las europeas que tienen más en cuenta la cultura del honor, no solo frente al odio (quizás porque el nazismo naciera dentro de nuestras fronteras) sino también frente al insulto. 

El tercer tipo, las democracias militantes, serían aquellas que estuvieran tan comprometidas con los valores constitucionales que impidiesen la formación de partidos políticos contrarios a los mismos. El concepto lo creó Karl Loewenstein, jurista alemán exiliado en EEUU, mientras veía como el partido de Hitler se hacía con la democracia. Para él la constitución de Weimar era demasiado ingenua por permitir a quien quiere destruir el estado que se haga con el mismo. Las constituciones deben tomar partido y asegurar que partidos como el nacionalsocialista pudieran llegar al poder. 

Adela Cortina considera que todos los modelos tiene sus pros y sus contras, pero considera que no es suficiente con el derecho, es necesaria una ética cívica. 

CAPÍTULO 4: NUESTRO CEREBRO ES APORÓFOBO

Por mucho que los códigos penales condenen los delitos de odio, por mucho que las grandes instituciones nos hablen de derechos humanos y los grandes valores de la Ilustración permeen nuestro sistema educativo, lo cierto es que hay una gran brecha entre la teoría y la práctica. Somos muchos los ciudadanos que sabemos de altos valores morales, pero pocos los comprometidos de verdad. Son muchos los cristianos que salen de misa los domingos con sus pilas de moral recargadas, pero que luego no practican las virtudes cristianas.

Esta asimetría entre el dicho y el hecho recibe el nombre de debilidad moral. Adela Cortina propone usar la neurobiología para salvar esa asimetría. Existe una teoría del mal radical que nos dice que el hombre es un árbol torcido imposible de enderezar. Desde Adán y Eva, la especie humana arrastra un pecado original que hace que de manera natural tienda al mal, al egoísmo, pese a conocer perfectamente cuál es el camino recto. En nuestro contexto esto significa que hay "una predisposición a rechazar al pobre y desamparado, a pesar de las declaraciones sobre la igual dignidad de todas las personas" que la mayoría compartimos. No se trata solo del mito religioso, sino que también hay razones  biológicas que apuntan a esa tendencia natural.

El cerebro no solo se vale de procesos racionales que se dividen las diferentes áreas en subagentes capaces de trabajar mecánica y aisladamente. También funciona a base de emociones, y las diferente áreas del mismo compiten entre sí para influir en el comportamiento. Pero esa rivalidad permanente de base biológica no es determinante.

Una de esas fuerzas en liza es el autointerés. El cerebro, desde que somos niños se interesa en su entorno y funciona como una proyección biológica necesaria para construir la autoconciencia, que es la base sobre la que después se puede construir una conciencia social más ambiciosa. Incluso desde el punto de vista evolutivo lo más primario es el instinto de supervivencia: la seguridad, la familia, los tuyos frente a los otros.
"[...] el miedo a los extranjeros es algo completamente natural. La gente prefiere a los que tienen su mismo aspecto y hablan como ellos. Desde el punto de vista de nuestra cultura, de nuestras declaraciones, esta aversión es inadmisible, pero desde un punto de vista biológico, el trato con lo familiar da seguridad biológica y lo extraño produce inseguridad e incomodidad. Por eso admiramos a quienes son capaces de abandonar  una vida confortable y lanzarse a la aventura hacia gentes y tierras desconocidas.

[...] En este sentido puede decirse que el ser humano es un  «animal disociativo»: invierte una gran cantidad de energía intelectual y emocional  en distanciarse de cosas que le desagradan. [...]

Al parecer, las emociones que conducen a prejuicios raciales y culturales tienen su base en parte en emociones sociales que, desde el punto de vista evolutivo, servían para detectar las diferencias que podían señalar un riesgo o un peligro, e incitar a retirarse o a agredir. Probablemente, estas reacciones consiguieron resultados favorables en las sociedades tribales de los orígenes y, aunque ahora en ocasiones no resulten favorables, nuestro cerebro lleva todavía esa maquinaria incorporada.

La buena noticia es que ese cableado ha ido evolucionando a cada vez más individuos. Pasó de uno mismo a sus descendientes, y ha ido ampliándose hasta alcanzar a los amigos y a los miembros de una tribu de 130 individuos. Posteriormente a los que comparten intereses, banderas, ideología o pertenencia a un grupo tan amplio que las recompensas evolutivas se pierden en cadenas de favores a desconocidos. Aún con todo, el círculo no se ha extendido tanto como para incluir a todo ser humano. De hecho el círculo se cierra a veces violentamente cuando percibimos que tenemos en frente a uno que no es de los nuestros.

La selección natural nos enseña que el egoísmo fue un primer motor a nivel individual, pero a nivel grupal el altruismo también jugó un papel en el triunfo evolutivo de aquellos grupos más cooperativos. Esa expectativa de cooperación que anidaba en la conducta altruista nos muestra otro lado de la naturaleza humana. Es verdad que el cerebro humano está preparado para el egoísmo, pero también es verdad que lo está para la cooperación. El experimento del ultimátum, que veremos en el capítulo 6, así lo atestigua según Adela Cortina, aunque existen objeciones que ella no comenta.

Sea como fuere, el caso es que los que están más lejos de ese círculo no son los extranjeros de tierras remotas, sino los vecinos pobres de nuestro vecindario.

"El pobre es el que queda fuera de la posibilidad de devolver algo en un mundo basado en el juego de dar y recibir. Y entonces parece que tomarle en cuenta implique perder capacidad adaptativa biológica y socialmente, porque son los bien situados los que pueden ayudar a sobrevivir y prosperar.

¿Quiénes son los «sin poder»? Pueden ser los discapacitados psíquicos, los enfermos mentales, los pobres de solemnidad, los sin papeles, los «desechables», los sin amigos bien situados. Y en cada esfera social, los que no pueden devolver los bienes que se intercambian en ella, que pueden ser favores, puestos de trabajo, plazas, dinero, votos, apoyo para ganar unas elecciones, honores y prebendas que satisfacen la vanidad.

Éste es el caldo de cultivo, biológico y social, de la aporofobia, de la aversión hacia los áporoi, hacia los que no tienen nada bueno que ofrecer a cambio. Y no sólo si quedan lejos, sino todavía más si están cerca y pueden causar problemas, si pertenecen a la propia familia y se les trata como a una vergüenza que hay que ocultar."
 
CAPÍTULO 5: CONCIENCIA Y REPUTACIÓN

Muchas veces apelamos a nuestra conciencia, y creemos que hay algo intrínsecamente bondadoso en nuestro interior que nos puede salvar. Pero también olvidamos que la narrativa evolucionista nos enseña que si hemos desarrollado y mantenido esas conciencia moral es porque tememos perder la reputación ante los nuestros.

El anillo de Giges es una leyenda que recogía Platón en el II libro de La República: un pastor encuentra un anillo y descubre que al ponérselo se hace invisible, y puede cometer todo tipo de tropelías sin temor a ser descubierto. El pastor era un hombre bueno, pero al verse liberado del juicio de los demás obró exactamente igual que un hombre malo. La conclusión es que es el miedo al castigo lo que nos hace seres morales.

En ese sentido los políticos corruptos lo son porque creen llevar ese anillo, son invisibles o si les pillan creen que podrán zafarse o en todo caso les merecerá la pena el castigo frente el botín obtenido. El ciudadano que siguiendo la misma lógica declara que si él fuese político robaría igual o más, carece igualmente de conciencia moral. Y lo que defiende Adela Cortina es que esa explicación calculadora de cómo hemos conseguido llegar a ser una sociedad moral, a pesar de que siempre haya excepciones, es una explicación válida desde el punto de vista evolutivo para explicar nuestras sociedades. Pero no explica que haya individuos que sigan la normas de la sociedad aún cuando saben que no están siendo observados. La clave para que esos individuos sean cada vez más es una educación en valores morales lo suficientemente robusta como para no estar vinculada a la reputación, sino que emane de un convencimiento profundo del bien y del mal.

"Desde un punto de vista evolutivo, la aparición de la conciencia moral parece ligada al «misterio del altruismo biológico», del que ya hemos tratado. ¿Cómo se explica desde la hipótesis de la selección natural que no desaparezcan los altruistas? Darwin adujo como posible causa la selección de grupos: la conducta altruista no proporcionaría ventajas a los individuos dentro de un grupo, pero sí permitiría la selección entre los grupos, porque los grupos internamente solidarios resistirían más en la lucha por la supervivencia."
En nota a pie de página número 14, Cortina usa una cita de Darwin:

«En el caso de los seres humanos, el egoísmo, la experiencia y la imitación se añaden seguramente a la capacidad de simpatía, como ha demostrado míster Bain; porque nos impulsa la esperanza de recibir el bien a cambio de realizar actos de amabilidad compasiva hacia los demás, y la compasión se ve muy reforzada por la costumbre. Por compleja que sea la manera en que este sentimiento se pueda haber originado, puesto que es de gran importancia para todos aquellos animales que se ayudan y se defienden mutuamente, tuvo que verse aumentado mediante selección natural; porque aquellas comunidades que incluían el mayor número de miembros más compasivos prosperaron más, y produjeron el mayor número de descendientes»
Frente a la selección natural o la sexual, esta sería una selección social. Y parte de la base de los grupos cooperativos crearon unas normas para reforzar precisamente esas conductas, las de solidaridad frente a las del egoísmo, las comunitarias frente a las individuales. Formar parte de ese compromiso implica dos cosas.

Primero asumir que funcionamos de manera cooperativa, o incluso contractual. "La reciprocación es la base de la cooperación", es decir, si cooperamos es porque esperamos recibir algo a cambio. Puede que no lo recibamos en el momento, o puede que lo reciba otra persona a la que consideramos parte del pacto, o incluso puede bastar con el resultado sea mantener la cadena de intercambios.

Y en segundo lugar, que somos una sociedad tan contractualista que no dejamos ningún papel a quien no puede reciprocar. Se nos valora en tanto en cuanto somos sujetos de cumplir nuestra parte del contratos social: si pagamos nuestros impuestos podemos exigirle al funcionario que nos atienda correctamente y ejercitamos nuestros derechos. Ante esa lógica, el pobre, el que nada puede aportar, debe fastidiarse con su situación. Si no paga, no tiene derechos.

El miedo a perder la reputación puede haber sido bastante útil. Pero deja de lado a los excluidos porque solo puede sentir miedo a perder su reputación el que la tiene. Y solo podríamos reprocharle al que pudiendo mantenerla no lo hiciere. El que pueda devolver un favor y no lo haga perderá su reputación. Pero si eres un pobre que nunca pudo devolver favores, entonces habrá quien se pregunte: "¿qué hace este sujeto en la sala de juego si nada puede aportar."

Deberíamos hacer lo correcto aún cuando nos estuviera mirando. Pero la reputación sigue siendo muy valiosa, y por eso debemos seguir contando con su influencia en nuestros actos. La clave pasa por "saber movilizar las emociones"

Este significa, por un lado, que debemos incorporar esos discursos inclusivos en la escuela, las leyes, la familia, como manera de que finalmente sean incorporados más eficazmente en nuestra conciencia. Con ello se conseguiría que los que sientan ese temor sean los aporófobos que se salgan de la norma.

Y por otro lado, Cortina apuesta por una conciencia moral más socrática, más autónoma, sin temor a perder la buena reputación ni al ostracismo social por enfrentarse a las normas cuando estas se consideran injustas. Son las llamadas obligaciones morales internas: son las que enarbolan los disidentes, los rebeldes, los santos, los desobedientes civiles, Jesús y Buda son buenos ejemplos de rompedores de morales imperantes. Todas ellas intentan "superar el egoísmo y llevan a preocuparse por los demás seres humanos o por la colectividad".

Se trata en definitiva en diferenciar conciencia con reputación, y no hacer a la primera esclava de la segunda.
"Sin esa obligación interna, las personas quedan a merced de la presión social, a expensas del juego de la reputación, en manos de las normas del grupo, que no siempre son las que proponen la inclusión frente a la exclusión, la acogida frente al rechazo. Quedan a merced del cálculo egoísta o del acomodaticio, que sin duda es preciso tener en cuenta para sobrevivir y para prosperar, pero para vivir una vida plenamente humana resultan insuficientes. Educar para la autonomía, educar para forjarse una conciencia que se teje a través del diálogo y la argumentación y por eso mismo no se deja embaucar por la fuerza de la presión social en los casos en que esa presión es arbitraria sigue siendo indispensable para que no se extinga la vida moral."
Tampoco podemos confiar únicamente en nuestra conciencia, eso nos llevaría a entregarnos a peligrosos iluminados que creen tener razón por encima de los demás. Por eso la clave está reside en entablar diálogos, al fin y al cabo, somos seres sociales mucho antes que seres comerciales."La capacidad de contratar no es la única forma de que los seres humanos tiene que vincularse entre sí, no vivimos sólo del intercambio, del dar y recibir". Esa ligazón de sentirnos parte de un colectivo es lo que nos hace ser humanos. Debemos dar la palabra a los más lejanos en el espacio y en el tiempo, y no negarles la existencia haciéndolos invisibles. Compasión y dignidad son claves para construir una sociedad mas dialogante con todos los afectados, y no solamente con los que pueden pagar impuestos.

CAPÍTULO 6: BIOMEJORA MORAL

Para hacer mejores ciudadanos siempre se ha usado la educación. Ya sea en la escuela o en la familia, en la iglesia o en el parlamento, las directrices morales se han implementado con relativo éxito pero no debemos perder de vista que son teledirigidas desde arriba. Las élites tienen intereses grupales y pueden excluir a estratos sociales marginados como los pobres. Si una sociedad es aporófoba creará leyes aporófobas y la educación de sus escuelas será del mismo tipo.

La biotecnología nos ofrece unos caminos de mejora que podrían esquivar ese sesgo. Si pudiéramos hacer ciudadanos más altos o más fuertes estaríamos empoderando a individuos sin riesgo de adoctrinar a nadie. Pero eso conlleva nuevas cuestiones como por ejemplo, la desventaja comparativa con aquellos que no reciben la mejora. O también, si debería aplicarse solo a los ciudadanos que lo soliciten, o a los que lo necesiten, o a todos.

Pero las mejoras que se buscan son de tipo moral, algo que todavía está más cerca de la ciencia ficción, pero que de ser posible no implicarían en principio efectos colaterales a terceros. Estamos hablando, por ejemplo, del racismo y la violencia. Si pudiéramos evitar que alguien fuera racista o violento, no estaríamos perjudicando a nadie y sí estaríamos beneficiando al sujeto tratado. Es la posición de Thomas Douglas, filósofo de Oxford y transhumanista, en oposición a los bioconservadores que se muestran como filósofos anti-mejora por los temores a efectos colaterales no deseados.

De hecho, incluso algunas mejoras no morales, llevarían consigo cierta obligación moral de implementar mejoras morales. Los autores Savulescu y Persson, que cita Cortina, sostienen que si incrementamos "la mejora cognitiva mediante fármacos, implantes e intervenciones biológicas, incluidas genéticas, [...] unos pocos individuos, dotados de capacidad cognitiva superior al resto, pueden dañar a todos los demás, al tener más conocimientos que los que tenemos ahora." De ahí que paralelamente a una mejora cognitiva debería seguirse una mejora moral: sería algo así como dopar las capacidades morales para saber manejar una capacidad cognitiva ya dopada.

¿Por qué preguntarse si algo debería ser obligatorio si todavía no es posible? Bueno, es posible que el futuro llegue cuando menos te lo esperes, sin avisar, y deberíamos haber reflexionado sobre ello. Estamos en un era de avance tecnológico muy rápido, hace décadas nadie pensaba en tratamientos con células madre, y los comités de bioética y neuroética son cada vez más frecuentes y necesarios para afrontar nuevos retos.

Tanto el egoísmo como el altruismo han formado parte de la historia del homo sapiens, pero el horizonte moral sobre el que los humanos proyectaban sus acciones solo llegaban a un pequeño grupo tribal. Ahora, el reto de una nueva ética de mejora es hacerla extensible a grupos mayores que los que configuran tus vecinos, o tu raza, o tus compatriotas. Es cierto que alguien puede decir que eso ya se consiguió en 1948, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero como hemos visto antes hay una fuerte tendencia en relajarnos con cierta "debilidad moral" que no permite obviar los espacios huecos que quedan entre la teoría y la práctica.

Para intentar reducir el escalón entre la teoría y la práctica no solo debemos ampliar el horizonte de los sujetos, también debemos abandonar la creencia de que solamente buscamos maximizar el beneficio. No somos, o mejor dicho, no solo somos homo oeconomicus, también somos homo reciprocans, capaces reciprocar:

"[...] capaz de cooperar, y que además se mueve también por instintos y emociones, y no sólo por el cálculo de la máxima utilidad.

Un ejemplo en el célebre juego del ultimátum, en el que los jugadores no tratan de maximizar su ganancia, sino de conseguir lo máximo posible, teniendo en cuenta que el respondente tiene  un sentido de la justicia y no va a permitir humillaciones. Curiosamente, quienes sí parecen tener una racionalidad maximizadora son los chimpancés, [...]"
Ampliar ese horizonte, muchos podrían pensar, requeriría una evolución de nuestro cableado emocional en el cerebro, cosa que no ha ocurrido porque seguimos siendo los mismos, a nivel biológico y genético, que nuestros antepasados de hace cuarenta mil años. Es decir, nuestro cerebro es el mismo que cuando nuestro horizonte moral se limitaba a pequeños grupos, y sin embargo, nuestra racionalidad nos ha llevado a tener un horizonte mucho mayor. En otras palabra, no estamos biológicamente preparados para ser tan morales como queremos ser.

"¿Qué  hacer para cambiar la motivación moral de los ciudadanos, de forma que se preocupen también por los lejanos en espacio y tiempo?" Pues no solo usar los caminos clásicos de la educación, sino también la biomedicina.

"La biomedicina nos ha dotado de unos medios nuevos porque sabemos que nuestras disposiciones morales tienen una base biológica, que son las emociones, y que están estrechamente ligadas a la motivación." [...] Y resulta que para que el juego del "toma y daca" funcione bien es necesario que en él se movilicen adecuadamente un conjunto de emociones, [...] La educación, la argumentación y el razonamiento son muy importantes, pero es imprescindible modificar también las emociones, que son las que están ligadas a la motivación. Nuestras disposiciones morales están basadas en nuestra biología y, por tanto, no son producto cultural, como sí lo son la comprensión de una lengua o de las leyes."
Las emociones que deberían reforzarse por cualquier medio legítimo. Hablamos de la gratitud, el enfado cuando se daña a otro o la capacidad de perdonar. Cortina mete en el mismo cajón a otras  emociones que parecen contradictorias, como por ejemplo el deseo de represalia para evitar futuras agresiones, el desprecio, el orgullo o el sentimiento de culpa. Supongo que por cuestiones de espacio no profundiza en esas posibles contradicciones, probablemente arrastradas de los autores que ella maneja.

Pero ¿no nos recuerdan estos programas de mejora al Mundo Feliz de Aldous Huxley? No parece que resultaran admisibles en nuestras sociedades donde los derechos individuales tienen una fuerte implantación. Todo esto, bien intencionado, podría volverse en contra de la población si fuese debidamente manipulado por unos políticos desalmados que nos llevarían a una distopía como la de Huxley.

La clave para cortina está en el medio y largo plazo. Largo plazo para debatir y reflexionar lo que ahora es tecnociencia ficción pero que pronto podría ser una realidad. Y medio plazo para "formar la conciencia personal y social, a través de la educación formal e informal y de la construcción de las instituciones adecuadas.

CAPÍTULO 7: ERRADICAR LA POBREZA, REDUCIR LA DESIGUALDAD

Según lo anterior, parece que estamos biológicamente predispuestos a ser aporófobos. Para contrarrestar esa predisposición, además de la educación podemos crear instituciones y organizaciones cuya función sea unas estructuras económicas más justas. Independientemente de que consigan sus objetivos o no (la ONU se planteó acabar con el hambre para 2015, y en 2015 lo volvió a plantear para 2030), el mero hecho de plantearlo conlleva cierta función educativa y supone un avance en cómo se entiende la pobreza históricamente, como veremos a continuación.

Erradicar la pobreza no puede dejarse en manos de la caridad, y por eso se creó el Banco Mundial que desde 1990 tiene por lema "nuestro sueño es un mundo sin pobreza". Algo que compartiría Adam Smith, muchas veces mencionado como el padre de la economía moderna y del capitalismo, pero del que se olvida a menudo que le preocupaba la pobreza y escribió antes sobre moral que sobre economía.

Independientemente de los parámetros con los que definamos la pobreza extrema (1,25$/día o incapacidad satisfacer necesidades básicas), no siempre estuvo claro que fuera una obligación moral intentar erradicarla. ¿Es posible conseguirlo? Porque si no lo es, ¿para qué intentarlo? ¿O a lo mejor es deseable evitar las riquezas porque nos distraen de la profunda reflexión del espíritu, como sugería Séneca?

Uno tiende a pensar que esas reflexiones solo pueden venir de quien vive en una sociedad opulenta, pero recordemos que las sociedades de los clásicos eran más  pobres que las nuestras.
"En efecto, hasta hace un par de siglos la situación general de la humanidad era la pobreza. La generación de riqueza indefinida es un fenómeno reciente, que se produce gracias a la combinación de factores como las nuevas tecnología industriales, la energía del carbón, las fuerzas del mercado [...] en los últimos ciento ochenta años la actividad económica total del planeta se ha multiplicado por cuarenta y nueve, con lo cual hay recursos suficientes para erradicar el hambre."
La lucha contra la pobreza, si no se hace correctamente, puede ser un arma de doble filo. Siguiendo la metáfora del proverbio chino, corremos el peligro de hacer a los pobres dependientes si siempre le damos un pez en vez de enseñarlos a pescar. Lo primero sería una política de protección a la persona, y lo segundo de promoción. Con el tiempo, se entendió que combatir la pobreza no solamente debía hacerse para proteger o promocionar a los individuos, sino que también favorecía a la sociedad en su conjunto.

Los  monoteísmos -judaísmo, cristianismo, islam- fueron pioneros en combatir la pobreza, y no solamente desde la limosna como a menudo se supone, "se puede y se debe denominar con toda propiedad «justicia» a esta indignación religiosa por la pobreza según Adela Cortina. Pero, en todo caso, se hacía desde un sentimiento individual o grupal, nunca a nivel de política pública. El paso de elevar esa indignación hasta hacerla recaer sobre las espaldas del estado vendría posteriormente con el estado de derecho.

La autora propone algunas medidas. Pero todas pivotan alrededor de los conceptos de dignidad y compasión, que son el verdadero corazón sobre el que toda teoría de la pobreza debería gravitar. Así, las medidas serían: reducir las desigualdades, incorporar los ideales universales a la economía y hacer que las empresas compartan ideales que casan bien con la consolidación de objetivos a largo plazo (Responsabilidad Social Empresarial, modelos empresariales éticos que valoran el hecho de que los trabajadores sean parte de un contrato y que el cumplir con su trabajo forman parte de esa familia empresarial...)

CAPÍTULO 8: HOSPITALIDAD COSMOPOLITA

En el capítulo final Cortina trata el urgente y desesperante tema de los refugiados. El libro fue publicado en 2017 cuando la situación de los refugiados de Siria vino a sumarse al preocupante incremento de los refugiados en el mundo.

La hospitalidad está en los orígenes de nuestras sociedades. Tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento, el extranjero es sagrado. Inmanuel Kant, padre del cosmopolitismo y la Ilustración, es a quien se toma como referencia para sustentar el derecho de asilo e inmigración. Pero Kant no asistió a la ola de refugiados de nuestros tiempos. Su mundo ideal era el de un gobierno mundial cosmopolita y para lograr esa aspiración consideraba oportuno establecer límites a esas relaciones entre estados. 

Nosotros, con los anteojos de nuestro tiempo, tendemos a identificar esos límites con imposiciones y condicionamientos a los inmigrantes y refugiados, pero ellos no eran los actores del siglo XVIII. Cuando Kant hablaba de hospitalidad cosmopolita se refería las naciones y para limitar el abuso de esa hospitalidad (la de unas naciones con otroas, y no la de unos inmigrantes frente al estado receptor) escribió sobre el derecho de visita y el derecho de huésped. Su intención no era otra que impedir que las naciones ricas practicaron el imperialismo más rapaz con las naciones más pobres y por eso dijo que la hospitalidad cosmopolita incluía un derecho de visita, pero no un derecho de huésped.

El derecho de visita deriva de que todos somos dueños del planeta, y al ser éste esférico y limitado, llegará un momento en que tengamos que hacernos visitas unos a otros con, por ejemplo, intenciones comerciales. La construcción de un mundo cosmopolita debe propiciar el comercio y no impedirlo. No podemos tratar con hostilidad a quien nos toca la puerta bienintencionadamente y con el probable resultado de un beneficio mutuo. Y solo podríamos rechazarlo si ello no provocase su ruina. Se refería a la ruina de un imperio. Si aplicasemos hoy en día este derecho al individuo, en todo caso podríamos decir que el visitante sería el turista. En cualquier caso, conllevaría un límite temporal.

Pero el breve derecho de visita es insuficiente para atender las demandas de tantos inmigrantes y refugiados que llegan a nuestras costas. Ellos desean residir por más tiempo que lo que tardan las operaciones de salvamento en el mar. Reclaman ser huéspedes y no meros turistas o visitantes en tránsito, reclaman un suelo que pisar porque ya no tienen ninguno.

El problema es que todo huésped paga una renta. O por decirlo de otro modo, requiere de una relación mercantil que le permita residir más tiempo que una mera visita. Pero ese lenguaje contractual de Kant puede llevar a confusiones en nuestros días. Ese contrato no se configuraba como una condición de entrada, como lo es en nuestros días para muchos inmigrantes, sino como una garantía para evitar los abusos del imperialismo. En los tiempos de Kant los que viajaban no eran inmigrantes que huían de la miseria, sino las naciones ricas que podían saquear a las  pobres. De ahí la exigencia de un marco jurídico para limitar el poder omnívoro de el imperialismo. 

La conclusión para la filósofa Adela Cortina es que existe una exigencia incondicionada de acoger al necesitado de ayuda:
"La ley de la hospitalidad, incondicionada e infinita, trasciende los pactos y contratos, y exige abrir el hogar político a quien lo precise. Las exigencias éticas preceden a las obligaciones y los derechos jurídicos."
Consciente de que la ética puede quedarse como un brindis al sol, recomienda que se regularice políticamente con políticas de acogida junto con la UE y que se busque construir la paz en los lugares de origen de los refugiados. 

 Entrevista a Adela Cortina durante el COVID-19

"EL EFECTO LUCIFER: EL PORQUÉ DE LA MALDAD" de Philip Zimbardo (2007)

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¿Te conoces lo suficiente como para saber hasta dónde puedes llegar? Cuando las cosas se ponen feas, ¿hasta qué punto crees que tomas tus propias decisiones libre de influencias externas? Hace muchos años, Philip Zimbardo quiso dar respuesta a estas preguntas recreando las condiciones de un entorno penitenciario con jóvenes universitarios. Él sostenía que determinados contextos y roles sociales serían capaces de hacernos cambiar drásticamente.

El resultado fue impresionante, superando todas las expectativas incluso para el mismo autor, que se vio implicado e incapaz de pararlo cuando ya se estaba saliendo de madre. Los guardias interiorizaron sus papeles expresando un sadismo innecesario. El experimento de la prisión de Stanford (en adelante EPS), fue un hito en la historia de la psicología social. 
 

Este libro es un ajuste de cuentas, propio y ajeno, décadas después del experimento, cuando el autor pudo madurar y distanciarse de su propia experiencia y la repercusión que tuvo su experimento. Y aunque dicho experimento sea el hilo conductor del libro, lo cierto es que se trata de una investigación más ambiciosa que hace acopio de otras muchas investigaciones previas y posteriores que vienen a postular las bases de la psicología social, a saber, que prácticamente todo el mundo sería capaz de hacer una salvajada si estuviera bajo unas situaciones determinadas.

Una década antes del EPS (1971), tuvo lugar el experimento de Milgram (1961), que es también bastante conocido incluso fuera del área de la psicología. Veremos más adelante el experimento de Milgram, pero a modo de introducción podemos avanzar que las conclusiones son las mismas que las de EPS: si estuviéramos en unas situaciones propicias, incluso tú, lector, que te consideras una persona con criterio propio y una moral a prueba de bomba, terminarías aplicando una descarga mortal a otra persona que está sollozando para que dejes de presionar el botón. Esa es la tesis de este libro: no te fíes de la buena imagen que tienes de ti mismo porque solo eres otro humano más, exactamente igual que otros tantos que terminaron haciendo lo que nunca pensaron que serían capaces de hacer. Si nos dan la oportunidad y nos hallamos bajo las presiones adecuadas, muchas personas haríamos cosas que ahora negaríamos hacer.

Ambos experimentos son representativos de una época en la que se buscaba encontrar una explicación a la barbarie nazi. Ambos tienen hipótesis y conclusiones parecidas,  incluso dudas metodológicas y éticas que ahora los hacen difícilmente repetibles. 

En cualquier caso, su virtud es que sirven para abrir el debate sobre determinadas verdades poco cuestionadas porque nos resultan reconfortantes. A saber, que las personas malvadas son monstruos y que el resto estamos a salvo de terminar algún día actuando como ellos. La psicología social trata de darle la vuelta a la tortilla y postula que el peso psicológico de la situación sería capaz de hacernos hacer lo que tanto repudiamos.

LA PSICOLOGÍA DEL MAL: TRANSFORMACIÓN DEL CARÁCTER POR LA SITUACIÓN


Venimos de una cultura que sintetiza el bien y el mal en dioses y demonios. Es un marco moral que nos da seguridad en nosotros mismos. El malvado siempre es el otro. Tenemos unos "prejuicios egocéntricos" que a modo de escudo nos evita la incómoda pregunta de si nosotros podríamos ser capaces de hacer algo malvado. Lo que Zimbardo nos pide como lectores es precisamente eso

"El efecto Lucifer es mi intento de entender los procesos de transformación que actúan cuando unas personas buenas o normales hacen algo malvado o vil. [...] Cuando nos enfrentamos a una conducta inusual, a algún suceso inesperado, a alguna anomalía que no tiene sentido, ¿qué hacemos para intentar entenderla? El método tradicional ha consistido en identificar las cualidades personales que han dado origen a la acción: la estructura genética, los rasgos de la personalidad, el carácter, el libre albedrío y otras predisposiciones de la persona. [...] Los psicólogos sociales (como yo mismo) nos inclinamos a evitar el criterio disposicional cuando intentamos entender las causas de una conducta inusual. [...] Los psicólogos sociales nos preguntamos en qué medida los actos de una persona se pueden deber a factores externos a ella, a variables situacionales y a procesos propios de un entorno o un marco dado."

El lenguaje técnico que se usa confronta los factores disposicionales (la disposición interna que tiene un individuo) con los situacionales (los que afectan al individuo según la situación). Zimbardo no niega los primeros, pero considera que los segundos merecen más atención de la que han despertado normalmente. Y ello no implica ninguna disculpa de responsabilidad. Explicar el peso que los factores externos al individuo puedan tener en su conducta no significa que no sea responsable de sus actos. Pero necesitamos estudiar y explicar cómo nos afectan esos factores situacionales para saber como defendernos ante ellos. Zimbardo lo compara con las políticas de salud pública, que son tan necesarias como la medicina clínica.

A veces ese juicio sobre la capacidad corruptora de la sociedad se denomina "manzanas podridas". Pero Zimbardo va un poco más lejos. Lo sencillo sería decir que unas pocas manzanas pudrieron a otras, y limitar el mal a un conjunto de individuos. Pero, ¿y si es el cesto el causante de que esas manzanas se pudran?  Las políticas que diseñan un cesto con tan mala suerte que las manzanas que en él se depositan terminan pudriéndose deberían ser revisados. Y a veces el cesto se diseña con una intención clara de pudrir al individuo.

Estaríamos hablando de las violaciones de Nanking, los maltratos en la prisión de Abu Ghraib, el holocausto nazi y tantos otros tristes ejemplos que merecen ser estudiados para explicar cómo pudieron suceder y evitar su repetición. Uno de ellos es el genocidio de Ruanda: pechos cortados, violaciones en masa de mujeres que luego son quemadas vivas, hijos obligados a violar a sus madres, vecinos que se asesinan a machetazos a pesar de que se llevaran bien entre ellos, etc...

La deshumanización de las víctimas usando la propaganda conscientemente diseñada por quien ya sueña con las matanzas es una fase preparatoria. Los insultos de "cucarachas" que merecen ser exterminadas se prodigaron por los discursos políticos que penetraban las mentes de los asesinos. Los hutus confesaban que a pesar de saber que los tutsis no eran culpables, los descuartizaban con entusiasmo simplemente porque así se les decía que lo hicieran y porque todo el mundo hacía lo mismo.

Pero, ¿hasta qué punto se puede uno creer que el efecto imitación, la conformidad de grupo, el miedo a desobedecer o ser considerado un traidor, la ideología o la cultura, y tantos otros factores son capaces de convertir a ángeles en demonios? Zimbardo apuesta a que es posible que nuestra moral funcione como las marchas de un coche: si por alguna razón el coche se queda en punto muerto podría fácilmente caer cuesta abajo por cualquier pendiente en la que esté estacionado. Los abogados de los asesinos presentaban argumentos que nos cuesta aceptar y que escondemos bajo la alfombra de algún recóndito lugar de nuestro cerebro: "Me podría pasar a mí, le podría pasar a mi hija. Te podría pasar a ti".

¿De verdad? Esta hipótesis es la que, recordemos, Zimbardo quiere que nos planteemos mientras leemos su libro; por muy inverosímil que nos parezca y a pesar de la repulsión que nos produzca ponernos en los zapatos de los descuartizadores y violadores. Si, además de condenar la maldad, queremos entender realmente los factores que la propician, entonces no parece una propuesta tan descabellada.

"El EPS nos dice que abandonemos la noción simplista de un «yo bueno» capaz de dominar las «situaciones malas». La mejor manera de evitar, impedir, cuestionar y cambiar esas fuerzas situacionales negativas es reconocer su poder para «infectarnos» como han infectado a muchos otros que se han hallado en situaciones similares. [...] En un entorno situacional adecuado, cualquiera de nosotros puede acabar repitiendo cualquier acto que haya cometido antes cualquier otro ser humano, por muy horrible que pueda ser. Este conocimiento no excusa de ningún modo la maldad; mas bien la democratiza y distribuye su culpa entre personas  comunes y corrientes, en lugar de centrarla en los malvados y los déspotas, en los Otros en lugar de Nosotros."

El problema del planteamiento situacional es que los hechos demuestran que muchos actúan con un entusiasmo y convencimiento que no se ajusta al arquetipo del que termina haciendo algo que no quiere. Esta es la crítica de Daniel Jonah Goldhagen que analiza los casos de genocidios y masacres.

Pero no adelantemos conclusiones.

DOS COCHES ABANDONADOS: UNO LO DESTROZAN Y AL OTRO NI LO TOCAN

Zimbardo nos cuenta en el segundo capítulo como se produjeron las detenciones de tres participantes en el experimento, con la colaboración de la policía que fue a sus casas a detenerlos para dar credibilidad al experimento desde un principio. También aprovecha para contarnos como eran sus vidas y sus personalidades antes de las detenciones. Así, nos va dando los perfiles básicos de algunos de los protagonistas de esta aventura.

Pero lo más interesante del segundo capítulo es que nos cuenta otro experimento anterior al de la cárcel, concretamente dos años antes, en 1969, Zimbardo dejó dos coches abandonados en la calle, sin matrículas y con las puertas abiertas. El primer lo aparcó el Bronx, donde la criminalidad era alta. En el segundo caso en Palo Alto, donde la comunidad universitaria y la riqueza de sus vecinos lo hacían uno de los barrios más seguros del país. El resultado es que el primero fue desvalijado y desmontado a los pocos minutos mientras que el segundo permaneció sin daños durante muchos días. Incluso cuando estaba lloviendo alguien cerró su capó para que no se mojara. Esta diferencia podría ser debida a las diferentes clases sociales, pero Zimbardo no se conformó con esta explicación, y rompió un cristal del coche de Palo Alto para comprobar si ese hecho marcaría la diferencia. Y efectivamente así fue, los resultados fueron finalmente los mismos, reproduciéndose los actos vandálicos en un lugar donde se supone que eso no debería pasar.


Según Zimbardo, todo se se debe a factores ligados al anonimato ("que nos hacen pensar que los demás no nos conocen o no les importamos"). Si a nadie le importa, si nadie es sancionado, si nadie vigila, si todo el mundo lo hace... ¿Por qué no voy a hacerlo yo? Es como esa pendiente por la que la moral puede deslizarse como un coche en punto muerto. Un pequeño detalle lleva a otro mayor, y así el coche, el edificio, la persona termina haciendo algo que normalmente no haría.

 

Esta es precisamente la famosa teoría de las ventanas rotas que se ha usado en política criminal para luchar contra el vandalismo. Según esta teoría, si dejas una ventana rota en un edificio abandonado no tardarán en meterse en él para hacer hogueras y terminar de destrozarlo. Y al contrario, si cuidas los detalles y mantienes una apariencia de orden y no dejas pasar delitos menores, evitarás que se cometan delitos mayores. El problema con la teoría de las ventanas rotas es que solamente se basa en ese experimento. Es decir, nunca hubo un experimento con dos edificios, solo existió el de los dos coches.

Y por si no fuera poco, existe cierta controversia que los autores de la teoría de las ventanas rotas nunca aclararon: para que la gente se animase a destrozar el coche de Palo Alto fue necesario que los investigadores de Zimbardo se subieran al coche iniciando los destrozos. Ese pequeño detalle, sacado a la luz por Bench Ansfield, podría cambiar por completo las conclusiones de la teoría de la ventanas rotas, y en mi opinión, incluso el mismísimo experimento de Zimbardo.

LOS DIFERENTES PERFILES DE LOS CARCELEROS Y LOS RECLUSOS

 Se describe pormenorizadamente cómo discurrió el experimento: los encontronazos de los reclusos con sus carceleros, la asignación de número a los reclusos para desindividualizarlos, las instrucciones que Zimbardo les da a los carceleros, la rutina de los recuentos que tan solo parecen tener la intención de molestar a los reclusos, etc...

Son muchas las situaciones que se describen y no tendría mucho sentido comentar unas y no otras. Para obtener una visión de conjunto de lo que significaba formar parte del experimento hay que leerlas todas: algunos prisioneros fueron más rebeldes que otros, algunos carceleros fueron más crueles que otros, algunas situaciones pusieron de manifiesto la conformidad incluso de los familiares mientras que otras rebelaron la excesiva implicación de los diseñadores del experimento.

DIFERENCIAR LA REALIDAD DE LA FICCIÓN

Las reflexiones que más interesantes me parecen son las que tienen que ver con la dificultad para diferencias la realidad de la ficción. Las diferencias entre una cárcel de verdad y otra de mentira eran conocidas por todos los participantes. Los carceleros sabían que no les podían pegar a los prisioneros. Eso fue un límite que no se traspasó, salvo si tenemos en cuenta algunos empujones. Se podría decir, especialmente de los reclusos, que se metieron en su papel de tal manera que se desdibujaron los limites entre realidad y experimento: llegado el caso de un gran sufrimiento o ansiedad hubiese sido muy fácil salir del experimento con tan solo solicitarlo, pero no lo hicieron. Ni siquiera cuando se les dio les ofreció expresamente la renuncia al dinero, para poder salir, invocando de alguna manera la realidad de que estaban siendo partícipes de un experimento voluntario, fueron capaces de sustraerse a la fuerza de la ficción.

Quizás la explicación sea un malentendido que nació de una conversación que tuvieron con Doug Karlson, el recluso rebelde y ácrata que ya entró desde un principio situándose en contra del sistema carcelario. A Karlson, con el número asignado 8612, no paraban de encerrarlo en la celda de aislamiento y los guardias le hacían la vida imposible. Llegado el momento, solicita ver a los superiores y pide irse. Casi a punto de liberarlo, y con la intención de que no cunda el ejemplo entre el resto de los reclusos echando a perder el éxito del experimento, le ofrecen ser confidente a cambio de que un mejor trato. Desconcertado por el ofrecimiento no dice ni que sí ni que no. Quizás avergonzado por el mero hecho de que se lo propusieran y tener que soportar las sospechas de sus compañeros al haber sido tentado, 8612, cuenta al resto que ha intentado salir y no le han dejado. Ni los carceleros ni Zimbardo lo desmienten. Eso mina la moral de los reclusos, y desde ese momento la tensión crece, intentando estos colapsar el sistema de alguna manera, y los carceleros empleándose a fondo para que los otros aprendan a ser unos buenos prisioneros.

Para mayor retorcimiento de la realidad, a las visitas que recibían nunca les dijeron que habían perdido esa capacidad de abandonar la prisión por voluntad propia. Los reclusos asumían que esa era la nueva circunstancia, y los familiares creían que sus hijos reclusos estaban comprometidos con su parte dentro de la ficción. El colmo viene cuando los reclusos solicitaron asistencia religiosa y jurídica a los familiares, y los organizadores aceptaron que un cura y un abogado se entrevistasen con ellos. Ambos personajes se movieron con la misma embriaguez onírica por la prisión ficticia, actuando en parte con criterios y expectativas reales y por otra sabiendo que todo era un experimento donde los sujetos estaban por propia voluntad.

Toda esta ensoñación hace que el experimento no sea repetible porque en mi opinión fue fruto del azar, de esa discusión en concreto que generó el malentendido perfecto para que la linea entre la realidad y la fantasía se desdibujase permitiendo que el experimento llegase tan lejos.

8612 no tardaría en tocar fondo y finalmente sería puesto en libertad tras amenazar con cortarse las venas, matar a un guardia y pedir a chillidos que llamasen a su madre. Él mismo describiría su explosión como una mezcla de realidad y ficción difícil de separar: "No sabía bien si la experiencia de la prisión me había desquiciado o si yo mismo me había inducido esas reacciones [adrede]".

Al poco de marcharse 8612, oyeron a otros reclusos que comentaron las intenciones de 8612 de volver con amigos suyos desde el exterior para invadir la falsa prisión y liberar al resto de reclusos. Así que ahí tenemos a un reputado profesor de psicología, tratando con la policía como un paranoico director de prisiones que teme una rebelión. Zimbardo incluso llegó a camuflar la angustia que estaban teniendo los reclusos cuando los visitaban sus familiares, y él lo racionalizaba en su rol de director, como hacen todas las instituciones cada vez que se ven cuestionadas. El profesor empático y servicial que se desvivía por sus alumnos en clase se había convertido en sujeto de su propio experimento. No podía parar, hacía todo lo posible por desempeñar sus papel y lejos de poner coto a los excesos de los carceleros los contemplaba frotándose las manos con todos los datos que iba a sacar de todo eso.

El preso 416, un flacucho que entró en sustitución del que se había marchado, terminó desempeñando el papel de defensor de principios al estilo Ghandi. No solo no se alteraba y planteaba una huelga de hambre que desconcertaba a todo el mundo, sino que también usaba argumentos muy obvios pero olvidados por todos:

"Y entonces 416 rompe el espejismo y recuerda a todos los que le pueden oír que los carceleros están violando el contrato que firmó en su día para participar en este experimento. (me quedo atónito al ver que nadie reacciona al oír estas palabras. Están totalmente atrapados en su prisión ilusoria.)"

Cuando la junta de libertad condicional, (falsa por supuesto, como todo lo demás, pero que se crea para seguir experimentando el ambiente verosímil de la prisión) habla con 416 le pregunta si desearía obtener la libertad condicional a cambio de perder todo el dinero que pueda obtener de su estancia en la prisión, éste les contesta que claro que sí, que su tiempo no vale tan poco como para pasar un minuto más allí dentro. Sin embargo, Zimbardo nos cuenta que una vez más se impone la ficción a la realidad y cuando le dicen a 416 que se levante y se vaya, reacciona como un preso de verdad que sabe que le toca volver a se celda, en vez de como un estudiante que ya se ha hartado de un experimento voluntario:

"«Llévenselo de aquí.» Y entonces, 416 hace exactamente lo mismo que ayer hicieron los demás: como un autómata, y sin que nadie le diga nada, se pone de pie y extiende los brazos para que le pongan las esposas en las muñecas y la bolsa en la cabeza antes de que lo saquen de la sala.
Curiosamente, no exige que la junta ponga fin ahora mismo a su participación en el estudio. Si no quiere cobrar, ¿por qué no dice simplemente: «¡Dejo el experimento. que me traigan mi ropa y mis cosas, y adiós muy buenas!»?

Tuvo que ser la novia de Zimbardo la que le despertase de ese letargo y le empujase a dar por terminado el experimento. En una visita rutinaria de Christina Maslach pudo ver el ambiente que había creado su prometido (posteriormente se casarían) y le avergonzó por haber permitido que se cruzasen todos los límites éticos de un experimento científico.


La euforia cundió por el sótano de la Universidad de Stanford cuando se comunicó oficialmente que el experimento había terminado. Los reclusos estaban claramente más entusiasmados con la idea de que se hubiese terminado, pero de alguna manera, también con la idea de haber resistido. Por el contrario, los carceleros no se mostraron tan entusiastas.

MIRANDO HACIA ATRÁS

Era el momento de echar una mirada retrospectiva, una vez calmadas las aguas, y que cada uno explicase como vivió aquella experiencia. Los frutos del experimento se seguían recogiendo una vez acabado el mismo. Muchos carceleros pidieron disculpas por haberse sobrepasado en una reunión conjunta que tuvo lugar semanas después. Otros no lo hicieron y justificaron sus actuaciones como mera obediencia a las normas, sin ninguna autocrítica.

"creo que empecé a abusar de mi autoridad como consecuencia de mi total libertad para mandar sobre ellos."

"sin darme cuenta, me encontré dándole órdenes a mi madre en casa"

"También era consciente de que, aunque me había portado bien con los reclusos, me había traicionado a mí mismo. Permití que toda aquella crueldad  sucediera sin hacer nada salvo sentirme culpable y ser un buen tío. Francamente, no pensaba que pudiera hacer nada. Pero es que ni siquiera la intenté. Hacía lo que hacía la mayoría. Me quedaba sentado en nuestro cuarto intentando olvidarme de los reclusos."

"Los veía como borregos y su situación no me importaba en lo más mínimo."

"A veces estaba a punto de olvidar que los presos eran personas, pero siempre pude refrenarme a tiempo. Los veía como simples «reclusos» y perdía de vista su humanidad."

"Me sentía como un verdadero carcelero, y la verdad es que me había creído incapaz de llegar a sentir algo así. Me quedé sorprendido -mejor dicho, consternado- al ver que era capaz de ser tan... bueno, que era capaz de actuar de una forma que antes ni se me habría pasado por la cabeza. Además, actuaba sin sentir culpa ni remordimiento. Después, al reflexionar sobre lo que había hecho, me di cuenta de que esto  surgía de una parte de mí mismo en la que nunca había reparado."

 Zimbardo aprovechó los vínculos que había creado para mantener el contacto con muchos de ellos, y conforme el experimento se hacía famoso en la cultura popular y sacaban reportajes en la TV, Zimbardo avisaba a sus antiguos sujetos para que intervinieran o simplemente pudieran poner la TV a tiempo.


Una de esas entrevistas tuvo lugar en la NBC, y fue muy interesante ver cómo recluso y carcelero se sinceraban:

Hellmann: «Cuando te pones un uniforme y te dan un papel, quiero decir, un trabajo, y te dicen: “Tu trabajo es mantener a esas personas a raya”, es evidente que no eres la misma persona que si llevaras ropa de calle y tuvieras un papel diferente. Te acabas convirtiendo en esa persona en cuanto te pones el uniforme caqui y las gafas, agarras la porra y te metes en tu papel. Ése es tu disfraz y, cuando te lo pones, tienes que actuar en consecuencia».
Clay: «Eso duele, me hace daño, y lo digo en presente, eso me hace daño».
Hellmann: «¿Qué es lo que te hace daño? ¿Pensar que la gente pueda ser así?».
Clay: «Claro. Pude ver con mis ojos algo que nunca había visto. Había leído mucho sobre ello. Pero nunca lo había visto. Nunca había visto a nadie cambiar así. Y sé que eres un buen tío, ¿sabes? ¿Me entiendes?».
Hellmann (Sonríe y niega con la cabeza): «Eso no lo sabes».  
Clay: «Claro que lo sé; eres un buen tío. No tengo malos...».  
Hellmann: «Entonces, ¿por qué me odias?».
Clay: «Porque sé en qué te puedes convertir. Sé de qué eres capaz cuando te dices a ti mismo: “Bueno, tampoco voy a hacer daño a nadie”. “Total, es una situación controlada, y sólo serán dos semanas”».

Hellmann: «Pues imagina que estás tú en esa posición, ¿qué harías?».

Clay (pronunciando cada palabra lentamente y con mucha claridad): «No lo sé. No puedo decirte que sé lo que haría».
Hellmann: «Pues harías...».
Clay (interrumpiendo a Hellmann): «Ni hablar, no creo que pudiera tener tanta inventiva como tú. No creo que le pudiera echar tanta imaginación. ¿Entiendes?».  
Hellmann: «Sí, pero...».  
Clay (interrumpiéndole otra vez y pareciendo disfrutar de su nueva sensación de poder): «¡Creo que sólo habría sido un carcelero, no creo que lo llevara hasta ese nivel de obra maestra!».  
Hellmann: «La verdad es que no veo que hiciera tanto daño. Degradante sí que era, pero eso formaba parte de mi pequeño experimento particular para ver cómo...».

Clay (con incredulidad): «¿Tu pequeño experimento particular? ¿Por qué no me explicas eso?».  
Hellmann: «Pues nada, que hacía unos experimentos por mi cuenta».
Clay: «Cuenta un poco más, que siento curiosidad».
Hellmann: «Pues mira, quería ver cuánto maltrato verbal podía aguantar la gente antes de empezar a protestar, antes de empezar a plantar cara. Y me sorprendió que nadie me dijera “basta”. Nadie me dijo: “Oye, para ya de decirme todo eso, que te estás pasando de rosca”. Nadie dijo nada y todo el mundo aceptaba lo que decía. Les decía: “Ve y dile a aquél que es una mierda pinchada en un palo”, y lo hacían sin rechistar. Hacían flexiones sin rechistar, se quedaban en el hoyo, se insultaban unos a otros, y eso que, en principio, tendrían que estar muy unidos; pues no: ahí los tenías a todos insultándose porque yo se lo había dicho y sin que nadie pusiera en duda mi autoridad. Y la verdad es que me sorprendió mucho [tiene los ojos llorosos]. ¿Por qué nadie dijo nada cuando empecé a maltratar a la gente? Cada vez me pasaba más, pero nadie decía nada. ¿Por qué?».

Los participantes se sometieron a varias escalas y test de personalidad para asegurarse de que no metían en el experimento a ningún desequilibrado. Todos, tanto carceleros como reclusos, estaban dentro de un rango normal de personalidad. Estas pruebas fueron capaces de prever algunas diferencias en la conductas, como por ejemplo el caso del buen carcelero John Landry obtuvo una puntuación alta en empatía. En cambio el más malo de los carceleros obtuvo la puntuación más baja en masculinidad de todos los participantes (no así el otro carcelero que también destacó por su crueldad que consiguió la puntuación más alta en la misma escala de entre todos los carceleros).

REPRESENTAR UN PAPEL

La inmersión en los roles
que se les habían asignado, tanto los reclusos en su papel bidimensional de sumisos o rebeldes, como la de los carceleros en su papel más unidimensional de crueles e impersonales, parecía que ocupaba la mente de los sujetos sin dejar espacio a nada más. Es decir, uno podría esperar que cuando llegaba el momento de descansar, los reclusos fuera de la vista de los carceleros se relajaran y evadieran hablando de política, de deportes, o simplemente haciendo amistades. Al fin y al cabo, era un estudio en el que participaban por mero interés económico. No era, o no debía ser tan importante para ellos.

Eso es justamente lo que se esperaría de un actor que interpreta un papel y cuando termina vuelve a casa sin necesidad de seguir actuando, pues ni le pagan por eso ni hay ningún público que le esté observando. Pero no fue eso lo que sucedió. El 90% de las conversaciones de los reclusos giraron en torno a su vida en la prisión ficticia, y ni siquiera entre los carceleros hubo ni una muestra de humor.

"Hay pruebas abundantes de que prácticamente todos los participantes reaccionaron en uno u otro momento de una forma que iba mucho más allá de lo que les exigía su papel y que penetraba profundamente en la estructura psicológica del encarcelamiento. Es probable que alguna reacción inicial de los carceleros estuviera influida por la orientación que les habíamos dado, cuando les expresamos a grandes rasgos la atmósfera que deseábamos crear para simular la realidad de una prisión. Pero fueran cuales fueran las exigencias generales que aquellas directrices pudieran haber planteado a los carceleros para que fueran unos «buenos actores», no deberían haber influido en ellos cuando estaban en la sala de oficiales o cuando creían que no les observábamos. Por los informes posteriores al experimento sabemos que algunos carceleros habían sido especialmente brutales cuando se quedaban a solas con los reclusos en las salidas al lavabo, donde les empujaban contra el urinario o contra la pared. Las conductas más sádicas que observamos tuvieron lugar al final del turno de tarde y al principio del de la noche, cuando, como supimos después, los carceleros creían que no les mirábamos ni grabábamos sus acciones, es decir, cuando creían que, en cierto sentido, el experimento se hallaba «en suspenso». "
Aunque una vez acabado todo, todos fueron evaluados y todos volvieron a su estabilidad psicológica, durante el tiempo del experimento la angustia, temblores, ansiedad, etc... se pusieron de manifiesto de una manera totalmente real.

"La experiencia de ser un recluso todo un día me había causado la angustia suficiente para no acercarme a la prisión el resto de la semana. Y cuando regresé para las entrevistas finales aún no lo había superado: no comía bien, sentía nauseas constantemente y no recuerdo haber estado nunca más nervioso. Aquella experiencia me afectó tanto que fui incapaz de hablar de ella con nadie, ni siquiera con mi mujer."
LAS RESPUESTAS DEL PODER Y EL PODER DE LAS RESPUESTAS

Sin embargo, en algunas ocasiones los roles son tan insidiosos o intensos que los actores terminan interiorizando su papel con tanta energía que no pueden escapar de su personaje. En esas circunstancias se terminan compartimentando las emociones y los juicios con la intención de poder seguir representando el rol sin destruirse así mismo. Nos sacudimos de encima nuestra responsabilidad"y se la atribuimos al rol diciéndonos que es ajeno a nuestra naturaleza habitual". Algunos nazis encontraron en esa distanciación de sí mismos una excusa moral cuando se sentaban en el banquillo de Nuremberg. No es que alegasen cumplir órdenes, (como argumento jurídico), que también, sino que al hacerlo era como si ellos fueran sustancialmente diferentes de sí mismos, como si fueran dos personas diferentes: el soldado obediente y el ciudadano con conciencia. Ellos creían que el que se debería sentar en el banquillo era solo el primero, y se debería dejar libre al segundo.

"[...]  esta compartimentación nos permite alojar mentalmente aspectos contradictorios de nuestras creencias y experiencias en cámaras separadas para evitar interferencias. De este modo, un buen esposo puede ser un adúltero libre de culpa; un sacerdote piadoso puede ser un pederasta; un agricultor bondadoso puede ser un despiadado esclavista."

Lo primero que hacían los nazis con los judíos que llegaban Auschwitz era tatuarles un número y afeitarles la cabeza. Aunque la función declarada de estas acciones fuera el mejor conteo o la desparasitación, estas medidas tenían una función psicológica más importante: despojarles de su individualidad. Esto también se hizo en nuestro experimento. Y también se dotó a los guardias de una parafernalia  igualadora y de anonimato, que diese a todo el asunto una apariencia de proceso industrial imparable, incuestionado: las gafas, los uniformes y las actitudes impasibles, etc...

Cuando el poder quiere facilitar que se sigan las órdenes excesivas, salvo que use una ideología compartida, recurren a estas tácticas de anonimato y desindividuación. A ello hay que sumarle la necesidad de aprobación o respaldo social que se canaliza a través de un sistema de normas imperativas que recompensa al cumplidor y condena al que las infringe al ostracismo y a ser rechazados por el grupo.

Y cuando esto no es suficiente, el individuo debe afrontar la disonancia cognitiva de hacer algo que está en contra de sus creencias. La persona intenta compatibilizar de alguna manera ese conflicto mental, y cuanto mayor es la diferencia entra una cosa y la otra, mayor es la disonancia que se genera. Algunos intentan cambiar sus creencias, y otros intentan cambiar la interpretación de sus acciones: 
"Y, cuando ya las han hecho, ofrecen «buenas» racionalizaciones de por qué han hecho lo que no pueden negar que han hecho. La gente tiene más capacidad para racionalizar que para ser racional".

A veces todas estas necesidades e inquietudes son aprovechadas por el poder, el sistema que hace de cesto en el que las manzanas se pudren. Otras veces funciona sin necesidad de ser dirigidos desde una cúpula política o militar, simplemente está todo interiorizado en la cultura. Y la interiorización puede llegar a ser tan poderosa que una respuesta concreta puede generar un estado de ánimo capaz de modificar la realidad, de tal forma que una sospecha se puede interiorizar tanto que se convierta en una profecía auto-cumplida.

"Por ejemplo, en un famoso experimento (realizado por el psicólogo Robert Rosenthal y por Lenore Jacobson, la directora de la escuela del estudio), cuando se hizo creer a unos enseñantes que ciertos niños de sus clases de primaria eran «superdotados latentes», esos niños acabaron destacando en los estudios aunque los investigadores los habían elegido al azar."
LAS EXCUSAS, EL ANÁLISIS Y LA ÉTICA 

La hipótesis de fondo que guarda el Experimento de la Prisión de Stanford es que todos tenemos un potencial de maldad o heroicidad latente que está esperando la situación propicia para activarse. ¿Significa eso que no hay culpables? No, pero a la hora de hablar de la culpabilidad es conveniente que se gradúe teniendo en cuenta cómo funciona del poder de las situaciones.
"Con todo, quisiera hacer una observación muy importante: entender «por qué» se ha hecho algo no justifica ese «algo». El análisis psicológico no equivale a una especie de «excusología». Las personas y los grupos que se comportan de una forma inmoral o ilegal siguen siendo responsables moralmente y legalmente de su complicidad y de sus delitos. Sin embargo, al determinar la severidad de su sentencia, se deberían tener en cuenta los factores situacionales y sistémicos que han causado su conducta."
¿Fue ético el experimento? Esta es una pregunta muy pertinente. No solo como científico moderno que revisa la legitimidad moral de sus investigaciones, sino también porque el EPS, junto el Experimento Milgram sobre la obediencia, son clásicos de la psicología social que han dado mucho que hablar precisamente porque llevaron a los sujetos a unos límites que hoy en día no se tolerarían.

Zimbardo es muy autocrítico con el papel ético que él mismo jugó dentro de su experimento. Pero, por lo general, salva la ética general del estudio pues aunque hubo gente que sintió verdadera aflicción y estrés, lo cierto es que una vez entrevistados, todos los participantes dejaron testimonios del legado positivo que supuso para sus vidas: desde el aprendizaje personal hasta la forja de vocaciones que terminaron en carreras universitarias de psicología.

Sin embargo, el fuerte de la ética para un experimento de este tipo es los efectos que pueda tener en la ciencia y la sociedad. En otras palabras, si sirvió para algo. Para Zimbardo sí mereció la pena porque sirvió para revisar, cuestionar y rediseñar el sistema penitenciario estadounidense. El EPS trascendió las fronteras de la psicología y se representó en la cultura popular, donde no es extraño que mucha gente haya oído hablar de él o haya visto películas que dramatizan los hechos acaecidos en aquel sótano universitario.

Pero como toda herramienta, puede usarse para el bien y para el mal. Y Zimbardo tiene el convencimiento de que su experimento fue usado en otros sótanos más sórdidos: los del Pentágono, en donde se diseñaron las políticas de torturas de la inteligencia norteamericana. Cuando Zimbardo, que en otros tiempos protestaba contra la guerra de Vietnam, leyó el siguiente informe de unos colegas suyos, terminó por aceptar algo tan desagradable como inevitable:

"La ventaja que tiene la administración de los Estados Unidos en relación con el estudio de Stanford es que tiene la posibilidad de decir que no sabe nada: no hay órdenes de torturar, aunque es indudable que la situación provocará torturas."

Quizás todo eso, junto con todas las críticas que recibió el EPS por su crueldad, fue lo que lo que empujó a Zimbardo a redimir su proyecto, ofreciendo una cuenta de resultados más positiva que negativa.

"Estas actividades que he llevado a cabo como consecuencia del EPS las he emprendido con la idea de que forman parte de una misión ética. Para equilibrar la ecuación de la ética relativa, sentía que era necesario compensar el dolor que sintieron los participantes en el EPS maximizando los beneficios de esta investigación para la ciencia y la sociedad."

¿Existió contaminación por parte de Zimbardo? En otras palabras, ¿se condicionó la conducta de los sujetos? En terminología académica se dice cuando existe esa contaminación existe una "característica de la demanda". La charla inicial de Zimbardo podría haber siso una característica de demanda. Es cierto que se les prohibió ejercer violencia física, pero como el propio Zimbardo reconoce fue mucho menos explícito con la violencia verbal y psicológica, dejando muchos huecos por donde se colaron grandes dosis de sadismo. Además, por mucho que Zimbardo descarte esa posibilidad, en su libro podemos ver leer como se le reprendía a uno de los guardias por ser demasiado flojo con los reclusos. Si es no es influir en la conducta entonces ¿qué lo es? 

El pseudónimo de Hellman que hemos visto antes, responde el verdadero nombre de Dave Eshelman, al que los reclusos llamaban John Wayne, por su pose de tipo duro como un Sheriff de Hollywood.. Eshelman nos cuenta en una entrevista mucho tiempo después que de alguna manera tenía en mente satisfacer lo que Zimbardo esperaba de él. 


Zimbardo descarta demasiado a la ligera esta opción y comenta con ironía que Eshelman podría estar viviendo algo parecido a los personajes de Roshomon, el clásico de Kurosawa donde cada uno cuenta una historia diferente habiendo visto lo mismo.


PODER, CONFORMIDAD Y OBEDIENCIA

El ser humano es un animal necesitado de relaciones sociales, y al igual que otros animales buscamos ser aceptados por nuestra comunidad de semejantes. Y nos aterra ser excluidos de la misma. Lo que nos diferencia de los animales es la crueldad refinada que somos capaces de ejercer sobre los demás para conseguir esos objetivos sociales, desde un niño que quiere presumir delante de su pandilla hasta un adulto que busca el reconocimiento de su profesionalidad o de su posición de poder.

Los psicólogos sociales han ideado experimentos muy sugestivos para poner a prueba estas tendencias y ansias que despiertan cuando la situación adecuada tiene lugar.

El pionero fue Solomon Ash con sus experimentos sobre la conformidad, la cualidad de adaptarnos al entorno. En unas imágenes de archivo de los años 60 se recrea el experimento más famoso, y quizás el más gracioso. Se trata del experimento del ascensor: un tipo se mete en el ascensor donde hay varias personas dando la espalda a la puerta, y el tipo, poco a poco, sin que nadie le diga nada, termina adoptando la misma posición. 

 


Ash también puso a prueba la conformidad de la gente haciendo preguntas que en teoría iban sobre percepción visual, como por ejemplo, si una linea es más larga que otras muchas representadas en un panel delante de muchas personas. Todas esas personas, excepto el sujeto del estudio, habían recibido instrucciones para emitir un juicio erróneo muy obvio sobre la longitud de una de las líneas. La prueba media la independencia o conformidad del verdadero sujeto al que se estudiaba. La mayoría de las veces los sujetos que eran realmente objeto del estudio terminaban afirmando que la línea más larga no lo era, y todo por la presión implícita de tener un grupo de personas que decía lo contrario. Se trata de que mucha gente no es capaz de mantener una posición en solitario, por muy evidente que le resulte, si hay otras muchas personas que opinan lo contrario, por muy incorrecto que sea. A esto se le llama conformidad.

"El 30% de los sujetos originales mostró conformidad en la mayoría de las pruebas. Algunos dijeron haberse dado cuenta de las diferencias entre lo que ellos veían y lo decían todos los demás, pero creyeron más oportuno decir que estaban de acuerdo con los otros. Sin embargo, hubo otros que resolvieron esta discrepancia ¡creyendo que el grupo tenía razón y que eran ellos los que se equivocaban!"

El estudio de Milgram sobre la obediencia a la autoridad es ya un clásico en la disciplina de la psicología social. Un investigador con bata blanca le dice al sujeto del experimento que aplique una descarga eléctrica a otra persona que se halla en otra habitación. Esa otra persona, actúa en complicidad con el supuesto investigador, y cada vez que responde erróneamente a una serie de preguntas, se le pide al sujeto que eleve cada vez más el voltaje. El castigado se equivoca una y otra vez, y chilla cada vez más, fingiendo sufrir e incluso suplicando que paren, a medida que el falso voltaje va subiendo con cada error. 

El inesperado resultado es que una mayoría del 65% los sujetos examinados llegaron a aplicar voltajes máximos, supuestamente mortales. El experimento de Milgram se ha repetido muchas veces alterando diferentes factores. Si se introduce a un gancho que se resiste, el verdadero sujeto también suele resistirse. Si hay más distancia física es más probable llegar a un voltaje mayor. Si el sujeto se intercambia el puesto con el investigador, no llega tan lejos, etc.

Aunque Zimbardo defiende que este experimento se ha repetido varias veces y de diferentes maneras y que está entre los más generalizables de las ciencias sociales, lo cierto es que en los últimos años ha recibido algunas críticas sustanciales.

CRÍTICAS A MILGRAM Y SU LEGADO

Leyendo para esta reseña supe que los resultados de Milgram han estado siendo cuestionados desde hace años cuando se abrieron los archivos de Yale. Y hay una autora en particular, Gina Perry, que nos dice que los verdaderos resultados de Milgram fueron escondidos por él mismo, y que ahora podemos ver que nos dicen justo lo contrario de lo que se publicitó en su momento y que muchos hemos creído durante décadas. Otras críticas mas benignas dicen que "No hubo un comportamiento burocrático de sometimiento a las normas, sino un verdadero entusiasmo por la ciencia": recordemos que a los sujetos se les decía que habían acudido a un experimento sobre el papel del castigo en el aprendizaje.

No estoy seguro si todo esto se debe a una de esas guerras internas que ahora arremeten contra la psicología social (dentro de la cual entrarían las recientes críticas que dicen que Zimbardo también escondió sus resultados) o si por el contrario debemos desconfiar del carácter científico del experimento de Milgram.

Sea como fuere, Milgram ha sido un ejemplo para otros científicos sociales que han avanzado en esa línea de investigación dejando claro que los contextos situacionales tienen un poder considerable. En los años 60 se idearon otros experimentos que pusieron a prueba el poder de la autoridad médica, cuando unas enfermeras desobedecen un protocolo ante una orden taxativa de un médico. En los años 80 se evaluó la obediencia administrativa a la autoridad cuando se debe aplicar una medida punitiva cuyas consecuencias no se observan directamente. En los 90 detuvieron a David Richard Stewart como autor de un delito de estafa consistente en hacerse pasar por policía en una llamada telefónica en la que le pedía a un encargado de Mcdonald's que retuviese y cachease a una empleada suya sospechosa de haber cometido un delito. Los cacheos derivaban en abusos sexuales con los que el estafador se excitaba.  

 


Un día después del asesinato de Martin Luther King, la profesora de primaria Jane Elliott les dijo a sus alumnos de ojos azules que eran superiores a los de ojos marrones, para días después invertir la arbitrariedad alegando que se había cometido un error. De esta manera todos los niños ocuparían posiciones de poder, con privilegios y prejuicios, y todos sufrirían las consecuencias de la discriminación. Tanto el grupo de ojos azules como el de ojos marrones, se comportaron de manera hiriente y despótico cuando les llegó el turno, probando de esta manera como las etiquetas pueden cambiar nuestra conducta social, y niños que son dulces y empáticos pueden llegar a invertir su conducta.

Muchos de estos episodios de racismo y obediencia nos recuerdan a los tiempos de la Alemania nazi. No es ninguna casualidad que tanto Milgram como Asch eran judíos, y ambos manifestaron sus ambiciones de poder explicar lo que pasó durante la II Guerra Mundial. Esa inexplicable obediencia se lleva investigando durante casi un siglo para dar respuesta a qué pudo pasar para que la cumbre de la cultura europea se hundiese en la miseria moral del nazismo. La cuestión del Holocausto judío todavía sigue arrojando ensayos cada año que añaden matices y explicaciones. Desde las tesis de la banalidad del mal de Hannah Arendt hasta los hombres ordinarios de Christopher Browning, pasando por el antisemitismo eliminador de Daniel Jonah Goldhagen, la literatura ensayística del Holocausto es una fuente de la que no para de emanar un continuo caudal de visiones y revisiones que nunca hallan una respuesta definitiva.

En 1967 un profesor de Palo Alto decidió demostrarles a sus alumnos que ninguna sociedad libre estaba libre de las pulsiones dictatoriales que pueden nacer incluso dentro de una democracia, y llevó a cabo lo que se conoce como el experimento de "La Tercera Ola": creo un movimiento, con nombre, orden, ideales y simbología propia que hacia que sus alumnos experimentaran una fuerte pertenencia al grupo y que terminó desmadrándose hasta el punto de tener que interrumpirlo porque los alumnos estaban creyéndose realmente que eran diferentes de los que no pertenecían a la Tercera Ola.

Zimbardo recopila otros casos como el de los torturadores de Brasil en la época de la Guerra Fría, o el del pastor Jim Jones que consiguió que 900 personas se suicidaran y que incluso padres matasen a sus hijos, o los terroristas del 11-S... todos ellos personas que fueron definidas como normales y corrientes, buenos vecinos y de buena familia, como a menudo se describe a los cogen un subfusil en EEUU para disparar a diestro y siniestro en la escuela de turno.

DESINDIVIDUACIÓN, DESHUMANIZACIÓN Y MALDAD POR INACCIÓN

La desindividuación es el proceso por el que uno pierde su propio criterio para adoptar el del grupo al que pertenece. De alguna manera deja de ser individuo para ser masa. Estamos hablando de las conductas violentas que se ven aumentadas por entornos colectivos, como los partidos de fútbol, donde el frenesí empuja al individuo a fusionar su conducta con la del colectivo. Cuando miles de personas entonan un himno o gritan un lema es muy difícil sustraerse a esa corriente de opinión y expresar una discrepancia (en mi opinión, la diferencia entre esto y la conformidad está algo difusa, y Zimbardo no lo aclara en ningún momento).

El anonimato es un factor que contribuye a este proceso. Esto es lo que nos dicen los manuales de psicología social, aunque parece ser que Zimbardo trata el anonimato como sinónimo de desindividuación, y no solo como un factor de la misma. Por ello ideó un experimento, una variante de Milgram pero sin autoridad, en la que un grupo de mujeres que aplicaba descargas a otras bajo una excusa creíble en un contexto de investigación científica. Zimbardo dividió a los grupos de mujeres en grupos anónimos y no anónimos, para alcanzar el previsible resultado de que las mujeres cuya identidad quedaba oculta llegaban más lejos en la administración de descargas que las que actuaban a cara descubierta.

"Desde el punto de vista vivencial, esto no responde a una motivación sádica de querer hacer daño a otras personas, sino a la sensación vigorizante que produce el dominio y el control sobre los demás en ese momento concreto. [...] cualquier cosa o cualquier situación que haga que una persona se sienta anónima, que sienta que nadie sabe quién es o a que nadie le importa, reduce su sentido de la responsabilidad personal y, en consecuencia, hace posible que pueda actuar con maldad."


"El señor de las moscas"
Para el profesor Zimbardo el paradigma de desindividuación se plasma en la novela "El señor de las moscas" donde unos niños se disfrazan para dar rienda suelta a sus instintos más brutales para con otros niños. Más allá de la ficción, en el mundo de la antropología cultural, encontramos casos de jóvenes guerreros que matan despiadadamente en el campo de guerra, pero que son tiernos hijos en sus hogares. Esto se consigue haciendo que los guerreros apliquen un cambio de aspecto externo, algo que no los haga identificables. Nótese el importante matiz que Zimbardo da con sus ejemplos de anonimato: no se trata de la máscara que usa un ladrón para no ser identificado por una cámara de seguridad y escapar de la justicia, sino de una máscara que el sujeto se pone para escapar de sí mismo, para poder actuar libre de su propia conciencia, para poder experimentar una transformación que le facilite sus objetivos.
"diferencias entre las sociedades que entran en guerra sin hacer que los jóvenes guerreros cambien su aspecto y las que incluyen alguna transformación ritual del aspecto pintando la cara y el cuerpo de los guerreros o dotándolos de máscaras [...] de las veintitrés sociedades para las que encontró datos, había quince en las que los guerreros cambiaban su aspecto. Y eran las sociedades más destructivas; el 80 % de ellas (doce de un total de quince) trataba brutalmente a sus enemigos. En cambio, esta conducta no se daba en siete de las ocho sociedades cuyos guerreros no modificaban su aspecto antes de entrar en batalla."
Hay dos maneras para lograr estas transformaciones. La primera ya la hemos visto: reducir la responsabilidad social, que se puede conseguir básicamente con anonimato (nadie sabe quién soy o no le importa saberlo). La segunda es reducir el interés en la autoevaluación. La primera busca minimizar el juicio externo, y la segunda el juicio interno. Aunque siguiendo las explicaciones de Zimbardo, esto es algo contradictorio, porque acabamos de ver como los guerreros usan máscaras no para escapar de la justicia (están en guerra y no van a ser sancionados), sino para dar rienda suelta a su violencia. 

La segunda se consigue con las drogas que alteran nuestro estado de control y conciencia, creando estados de fuertes de emociones hipertensas en donde las hormonas sustituyen al pensamiento, y donde la búsqueda del placer inmediato se convierte en la brújula moral de un territorio donde no existe ni bien ni mal, ni cielo ni infierno, ni responsabilidad ni castigo. 

La deshumanización ha sido tan habitual a lo largo de la historia que apenas necesita comprobación experimental. Durante todas las guerras se han aplicado etiquetas de animales al enemigo. Es una manera efectiva de reducir sus humanidad para facilitar la violencia contra el mismo. Se decía de los judíos que eran ratas, de los tutsi que eran cucarachas, y un largo etcétera.

Albert Bandura, otro afamado psicólogo y pedagogo canadiense, se atrevió a investigar los efectos de la deshumanización en la conducta. Diseñó un experimento con supuestas descargas eléctricas (el peso de Milgram parece que ha lastrado la creatividad de los experimentos posteriores) y comprobó que cuando se hace saber al sujeto que la persona a la que va a aplicar las descargas recibe la etiqueta de animal ("un hatajo de animales"), recibe más y peores descargas, que si lo que recibe es el mensaje de que son buenas personas. 


Bandura es más conocido por su teoría de que los niños aprenden conductas violentas de sus padres o su entorno. Su archiconocido experimento del "muñeco bobo", aunque tiene interpretaciones alternativas, básicamente demostraba la capacidad de los niños para reproducir conductas violentas que han visto en sus mayores: un adulto golpea un muñeco que luego el niño cuando es dejado a solas en la habitación de los juguetes golpea con la misma saña y gestos de violencia. Siempre se ha puesto en duda la idoneidad de ese muñeco para el experimento, por lo atractivo frente al resto de los juguetes. Pero en términos generales, se puede afirmar que los niños aprenden fácilmente de conductas observadas previamente.

Como ya nos adelantaba el autor en el primer capítulo, y nos explicará con más detalle en el último, las etiquetas también pueden tener efectos positivos.: "Creo que todos somos héroes en potencia a la espera del momento situacional adecuado"

Queda por analizar la maldad por inacción, ese factor a menudo olvidado y que en la práctica es el más abundante. Todos contemplamos en la TV como se mueren niños de hambre de países lejanos, eso podría considerarse maldad por inacción. Pero no es necesario irse muy lejos. El caso de Kitty Genovese que fue perseguida durante media hora por su asesino mientras 38 personas observaban el espectáculo (por eso también se le llama efecto espectador). Otra mujer salió desnuda y cubierta de sangre cuando logró zafarse de su violador, y pidiendo socorro en la calle nadie la ayudó, hasta el punto de que el violador casi logra meterla de nuevo en el edificio sino llega a pasar la policía por el lugar por pura casualidad. 

 


El estudio de estas situaciones se llama el estudio de los circundantes, los que están de paso, los espectadores. Las investigaciones nos dicen que cuantos más hay, menos probable es que ayuden.

"Formar parte de un grupo que observa pasivamente significa que cada persona presupone que hay otras que podrán o querrán ayudar, por lo que existe menos presión para entrar en acción que cuando una persona está sola o se encuentra acompañada únicamente de otro observador. [...] Más que por insensibilidad, el hecho de no intervenir no sólo se debe a que temamos por nuestra vida en una situación violenta, sino también a que negamos la gravedad de la situación, tememos equivocarnos o hacer el ridículo, o pensamos en el coste de meternos «donde no nos llaman»."
MALTRATOS Y TORTURAS EN ABU GHRAIB

Zimbardo se metió de lleno en el escándalo de la prisión de Abu Ghraib, abordando las semejanzas entre su experimento de una prisión ficticia y lo que sucedió en otras prisiones reales. Y lo hace con tanta persistencia y profundidad en los últimos capítulos que bien pudiera haber escrito otro libro con ese tema.

Corría la época de la guerra de Irak, y la posterior invasión estadounidense. En los medios de comunicación se empezaban a filtrar las grotescas e inhumanas imágenes de soldados estadounidenses que se mofaban y torturaban a prisioneros iraquíes. Todo un escándalo para una sociedad que se vanagloriaba de llevar la democracia a un régimen totalitario como el de Saddam Hussein. Para una mayor ironía Abu Ghraib era una prisión iraquí que bajo el mandato de Saddam Hussein se usaba para torturar, ... exactamente lo mismo que EEUU estaba haciendo. Las explicaciones de las autoridades norteamericanas fueron del tipo: "eso solo es un caso aislado, tan solo una manzana podrida".

El lenguaje y la justificación llamaba poderosamente la atención al profesor Zimbardo que venía barajando toda esa terminología como unas instrucciones de manual desde hacía tiempo. Pero él no tenía habilidades periodísticas ni contactos para intervenir en ese debate público donde él podría aportar su experiencia. Sin embargo, tuvo suerte cuando un antiguo estudiante de Stanford que trabajaba en la radio relacionó los dos asuntos y llamó al profesor. De ahí las entrevistas de Zimbardo fueron escalando por los medios, hablando de cestos y manzanas, hasta que el abogado de uno de los acusados de torturas lo llamócomoperito.

A primera vista quizás le resulte paradójico al lector, igual que me lo pareció a mi, que la sensibilidad anti-imperialista de Zimbardo finalmente se tradujera en prestar testimonio a favor de los torturadores de las prisiones de Abu Graib. Pero si se piensa bien, el interés de Zimbardo siempre fue explicar la maldad, de ahí que su libro se llame "El efecto Lucifer". Parece lógico entonces, que independientemente de su condena moral, su curiosidad científica lo acercase a los verdugos y no a las víctimas.

Y además, si efectivamente el Pentágono usó sus descubrimientos para interés propio, eso también pudo motivar que Zimbardo se sintiera responsable de las conducta malévola de esos guardias de Abu Graib y hasta cierto punto empatizara con su envilecimiento. Zimbardo niega esa hipótesis aclarando que sus simpatías estaban Joe Darby, el soldado que se atrevió a sacar a la luz estas torturas, pero que como única manera de acceder a toda la información aceptó declarar para la defensa de los acusados.

Cuando Zimbardo analizó los perfiles de los acusados se dio cuenta de que las semejanzas con los estudiantes de su experimento universitario eran todavía mayores. Los soldados no eran los típicos macarras que se meten a policías para liberar una furia latente. Muy al contrario, se trataba de personas con altos índices de conformidad y virtudes que en otras circunstancias los hubiesen llevado a ser protagonistas de una amable campaña de alistamiento. No sufrían patologías y habían sido modélicos en otros puestos de trabajo anteriores. Incluso dentro de la prisión, habían tenido preocupaciones éticas que habían tratado de transmitir en varias ocasiones. Pero debido a la falta de formación, a su inexperiencia manejando una situación estresante con muchos horas de trabajo sin descansos y bombas cayendo por todas partes, no supieron ejercer el control sobre sus subordinados, y por eso, como responsables (no como autores de las torturas), se enfrentaban a un juicio. 

¿Quién no recuerda esas imágenes que dieron la vuelta al mundo? Soldados estadounidenses azuzando a perros agresivos contra hombres y esposados, a veces incluso poniéndoles la correa a los prisioneros como si fueran ellos los perros, o aquella otra de un hombre con los brazos en cruz y con cables en los dedos y en el pene al que habían hecho creer que si bajaba los brazos se electrocutaría. En algunas se vieron a prisioneros obligados a simular felaciones y orgías, la misma idea que se les ocurrió hacer a los falsos carceleros del EPS: y mientras sucedía la humillación moral y sexual los soldados posaban triunfantes dejándose fotografiar con sus trofeos.
Parece una pauta común en situaciones de guerra y de degradación moral. Sucedió durante la II Guerra Mundial cuando los nazis se hacían fotografías cortando las barbas de los judíos. Y se volvió a repetir con el genocidio armenio o en los peores tiempos de la América segregacionista: son las fotografías trofeo, como si de una cacería se tratase, el clímax de una lucha contra un animal que se exhibe como trofeo. Como un animal...esa es la clave: la deshumanización, que permite tratar al prisionero como un infrahumano, peor incluso que a un animal por el que se puede llegar a sentir alguna compasión.

Salvo algunas fotografías que habían sido preparadas para amedrentar a otros prisioneros, la mayoría de ellas respondían a fuerzas situacionales como las que analiza Zimbardo: anonimato, permisividad de los controles, impunidad, sed de poder, desindividuación y conformidad. Pero Zimbardo no niega que como todo acto de esta naturaleza los motivos pueden ser varios y complejos. En concreto acepta que la venganza (de tener a un enemigo entre sus manos) y el racismo (tras el 11-S) fueran unos fuertes motivos que acentuarán las degradaciones. Tampoco fueron solo los americanos. Los británicos también hicieron lo mismo, rompiendo piernas con bates de metal y orinando sobre los prisioneros, pero eso trascendió menos a los medios porque se encargaron de destruir casi todas las pruebas.

Zimbardo no se cansa de repetir que su enfoque situacional no debe ser usado como una excusa para liberar de culpa al torturador, simplemente dice que a la hora de ponderar las condenas habría que tener más en cuenta las fuerzas situacionales. Por ejemplo piensa que la condena de uno de los peores inculpados, Chip Frederik, fue demasiado dura, y que si no llega a ser por el efecto mediático de las fotos y el deseo del gobierno de EEUU de dar un castigo ejemplar, la condena habría sido menor. Como prueba de ello muestra otros ejemplos de juicios militares con casos peores, como condenas por asesinatos en la Guerra de Vietnam, que se saldaron con muchos menos años de condenas. Aquí creo que Zimbardo se equivoca, pues en vez de sacar la conclusión de que Chip Frederik fue duramente sentenciado a 10 años, debería haber concluido que el teniente William Calley fue tratado con demasiada indulgencia (condenado a 3 años por matar a más de 100 civiles vietnamitas y posteriormente indultado). La descompensación es obvia, pero ¿por qué fijarse como meta la condena de tres años y no la de doce?

La cuestión de Abu Ghraib termina con un ejercicio de política-ficción en la que Zimbardo sienta en el banquillo a los responsables de estas manzanas podridas: los que han diseñado el cesto que provoca la putrefacción de las manzanas. Es el sistema, con sus responsables políticos y asesores técnicos a la cabeza, quienes deberían rendir cuentas por mantener un sistema que permite la tortura. O incluso más, por facilitar las herramientas jurídicas que propician las torturas, o las dejan impunes cuando son ordenadas desde arriba. Trucos como los de quitarles la condiciones de prisioneros de guerra para evitar la Convención de Ginebra, o llevarse los detenidos a prisiones fuera de territorio estadounidense con la intención eludir la protección jurídica que deberían tener por estar bajo mando americano, son claramente unas estrategías que persiguen la impunidad. 

La profusión de informes y detalles horrorosos que Zimbardo expone para apuntar con el dedo a los altos mandos son demasiado crudos y extensos como para tratar de resumirlos con unas pocas líneas. Desde Donald Rumsfield y George W. Bush, hasta asesores y consejeros civiles y militares que miraron a otro lado, sabiendo que en sus sórdidos sótanos se estaba torturando hasta la muerte. Algo que incluso desde un punto de vista estrictamente militar era un fracaso:

 "[...] una prueba de que todos aquellos maltratos y humillaciones salvaran una sola vida estadounidense o permitieran capturar a un solo terrorista importante, a pesar de la insistencia del ejército en que la prisión producía «inteligencia útil»"

LA BANALIDAD DEL BIEN

En la parte final del libro se deja a un lado todas esas situaciones que nos incitan a hacer el mal, y se subraya que la maleabilidad del ser humano también lo hace propenso a hacer el bien bajo determinadas circunstancias. 

Tomando como referencia la banalidad del mal, aquel clásico ensayo en el que se analizaba la personalidad del nazi Adolf Eichmann, Zimbardo le da la vuelta a la tortilla y afirma que todos nos podemos convertir en héroes. Si Arendt concluía que Eichmann no era ningún monstruo sino una persona normal y corriente, Zimbardo nos dice que los héroes tampoco están hechos de una pasta especial.

 


Resistirse a la maldad de un sistema, a la presión social, al rol asignado, a una orden injusta, etc... es algo que puede entrenarse, y Zimbardo nos ofrece un decálogo de avisos que siempre deberíamos tener en mente para no caer en ser unos carceleros sin escrúpulos: pedir perdón, asumir la responsabilidad, no vender libertad por seguridad, etc...

Pero la aproximación a la heroicidad es escurridiza. Para empezar la heroína de su experimento es su mujer, la estudiante que en los años 70 fue capaz de convencer a Zimbardo para que parase el experimento de la prisión de Stanford. No es muy objetivo, porque en ningún momento se plantea la pregunta de si ea chica no hubiese sido su novia, ¿le habría hecho caso? ¿Se habría atrevido ella a levantar la voz de no haber tenido una relación sentimental con él?

En segundo lugar se trata de un fenómeno poco estudiado en la literatura académica, que siempre se ha interesado por los malvados, pues nos fascinan y nos intrigan más que los buenos. 

En tercer lugar los héroes son etiquetas que dependen mucho del entorno cultural, y  normalmente dejan pasar mucho tiempo para considerar y homenajear a ese héroe, mientras que el villano basta pillarlo infraganti para comenzar a castigarlo y estudiarlo. Alejandro Magno es todavía considerado un héroe o "un vil maleante" según la historia del pueblo que se tenga en cuenta.

No obstante, sí aporta enfoques objetivos e interesantes al fenómeno de la heroicidad. Por ejemplo, los actos de valor que se hacen en solitario pierden ese halo de admiración:

"Por lo tanto, a los carceleros les fue fácil colgarles la etiqueta de alborotadores y presentarlos como culpables de las privaciones que iban a sufrir los demás. Sus actos se podrían considerar heroicos, pero a ellos no se les puede considerar héroes porque nunca actuaron para cambiar aquel sistema de maltratos haciendo que otros  se unieran a su causa."
El héroe debe tener una motivación desinteresada, debe pensar en plural y no individualmente, debe ser sociocéntrico, no egocéntrico, y su acto debe ser voluntario y que suponga un riesgo sin beneficio esperado. Esto no es una taxonomía aceptada por los expertos. Él mismo dice que es muy novedosa y abierta a las aportaciones de investigaciones posteriores, aunque dice poco de él que invoque estudios de dudosa base científica como los de Martin Seligman y su psicología positiva.

Acabaremos esta larga reseña repitiendo una dicotomía reiterativa, que por más que sepamos ver las diferencias nunca terminamos de saber diferenciarlas en la práctica: si pillamos a un niño robando una golosina siempre hay quien dice que eso es lo que ha aprendido en su entorno, pero también hay quien dice que otros niños con entornos similares o peores no lo hacen. Entonces, es responsabilidad personal del niño o es de la sociedad. Y si queremos elevar un poco más la incertidumbre pensemos que el que roba no es un niño sino un adulto. ¿Y si emplea violencia? ¿Lo aprendió o es que era una persona violenta? Podemos ir rizando el rizo y complicando la ecuación añadiendo más gravedad al delito, más o menos agravantes y/o atenuantes. Y nos daremos cuenta de que el debate no está cerrado en absoluto.

Por lo que respecta a Zimbardo, tiene clara cuál es su apuesta situacional, pero no olvida que esa dicotomía siempre estará presente. Ignorarla restaría credibilidad a cualquiera respuesta.

"Es de esperar que los ejemplos y los datos presentados en este libro pongan en su lugar el rígido error fundamental de atribución que sitúa en las cualidades interiores de la persona la principal fuente de sus actos. Hemos añadido la necesidad de reconocer el poder de las situaciones y el andamiaje conductual que proporciona el Sistema que crea y mantiene el contexto social. [...] 

Como he destacado reiteradamente, este planteamiento no niega en modo alguno la responsabilidad de aquellos policías militares ni les exime de culpabilidad; ninguna explicación ni comprensión puede excusar aquellas fechorías. Pero entender cómo se produjeron aquellos sucesos y qué fuerzas situacionales actuaban sobre los soldados puede ofrecer una base para impedir que se repitan las circunstancias que desencadenaron aquellos actos inaceptables. Castigar no es suficiente. Los «sistemas malvados» crean «situaciones malvadas», crean «conductas malvadas» y convierten en «manzanas podridas» incluso a las buenas personas."


                                                      Zimbardo nos explica su teoría

Enlace a la web oficial del libro "El efecto Lúcifer": www.prisonexp.org/spanish
 






"NEUROLOGÍA DE LA MALDAD" de Adolf Tobeña (2017)

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¿Quiénes son los malvados? ¿Por qué son así? ¿Qué se les pasa por la mente? Desde la crueldad letal del asesino hasta la argucia parasitaria del estafador, pasando por todas esas pequeñas iniquidades del común de los mortales, la maldad capta más la atención de los medios que la bondad, a pesar de ser ésta última mucho más frecuente. Los científicos que estudian el cerebro intentan dar respuesta a estas incognitas: parece que la neurología tiene mucho que decir en la antipación y la reincidencia de determinados perfiles.

La tesis de Adolf Tobeña, con múltiples libros previos sobre temas parecidos, es que hay un fuerte componente biológico que explica estas conductas. A través de infinidad de estudios, y a veces con excesivos tecnicismos, Tobeña nos adentra en una miríada de experimentos que arrojan resultados interesantes.

En 2008 se realizó en Groninga, una ciudad de Holanda, un estudio que ponía a prueba la conducta cívica de sus viandantes. Junto a la puerta de un supermercado, donde se aparcaban las bicicletas y bajo una ostentosa señal de prohibido pintar en las paredes, decidieron probar dos escenarios diferentes. Unos días la pared estaba limpia, y otros días la pintaron con grafitis. En ambos casos pusieron publicidad en las bicicletas aparcadas y comprobaron si sus dueños tiraban o no esos papeles al suelo. Como puede imaginarse el resultado fue la conducta incívica dependía del entorno: cuanto más respeto a las normas existía, más % de gente seguía cumpliéndolas, y viceversa. Siempre había una minoría de incondicionales cívicos que sin importar el contexto nunca tiraban basura al suelo, aproximadamente un 30%. Y lo mismo se podía decir de aquellos incondicionales incívicos que siempre tiraban papeles al suelo, otro 30%. ¿Qué pasaba con el restante 40%? Que hacía lo que veían que hacían los demás. 

El perfil psicopático merece un tratamiento específico pues los reclusos psicópatas son responsables del 50% de los delitos violentos (aunque solo constituyan un 15% o 25% de la población penitenciaria y un 1% entre la población general). Además, es el mejor predictor de reincidencia. Tiene sentido que no tenga éxito la rehabilitación con estos sujetos pues se ha descubierto que la psicopatía es altamente heredable. Durante mucho tiempo no se quiso aceptar esta base biológica, pero con el advenimiento de las técnicas de neuroimagen las evidencias parecen concluyentes. Quizás no se pueda hablar de lesiones como tales, pero sí de singularidades en los cerebros psicopáticos que los distinguen del resto de la población:

"Dos décadas de estudios de neuroimagen han establecido, en personas normales, que las regiones orbitofrontales y ventromediales de la corteza prefrontal desempeñan un papel clave en las decisiones y elecciones que llevan carga moral."

Partiendo sobre todo de población carcelaria que se presta a estudios científicos, se idean experimentos en los que se somete a los sujetos a diferentes pruebas al tiempo que se estudia el funcionamiento de sus cerebros y las respuestas que dan a problemas morales. Las conclusiones son que los psicópatas tienen dificultades para sentir el dolor ajeno, aunque sí tienen empatía para detectar las debilidades de los demás, y saben distinguir el bien del mal. También que son, según nuestro psiquiatra catalán, "utilitaristas fríos e insensibles", aunque esta valoración además de confundir utilitarismo con egoísmo, presenta una variante retorcida  del dilema del tranvía (ya retorcido de por sí) como si fuera el credo de todos los utilitaristas.

¿El psicópata nace o se hace?

 También existen factores genéticos y hormonales que se conocen desde hace tiempo.

"Los resultados del grueso de estudios de genética comportamental en muchos países y mediante distintos procedimientos –comparaciones de amplias series de gemelos y mellizos, criados juntos o por separado, o estudios de adopción a gran escala para contrastar la influencia de los padres biológicos respecto de los adoptivos– han permitido llegar a la conclusión de que la propensión a la criminalidad tiene una notoria carga genética."

El gen MAO-A está muy presente en los historiales criminales de familias con generaciones de reincidentes. Por eso, "tener un progenitor biológico violento incrementa la probabilidad de violencia delictiva de los hijos" según la cita extraída de Glenn y Raine. Incluso donde se dan otros factores como el abuso o maltrato infantil, considerado otro factor de propensión criminal, se concluye la importancia del gen MAO-A, pues aquellos individuos que tenían la versión defectuosa del gen terminaron desarrollando conductas violentas, mientras que aquellos que tenían una versión más benigna de dicho gen, tuvieron vidas normales a pesar de haber sido igualmente víctimas de abusos infantiles.


También es conocida la influencia de la serotonina, la testosterona y otros andrógenos. Quizás por eso la psicopatía es más frecuente en los varones, o incluso llegando más lejos, la delincuencia más violenta afecta más a hombres que a mujeres.

Pero hay muchos tipos de violencia, y hasta ahora todos estos resortes se refieren a esa violencia "desabrida, impulsiva o en caliente". Hay otro tipo de violencia que se puede explicar con otros marcadores neuronales diferentes: la premeditada, la de los asesinos en serie que buscan placer sexual, o la que ejecutan los tiburones financieros ávidos de dinero cuyo resorte neuronal es parecido al clima sexual, la de los presidentes de gobierno con sed de poder, la de los clanes mafiosos que pretenden un reconocimiento social, etc...

Todos ellos son también objeto de análisis bajo la lupa del autor, con ejemplos y estudios que nos extenderían demasiado en esta reseña. Quizás la reflexión más polémica, y por ello no quiero dejarla pasar, es la que hace en torno al poder seductor masculino. Aquel tópico de que las mujeres se dejan engatusar por los hombres más sinvergüenzas encuentra eco en el siguiente párrafo:

"Pero más allá de esos factores, en el juego de los emparejamientos sexuales hay preferencias femeninas que tienden a primar una señalización muy primaria: las mujeres jóvenes prefieren a los individuos que, en los atributos distintivos de su físico, en el porte e incluso en el habla, pregonan una intensa carga androgénica. Es decir, dominancia, afición al riesgo y ambición. Esa tendencia se acentúa en los días fértiles de su ciclo menstrual, hasta el punto de llegar a seleccionar, para las aventuras breves e intempestivas, a individuos que por su talante y rasgos físicos anuncian una propensión a la infidelidad y a la desvergüenza, sin disimulos ni paliativos. Los datos a favor de esa tendencia femenina espontánea son legión, en muchos estudios y en diferentes culturas. Por supuesto, para los emparejamientos a largo plazo rigen otros criterios."


Pero la mujer psicópata también existe, y sufre la misma reducción de actividad límbica que tienen sus homólogos varones, aunque el funcionamiento de la zona temporoparietal arroja ciertas peculiaridades. Aun así, lo cierto es que hay una desproporción abismal de 9 a 1 entre hombres y mujeres. Además, la violencia que se da en la mujer suele ser de "baja intensidad" en comparación con la de los hombres.

"Las mujeres tienen un cerebro algo mejor equipado que el de los hombres para captar e interpretar los sentimientos ajenos y aprovechan esa superioridad cognoscitiva para lastimar, cuando conviene, recurriendo a dardos verbales o gestuales que impactan de lleno en la línea de flotación de la autoestima de los rivales."

El párrafo anterior, sacado fuera de contexto y debidamente manipulado, podría sonar a la típica excusa machista que acusa a las mujeres de ser más sibilinas que los hombres, y que los incitan (o excitan) con malas artes que terminan desatando la inevitable bomba de relojería que los hombres llevan dentro. Esa interpretación no es la que se extrae del libro, no hay indulgencia con el machismo en sus páginas. Pero lo cierto es que se evita usar la expresión violencia de género y se prefiere la de violencia doméstica, y eso sí indica cierto sesgo político (mucho más disimulado que el que emplea cuando critica el nacionalismo catalán).

En España, el movimiento feminista y la izquierda prefieren el término "violencia de género" cuando se trata de hablar de la violencia contra las mujeres, mientras que la derecha prefiere el término "violencia doméstica" básicamente por llevarle la contraria a las feministas que durante décadas han usado el género en muchos estudios académicos. La guerra terminológica se agravó porque se hizo una ley para abordar un problema específico y urgente de las mujeres, pero se la bautizó como ley "contra la violencia de género". Semánticamente eso incluye a los hombres. Así lo entienden algunos importantes organismos internacionales que usan el término, desde la ONU hasta Comisión Europea. Pero la ley estaba configurada para un problema abrumadoramente mayoritario entre las mujeres, y con apenas incidencia en los hombres, y se restringió su redacción para que la víctima solo pudiera ser una mujer. La derecha lo interpretó como una deliberada desprotección del hombre organizada por feministas rabiosas, y desde entonces los recelosos del feminismo prefieren el término "violencia doméstica" que en realidad es más amplio porque contiene más sujetos pasivos. 

Al margen de esta diatriba semántica bastante testadura y poco fructífera, el autor no esconde que hay un 70% de hombres homicidas frente al 30% de mujeres, y parece sugerir que podríamos explicar la conducta violenta de algunas mujeres precisamente porque son demasiado masculinas.

"Ya se tienen datos sólidos que confirman que las mujeres dadas a la combatividad física, la dominancia y las actividades deportivas arriesgadas presentan unas cifras androgénicas destacadas."

Si bajamos unos peldaños en los grados de la maldad nos encontraremos con desafecciones más o menos acusadas de lo que se conoce como "virtudes básicas" o "intuiciones morales básicas", como la ayuda al prójimo, la aprensión ante el dolor ajeno, la generosidad, sesgos equitativos, etc...

Pero se ha descubierto que para que estas virtudes florezcan adecuadamente el efecto disuasorio de la vigilancia y el castigo también es útil en los que no son psicópatas. Parece que todos nos desviamos del buen camino si no existe ese temor. Mientras en la violencia el efecto disuasor puede ser la cárcel en la conducta en libertad hay un Pepito Grillo que hace nos dice por dónde no debemos ir, y esa es nuestra moral. Y es oportuno preguntarse si hay alguna diferencia entre las personas religiosas y no-religiosas. 

No parece que exista ningún vínculo entre religiosidad y ayuda al prójimo. Eso se concluyó tras un estudio de donantes de sangre. Pero en los laboratorios de psicología social sí se ha constatado que la religiosidad favorece la conducta cooperadora. También que la tendencia a decir mentiras depende del dios en el que se crea: si es un dios punitivo y vigilante los creyentes mienten menos, mientras que si su dios es bondadoso y confiado las mentiras son más frecuentes.

Antiguamente no era necesario un "ojo que todo lo ve" porque las poblaciones de las tribus ejercían esa vigilancia de manera natural, unos con otros. Conforme las poblaciones fueron creciendo, eso se hizo imposible, y los dioses fueron asumiendo esa función disuasoria con características de omnipotencia, omnisciencia, etc... Eso es precisamente lo que se contrastó en un estudio con datos etnográficos de 186 sociedades de todos los continentes.

Hoy en día eso lo hacen los radares y las cámaras, cuya mera presencia, aunque estén desconectados, nos incitan a cumplir las normas. "El castigo o la amenaza creíble de recibirlo promueve orden, cooperación y civilidad", y lo hace en mayor medida que el refuerzo positivo. Hay mucha resistencia a aceptar un papel tan oscuro y desesperanzador de la condición humana, especialmente entre los que creen en la redención y el espíritu humanista, pero esto se sabe, según múltiples estudios citados por Tobeña, con una evidencia experimental "demoledora" y "con datos sólidos".

"hay una minoría selecta y altamente cumplidora de personas que no necesita ojos vigilantes para cooperar y comportarse con civismo, pero la mayoría sí los requiere. [...] Hay muchos datos que demuestran que la sensación de anonimato favorece la propensión a mentir, engatusar o actuar de manera egoísta. Incluso la sensación ilusoria de anonimato, como por ejemplo, llevar gafas oscuras,[...]"

En este punto echo de menos una mención al experimento de la prisión de Stanford, reseñado minuciosamente con anterioridad en este blog. Y seguramente no sea un descuido del autor, sino una ausencia consciente debido a diferentes planteamientos. Mientras Zimbardo apuesta a que son los factores externos los que sacan lo peor de nosotros, la tesis de Tobeña apuesta por factores internos. Ninguno de ellos niega la existencia de la tesis contraria, pero Tobeña ni siquiera menciona en las anotaciones a este gigante de la psicología social.

El neurólogo español termina su libro con interesantes reflexiones sobre la culpa altruista (esa que  parte de sentirse privilegiado), la maldad por aburrimiento y la maldad deliberada. Y cómo no, "la banalidad del mal"; expresión acuñada por Hannah Arendt en su famoso ensayo sobre el Holocausto y que considera desacertada porque lo normal es que abunden más ejemplos de "tolerancia, cooperación y confraternización que de deserción, engaño y agresión". No me parece convincente la crítica a la filósofa, pues su archiconocida obra "la banalidad del mal" se sitúa en un contexto donde el Holocausto se aplicaba con pasmosa trivialidad, y ahí encaja perfectamente el adjetivo banal.


A nadie se le escapa que las implicaciones jurídicas de todas estas aproximaciones al fenómeno de la maldad en general, y al de la psicotatía en particular, son el siguiente interrogante todavía por resolver. Si alguien tiene mermada su capacidad para contener su ira, ¿se le juzgará de la misma manera que alguien que goce de ella con normalidad? ¿Cómo valorarán los jueces esa circunstancia como una agravante o como una atenuante? La neurología es reclamada en los tribunales en contadas ocasiones, pero los datos están ahí, es cuestión de tiempo que se cuele en las salas de los togados. Y según Tobeña servirá para graduar y afinar las sentencias condenatorias, aunque está por ver si de manera acertada o no.

Cuando se hizo un estudio entre 181 jueces norteamericanos que tuvieron que juzgar a un psicópata que había dejado con lesiones cerebrales a un empleado de una famosa hamburguesería, hubo una atenuación de la pena cuando se les informó de la condición psicopática del procesado.

"La psicopatía fue considerada un factor agravante de modo muy general (un 86,7 % del total de jueces), pero el hecho de que la procedencia de la prueba sobre el biomecanismo fuera a petición de la acusación o de la defensa también influyó, en el sentido de mitigar agravamientos cuando esa información provenía de la defensa. De hecho, el porcentaje de jueces que mencionaron atenuantes (anomalía mental, incapacidad para el discernimiento moral) cuando la información venía de la defensa se duplicó, llegando al 65 % de los 64 jueces que juzgaron en esas circunstancias. Los comentarios de los jueces sobre argumentos de doble sentido (agravante/atenuante) en relación con la psicopatía y sus anomalías biológicas se multiplicaron por 2,5 si las pruebas analíticas venían de la defensa. No hubo diferencias de ningún tipo, sin embargo, en las medidas de responsabilidad legal o moral ni en el grado de libre albedrío, que, según la apreciación de todos los jueces, se acercaron a máximos."

Recomiendo el programa de TVE Millennium dedicado a la maldad humana en el que Adolf Tobeña tuvo intervenciones que pueden resultar aclaratorias y muy brillantes, a la par de sus contertulios, lo cual redundó en un magnífico debate que cubrió aspectos más amplios e interesantes que los cubiertos por este libro.



"ELOGIO DE LA LENTITUD" de Carl Honoré (2004)

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"Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad". Este es el acertado subtítulo del libro. Y digo acertado porque acuña un concepto que todos hemos pensado en algún momento u otro: el culto a la velocidad. ¿Quién no se ha quejado de las prisas que le llevan de un sitio para otro? Vivimos en un mundo donde el tiempo se nos escapa de las manos y donde la productividad contra-reloj es la guía de nuestras vidas. Esta premisa es tan aceptada que no necesita presentación ni demostración empírica. Lo que sí necesita investigarse es si ya hay un grupo de personas lo suficientemente concienciadas como para organizarse en un movimiento activista con sed de lentitud. 
 
Carl Honoré es el periodista canadiense que ha tenido el acierto de detectar esta necesidad desatendida y dar respuesta a los que se encuentran perdidos en sus laberintos de velocidad. ¿Pero hay realmente un movimiento organizado, cohesionado en torno a una filosofía común sobre la lentitud, o se trata solo de episodios inconexos que el autor sabe cómo juntar convenientemente para presentar un producto de auto-ayuda que vender, o como mucho, un sueño que realizar?

El libro tiene muchos claroscuros. Por una parte atiende a una vieja demanda que, quizás por considerarla una utopía, nunca termina de atenderse seriamente. Y cuando, por fin, alguien la pone negro sobre blanco, damos la bienvenida al que lo hace. Y el autor lo hace de una manera tan neutral y transversal que llama a la puerta de un público muy amplio.

Hasta ahí, bien. Pero esa virtud es paradójicamente el comienzo de sus defectos. ¿Qué tendrá que ver hacer el amor lentamente con cocinar un cocido a baja temperatura?¿O el reiki con la implementación de las 35 horas semanales de trabajo? Son asuntos tan inconexos que el lector se queda abrumado a partes iguales tanto por el cariz variopinto de los capítulos como por el buen hacer del escritor para cohesionarlos con naturalidad.

En los primeros capítulos nos cuenta que la resistencia a la tiranía del tiempo viene de muy lejos. Es la finitud del tiempo y la certeza de la mortalidad lo que desde tiempos de los romanos (seguramente antes) nos fuerza a hacer cuantas más cosas mejor antes de que se acabe la fiesta. Con citas aquí y pasajes allá defiende el discreto pero constante discurso anti-velocidad en un mundo siempre regido por el trabajo y la impaciencia. Incluso cuando se inventaron los relojes en Europa nacieron recelos sobre esa circunferencia con agujas que quería controlarnos: "maldito reloj" se exclamaba en 1304 un bardo galés, y los liliputienses de Gulliver creían que éste veneraba a su artefacto como si fuera su dios porque no paraba de mirarlo. Curiosamente Charles Darwin, cuya actividad naturalista tuvo que estar imbuida de paciencia y lentitud, nos dejó una frase paradigmática de esa ética de permanente productividad: "Un hombre que se atreve a desperdiciar una hora no ha descubierto el valor de la vida."

No parece mala idea abordar los antecedentes históricos antes de entrar en materia, el problema es que Honoré lo hace de manera selectiva. Maximiza las posibilidades de sus citas, y minimiza, o directamente suprime, otras que pueden suscitar rechazo popular. Cómo sino entender que mencione a dramaturgos o poetas que tan solo acometieron el problema del tiempo de manera tangencial y anecdótica, y que esquive las opiniones de Marx centradas en el tiempo libre y el ocio. Incluso el inevitable, por archiconocido, ensayo de Bertrand Russell, "Elogio de la ociosidad" es mencionado desprovisto totalmente de toda su fuerte carga política.

Y es que Honoré huye de toda sospecha marxista, porque su aproximación es, en el mejor de los casos, la de reformar al capitalismo para hacerlo algo más humano. En el peor, una nueva moda llena de buenismo. Su crítica se centra en lo que él llama "turbocapitalismo", esa tendencia a pensar que trabajar más siempre es mejor. Debemos aceptar lo que el "capitalismo lento" nos está enseñando: que menos, a veces, también es más. Menos menos horas y menos velocidad se pueden traducir en más productividad y más salud.

No digo que Honoré esconda el origen de las demandas sindicalistas. No podría. Y tampoco le interesaría. El aspecto laboral del elogio de la lentitud es ineludible y de él dimanan muchas ideas que si bien tienen connotaciones políticas, son presentadas como posibilidades de consumo y tendencias que se exponen en un escaparate como una novedad.

Durante el siglo XX muchos auguraron que el tiempo dedicado al trabajo iba a disminuir. La fe en el progreso llegó incluso hasta Nixon que dijo que solo se trabajaría 4 horas a la semana. Pero aunque se equivocaran, algunos avances se dieron: Francia aprobó las 35 horas semanales y en Japón cada vez más gente rechaza el mantra del deber cívico del trabajo por encima de todos los demás aspectos de la vida.

Sin embargo, en una sociedad donde la velocidad, la competencia y los bajos costes van siempre al límite, dar importancia a algunas anécdotas resulta ridículo (como que algunas empresas dejen de usar el e-mail los viernes, o que pongan salones de yoga para sus empleados). Es cierto que el autor no esconde que la situación todavía requiere un "vuelco sísmico" en la manera de pensar, pero es ese doble juego lo que más perplejidad produce: o estamos ante un movimiento activista o no lo estamos, o jugamos a ser moderados y posibilistas o lanzamos las campanas al vuelo por un extravagante concierto de John Cage diseñado para durar siglos, o desconfiamos de los farsantes pseudocientíficos que se quieren subir a nuestro carro ("muchas prácticas de la nueva era me parecen una farsa") o abrimos las tragaderas para recibir con entusiasmo a la homeopatía y el reiki ("en mi caso el Reiki parece surtir efecto").

Carl Honoré, consciente de sus críticos, se anticipa y nos dice que aunque algunas propuestas tienen un mayor coste y está orientadas a ciudadanos más pudientes, otras son gratuitas. En las últimas páginas nos ofrece una síntesis más comedida, difícilmente objetable si la tomamos aisladamente:

"Pero, ¿el llamado movimiento Slow en realidad tal movimiento? Desde luego, tiene todos los ingredientes que buscan los expertos en estas cuestiones: simpatía popular, un proyecto para un nuevo estilo de vida, unas bases activas… Cierto que el movimiento Slow carece de estructura formal y que todavía no ha sido suficientemente reconocido. Mucha gente va más despacio (trabaja menos horas, por ejemplo, o busca más tiempo para cocinar) sin sentirse partícipe de una cruzada global. [...] La mayoría de nosotros no desea sustituir el culto a la velocidad por el culto a la lentitud. La rapidez puede ser divertida, productiva y potente, y seríamos más pobres sin ella. Lo que el mundo necesita, y lo que el movimiento Slow ofrece, es un camino intermedio (...) El secreto está en el equilibrio: en vez de hacerlo todo más rápido, hacerlo todo a la velocidad apropiada, lo cual significa que en ocasiones será más rápido, otras veces más lento y otras un término medio."

El tiro está bien orientado y la diana es la que debería ser, pero en el algún momento de la trayectoria la flecha se astilla porque el autor ha tensado demasiado la cuerda de su arco. Es cierto lo que nos cuenta sobre las ideas creativas que se cuecen a fuego lento, como el famoso Eureka de Arquímedes. ¿Quién no ha encontrado esa palabra exacta o esa idea brillante días después de haberlas buscado, relajado en la playa? Desde la comida hasta el sexo adquieren calidad sin las presiones del reloj. Incluso el éxito de la medicina alternativa puede explicarse por cómo nos atiende el "Doctor Prisas"... ¿pero era necesario desbarrar sobre chakras y Chi Kung para tratar el cáncer?

La música, los paseos, el silencio e incluso la meditación nos dan una paz mental que nos ensanchan por dentro. Cuando era pequeño escudriñaba mis discos y CD's con una atención perfeccionista que requería de una lentitud que ya no me permito, y esa experiencia recreaba en mi cabeza un estado mental diferente que ahora miro con añoranza. Pero para reconocer esas virtudes no era necesario que mencione a ninguna asociación con nombre rimbombante y apenas activa (como la Organización Mundial de la Siesta). Y para controlar la adicción a las pantallas y su perjudicial celeridad no hacía falta intentar asustarnos con ataques epilépticos y presentarnos a Harry Potter como el salvador que alejará a nuestros niños de la televisión para acercarlos a la lectura, basta un buen artículo lleno de rigor como el de Marta García Aller.

Es posible que haya caído en su propia trampa y haya pensado que cuantos más ingredientes mejor. O quizás, solamente haya emprendido un collage de indudable estilo periodístico para engordar artificialmente lo que debería ser una justa y necesaria revolución contra las prisas que todavía está muy flaca. 

La lentitud por sí misma no es virtuosa. Una muerte lenta no tiene nada de envidiable. Y reproducir la música a menos velocidad es de dudoso gusto (aunque el autor nos enseñe que hay un margen discutible para ello entre los expertos de música clásica).  

Pero una cosa si debo admitir. La esencia del libro es una buena idea. Y el mero hecho de que haya sido un best-seller y que cada vez haya más voces, por tímidas y minoritarias que sean, que critican o patalean contra este universal desasosiego que prácticamente nadie niega, debería hacernos reflexionar: cuando el río suena, agua lleva. Todos los defectos que he reseñado no deberían ser óbice para saber ver las virtudes del mensaje central. Un mensaje que necesitará de mucho tiempo para calar en las mentes de la sociedad. Un proceso lento, diría él.Carl Honoré está predicando un credo prácticamente en solitario, si hay o no un movimiento que lo acompaña, o simplemente él quiere sentirse acompañado, será algo que descubriremos con el tiempo. Pero cuando lo escuchas en una de sus charlas uno no puede evitar la pregunta:¿Y por qué no?



"SAPIENS: DE ANIMALES A DIOSES" de Yuval Noah Harari (2013)

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Se llegó a decir que este era el ensayo más leído del mundo aunque es difícil saber lo que cada cual hace con los libros una vez comprados. Incluso las ventas son difíciles de rastrear. Pero lo cierto es que este profesor israelí escribió un libro que, muchos años después, todavía sigue leyéndose y vendiéndose más allá de lo que cabría esperar de un ensayo histórico.

Es ambicioso como indica su subtítulo, "una breve historia de la humanidad": prehistoria, religión, estados modernos, imperios, diferencias entre hombres y mujeres, ideologías, legislación, maltrato animal, derechos humanos, dinero, comercio... todo eso lo hemos inventado nosotros. La originalidad de Harari está en subrayar que el hilo conductor de su relato es nuestra capacidad para imaginar cosas y crear alianzas.

En cada capítulo el autor hunde su pluma de artesano en el tejido de la historia, y cose un tema con otro dejando al lector enganchado como pez al anzuelo. La curiosidad en vez de saciarse, se hace cada vez mayor. Este historiador nos seduce con el juego del palo y la zanahoria, dedicando a cada capítulo la extensión adecuada para dejarnos con ganas de más y provoca nuestra avidez por devorar el resto de las páginas. 

El ritmo de lectura típico de un ensayo pasa a ser el de una película de aventuras. Mucho está tardando el documental que se había encargado a Ridley Scott. El precedente más parecido en el mundo del ensayo fue a finales del siglo pasado cuando el geógrafo Jared Diamond hizo algo parecido con su ya clásico libro "Armas, Gérmenes y Acero", que convertiría más tarde en serie documental. Recuerdo cómo Diamond rompía a llorar al ver a niños enfermos condenados a una muerte segura. Era muy diferente estudiar los gérmenes y verlos en acción. Esa humanidad del maestro Diamond inspiró a Harari cuando era joven para dar el paso "de estudioso de la historia a estudioso de la humanidad".

 LAS TRES REVOLUCIONES

Hace unos 13.500 millones de años tuvo lugar el Big Bang y tan solo hace unos 3800 millones nació la vida en la Tierra. Pero los sucesos que más nos interesan como homínidos son estos tres:

-La revolución del conocimiento hace 70.000 años.

-La revolución agrícola hace 12.000 años.

-La revolución científica hace 500 años.

Pertenecemos al género Homo y a la especie sapiens. Ser de la misma especie nos permite reproducirnos y que nuestros hijos puedan hacer lo mismo. Algunas especies próximas, como el caballo y el asno, pueden tener descendencia (las mulas), pero no es descendencia fértil. Durante mucho tiempo se pensó que nuestro emparejamiento con los Neandertales no habría producido descendencia fértil y que ni siquiera habíamos convivido con ellos. Pero hallazgos genéticos de personas actuales confirman que tenemos un pequeño porcentaje de genes neandertales. Así que el concepto de especie se nos escurrió de las manos, no son fronteras bien delimitadas, sino diferencias graduales. Este descubrimiento vino a tambalear la teoría de la sustitución que nos hacía creer que los sapiens eramos puros. Parece que los que abogaban por la teoría del entrecruzamiento acertaron, lo que en palabras del autor podría ser problemático políticamente hablando:

"Pero si la teoría del entrecruzamiento es cierta, bien pudiera haber diferencias genéticas entre africanos, europeos y asiáticos que se remonten a cientos de miles de años. Esto es dinamita política, que podría proporcionar material para teorías raciales explosivas." 

Aún así, el mestizaje tuvo que ser muy raro. Aunque no sabemos por qué se extinguieron las otras especies de homínidos, en algún momento evolutivo el sapiens se alejó lo suficiente para poder ser considerado como una especie bien diferenciada de los demás, impidiendo así que el entrecruzamiento siguiese prosperando. Quizás ese alejamiento tuvo que ver con las mutaciones genéticas que permitieron a sapiens crear una manera de pensar y de expresarse mucho más compleja.

LA PRIMERA REVOLUCIÓN: EL CONOCIMIENTO

Los animales se comunican con diferentes lenguajes, y no somos los únicos en emplear lenguajes vocales.

"Por ejemplo, los monos verdes emplean llamadas de varios tipos para comunicarse. Los zoólogos han distinguido una llamada que significa: «¡Cuidado! ¡Un águila!». Otra algo diferente advierte: «¡Cuidado! ¡Un león!». Cuando los investigadores reprodujeron una grabación de la primera llamada a un grupo de monos, estos dejaron lo que estaban haciendo y miraron hacia arriba espantados. Cuando el mismo grupo escuchó una grabación de la segunda llamada, el aviso del león, rápidamente treparon a un árbol."

Entonces ¿qué tiene de especial nuestro lenguaje? Algunos dicen que es la capacidad de hacer construcciones infinitas que nos advirtieran de múltiples peligros. Otros, en cambio, ponen el acento en que el lenguaje es una necesidad de chismorrear sobre nosotros mismos, para así saber en quien podemos confiar y a quien debemos mostrar ostracismo por ser un tramposo. Pero lo más probable es la capacidad de abstracción lo que hace único al lenguaje humano.

Los chimpancés pueden engañar a sus congéneres haciéndoles creer que viene un león, para que así abandonen la comida y ellos la cojan. Pero nunca podremos hacer creer a un chimpancé en el sacrificio de que si ahora no se come un plátano encontrará un paraíso infinito de plátanos en la otra vida. Eso solo funciona con los seres humanos. Esa capacidad para la ficción es un arma de doble filo. Se pueden crear ficciones como los estados, las leyes, los dioses, y poner a dos pueblos que no se conocen, a luchar juntos o a matarse hasta el exterminio. 

La capacidad de crear "constructos sociales" ha sido particularmente útil para hacer que la civilización prospere de la mano del comercio y la política. Si no hubiésemos podido imaginar y confiar en la existencia de una empresa, de una ley o del valor del dinero, no hubiésemos podido llegar a donde hemos llegado. Necesitamos abstracciones del tipo "una nación", o "una sociedad limitada" para organizarnos en grupos de más allá de 150 individuos. Esa es la cifra límite de nuestro cerebro para conocer bien un grupo de personas usando nuestra capacidad de comunicación natural, es decir, el chismorreo. Para ir más allá necesitamos crear ficciones que nos unan con personas que no conocemos, personas en las que no podemos confiar, como lo hacemos con un grupo de amigos en donde todos saben de qué pie cojea el otro.

La habilidad para la ficción, que puede llamarse perfectamente habilidad para la unión, no tiene las limitaciones del genoma. Puede cambiarse y adaptarse a las circunstancias con mucha más flexibilidad que cualquier historia evolutiva, y por eso la revolución cognitiva nos hizo menos dependientes de la evolución genética para prosperar.

"En 1789, la población francesa pasó, casi de la noche a la mañana, de creer en el mito del derecho divino de los reyes a creer en el mito de la soberanía del pueblo. En consecuencia, desde la revolución cognitiva Homo sapiens ha podido revisar rápidamente su comportamiento de acuerdo con las necesidades cambiantes. Esto abrió una guía rápida de evolución cultural, que evitaba los embotellamientos de tránsito de la evolución genética."
Fuimos cazadores-recolectores durante mucho más tiempo que agricultores
. Por eso los intentos que ha habido de explicar nuestra prehistoria han intentado mirar a nuestro modo de vivir antiguo, esperanzados en encontrar algunas explicaciones de nuestro presente. El problema es que el registro fósil no es claro al respecto.

Una mujer de la Edad de Piedra que encontrase una higuera haría bien en comer todo lo que pudiera, porque en cualquier momento su ingesta podía verse interrumpida. Conductas actuales de comer más de lo que necesitamos pueden tener explicación en ese "gen tragón". Otras conductas son más controvertidas y difíciles de seguir. ¿Por qué somos infieles a nuestras parejas? ¿De donde viene la monogamia? Algunos psicólogos evolutivos nos cuentan que las mujeres solían acostarse con muchos hombres porque se creía que los niños eran hijos de todos los padres que consiguieran depositar su esperma en sus úteros. De esa manera, sus hijos tendrían las mejores características de cada uno de ellos. Esta teoría de la comuna antigua es rechazada por los partidarios de la monogamia como núcleo familiar. Al fin y al cabo los celos y la protección de la propia prole nos ha llevado a ser lo que somos en la actualidad.

La psicología evolutiva es una disciplina que ha tenido mucho prestigio en las últimas décadas, pero en mi humilde opinión resulta demasiado especulativa. A falta de registro fósil, es muy tentador tirar del hilo presente hasta encontrar una prueba en el pasado que nos corrobore por qué somos así. Eso es empezar la casa por el tejado. Un ejercicio de imaginación, con cierto soporte arqueológico, pero altamente especulativo. Cuando se investiga nuestro pasado prehistórico nos encontramos con limitaciones infranqueables. ¿Qué podemos decir de nuestro pasado espiritual? Apenas que eramos animistas, pero sabemos muy poco de las religiones que existían. Tampoco sabemos gran cosa de la organización sociopolítica de unas comunidades que rara vez se asentaban en un lugar rico en recursos. Podían ser belicosos o pacíficos. Los registros fósiles a veces apoyan unas tesis y otras veces la contraria. Quizás no hubiese una naturaleza única de los Homosapiens. Eso podría explicar que también en la actualidad somos capaces de una cosa y de su contraria. ¿Por qué no pudo ser igual en el pasado?

Los objetos de la Edad de Piedra, que en realidad eran en su mayoría de madera, no nos pueden decir todo lo que queremos saber de nuestros antepasados. Intentar deducir las aspiraciones y los miedos de unos humanos que solo han dejado tras de sí algunos pocos objetos, sería tanto como si en el futuro algún historiador pretendiera sacar conclusiones sociológicas sobre los adolescentes del presente basándose en las cartas postales y en algunos trabajos escolares... porque no tiene acceso a los mensajes de Whatsapp y redes sociales que actualmente usan los jóvenes de manera masiva.

EL PASADO NO ERA TAN MALO

Pero algunas cosas sí podemos saber con más fiabilidad. Y Harari nos invita a re-pensar el pasado para llegar a las controvertidas conclusiones con las que se ha atrevido a poner patas arriba el mundo prehistórico. El registro fósil nos puede indicar su anatomía, la tecnología o incluso cierta estructura social. La dieta es otro dato fiable del que el autor se atreve a extraer conclusiones más fiables. Los Homo sapiens competían por el alimento. Incluso en aquellos casos en los que existía el comercio, lo que se intercambiaba eran objetos de prestigio y no alimentos. La recolección, y no la caza, era su actividad primordial. En raras ocasiones se establecían en aldeas de pescadores (las que posteriormente surcaron los mares y llegaron a Australia). Lo normal era que todos fueran multi-tarea, desde hacer un cuchillo o remendar una capa rota, hasta reaccionar ante avalanchas y hacer trampas para animales.

 

"En otras palabras, el cazador-recolector medio tenía un conocimiento más amplio, más profundo y más variado de su entorno inmediato que la mayoría de sus descendientes modernos. Hoy en día, la mayoría de las personas de las sociedades industriales no necesitan saber mucho acerca del mundo natural con el fin de sobrevivir. ¿Qué es lo que uno necesita saber realmente para arreglárselas como ingeniero informático, agente de seguros, profesor de historia u obrero de una fábrica? Necesitamos saber mucho acerca de nuestro minúsculo campo de experiencia, pero para la inmensa mayoría de las necesidades de la vida nos fiamos ciegamente de la ayuda de otros expertos, cuyos propios conocimientos están asimismo limitados a un diminuto campo de pericia. El colectivo humano sabe en la actualidad muchísimas más cosas de las que sabían antes las antiguas cuadrillas. Pero a nivel individual, los antiguos cazadores-recolectores eran las gentes más bien informadas y diestras de la historia."


Harari defiende que nuestros antepasados recolectores-cazadores tenían vidas más interesantes, menos estresantes, más sanas, pasaban menos hambre, tenían menos enfermedades... eran lo que se conoce como "sociedades opulentas originales". Incluso se piensa que trabajaban menos horas a la semana (esto se deduce por comparación con algunas sociedades de recolectores-cazadores que todavía existen en la actualidad). Naturalmente también tenían un lado oscuro, como el dejar atrás a los débiles que no podían seguir el camino de la recolección. No hay que idealizarlos, nos advierte el autor, aunque parece que eso es lo que ha hecho en sus páginas.

SAPIENS TERMINATOR

Si tuviéramos que juzgar con los ojos del presente a nuestros antepasados sapiens, como si se tratara de un juicio penal que tuviese en cuenta los crímenes y exterminios que hemos realizado a otras especies, sin duda el veredicto sería, en palabras del autor, que somos unos "asesinos en serie", "la especie más mortífera en los anales de la biología".

En Australia existían grandes animales. Se da la circunstancia de que justo en el momento en que colonizamos esa nueva tierra estos animales empezaron a extinguirse. Lo mismo se podría decir de la conquista de América. Algunas teorías proclaman que los cambios climáticos fueron los responsables, pero siempre ha habido cambios climáticos, y las especies de Australia resistieron a varios de ellos. Las pruebas sugieren que la llegada del Homosapiens produce cataclismos ecológicos sin parangón.  En pequeñas islas como Cuba y Madagascar, donde insectos autóctonos y muchas especies de animales peludos y grandes existían, empezaron a extinguirse cuando las descubrimos. Incluso más recientemente, la llegada de los maoríes a Nueva Zelanda hace 800 años nos muestra como desplazamos al 60% de las aves y a la mayoría de los animales gigantes. En tan solo 800 años. En cambio, no nos ha dado tiempo a extinguir las especies endémicas de las Islas Galápagos porque fueron pobladas por humanos muy recientemente en el s. XIX

Tenemos una idea demasiado rousseauniana de nuestros ancestros. El mundo anterior al que conocemos no era un paraíso bucólico de paz y armonía con nuestro entorno.

"Homo sapiens llevó a la extinción a cerca de la mitad de las grandes bestias del planeta mucho antes de que los humanos inventaran la rueda, la escritura o las herramientas de hierro."

Primero con Australia y luego con América, allá donde pisamos tierra fuimos expulsando a otras especies y remodelando el ecosistema a nuestros intereses. Cuando nos convertimos en agricultores continuamos haciendo lo mismo. Y ahora que estamos en la era industrial lo seguimos haciendo. Si debemos sacar alguna conclusión que nos ayude a salvar el planeta no debe ser que somos peores que nuestros antepasados, sino que los imitamos sin pararnos a pensar las consecuencias.

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN: UNA AGRICULTURA DEMASIADO IDEALIZADA

La revolución agrícola empezó hace unos 10.000 años. Y lo hizo simultáneamente en varias partes del planeta, y no solo en Oriente próximo como se creyó durante mucho tiempo. El clima de las zonas más cálidas fue un factor a tener en cuenta. Las plantas y animales de estas zonas eran más fáciles de domesticar que las que vivían en las nieves. 

Pero siguiendo la metáfora de Harari, en realidad no fuimos nosotros los que domesticamos el trigo, sino éste a nosotros. La agricultura requería mucho más esfuerzo que la vida de la recolección. Nuestra columna vertebral no estaba hecha para cagar con pesados cubos de agua para ir a regar. El trigo no nos dio una dieta más rica que la anterior, ni tampoco una seguridad económica que dependía de sequías o plagas que nos dejaban sin alternativa alimenticia. Lo que nos ofrecía era una promesa para refugiarnos del frío, la lluvia y los animales salvajes. Pero esos asentamientos estables pronto se hicieron dependientes del alimento que los sostenía.

Al tener más excedente de alimentos, las poblaciones crecían, y para alimentarlas necesitaban cada vez más campos de trigo. Lo que fue una solución para establecerse más cómodamente se había convertido en una pesada losa que los encerraba en su nueva forma de vivir.

Y nadie se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde porque todo fue muy gradual y lento. Harari lo compara a nuestra sociedad moderna que ha caído en una trampa parecida con los lujos que se tornan necesidades.

"En la actualidad nos ocurre a nosotros. ¿Cuántos jóvenes graduados universitarios han accedido a puestos de trabajo exigentes en empresas potentes, y se han comprometido solemnemente a trabajar duro para ganar dinero que les permita retirarse y dedicarse a sus intereses reales cuando lleguen a los treinta y cinco años? Pero cuando llegan a esa edad, tienen hipotecas elevadas, hijos que van a la escuela, casa en las urbanizaciones, dos coches como mínimo por familia y la sensación de que la vida no vale la pena vivirla sin vino realmente bueno y unas vacaciones caras en el extranjero. ¿Qué se supone que tienen que hacer, volver a excavar raíces? No, redoblan sus esfuerzos y siguen trabajando como esclavos. Una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones."

Podríamos decir que el trigo triunfó al lograr expandirse numéricamente por el planeta. Y fue un éxito completo porque lo único que cuenta en una planta es su número, y no su calidad de vida, de la cual el trigo carece. Sin embargo, el ser humano que también logró expandirse, triunfó sacrificando su calidad de vida. Y lo mismo se podría decir de los animales que fueron domesticados. ¿De qué les sirve a las  gallinas y vacas ser muy numerosas si viven en jaulas o forzadas a separarse de sus crías con cruentos y dolorosos procedimientos? La esencia de la revolución agrícola es, en palabras del escritor, "la capacidad de mantener más gente viva en peores condiciones".

Este relato de "la trampa del lujo" no niega los beneficios de la revolución agrícola, tan solo los pospone. Los sapiens agrícolas pagaron el pato de ser los primeros en iniciarla y desarrollarla, haciéndose más dependientes y en muchos sentidos más débiles que sus antecesores recolectores-cazadores. Para que las ventajas superasen a los inconvenientes tuvimos que esperar miles de años. Lo que el autor critica es esa visión idealizada de la agricultura como signo de progreso humano, algo que solo se puede afirmar tras miles de años de retroceso que tuvieron que soportar los sapiens agricultores. No es cierto que nos hicimos más inteligentes y por eso pudimos dominar la siembra, no hay ninguna prueba de ello, y sí muchas de lo hábiles que eramos y de los conocimientos que dominábamos como recolectores-cazadores. De ahí la atrevida calificación que hace de la revolución agrícola como "el mayor fraude de la historia".

"Esto resulta difícil de apreciar por parte de las personas que viven en las sociedades prósperas de hoy en día. Debido a que gozamos de abundancia y seguridad, y puesto que nuestra abundancia y seguridad se han construido sobre los cimientos que estableció la revolución agrícola, suponemos que esta fue una mejora maravillosa. Pero es erróneo juzgar miles de años de historia desde la perspectiva actual. Un punto de vista mucho más representativo es el de una niña de tres años de edad que muere de desnutrición en la China del siglo I porque los cultivos de su padre no han prosperado. ¿Acaso diría «Me estoy muriendo de desnutrición, pero dentro de 2.000 años la gente tendrá comida abundante y vivirá en casas con aire acondicionado, de modo que mi sufrimiento es un sacrificio que vale la pena»?

¿Qué es, pues, lo que el trigo ofrecía a los agriculturalistas, incluida esta niña china desnutrida? No ofrecía nada a la gente en tanto que individuos, pero sí confirió algo a Homosapiens como especie. Cultivar trigo proporcionaba mucha más comida por unidad de territorio, y por ello permitió a Homosapiens multiplicarse exponencialmente."

Pensándolo bien la agricultura no solo cambió la tierra que pisábamos, sino el espacio que habitábamos, nuestro tiempo y nuestras posesiones. Espacio, tiempo y materia, lo cambió todo. Pasamos a movernos en espacios más reducidos, como nuestros huertos y casas. Nos obligó a planificar la cosecha teniendo en cuenta los ciclos estacionales, y ser muy previsores para acumular provisiones para los años de mala cosecha. Y nos atiborró de un número de objetos muy superior al que pudiera tener una tribu entera de cazadores-recolectores.

También nos obligó a crear ficciones, como ya hemos visto anteriormente. Porque no era suficiente con crear excedente de alimento. Teníamos que ponernos de acuerdo en cómo repartirlo ordenadamente. Y para ello tuvimos que echar a volar nuestra imaginación hasta crear unas normas efectivas, una mitología que nos pusiera a cooperar de manera ordenada y estable. Son esos "órdenes imaginados", esas ficciones y valores si se prefiere, los que incitan a actuar conforme a algo que no existe: los derechos humanos, la ley, el dinero, la empresa, dios... Y para que sea eficaz debe tener dos requisitos: que sean compartidos y duraderos. Hay que mantener la ficción viva en un número suficiente de sujetos y durante bastante tiempo. Si yo dejo de reconocer el valor del dinero no afecta para nada al funcionamiento del mismo, porque la sociedad seguirá usándolo. Pero si eso les pasa a muchos ya tendríamos un problema. Así como si solo durase una generación. La fe en el orden imaginado debe transmitirse de una manera más duradera que la tradición oral. Todo el mundo muere alguna vez, así que hay que dejar bien fijado el criterio para que no se desvirtúe mucho. Para solventar ese problema creamos los números y la escritura.

NO HAY JUSTICIA EN LA HISTORIA

Estos órdenes que imaginamos nos ayudan a planificarnos de manera más efectiva, evitando presentaciones e investigaciones sobre el prójimo. Pero eso no significa que sean necesariamente justos y neutrales. Incluso los que supuestamente se inventaron teniendo en cuenta grandes valores, adolecen de graves desviaciones. La Declaración de Independencia de EEUU que hablaba de la igualdad no incluía a los negros. Para el escritor incluso la libertad se abordaba desde su concepción liberal, lo que se conoce como "libertad negativa" frente al Estado, y no la Libertad con mayúsculas.

Quienes creaban las leyes solían invocar la autoridad divina, porque necesitaban que la jerarquía fuese duradera. El derecho natural es una creación de los hombres, pero está inspirado en un convencimiento de que hay otro orden superior que la sociedad debe encargarse de plasmar en el papel. Las diferencias entre negros y blancos se han defendido con argumentos religiosos, históricos, económicos y de diferente índole. La ciencia, más bien la pseudociencia, también se ha invocado para defender el racismo y la desigualdad.

“Pero es una regla de hierro de la historia que toda jerarquía imaginada niega sus orígenes ficticios y afirma ser natural e inevitable.”

 

La fuerza de los órdenes imaginados es tan potente que nos lleva a un círculo vicioso muy parecido al descrito anteriormente con la trampa de los lujos. Negros, pobres, castas, esclavos, homosexuales, etc... bajaron un peldaño en la jerarquía social por causas anecdóticas y circunstanciales, no hay ninguna razón biológica ni objetiva que lo justifique. Y cuando desaparece el factor histórico que originó la discriminación, esta persiste porque la inercia de la norma y la costumbre sigue impulsando a la conducta discriminatoria.

La discriminación contra las mujeres merece para el autor un análisis aparte:

"Puesto que el patriarcado es tan universal, [...] Es mucho más probable que, aunque la definición precisa varía de una cultura a la otra, exista alguna razón biológica universal por la que casi todas las culturas valoraban más la masculinidad que la feminidad. No sabemos cuál es la verdadera razón. Existen muchas teorías, pero ninguna de ellas es convincente."

Tras un breve repaso de todas las teorías que se han aportado, Harari las descarta todas. Nótese que el autor no defiende que haya razones biológicas que justifiquen el machismo, sino que debe haber razones biológicas (todavía por descubrir) que expliquen el patriarcado.

Harari se esfuerza en demostrar que ni la fuerza física ni la mayor agresividad de los hombres explican el patriarcado. Precisamente los más débiles suelen ocupar altos cargos, como los viejos sabios, y a los brutos se les reserva un papel de soldado raso. La pregunta es por qué no hay mujeres entre esas élites de hombres más pacíficos y más empáticos que siempre han ostentado el poder.

"¿Cómo llegó a ocurrir que en la única especie cuyo éxito depende sobre todo de la cooperación los individuos que supuestamente son menos cooperativos (los hombres) controlen a los individuos que supuestamente son más cooperativos (las mujeres)? En la actualidad, no tenemos una respuesta satisfactoria."

LA TENDENCIA A LA UNIDAD

Se puede decir que antiguamente los seres humanos vivían de maneras tan diferentes que vivían en mundos separados. La historia nos demuestraque se mueve en un sentido unificador, aunque haya muchos zigzags previos. La escisión del cristianismo y el fin del Imperio mongol son anecdóticos cuando se compara con esa tendencia unificadora. Cuando Irán y EEUU discuten nos parecen culturas irreconciliables, pero tienen mucho más en común que las miles de tribus de Homosapiens de la Edad de Piedra: ambos parten de la hipótesis de los estados-nación, del capitalismo, del derecho internacional e incluso de la física nuclear.

A veces esas discrepancias se encuentran incluso dentro de una misma cultura. Eso es consustancial a toda cultura humana. Las culturas, como los humanos, son contradictorias. Esa diversidad actúa como motor de la historia. Por ejemplo, la igualdad y la libertad:

"[...] estos valores son contradictorios entre sí. La igualdad solo puede asegurarse si se recortan las libertades de los que son más ricos. Garantizar que todo individuo será libre de hacer lo que le plazca es inevitablemente una estafa a la igualdad. Toda la historia política del mundo desde 1789 puede considerarse como una serie de intentos de reconciliar dicha contradicción."

Y lo mismo podría decirse de la izquierda y la derecha, o la caballería y el cristianismo. Que dentro de una misma cultura haya estas posiciones antitéticas es lo que hace precisamente avanzar a esa cultura. La disonancia cognitiva se considera un fracaso intelectual, pero el autor defiende que sin ella las culturas no se habrían configurado de manera tan dispar. Y es esa disparidad, que actúa como un sistema de pesos y contrapesos, la que permite progresar y evita el estancamiento.

Los órdenes imaginados que abren el camino para que la flecha de la historia avance en su camino unificador son tres: el dinero, los imperios y la religión.

EL DINERO

Cuando los cazadores no tenían dinero intercambiaban bienes y servicios. No necesitaban más porque eran autosuficientes. La revolución agrícola no cambió esas cadenas de favores y obligaciones. A veces recurrían al trueque y con eso les bastaba. Sin embargo, con el auge de las ciudades y el aumento de la población los cálculos de lo que uno debía al otro, o los precios de las mercancías que variaban según el momento o la calidad, se volvieron muy intrincados.

Se hizo necesario llegar a un acuerdo sobre el valor que pudieran tener las cosas, y qué mejor que hacerlo con algo que fuera valorado en sí mismo, como por ejemplo, los granos de cebada. Así lo establecieron los sumerios. El dinero no tienen que ser monedas ni billetes, también pueden ser cigarrillos como a menudo lo ha sido en tiempos de guerra o en las prisiones.

"De hecho, incluso hoy en día las monedas y billetes son una forma rara de dinero. Actualmente, la suma total del dinero en el mundo es de unos 60 billones de dólares, pero la suma total de monedas y billetes no llega a los 6 billones de dólares. Más del 90% de todo el dinero [..] existe solo en los servidores informáticos."

Aunque todos conocemos el lado oscuro del dinero, Harari subraya que su poder unificador es el más potente de todos los órdenes imaginados. Los musulmanes de tiempos pasados adoraban usar monedas acuñadas con la cruz, Jesucristo y la Virgen María. Y al revés, los millareses, eran monedas acuñadas por los conquistadores cristianos en las que se podía leer "No hay otro dios más que Alá".

"Durante miles de años, filósofos, pensadores y profetas han vilipendiado el dinero y lo han calificado como la raíz de todos los males. Sea como fuere, el dinero es asimismo el apogeo de la tolerancia humana. El dinero es más liberal que el lenguaje, las leyes estatales, los códigos culturales, las creencias religiosas y los hábitos sociales. El dinero es el único sistema de confianza creado por los humanos que puede salvar casi cualquier brecha cultural, y que no discrimina sobre la base de la religión, el género, la raza, la edad o la orientación sexual. Gracias al dinero, incluso personas que no se conocen y no confían unas en otras pueden, no obstante, cooperar de manera efectiva."

LOS IMPERIOS

Nos gustan las historias en las que los débiles vecen a los fuertes, en las que los pueblos originales y "auténticos" resisten las presiones de los imperios. Así, por ejemplo, tenemos a Numancia como símbolo de la resistencia ante la apisonadora romana. Pero Harari nos despierta de ese sueño romántico, porque lo cierto que es que la historia no es justa, y lo normal es que los débiles caigan en el camino. Una vez producida la injusticia, la habilidad sería aprender de la misma sin rechazar lo positivo.

La historia de los diferentes imperios nos han dejado páginas manchadas de sangre, Harari no lo niega. Pero una vez conscientes de las injusticias, ¿seríamos capaces de negar las consecuencias positivas de esas conquistas? Decir que toda herencia imperial es negativa es negarnos a nosotros mismos, porque somos mezclas de sucesivos imperios que han sido sustituidos por otros. No existen ya pueblos que se puedan calificar de "auténticos". Todos somos mestizos en ese sentido.

La mayoría de la humanidad ha vivido los últimos 2500 años bajo un imperio u otro, y aunque el éxito del imperio pasara por hacer sucumbir, subsumir y finalmente desaparecer a otros pueblos más pequeños, visto con la perspectiva del tiempo el balance se puede decir que ha sido culturalmente beneficioso para los pueblos más pequeños: filosofía, tecnología, servicios, alimentación y comodidades diversas han sido los frutos de aquellas violaciones.

Vistos con la suficiente perspectiva del tiempo, estos procesos no fueron dirigidos ni nadie previó sus consecuencias. Al igual que la teoría de la evolución, los imperios actuaron según sus propias leyes, pero no tenían la voluntad de cambiar el mundo. Eso no quiere decir, que las élites que los dirigían no tuviesen deseos ni ambiciones. Al igual que un león puede comerse a una gacela, un rey podía matar a un siervo, pero ni el león ni el rey pretendían participar en la linea histórica que va desde el feudalismo hasta el capitalismo moderno.

Aún así, la pregunta es tentadora: ¿fueron bientintencionados? Nos cuenta el autor, que las intenciones de las élites fueron extender una fe, una prosperidad, un sistema económico, una democracia, o una mejora general para los pueblos conquistados. Y además, cree que estamos al borde de un gobierno mundial, solo por la razón de que cada vez compartimos más conceptos como los derechos humanos y el calentamiento global. Al margen de este exceso de ingenuidad y optimismo, cuando miramos retrospectivamente y en una escala temporal de largo alcance, es muy tentador sacar conclusiones apresuradas con respecto a los desagravios del pasado.

"En la actualidad, ¿cuántos indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de ferrocarriles, el sistema legal, el críquet y el té, sobre la base de que se trata de herencias imperiales? [...] Incluso si decidiéramos repudiar por completo el legado de un imperio brutal con la esperanza de reconstruir y salvaguardar las culturas «auténticas» que lo precedieron, con toda probabilidad lo que defenderíamos no sería otra cosa que la herencia de un imperio más antiguo y no menos brutal. Aquellos que se sienten agraviados por la mutilación de la cultura india por el Raj británico santifican sin darse cuenta las herencias del Imperio mongol y del sultanato conquistador de Delhi."

LA RELIGIÓN

Las primeras religiones eran animistas, se limitaban a creer que las plantas y los animales tenían alguna magia que los hacía merecedores de rituales para garantizar su abundancia. Sus espíritus tenían sus peculiaridades y puntos de vista diferentes, pero eran todos muy locales. Con el politeísmo ampliaron su poder de influencia hasta abarcar mayores superficies, y los dioses pasaron a ser intermediarios con todos los animales, plantas, mares, etc... y por ello se les honraba con sacrificios. En este punto los dioses eran caprichosos y no tenían un compromiso con la humanidad entera, y por eso precisamente, porque podían responder a las peticiones de unos pueblos frente a otros, se les rezaba para obtener su influencia. En ese sentido, el politeísmo fue un factor liberal, que a diferencia del monoteísmo, nunca persiguió a herejes ni envió misiones para evangelizar en nombre de Osiris o Júpiter. La tolerancia humana era una lección fácilmente extraíble de unos dioses que convivían con otros.

Cuando llegó el monoteísmo los dioses se hicieron más ambiciosos y menos tolerantes porque su pretensión universal no dejaba espacio para otras creencias paralelas. Eso no quiere decir que el politeísmo haya estado exento de excesos, pero en comparación con el monoteísmo se queda en un juego de niños. Lo podemos ver si hacemos números entre la persecución de los cristianos por el Imperio romano, y las persecuciones que los cristianos hicieron contra otros cristianos.

"Si sumamos todas las víctimas de todas las persecuciones, resulta que en esos tres siglos los politeístas romanos mataron a no más que unos pocos miles de cristianos. Por el contrario, a lo largo de los siguientes 1.500 años, los cristianos masacraron a millones de correligionarios para defender interpretaciones distintas de la religión del amor y la compasión. [...] disputas teológicas se volvieron tan violentas que, durante los siglos XVI y XVII, los católicos y los protestantes se mataron unos a otros por cientos de miles. [...] En este ataque, la Matanza del Día de San Bartolomé, entre 5.000 y 10.000 protestantes fueron asesinados en menos de veinticuatro horas. [...] Durante esas veinticuatro horas murieron más cristianos a manos de otros cristianos que a manos del Imperio romano politeísta a lo largo de toda su historia."

Harari nos cuenta una verdad a medias. Debería haber usado números porcentuales en vez de absolutos, porque en los primeros 300 años d.C. la población cristiana era muy escasa comparada con la que había en el siglo XVII. Un millón de víctimas pueden suponer un 0,01% o un 20% según el momento de la historia.


El budismo, a diferencia del cristianismo y del islam, no da demasiada importancia a la existencia de los dioses. Es lo que se llama una religión sin dios, como el jainismo, el taoísmo o el confucianismo. En el caso del budismo, por ejemplo, se basa en la naturaleza deseosa del ser humano, que provoca el sufrimiento, y por eso propugna alejarse de los deseos para evitar las penas. Pero Buda no era un dios, sino un sabio, y para ser budista solo debes seguir sus enseñanzas y, mientras tanto, es indiferente si crees en Alá o en Cristo.

Hasta ahí bien. Pero el autor prefiere denominar a esas religiones sin dios como religiones basadas en una "ley de la naturaleza". Esto le permite retorcer el lenguaje y afirmar que el liberalismo, el comunismo, el capitalismo, el nacionalismo y el nazismo... son religiones. Es cierto que algunas adhesiones a estas ideologías se parecen al fervor de la fe, pero si las denominamos religiones, ¿no existen la ideologías?

El triple salto mortal viene cuando, al amparo de su particular definición de religión define como humanismo incluso al nazismo. Defiende este giro semántico de manera muy creativa y fácil de entender, al fin y al cabo, esa es su principal destreza como se puede comprobar leyendo este best-seller. Pero todo indica que era más un ejercicio de marketing que una verdadera necesidad de decir algo nuevo.

En la práctica, todas estas formas de religión, desde el animismo hasta el budismo, se solaparon unas con otras. Es lo que se conoce como sincretismo. La mezcolanza de mitos y costumbres anteriores facilitó mantener una estructura ritual y unos creyentes sin necesidad de empezar desde cero.

LA TERCERA REVOLUCIÓN: LA CIENCIA

En un nuevo juego de palabras Harari nos dice que la revolución científica no es una revolución del conocimiento, sino de la ignorancia. A diferencia de la religión y otros intentos modernos de estabilizar el orden sociopolítico, la ciencia admite su humildad al confesar que sus verdades no son definitivas. No tenemos ningún compromiso con Einstein; si las observaciones nos llevan a rechazarlo o enmendarlo, lo haremos sin temor a violentar ningún precepto sagrado ni ninguna lealtad debida.

Las matemáticas fueron el elemento que invadió todo el campo científico y lo hizo evolucionar exponencialmente. En particular la estadística que aplicada a los seguros, la sociología, la biología y hasta a la física nuclear ha transformado el mundo hasta hacerlo irreconocible para una persona de 1500.

Este cambio se aceleró cuando se unieronla ciencia y la tecnología. En el pasado los científicos iban por un lado y los inventores por otro. Eran los artesanos los que por casualidad o mediante ensayos nada sistemáticos mejoraban alguna tecnología. Ni siquiera los militares romanos tenían un departamento de investigación y desarrollo. Desde que la medida del éxito científico es la utilidad, la política ha intervenido en la ciencia. Así, los científicos se pueden afanarse en buscar su ideal de progreso, que según las prioridades y valores imperantes puede ser desde una bomba atómica a erradicar el hambre.

Antes de la revolución científica, el ideal de progreso residía en el pasado, una Edad de Oro pretérita. Los sucesivos descubrimientos anunciaban que había un sólido edificio por construir todavía. El hambre, por ejemplo, antes considerado como un mal irremediable, pasó a verse como algo controlable con criterios técnicos y económicos. Actualmente, según el autor, "en la mayoría de los países nadie se muere de hambre".

Incluso la muerte parece tener sus días contados. En un arrebato de optimismo, o de ciencia-ficción, Harari se sube al carro del que tiran algunos divulgadores científicos cuando pronostican que la medicina nos hará infinitamente saludables; amortales es la palabra elegida, por diferenciarla de inmortal, porque siempre podremos morir de un accidente.

Pero, independientemente de la voluntad del científico y sus sueños de grandeza, hay un limitante que le pone los pies en el suelo: el dinero. O dicho de otra forma, la financiación de sus proyectos.

"Durante los últimos 500 años, la ciencia moderna ha logrado maravillas gracias en gran parte a la buena disposición de gobiernos, empresas, fundaciones y donantes privados que han donado miles de millones de dólares a la investigación científica. Estos miles de millones han hecho mucho más para explorar el universo, cartografiar el planeta y catalogar el reino animal que lo que hicieron Galileo Galilei, Cristóbal Colón y Charles Darwin. Si estos genios no hubieran nacido, sus intuiciones probablemente se les habrían ocurrido a otros. Pero si no se dispusiera de la financiación adecuada, no habría excelencia intelectual que la hubiera compensado."
RELACIONES ENTRE CIENCIA E IMPERIO

Tomando como ejemplo las expediciones del capitán Cook, Harari nos adentra en una cronología fascinante que empieza por la curiosidad de saber la distancia de la Tierra al Sol, y termina cuestionando cuánto interés militar había en dicha expedición. La fusión de la ciencia con el imperio era absoluta, para bien y para mal. Los hallazgos de estos viajes trajeron consigo la colonización de Australia y Nueva Zelanda, pero también acabaron con sus culturas nativas y sus habitantes (a veces, como en el caso de los tasmanos, incluso llegando al exterminio absoluto).

Fue la cultura europea la que se impuso en el resto del mundo. ¿Cómo fue esto posible si tan solo era "un enano económico" en comparación con Asia? Está claro que la tecnología del capitán Cook era muy superior a la de los nativos australianos, pero por aquello entonces los chinos y los otomanos también tenían esa tecnología. ¿Qué fue entonces lo que propició que Asia, que suponía el 80% de la economía mundial en 1775, fuera adelantada en 1950 por Europa, que junto con EEUU, superaba más de la mitad de la producción global?

Fueron esos órdenes imaginados, esos valores, mitos y estructuras socio-políticas que no podían copiarse tan fácilmente como un invento cualquiera, los que marcaron la diferencia con Asia, reacia tanto a la ciencia como al capitalismo. No nos olvidamos de las evidentes deudas que tenemos con la Grecia clásica, China, India y el islam. En todas las culturas ha habido grandes pensadores. Pero de 1500 a 1950 la aportación europea, desde la física newtoniana a la biología darwiniana, no se puede comparar con la de los otros imperios.

Esto no significa que los europeos sean biológicamente diferentes, ni que la situación no pueda cambiar. La explicación reside en que la mentalidad de conquista que dominaba a los europeos era la avidez de conocimiento, la asunción de que vivían en un mar de ignorancia y fuera de su mundo había mucha información que estaba esperando a ser descubierta. La motivación del resto de imperios se ralentizada por la certeza de vivir, intelectualmente hablando, en un mundo autosuficiente con todo lo importante ya descubierto y acotado. Como mucho se dedicaban a colonizar a sus vecinos por meras razones materiales y de poder.

"Los árabes, para citar un ejemplo, no conquistaron Egipto, Iberia o la India con el fin de descubrir algo que no conocían. Los romanos, mongoles y aztecas conquistaron vorazmente nuevas tierras en busca de poder y riquezas, no de saber. [...] A lo largo de la historia la mayoría de las sociedades humanas estaban tan inmersas en los conflictos locales y pendencias con sus vecinos que nunca consideraron explotar y conquistar tierras lejanas. [...] Lo raro es que los europeos de los albores de la edad moderna sucumbieran a una fiebre que los impulsó a navegar hasta tierras distantes y desconocidas [...] Cuando los musulmanes conquistaron la India, no llevaron consigo arqueólogos [...] antropólogos [...] geólogos [...] zoólogos. En cambio, cuando los ingleses conquistaron la India, sí lo hicieron."

 

El mapa de Salviati dibujaba la costa americana, invitando a descubrir el resto.

El autor es consciente de que no existe la motivación científica 100% pura, y que detrás de estas curiosidades también existían intereses comerciales de los que los imperios sacaron buen provecho a costa de los pueblos conquistados. Los imperios, al igual que las personas, son capaces de lo bueno y lo malo.

"Los imperios europeos hicieron tantas cosas diferentes a una escala tan grande, que se pueden encontrar muchísimos ejemplos que respalden lo que se quiera decir sobre ellos. ¿Queremos decir que estos imperios eran monstruosidades malignas que extendieron la muerte, la opresión y la injusticia alrededor del mundo? Fácilmente podríamos llenar una enciclopedia con sus crímenes. ¿Queremos argumentar que en realidad mejoraron las condiciones de sus súbditos con nuevos medicamentos, mejores condiciones económicas y mayor seguridad? Se podría llenar otra enciclopedia con sus logros."

EL CAPITALISMO: PARTE DE LA SOLUCIÓN Y PARTE DEL PROBLEMA

La influencia de los imperios fue necesaria, pero no suficiente. Hubo otros factores decisivos, como el capitalismo. El gran invento fueron los grandes créditos que permitieron la fe en que el pastel de la producción mundial siempre crecería. El poder de los bancos creció, y la gente se atrevía a aventurarse a una empresa de riesgo porque el banco le prestaba lo que necesitaba, y el banco por su parte tenía confianza en que se le devolvería el dinero más los intereses. Para que el credo capitalista se cumpliese era necesario reinvertir las ganancias en mejorar el negocio y contratar más personal. De esa manera la codicia pasaba a ser el motor del mundo, redundando finalmente en beneficio de todos según la famosa metáfora de Adam Smith sobre el carnicero y el panadero.

 

El crecimiento se convirtió en dogma, un fin en sí mismo. Para los creyentes en esta ficción el libre mercado nos haría avanzar indefectiblemente. Los menos afortunados eran como la gacela que es comida por el león, o como la niña china de los agricultores que hemos visto antes: víctimas necesarias para un bien mayor. Según esta nueva lógica, la solución a nuestros problemas nos la darían los ricos porque al hacerse ricos todos saldríamos beneficiados. No había que hacer mucho más que permitir que los ricos se hicieran más ricos todavía. Y, por supuesto, no era el momento de cuestionar esto si te había tocado un buen trozo del pastel. Las empresas y entidades jurídicas se volvieron tan poderosas que gestionaban o poseían colonias, como Indonesia o la India, mucho antes de que fueran nacionalizadas. El "Estado Libre del Congo" también fue gobernado por una empresa belga. Finalmente el libre comercio fue adoptado no solo por los comerciantes capitalistas, sino por los gobiernos de sus países que terminaron sosteniendo a sus empresas al "mandato del gran dinero."

"Las compañías por acciones ya no necesitaban establecer y gobernar colonias privadas: ahora sus gestores y sus grandes accionistas tiraban de los hilos del poder en Londres, Amsterdam y París, y podían contar con que el Estado velara por sus intereses. Tal como se mofaban Marx y otros críticos sociales, los gobiernos occidentales se estaban convirtiendo en un sindicato capitalista."

Dejar absoluta libertad al mercado nos trajo, por ejemplo, el tráfico de esclavos del Atlántico, algo prácticamente desconocido en la Europa medieval, pero que germinó por culpa de la sacrosanta ley de la oferta y la demanda, más que por culpa de ideólogos racistas. El lado oscuro del capitalismo nos ha dejado varios millones de trabajadores condenados "a una vida de pobreza abyecta" ante nuestra indiferencia. La respuesta de los defensores del capitalismo es que la alternativa comunista no ha sido mejor, y que para encontrar el paraíso de Adam Smith tendremos que esperar un tiempo. 

¿Cuánto tiempo? Para algunos toda la vida. Otros piensan que ese momento no llegará nunca porque los recursos son limitados, y sabiendo que hemos pasado de 700 millones de habitantes en 1700, a 7000 millones en la actualidad, ese paraíso no llegará nunca. Pero el autor no cree que sea un problema de escasez, porque siempre descubrimos nuevas energías y materias primas, o convertimos un tipo de energía en otra. 

"Todas las actividades e industrias humanas juntas consumen alrededor de 500 exajulios anuales, que equivalen a la cantidad de energía que la Tierra recibe del Sol en solo 90 minutos."

El peligro no es la finitud de los recursos, que nuestra inventiva se encarga de multiplicar, sino que las ruedas de la industria nos "pueden conducir fácilmente a la catástrofe." La persecución del beneficio nos puede hacer caer en un disciplinado consumismo, en el que vendedores y compradores se especializan cada uno en su parte del engranaje de manera tan compulsiva que los productores terminan sobreproduciendo y los compradores terminan sobrecomprando. De esta guisa, todo puede peligrar. Todos podemos peligrar. Los animales también, que pasan a ser tratados como objetos y mercancías, cuando la ciencia sabe que son seres con necesidades emocionales. El autor se apunta a lo que empieza a verse como una demanda ética entre los filósofos y humanistas contemporáneos: la preocupación por el maltrato animal. Peter Singer lo venía diciendo desde décadas, y ahora Harari usa comparaciones similares a las de Singer:

"De la misma manera que el comercio de esclavos en el Atlántico no fue el resultado del odio hacia los africanos, tampoco la moderna industria animal está motivada por la animosidad. De nuevo, es impulsada por la indiferencia."

La revolución industrial cambió muchas cosas. Por ejemplo, la medición del tiempo. Antes no era necesario medir el tiempo con exactitud. A nadie le importaba si quiera la hora que era. Bastaba con saber cuando salía el sol y llegaba el invierno para poder controlar adecuadamente la siembra y la recolecta. Con la revolución industrial se hizo necesario controlar el tiempo de trabajo, porque si un trabajador se retrasaba hacía retrarse también a su compañero, y así también a toda la fabrica, 

También cambió el papel de la familia. Antes era el sostén sociológico y si alguien caía enfermo, la familia estaba ahí. Eramos tan pocos que una economía de favores era suficiente para que, o bien dentro de una familia, o bien dentro de una comunidad local, todos cuidásemos de todos. Con el aumento de la población delegamos funciones en el estado mediante el pago de tributos, los cuales han ido asumiendo competencias sanitarias, policiales, seguros de desempleo, etc. Las estrictas normas familiares, sujetas a veces a costumbres y jerarquías obsoletas, pasaron a flexibilizarse en manos de los mercados que trataban a todos los miembros de la familia por igual. Era la liberación del individuo en la que cada cual podía elegir su nueva familia, ya fuera un club de fans de una cantante pop o un equipo de futbol, cualquier cosa podía unirnos si usabamos el pegamento del consumismo. 

Un mundo cambiante a una velocidad que nunca habíamos visto antes. Muchas veces para bien, como se puede ver en la reducción de la violencia y las guerras internacionales. Es verdad que antes también hubo periodos de paz, pero eran cortos y no demasiado reales: "Porque la paz real no es la simple ausencia de guerra. La paz real es la improbabilidad de guerra."

De acuerdo con el análisis de Harari las guerras se han hecho improductivas. Las invasiones y los saqueos de materias primas todavía existen, pero en mucha menor medida. Ahora el capital es de naturaleza humana (personas formadas principalmente) y es más difícil de exportar. Las guerras por el petróleo de Irak son una excepción. Pero si somos algo críticos con su planteamiento nos daremos cuenta de que esto es bastante discutible. Porque las guerras no solo se hacen para robar materia prima, también por odios irreconciliables, o para asentar una posición geoestratégica. Y el hecho de que no existan guerras no significa que no exista una forma de pillaje comercial, abusando de posiciones de poder: la diferencia entre el derramamiento de sangre por petróleo y la contratación de empresas occidentales para obtener coltán en el tercer mundo... ¿es una diferencia de medios o de resultado? Muchos, como el autor, dicen que los imperios han dejado de actuar violentamente y que se han retirado de sus colonias pacíficamente. Incluso Gandhi, nos cuenta Harari, lo tuvo más fácil gracias a la flexibilidad del imperio británico. Otros critican que los imperios y el mercado simplemente han encontrado otra forma de seguir haciendo de las suyas adaptándose a los nuevos tiempos.

"Así pues, ¿la era moderna es una época de matanzas insensatas, de guerra y opresión, tal como atestiguan las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la nube del hongo nuclear sobre Hiroshima y los sangrientos delirios de Hitler y Stalin? ¿O acaso es una era de paz, ejemplificada por las trincheras que nunca se cavaron en Sudamérica, las nubes en forma de hongo que nunca se cernieron sobre Moscú y Nueva York, y la faz serena de Mahatma Gandhi y Martin Luther King?

La respuesta depende del momento. Da que pensar darse cuenta de lo a menudo que  nuestra concepción del pasado queda distorsionada por los acontecimientos de los últimos años. Si este capítulo se hubiera escrito en 1945 o 1962, probablemente habría sido mucho más sombrío. Puesto que se ha escrito en 2013, hace una aproximación relativamente animada a la historia moderna.

Para contentar a la vez a optimistas y pesimistas, podemos concluir diciendo que nos hallamos en el umbral tanto del cielo como del  infierno, moviéndonos nerviosamente entre el portal de uno y la antesala del otro. La historia todavía no ha decidido dónde terminaremos, y una serie de coincidencias todavía nos pueden enviar en cualquiera de las dos direcciones."

SOBRE LA FELICIDAD Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD

El libro termina con dos capítulos que son inusuales en un libro de historia. El primero se pregunta si las mejoras que hemos logrado proporcionan o restan felicidad. Para ello profundiza en cómo medimos la felicidad; con factores sociales, éticos, espirituales, económicos, sanitarios, familiares, psicológicos y genéticos. Todos ellos fascinantes, y ponderados con tan brillante ecuanimidad, que el lector por un momento puede creer que por arte de magia se encuentra leyendo otro libro todavía más interesante.

 
Jesse Sullivan y Claudia Mitchell con brazos biónicos accionados por el pensamiento

El otro capítulo aborda cuestiones sobre el futuro de la especie que parecen ciencia-ficción. Las mejoras de la tecnología aplicada a la medicina nos aproxima un futuro donde algunos de nosotros podemos terminar siendo mitad humanos mitad robots. Se avecina un mundo de cíborgs con inimaginables implicaciones éticas y morales que hacen palidecer al doctor Frankestein. Por primera vez se oyen noticias de científicos que se atreven a hablar de la inmortalidad en cierto plazo de tiempo... demasiado fantasioso y prematuro como para lanzar las campanas al vuelo. Pero, ¿acaso no era una fantasía en la antigüedad poder abrir a una persona y cambiarle el corazón por el de otra persona, y hacerlo de manera indolora? Nos hemos convertido en auténticos dueños de nuestro destino. No solamente podemos cambiar las condiciones de nuestro futuro, sino que podemos seleccionar definitivamente cómo será la especie que nos sustituya. Nunca antes en la historia el Homosapiens había llegado a tanto. Como mucho habíamos logrado domeñar la naturaleza y escapar de la selección natural creando nuestras propias selecciones artificiales. Pero hay una diferencia sustancial entre domesticar a un lobo para que sea un perro, a ser capaces de crear personas más inteligentes, más fuertes y más longevas. Hasta ahora, esas diferencias eran en su mayoría arbitrarias y la biología nos enseñaba que no justificaban la desigualdad. En un futuro cercano eso puede cambiar, o quizás el proceso haya empezado ya.

"Nuestro mundo moderno reciente se enorgullece de reconocer, por primera vez en la historia, la igualdad básica de todos los humanos, pero puede estar a punto de crear la más desigual de todas las sociedades. A lo largo de la historia, las clases superiores siempre afirmaron ser más inteligentes, más fuertes y generalmente mejores que las clases inferiores. Por lo general, se equivocaban. Un niño nacido en el seno de una familia de campesinos pobres tenía las mismas probabilidades de ser tan inteligente como el príncipe heredero. Con la ayuda de las nuevas capacidades médicas, las pretensiones de las clases superiores podrán pronto convertirse en una realidad objetiva."

Algunos ensayos están escritos con una elegancia de conjunto. Resumirlos implica privar al lector del placer gradual de sentir como el autor nos mastica la madeja, hasta convertirla en algo entretenido y sencillo. Al igual que en una buena novela, no tiene mucho sentido engullir el resultado final sin más. Si a eso añadimos que el campo favorito del autor es la macrohistoria, la conclusión es que la reseña de un libro así esta irremediablemente cercenada. Pero el lector que se atreva con estas 500 entretenidas páginas encontrará que lo difícil no es resumirlo, lo verdaderamente difícil es dejar de leerlo en toda su extensión.

LO MEJOR: El ingenio para reunir todas las ficciones que dan cuerpo a su relato. Un relato que podría ser tedioso, se convierte en toda una aventura fascinante por los rincones del saber y retando a concepciones bien asentadas de la historia. Su confesada inclinación hacia la filosofía puede no ser bien recibida por sus colegas historiadores, pero para el aficionado a la filosofía es un aliciente para una fría narración de sucesos históricos. Incluso sus aportaciones más personales, como el budismo y el animalismo, tienen un encaje lógico en su forma de entender la historia.

LO PEOR: Poca cosa. Algunos momentos de  complacencia con la historia del progreso recuerdan a los momentos más acríticos de Steven Pinker y Matt Ridley en cuestiones políticas, pero el autor los corrije notablemente con grandes dosis de escepticismo. Tampoco fue muy acertado ordenar a la editorial que el traductor buscara ejemplos locales (Andalucía, Madrid, Cataluña, madre soltera española...), porque produce extrañeza en una obra tan internacional. Y deja en apuros a un traductor injustamente acusado de sectario. Puesto a buscar ejemplos próximos, y siendo israelí, se echa en falta alguna mención al caso de Palestina que no encaja muy bien en su esquema sobre las guerras.

 
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